Hubo amaneceres en que Ares odiaba con todas sus fuerzas ser un dios.
Entrenar todos los días le resultaba tedioso y sumamente agotador.
Algunas mañanas, la pereza le invadía a tal punto que su cuerpo le exigía descansar al menos por una vez, aunque sabía del castigo que podría recibir si lo intentaba.
Él podía pasar una mañana tranquila tumbado en algún lugar del mundo. Una playa de Tailandia, una hamaca en Filipinas o un sofá en algún hotel de Japón. Pero por la tarde era todo lo contrario. Los fuertes calambres comenzaban a subir por sus piernas, clavando agujas imaginarias en cada tendón. Los músculos de su espalda se contraían al punto de retorcer su robusta figura, forzándole a morder sus labios para retener el dolor.
Cuando aquello sucedía, a regañadientes debía ejercitarse al menos por una hora. De esa forma podía engañar a la maldición lanzada por su padre, hasta que llegara el día siguiente.
Zeus creyó utilizar su poder sabiamente al sellar la condena. Su único motivo siempre fue el de asegurarse que su hijo estuviera en excelente forma física cuando decidiera regresar al Olimpo y retomara nuevamente su lugar como dios de la guerra.
Pero tal vez el dios de dioses olvidó un pequeño detalle.
Hacer el amor también cuenta como la forma más placentera de ejercitarse.
Ares lo comprobó cuando, tras estar en los brazos de Aphrodite durante cuatro días seguidos, no había sentido ningún dolor en su cuerpo.
Al contrario, sentía mucha más energía que nunca, a pesar que el entrenamiento fuera arduo y continuo.
Tal vez no hubo ambrosía para alimentarse, pero ambos se degustaron el uno al otro en cada fricción ardiente de sus cuerpos. Tampoco tuvieron néctar del cual libar, pero complacidos bebieron de sus labios cada suspiro hasta saciarse.
Durante horas los fornidos brazos de Ares se extendieron y flexionaron gustosos en cada roce de los suaves muslos y cada caricia que impregnó en la delicada piel, deslizándose embelesadas por la blanca espalda. Adiestró sus caderas cada vez que se empujaron firmes sobre la dócil carne, arrancando gemidos de placer. Fortaleció sus piernas cuando sirvieron de soporte todas las veces que la preciosa figura se montó sobre ellas y balanceaba su cuerpo sudoroso y jadeante, cumpliendo su promesa de hacerlo tocar el cielo.
El entrenamiento podría haber durado aún más días, pero la temporada de lluvia ya había terminado y el dios de la guerra se vio forzado a alejarse de los labios de su bello dios para poder abrir el gimnasio.
Sin embargo, era la primera vez que lo hacía mostrando unos radiantes hoyuelos en su morena faz.
Tal vez su padre en vez de un maleficio, le hubiera enviado una bendición.
Nada le gustará más a Ares que ejercitar diariamente cada uno de sus músculos junto a su amado Aphrodite.
Si al dueño del gimnasio le hubieran dicho que los unicornios existen, seguramente lo hubiera creído más fácilmente que cualquiera de las extrañas palabras que salieron de la boca de su compañero, aquel domingo que llegó a la ciudad.
Grande fue su sorpresa cuando al regresar al gimnasio, tras dos semanas de ausencia por la operación de su madre, Nam no se encontraba solo. Era un día habitual de cierre del local, pero las risas contagiosas de dos hombres podían oírse incluso desde la calle.
La musculada espalda sostenía el liviano peso de un simpático joven sentado sobre ella, mientras los fuertes brazos subían y bajaban en cada flexión.
Era una extraña forma de ejercitarse, sin duda. Pero no fue lo único que le sorprendió al recién llegado, sino también que su primera frase no fuera "Hola Kook", sino "Kook, tenemos que hablar".
Inmediatamente después, el corpulento hombre se incorporó, ayudando al delgado chico sobre su espalda a ponerse de pie a su lado, agregando finalmente mientras sostenía su mano.
-Soy Ares, el dios de la guerra y al fin encontré a mi Aphrodite- afirmó Nam, besando la blanca mejilla de Jin, -mi dios del amor, mi compañero de vida.
