6. 🥀 Wild Flowers
Unas lamidas juguetonas despiertan a Aphrodite, el lunes a últimas horas de la mañana.
El perezoso dios abre sus hermosos orbes, tan verdes como el prado cubierto de hierba fresca y plantaciones de olivos que adoraba contemplar en sus cortos paseos por Atenas.
A Bam parece no importarle el cambio drástico del dios. Reconoce firmemente el suave y dulce olor que emana de él. Sabe que se trata de la misma persona y feliz muestra su lado más empalagoso, paseando su curiosa nariz por las blancas orejas, al punto de hacer reír al de largo cabello cobrizo. Lame un par de veces más la cicatriz de su mejilla y enseguida corre a traer su mochila entre los dientes para sentarse a su lado, esperando ser alimentado.
Jin le sonríe. Toma la mochila y extrae una de las bolsitas que lleva comida especial, dándole de comer en sus propias manos.
A diferencia del cachorro, el dios no tiene hambre. Está acostumbrado a alimentarse sólo cuando se le antoja. Lástima que no pueda conseguir el sabroso néctar o la exquisita ambrosía que solía abundar en el Olimpo. Eran su comida favorita.
Bam termina de engullirlo todo y se relame de gusto. Rápidamente busca su correa para traerla consigo, caminando con rapidez hacia la vieja puerta de la cabaña para indicar que quiere dar un paseo.
—¿Así que quieres salir, eh? De acuerdo. Pero no olvides que después debes ayudarme a conquistar a tu atractivo amigo entrenador.
El animal mueve la cola como si le entendiera y se acuesta tranquilamente a esperar junto a la puerta.
Convivir con Bam es agradable. Durmió a su lado toda la noche y su apacible respiración lo hizo sentirse menos solo. Es una pena que no sea un animal proveniente del mar, de lo contrario el dios podría saber exactamente lo que estuviera pensando.
Aphrodite se levanta del viejo colchón, estirando su largos y blancos brazos. Se lava el rostro en un cuenco de agua fresca y mastica un par de hojas de menta que consiguió por pocas monedas en el pequeño mercado del centro.
Elije una sencilla camiseta celeste junto a unos pantalones cortos que le regaló la mujer de la floristería y cambia su aspecto antes de salir de la antigua cabaña.
La brisa del mar golpea con suavidad sus tersas mejillas. A pesar de algunas nubes grises en el cielo, no se siente frío alrededor.
Ambos salen de la playa caminando al mismo ritmo. Bam tira de él con la correa y lo lleva por un camino diferente al habitual que conduce al centro de Muan. Lo dirige esta vez a su segundo lugar favorito, donde Kook lo suele llevar a jugar los fines de semana.
Cruzan un sendero de tierra, subiendo luego por unas escaleras hechas de piedra que van rodeando una mediana ladera de montaña, algunos metros alejada del pueblo.
Al llegar a la cima más de una hora después, Aphrodite se queda absorto con el paisaje que contempla desde aquel lugar tan privilegiado. Puede ver el mar en su inmensidad, las pequeñas casitas del pueblo y hasta una mancha marrón frente a la playa, la cual al parecer es la vieja cabaña que él habita.
Pero eso no es lo único que le asombra.
Bam se suelta de la correa y corre a revolcarse en las diminutas flores que crecen en lo alto de tan alejado paraje.
Sin nadie que las riegue o las cuide, soportando las inclemencias del tiempo, aún así se alzan vigorosas hacia el cielo, llenando el lugar de coloridos matices lilas, rosas y azulinos, llenando todo de un precioso color púrpura.
Son flores silvestres.
Jin se queda maravillado al verlas y se agacha a acariciar los pétalos de una de ellas con infinita melancolía, sin poder dejar de sonreír por los hermosos recuerdos que se le vienen a la mente.
Recuerda al niño que parecía jugar a las batallas, portando un escudo de madera en su mano y en la otra un simple ramo de florecillas silvestres.
Rememora las veces que su propio corazón le subestimó, cuando el dios se sintió devorado por sus sueños de grandeza e insuperable belleza, cuando sintió que no era él mismo. Todas esas veces su dulce sonrisa estuvo allí.
Recuerda sus manos generosas y su labios formando una suave curva encantadora cada vez que le entregaba alguna flor. Lástima que nunca pudo decirle que aquellas coloridas flores que solía obsequiarle, eran los mejores regalos que recibió en el corto tiempo que pasaron juntos, mucho mejores que cualquier ofrenda que pudieron dejarle en algún templo en su honor.
Porque en cada sonrisa y cada flor, sentía que le regalaba una parte de su inocente y tierno corazón.
El reloj está a punto de dar las cinco de la tarde y un ansioso Nam asoma por quinceava vez la nariz por la ventana acristalada del gimnasio, observando si al fin puede divisar la usual cabellera negra que le ha causado más de un dolor de cabeza en los dos últimos días.
Está impaciente por ver llegar a Bam, por supuesto. O eso es lo que quiere hacerse creer a sí mismo.
No deja de dar reiterados toquecitos con su zapatilla deportiva sobre el suelo, visiblemente inquieto, aunque intentando aparentar al saludar a los primeros clientes que llegan al lugar.
¿Por qué está tan nervioso?
Sus días solían ser tranquilos hasta que llegó él, Jin, con su reluciente sonrisa y sus pícaros ojos color avellana, mostrándose insinuante y atrevido, indomable como ninguno y con un ego por las nubes.
No es un lunes normal. Es un lunes con demasiada calma y eso en parte le asusta, pues se suele de decir que es un presagio de la tormenta que se avecina después.
La mañana transcurrió sin novedad, salvo un mensaje de Kook avisándole que su madre salió bien de la operación y preguntándole cómo se estaba portando Bam en su ausencia.
El moreno instructor vuelve a mirar su reloj y confirma que ya pasaron tres minutos de las cinco, la hora habitual de apertura del gimnasio cada tarde.
Cinco y diez.
Cinco y quince.
Cinco y …
¡Lo sabía!
Quizás aquel muchacho huyó con el perro. Quizás piensa venderlo, ya que la raza doberman es muy cotizada en el mercado negro. O quizás lo entrena para apostar en aquellas peleas ilegales y así ganar algo de dinero. Quizás lo arresten por ello. Quizás salen sus fotos junto a Bam en las noticias. Quizás lo vea Kook en la televisión. Quizás su jefe lo denuncie por haber dejado que un extraño se llevase a su adorada mascota. Quizás Nam tenga que huir, mudarse de país o mudarse de planeta, lo que sea más rápido. Quizás…
Las melodiosas campanillas de viento tintinean al abrirse la puerta del local.
—¡Buenas tardessss!— saluda alegremente Jin al entrar al gimnasio con la mochila al hombro, soltando la correa del perro y luciendo una pequeña flor lila sobre la oreja, contrastando con su hermoso cabello azabache.
Bam corre a saludar al entrenador quien se agacha a su altura y lo acaricia con cariño. El cachorro luce feliz una guirnalda de pequeñas flores azules y violáceas alrededor del cuello. Lame un par de veces las morenas manos, meneando la cola y corriendo finalmente hacia el fondo del local, posiblemente buscando los jugosos bocaditos de merienda que le suele dejar Kook en el departamento todas los días.
—Llegas tarde— responde automáticamente el instructor al volver a ponerse de pie, en tono de reprimenda y cruzando los brazos.
—Me desperté de madrugada— se excusa el de cabellos negros. —Era necesario enseñarle al sol como debe de brillar. Luego me volví a acostar hasta que Bam me despertó. Supongo que me quedé dormido y luego…
—LLE-GAS TAR-DE— insiste el rubio, obviando el discurso de disculpa y vocalizando con enfado sílaba a sílaba. —Veinte minutos tarde, para ser exactos— enfatiza mientras señala su propio reloj.