Los ojos de Kook se abrieron a más no poder, observando al nombrado. Un atractivo hombre de tez clara, a quien sólo había visto por video llamada hace un par de días atrás, pero que extrañamente ahora lucía una gran cicatriz en su rostro.
Primero pensó que todo era una mala broma de su amigo, pero nadie se estaba riendo en aquel momento. Sus ojos vivaces se movían inquietos de una mirada a la otra buscando respuestas. Incluso su rostro palideció por un momento, debido a la seriedad con la que se estaban tomando el asunto.
Repentinamente, apareció su adorable mascota meneando la cola. Contento rodeó la fina figura de Jin y lamió sus manos, prestándole más atención que a su propio dueño. Pero no venía solo, iba con un interesante viajero subido en el lomo de su pelaje marrón.
¿Qué hacía un cangrejo montado en su perro?
-Entiendo que sea difícil de comprender. Pero quizás esto te haga cambiar de opinión- afirmó Aphrodite con una sonrisa, agachándose a la altura del doberman y acariciando su cabeza con ternura. -Tu cachorro dice que su nombre no fue escogido al azar. Dice que su nombre encierra el recuerdo de un gran amor y que se lo repites siempre cada noche.
Kook se quedó sin palabras.
¿Cómo podía saber aquel desconocido hombre su más preciado secreto?
-¿Qué clase de truco es éste? ¿Acaso hablas con los perros?
-No, sólo con los seres que provienen del mar. Pero entre animales sí pueden comunicarse. A mí me lo acaba de decir el cangrejo- respondió acariciando el pequeño caparazón del nombrado.
Y tal vez eso hubiera sonado más raro aún para el joven dueño del gimnasio. Sin embargo, ante tal afirmación que jamás había compartido con nadie, salvo su mascota, Kook no tuvo más remedio que suspirar, sonreír y creer, guardando así el secreto de los dioses.
Al menos eran buenas nuevas, no como las que estaba acostumbrado a escuchar.
Normalmente la frase "Tenemos que hablar", siempre acarrea malas noticias. Kook lo sabe bien.
Fue la misma frase que le escribió su antiguo exnovio, un famoso intérprete musical, antes de pedirle que se dieran un tiempo en su relación.
¿Tiempo para qué?
¿Tiempo para terminar?
Kook no era tonto.
Siempre supo que su adorado chico de sonrisa cuadrada y brillante tenía un talento insuperable en sus cuerdas vocales. Tal vez alguien tan sencillo como Kook ya no tenía cabida en aquella vida llena de renombre, fama y lujos.
Kook fue testigo de sus humildes comienzos.
Junto a unos cuantos amigos cercanos, el muchacho había formado su propia banda musical y él era la voz principal. Teniendo el porte tan galante, atractiva figura y una mirada pícara y sexy, no era extraño que cientos de chicas estuvieran tras sus pasos. Rápidamente el grupo ganó popularidad en otras ciudades cercanas y el éxito subió como la espuma.
Recibieron un contrato casi millonario para realizar una gira por el país, pero fue allí donde su relación comenzó a empeorar.
Entre ciudad y ciudad, ambos se fueron alejando sin poderlo evitar. Las llamadas eran cada vez menos y al regresar no podían estar más de un día juntos porque nuevamente a la mañana siguiente tenía que volver a viajar.
Finalmente, en el último viaje tras cuatro meses de gira, Kook no esperó su regreso. Prefirió irse de la ciudad antes que la despedida fuera aún más dolorosa. Empacó sus pertenencias y subió al primer bus que vio en la estación, terminando así en la última parada del pueblo de Muan.
El único recuerdo de aquel chico era una foto suya y los mensajes cortos que solía enviarle por teléfono.
Kook sabía que las preparaciones para cada concierto consumían todo el tiempo de su chico. Aún así, siempre recibía cada noche al menos un corto mensaje suyo de sólo dos palabras.
Era una especie de código secreto entre ellos dos:
"Bam, baby"
Y sólo con eso Kook era feliz.
Había algo especial en aquellas simples letras que le llenaban de calidez, agitando con entusiasmo su joven corazón, haciéndole dormir con una sonrisa plasmada en el rostro.
Era la abreviación de "Be all mine".