—Me guie según la posición del sol ¿Cómo podría medir el tiempo exacto? Ni si quiera tengo ese extraño artefacto que llevas en el brazo.
—Este artefacto,— indica Nam señalando su muñeca reiteradas veces con su dedo índice —se llama reloj inteligente y el horario del gimnasio es de cinco a ocho de la tarde. Estoy seguro que viste el cartel en la puerta la última vez que estuviste aquí.
Aphrodite observa la forma curiosa en que el rostro ajeno parece lucir serio, mientras una ceja se marca sobre uno de los almendrados ojos cafés. Los labios fruncidos hacia un lado y una lengua inquieta que parece empujarse sobre la morena mejilla, quizás conteniéndose en pronunciar algunas palabras de más.
—¿Tantas ganas tenías de verme?— cuestiona Jin, acercándose al atractivo rostro. —¿Sabes? Te ves lindo cuando te enfadas— afirma dando un suave toque en la nariz contraria. —Pero no te preocupes, si me quedo más tarde es mejor, así puedo ayudarte a cerrar cuando todos se hayan ido. Supongo que no habrá problema en quedarnos solos ya que soy tu cliente especial— finaliza guiñándole un ojo.
—Olvídalo, no lo necesito— rechaza cortante el instructor. —Lo mejor será que lleves uno de éstos para evitar problemas— agrega quitándose su propio reloj y ajustándolo en la fina muñeca contraria.
Jin observa su brazo con asombro y los morenos dedos sostener su mano con delicadeza al deslizar la correa morada del interesante instrumento que marca la hora.
—El color… es muy lindo. Llevaba muchos años sin recibir una ofrenda.
—¿Una ofrenda? ¡Ja! Ni que fueras la Virgen María. Tampoco es un regalo. Es sólo un préstamo. Me lo devolverás cuando termines los días de entrenamiento gratuito. Además me servirá para saber si estás haciendo correctamente los ejercicios ya que marca también las calorías consumidas y el ritmo cardíaco.
—¿El qué? ¿Qué es el ritmo cardíaco?
—Son las pulsaciones por minuto. Es para saber al ritmo al que late tu corazón.
—Eso es fácil, querido instructor— afirma sosteniendo la mano contraria y acercándola a su propio pecho. —Aquí dentro sólo late al ritmo del tuyo.
Nam observa confundido el gesto. Ve sus manos unidas sobre el cuerpo ajeno y regresa a mirar al hombre que lo observa intensamente con una sonrisa radiante plasmada en el rostro.
Ni si quiera tiene el impulso de apartarse.
Por insólito que parezca, se siente correcto. Realmente puede sentir su palpitar y el suyo ir al compás, como si danzaran al unísono de una misma melodía. Una sensación tan cálida y profunda que está a punto de hacerlo sonrojar.
El nuevo sonido de las campanillas de viento despierta a ambos de aquella extraña sensación. Algunos clientes asiduos entran al gimnasio y Nam deshace el contacto para saludar y caminar hacia una máquina de correr. Gira su perfil hacia atrás sólo para agregar:
—Puedes ir alistándote. Hoy empezarás con veinte minutos de cardio.
Jin se queda de pie, viendo la musculada espalda alejarse y regresa a observar su propia mano. La hace girar con extrañeza frente a su rostro. Si bien la última acción sólo fue un tonto coqueteo, no entiende por qué la ligera electricidad que percibe no parece querer irse de su piel.
Dos horas y media después, un jadeante Jin termina el último ejercicio y se acerca hacia la misma colchoneta de aquella vez, con la intención de volver a acostarse. Sin embargo, la rápida acción del entrenador que tira de la suave superficie en el último segundo, hace que el dios caiga de bruces directamente sobre el suelo.
—No, no, no, no. Ni hablar bello durmiente. No volverás a quedarte dormido aquí.
Con un ligero puchero en los labios, Aphrodite se sienta en el suelo, frotando reiteradas veces su frente que ahora luce rojiza por el golpe.
—Al menos aceptas que soy bello. Sólo por eso te perdonaré esta vez.
—No dije que eras bello. Me refería al cuento de… olvídalo. Será mejor que te des una ducha en los vestuarios antes de irte.
—¿Estás insinuando que quieres verme desnudo?
—Lo único que insinúo es que debes ducharte para eliminar toxinas y relajar los músculos.
Jin se pone de pie y da algunos pasos hacia Nam, quien aún mantiene la colchoneta entre sus manos, casi como un escudo de protección entre ambos.
Con una mirada de autosuficiencia, sonríe de lado y da un par de toques en la morena mejilla.
—Quedan cuatro días para que relajemos nuestros músculos juntos, mi querido y atractivo entrenador— afirma el dios, antes irse caminando lentamente hacia los cambiadores.
Nam resopla al verlo desaparecer tras la puerta del vestuario.
El irreverente cliente sigue siendo tan indócil e incorrecto como siempre.
Hoy Nam no fue tan exigente con su rutina de ejercicios como la última vez. Intenta decirse a sí mismo que fue por la buena actitud que tuvo el de cabellos negros al cuidar a Bam y que mañana endurecerá más la rutina. De momento es todo lo que piensa aceptar.
Minutos después, los últimos tres clientes salen de los vestuarios y Nam se despide de ellos de forma cordial, cerrando la puerta y las persianas del gimnasio.
El bello durmiente sigue sin salir de los cambiadores.
Nam aprovecha el tiempo en recoger y poner en orden el lugar. Se dirige hacia el departamento para dar un vistazo a Bam y ver que todo marche bien, pero al abrir la puerta, el gran animal sale corriendo sin poderlo evitar.
Esta vez no aúlla como la última vez, pero lleva un minúsculo pasajero en la misma oreja de siempre. Tal parece ser que el cachorro al final encontró el pequeño hogar que Nam construyó para el diminuto cangrejo.
—¡Oh no! ¡BAAAAMMM!
El instructor persigue al cachorro por doquier, mientras este salta y se escabulle por todos los recovecos que encuentra en cada maquinaria del gimnasio, contento al pensar que están jugando con él.
Entretenido en la persecución, el entrenador no ha caído en cuenta de la figura que se encuentra recostada en el marco de la puerta de los vestidores, semidesnudo, portando tan sólo una toalla blanca con logo del gimnasio.
—Nam, ¿podrías prestarme algo de ropa? La mía se mojó y la que acabo de quitarme está empapada de sudor.
Aphrodite tardó mucho en ducharse ya que desconocía los mecanismos del uso del agua. Incluso se dedicó a leer la letra pequeña de los envases de gel y del champú que encontró en las duchas. Le parecía fascinante todos los inventos de este nuevo mundo. Después de bañarse todos los días en el mar, había disfrutado completamente la experiencia. Sentía su piel más suave y una agradable fragancia entre las hebras de su cabello.
Al salir de los baños cayó en cuenta de que se encontraba solo, así que pensó que sería el momento perfecto para tentar nuevamente al rubio entrenador.
Si su bello rostro no había sido suficiente para hacerlo caer por él, su hermoso cuerpo sí que lo haría.
—Naaammm~,— intenta llamarlo nuevamente, está vez con una melodiosa voz. —Creo que esta toalla también está muy mojada ¿Tal vez debería quitármela?
La blanca tela cae sobre su pies descalzos y Jin coloca una mano en su cintura de forma seductora, esperando que el moreno instructor se fije en él.
Pero en vez de eso, sólo oye ladridos y gritos inundando el lugar.
De repente, el instructor se gira por un mínima fracción de segundo, lo barre con la mirada de arriba abajo y vuelve a seguir la persecución, ignorando totalmente el cuerpo perfecto que sigue aún de pie.