Aquella frase "Sé todo mío", retumbaba en su memoria cada vez que recordaba los hermosos momentos vividos a su lado.
Ambos se conocieron al trabajar juntos en una tienda de mascotas. Era una jornada de medio tiempo que Kook compensaba por las tardes con el último año de sus estudios superiores en la escuela de Ciencias deportivas. El chico de sus sueños ya trabajaba allí antes que él y le enseñó con paciencia todo lo relacionado al negocio. Pronto Kook aprendió sobre las distintas comidas de animales, accesorios para pájaros e incluso cómo bañar un gato.
La voz grave, profunda y melodiosa del muchacho dejó impactado al joven estudiante, quien podía pasar horas sólo con escucharlo cantar mientras limpiaba el lugar y acomodaba cada producto en las estanterías.
Kook siempre fue tímido y reservado. El muchacho de enigmática sonrisa tenía una personalidad radiante y extrovertida. Aun así, ambos congeniaron rápidamente y el amor fluyó de forma tan natural que incluso Kook tuvo miedo que no fuera real.
En pocos meses decidieron vivir juntos. Durante un año las noches estuvieron llenas de besos y caricias, susurros al oído y algo más.
El chico solía componerle lindas canciones y Kook se derretía con sólo oír su voz.
Pero no era el único.
Pronto todas las personas asiduas a la tienda acudían no solamente para comprar, sino tan sólo por oírlo cantar. Los rumores del atractivo joven que cantaba como lo ángeles se esparcieron por la ciudad y el resto fue historia.
Tras el último mensaje de "Tenemos que hablar", pasaron tres días más sin que su adorado chico le escribiera un "Bam, Baby" como cada noche.
Tal vez la fama pudiera haberlo cambiado. Quizás sus sueños de futuro ya no eran los mismos. Sin ninguna llamada ni mensaje de su parte, Kook pensó que realmente todo había terminado.
Al llegar el cantante de nuevo a la ciudad, tomó un taxi rumbo al departamento que compartía con Kook. Pero ya era tarde. Su novio se había marchado sin dejar rastro. No estaba su ropa oscura en su lado del armario, ni sus habituales botas negras a los pies de la cama. Tampoco atendía las llamadas, sólo se repetía constantemente la misma locución automática confirmando que el número ya no existía.
El famoso vocalista quedó desolado, apretando con frustración un par de carísimos anillos en la mano que había comprado con su primera tarjeta black.
Él sólo le había pedido tiempo para darle una sorpresa a Kook y al fin poder formalizar ante el mundo su relación.
Los días posteriores a la gran revelación de los dioses estuvieron llenos de sorpresas y de algunos pequeños desacuerdos.
Jin quiso acudir nuevamente a la floristería para ayudar a la buena anciana que le dio cobijo el primer día que llegó a Muan, pero Nam no estaba del todo conforme en dejarlo ir, pese a no estar lejos del gimnasio.
Desde el día que confirmó que el más impertinente de sus clientes era realmente Aphrodite, había surgido en Ares la necesidad imperiosa de cuidarlo siempre. Cada cinco minutos sus sentidos se encontraban en alerta y se volvía impaciente si no volvía a posar nuevamente sus ojos sobre él. Sabía que Jin podría valerse por sí mismo y defenderse fácilmente ante cualquier humano, pero la preocupación de que algo llegara a pasarle era superior a él.
Como si temiera que algo pudiera dañarlo. Como si guardara dentro de él algo preciado que debía proteger.
Al observar la intranquilidad de su amigo y sabiendo que ambos tenían un trabajo importante que debían atender, Kook designó a Bam como fiel protector de Aphrodite. El cachorro doberman era todo dulzura, pero sabía acatar las órdenes de su dueño cuando el momento lo requería y distinguir cualquier amenaza, puesto que lo había entrenado muy bien desde pequeño. Cada mañana, el encantador dueño del gimnasio alistaba la pequeña mochila de su mascota, aseguraba bien el collar que el perro llevaba al cuello y le hacía prometer al cachorro que no debía separarse del dios ni por un segundo. Una tarea que Bam recibía feliz con un par de ladridos y desordenadas lamidas en el rostro de Kook.
El primer día que Jin llegó acompañado del perro, la mujer de la floristería se alegró mucho al verlo pues desde hace algunas semanas no tenía noticias suyas. Hizo caso omiso a la cicatriz de su rostro, evitando preguntar por el temor de ser inoportuna. En cambio, le presentó orgullosa a su nieto, el cantante del que tanto solía hablarle, quien había llegado de visita ya que tenía unos conciertos programados en ciudades cercanas en los próximos meses. Su nieto le insistía en que quería llevársela a vivir con él a Seúl, porque así podría cuidar mejor de ella dada su avanzada edad. Pero la abuela afirmó sólo haber estado esperando la llegada de Jin, pues, aunque era consciente que los años ya le pesaban, no veía mejor candidato que él para continuar con su negocio. Ante la buena noticia, Aphrodite la abrazó rebosante de felicidad por la gran oportunidad que le estaba dando, prometiendo que pondría todo su empeño en continuar su labor. Las flores siempre habían llenado su vida y esta vez podría valerse por sí mismo cuidando de ellas.
Para recordar aquel momento por siempre, su nieto tomó una fotografía de su abuela frente a la fachada de la floristería, junto al simpático sucesor quien posó con el cachorro a sus pies. Al ver la placa del collar del alegre doberman, con quien había congeniado desde el primer momento, el cantante no pudo evitar que las letras grabadas del nombre de Bam se quedaran rondando en su memoria durante varios días.
El gimnasio cerró durante una semana. Los días de descanso fueron aprovechados por Nam y Kook que trabajaron arduamente en reformar la vieja cabaña de la playa. Los dioses no querían nada ostentoso, sólo un pequeño lugar para ambos. Sabían que ya no podrían regresar al Olimpo, así que sólo buscaban un lugar tranquilo al que pudieran llamar hogar.
Ares carecía de poderes, pero aún le quedaba su descomunal fuerza, haciendo posible que terminaran con rapidez la tarea que pudiera haber durado casi un mes. Kook era muy detallista y gracias a su buen gusto dieron por terminada una práctica y acogedora construcción de madera. El lugar disponía de tres ambientes donde se podían diferenciar dos sencillas habitaciones y un salón unido a un mediano espacio que podría servir más adelante como cocina o comedor. A pesar de la sencillez del lugar, la joya escondida de la cabaña era la gran terraza abierta ubicada exactamente frente al mar. El liso suelo de tablas se expandía por un trozo de playa donde, cobijado por un techo de madera y esterilla, servía de escenario perfecto para descansar en las hamacas de tela perfectamente instaladas por Kook.
El lugar no tenía grandes lujos, sólo un par de muebles y algunas mantas que les regaló el dueño del gimnasio. Igualmente, a pesar de la escasez, los dioses se sentían dichosos. No les hacía falta nada más que la presencia de uno junto al otro para ser felices.
Ambos disfrutaron de su pequeño hogar, decorándolo con flores, ramas y caracolas que encontraban a orillas de mar. Pero, sobre todo, gozaron a plenitud de las estupendas vistas de la terraza donde pasaban las últimas horas de la tarde observando el ocaso, entibiando sus cuerpos unidos hasta que llegaba el anochecer.
Y fue en una de esas noches donde Jin despertó asustado y desnudo entre los brazos de Nam, mientras dormían juntos tranquilamente en una de las hamacas.
Había soñado con esponjosas nubes rosas. Se veían tan reales y suaves que casi podía tocarlas con las manos. Repentinamente, una pequeña fresa apareció entre ellas, dando brincos inquietos entre una nube y otra, esparciendo diminutos corazones a su paso. Se escondía traviesa entre las vaporosas superficies y se deslizaba riendo entre las más grandes y copiosas.
Aphrodite entendió que el momento había llegado.
Sin prenda alguna, el dios del amor caminó desnudo entre la fría arena de la playa y se sumergió en las aguas del mar Amarillo. A pesar de la oscuridad del océano, un pequeño resplandor en el fondo le guio hasta la zona más alejada y profunda, encontrando nuevamente aquella gran concha marina que lo vio nacer y lo acogió durante su gran sueño. Se recostó en la superficie nacarada y se acomodó en su blanco refugio, cerrando los ojos brevemente. Los destellos fulguraron sobre su albina piel y se reunieron todas en su vientre, convirtiéndose toda aquella energía incandescente en una pequeña esfera que flotó en la suave corriente marina y se deslizó finalmente al lado de la figura del dios.