—¡Hay ropa y toallas en mi habitación! ¡Coge lo que quieras!— exclama exasperado Nam, sin poder atrapar aún al escurridizo cachorro.
Indignado, Jin suspira y recoge la toalla del suelo, volviendo a colocarla con enfado alrededor de su cuerpo.
Cualquier mortal mataría por ver tan sólo un centímetro desnudo de su piel, pero este humano es casi imposible de convencer.
Pese a ello no piensa rendirse.
Debe haber algo a lo que no pueda resistirse y no parará hasta descubrirlo.
Aphrodite se aleja del barullo del gimnasio y entra lentamente en la casa.
El lugar está completamente limpio y en orden. Se ve que Nam cuida muy bien del hogar.
Sus suaves pasos llegan hasta el salón y curiosea la estancia al completo. Pasea uno de sus dedos por la superficie del respaldar del sofá y sonríe imaginando al atractivo entrenador descansando sobre ella, cruzando sus fuertes piernas, leyendo y quedándose dormido.
Varios cuadros con fotografías de Kook y Bam adornan las estanterías.
El dios camina hacia la mesa del comedor y hace lo mismo que minutos antes, deslizando sus dedos por una de las sillas, imaginando ver al instructor sentado, dando bocados a cualquier alimento con aquellos gruesos labios que llamaron su atención desde la primera vez que lo vio.
En un mueble medianamente alto cerca de la cocina, observa un acuario sin agua. Dentro del mismo, se sorprende al encontrar arena de playa, algunas conchas marinas y unas pequeñas rocas formando una curiosa cueva en una de las esquinas.
Jin sonríe enternecido por el acogedor hogar que Nam ha construido para su diminuto amigo, el pequeño traidor.
El amor por los animales siempre fue una de sus debilidades.
El dios lleva una mano hacia su pecho al sentir la calidez del gesto e instantáneamente menea un par de veces la cabeza.
No.
No va encariñarse con el humano.
No debe hacerlo.
Tampoco está enfadado con el cangrejito. Al contrario, admira su valentía. Si él hubiera estado en su lugar, sin duda hubiera hecho lo mismo y no hubiera dejado ir tan fácilmente a su primer amor.
Pero su situación no es la misma.
Aphrodite sólo necesita del entrenador sus años de juventud. Sólo eso. Luego dejará de molestarlo. Cambiará de imagen. Cambiará de pueblo o intentara regresar al Olimpo. Lo que sea necesario para no volverlo a ver jamás.
Porque él no necesita amor, sólo necesita recuperar su belleza.
Con esos pensamientos rondando su mente, continúa su camino por la vivienda y llega hasta un pasillo que divide dos habitaciones. Sólo una de ellas tiene la puerta abierta. Las zapatillas de Nam al lado del umbral, las mismas que usase el día anterior en la playa, le hacen notar a quien pertenece la estancia, por lo que el dios decide entrar cuidadosamente.
Pero no logra dar más de dos pasos dentro, anonadado al observar el lugar al completo.
Una enorme cama perfectamente arreglada con una manta gris, bajo un enorme ventanal. Varios libros en una mesita de noche y un espejo apoyado sobre una de las paredes.
El lugar es sobrio y no sería nada fuera de lo normal, salvo por un detalle.
Las numerosas florecillas colocadas con cuidado en macetas y jarrones en cada rincón de la habitación.
Flores azules en las esquinas.
Flores moradas sobre la ventana.
Flores lilas en la mesa.
Flores violetas junto al espejo.
Flores y más flores por todo lugar donde sus orbes marrones se posen.
Son flores silvestres.
Incontrolables lágrimas fluyen por los ojos del dios, sin poderlo evitar.
Todo un campo púrpura a sus pies, logrando ahondar en sus más preciados recuerdos.
En su mente, la dulce sonrisa de un niño que jamás podrá olvidar le hace preguntarse con insistencia…
¿Dónde estará ahora?
¿Dónde irá su cándida alma?
¿Dónde estará aquel hermoso sueño?
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