Cuando Aphrodite abrió los ojos, la pequeña perla yacía acurrucada junto a su pecho. Él la sostuvo con cuidado entre sus manos y con ternura la besó, otorgando con el suave toque de sus labios todo el poder de Ares que aún guardaba en su ser.
Ése siempre fue el motivo principal por el que Aphrodite no usó todo el poder de su amado para deshacerse de la gran cicatriz en su rostro. Desde el principio el poder de Ares ya tenía un fin y era el de proteger el fruto de su amor. Fuera del Olimpo, donde el tiempo transcurría diferente que en la tierra, sería imposible poder engendrar un nuevo ser para un dios como él. Pero confiaba en que el poder de Ares podría hacerlo posible.
Al finalizar la madrugada, Jin emergió nuevamente del mar y Nam lo esperaba impaciente sentado en la orilla.
Gracias a la luz de la luna menguante, había seguido sus huellas hasta el lugar y por primera vez no tuvo miedo de su ausencia.
Él podía sentir su presencia en el suave vaivén de las olas, en las estrellas que coronaban el cielo y en la brisa del mar que acariciaba su rostro.
Sabía que Aphrodite estaba allí.
Al ver los primeros claros del alba, divisó al fin su negra cabellera cerca de la orilla. Corrió a su encuentro, abrigando su fina figura con una de las mantas que traía consigo. No hizo falta explicar nada, Nam lo comprendió todo. Estrujó con fuerza el húmedo cuerpo contra el suyo y besó con dulzura sus fríos labios, dándole calor con su aliento, sintiendo una nueva esperanza crecer en su pecho.
Ya no quedaba poder alguno en ambos dioses, lo habían agotado todo por completo. Sólo les quedaba esperar para saber si al final el sacrificio de su última parte divina sería recompensado.
Y finalmente el milagro ocurrió.
Tres semanas después, una tarde de domingo al caer el sol, ambos paseaban de la mano por la playa recordando con nostalgia los momentos vividos en aquel inmenso jardín del palacio. Repentinamente, las aguas doradas se revolvieron con un extraño objeto ovalado que deslizaron finalmente en una de las suaves olas del mar Amarillo hasta sus pies.
El gran refugio de nácar se abrió, dejando contemplar su pequeño tesoro. Era un pequeño ser dormido en su interior.
Lágrimas de emoción caían por las mejillas de ambos dioses al contemplarlo, cayendo arrodillados a su encuentro. Era lo más precioso que podrían haber visto sus ojos jamás.
El pequeño niño de casi unos cinco años de edad humanos se cobijaba en la superficie nacarada, reluciendo en su pequeño cuerpecito desnudo su blanca piel perlada.
Aphrodite acarició con cariño los cabellos rubios que caían por la frente del pequeño, notando que eran iguales a los del dios de la guerra.
El pequeño ser despertó lentamente, dejando ver unos preciosos ojos color verde esmeralda, iguales a los del dios del amor.
Ambos dioses abrazaron su pequeña creación. Era simplemente perfecto.
En pocos días el pequeño dios podía caminar y correr por la playa, como cualquier niño de su edad. Heredó el ímpetu y la valentía de Ares, pero también su inteligencia, pudiendo incluso comunicarse en diferentes idiomas. También heredó la belleza y el encanto de Aphrodite, haciendo un buen uso de ella cuando gesticulaba adorables pucheros a sus padres para que no le regañasen por alguna travesura.
El pequeño dios era un ser dulce y especial. Una divinidad creada con amor. Sin embargo, era un remolino de energía inagotable. A su corta edad, se escabullía fácilmente de sus padres y recorría el pueblo, corriendo descalzo y haciendo travesuras por doquier.
La gente lo adoraba, siendo ya una costumbre diaria verlo siempre rondar por las viejas calles del barrio, riendo y saltando con pequeñas flores silvestres en las manos y un diminuto cangrejito en su bolsillo, repartiendo alegría a su paso.
Un mes después, todos acudieron gustosos para ayudar con la mudanza de la adorable anciana de la floristería, quien partiría a Seúl al siguiente día.
Ares cargaba varias cajas vacías y apiladas unas sobre otras, mientras Aphrodite sostenía a su pequeño en brazos, quien agotado de tanto jugar, había buscado el refugio de su padre para descansar.
Bam guiaba el camino, acostumbrado a realizar el mismo paseo diario hacia la floristería, pero repentinamente comenzó a correr, soltándose de la correa de su dueño. El cachorro llegó hasta el jardín de la mujer y se lanzó sobre un muchacho que se encontraba sentado en las escaleras de la entrada, tumbándolo sobre el césped y lamiendo eufórico su rostro.
Kook llegó jadeando a su encuentro y apenado se dispuso a disculparse por el inapropiado actuar de su cachorro. Tendió su mano gentilmente para levantar al hombre que continuaba apresado por el gran perro, pero quedó impactado, sin poder soltarlo ni pronunciar palabra alguna.
Encerrado entre las fuertes patas marrones estaba él, su exnovio, el precioso chico de sonrisa cuadrada y brillante. Su cabello oscuro era aún más largo que antes, incluso lo notó más delgado que años atrás, pero sin duda, mucho más atractivo que nunca.
Bam se apartó del muchacho y se sentó sobre el césped, ladrando feliz un par de veces mientras meneaba la cola.
Antes que el dueño de su corazón pudiera huir de nuevo, el cantante tiro de la mano ajena en el acto, haciendo que Kook cayera sobre él, sosteniéndolo con fuerza entre sus brazos.
Sabía que el nombre del cachorro no podría haber sido elegido al azar. La llave de su felicidad siempre la tuvo aquella simple palabra.
El joven vocalista le restó importancia a que su abuela se encontrara justo en la puerta de la casa y que una pareja los observara atónitos desde la entrada del jardín.
El cantante sólo pudo centrarse en la figura sobre su cuerpo y en el suave olor de su piel que tanto había extrañado, atinando sólo a susurrar cerca de su oído: "Te extrañé tanto, mi amor... Bam, baby".
Kook no pudo hablar, sólo escondió su rostro en el cuello ajeno y comenzó a sollozar en silencio por aquellas palabras que tanto había deseado escuchar desde hace años.
Preocupado al presenciar la escena, Nam miró a su amado, acercándose a él para pronunciar en voz baja.
-¿Esta es otra travesura de nuestro pequeño?
Jin sólo le sonrió en respuesta, negando lentamente con la cabeza y dejando un beso en la frente del niño que se había quedado dormido en sus brazos.
Era la primera vez que el pequeño dios no había intervenido en la unión de una nueva pareja en el pueblo, sin embargo, esa misma tarde al despertar, volvió a unir tres más.
Sí, la belleza de Aphrodite no fue lo único que heredó.
El pequeño dios era capaz de traer amor al mundo y de repartirlo a su paso, pero de forma traviesa, desmedida y descuidada, causando más de un dolor de cabeza a sus progenitores.
Incluso el pequeño cangrejito había conseguido dos nuevas parejas en uno de los tantos juegos del revoltoso e inquieto dios.
Pronto la ciudad de Muan fue conocida como la ciudad del amor, porque no había persona que no encontrara su otra mitad al llegar al pueblo.
Ares y Aphrodite tendrían una ardua tarea por delante. Si el amor y la guerra no eran controlables, mucho menos su pequeña creación.
Nadie dijo que cuidar del travieso Cupido fuera tarea fácil.
🥀The End🥀
"El amor es la única fuerza capaz de hacer posible lo imposible"
🌱🌱🌱🌼🌱🌱🌱
Holisssssss!!!!
Y llegamos al capítulo final!!!!!!
Ay 💔, me da penita cuando acaban mis historias 🤧🤧. Cinco meses se han pasado volando.
Gracias a todas las lindas personitas que siguieron cada capítulo pacientemente desde el principio y sobre todo a las que me dieron ánimos después de mi primera funada 🤭 (quienes me siguen en Facebook saben de lo que hablo).
Ahora tocan unas largas vacaciones, mientras doy forma a otra historia que tengo en mente.
Gracias por leerme siempre ❤️❤️❤️
Besos de algodón de azúcar para todos 😙💕
Con amor.
Ayri 🌻
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