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MUDANZA

Sigo sin poder creer que toda la familia decidió mudarse en el mismo lugar, pareciera como si estuvieran refugiándose de una catástrofe. Lo peor de todo, es que el lugar es horrible. Parece casi desierto, pero bueno, es de esperarse teniendo en cuenta que el panteón está enfrente del edificio, aunque eso no es todo, tiene muchas escaleras que dan a cuartos distintos, con pasillos casi extintos, las paredes tienen capas y capas de pintura de tal forma que parece como si se estuviera tratando de tapar la suciedad que las cubre, y lo peor de todo, la terraza de arriba.

Esa terraza está muy sucia y huele a podrido, tiene un cuarto de baño con la ventanilla rota, telarañas en las esquinas del techo, una puerta a la cual hace falta una perilla, y claro, está aún más sucio que el mismo edificio. Creo que lo único bueno que tiene es la vista. Desde allí arriba puedes ver el cielo, las montañas, el jardín de atrás (siendo lo único bonito de este lugar) y el panteón. Sin duda un gran paisaje.

— ¡Catherine, ven a desempacar tus cosas!

— ¡Ya voy mamá!

Hasta los cuartos son blancos. Lo único que le da vida a este edificio son los muebles de madera, y alguna que otra alfombra que pusieron algunos de mis familiares en sus respectivas entradas. Hasta, tengo que admitir, da miedo imaginarme que viviré en un lugar así.

Mi habitación es muy pequeña y blanca, con un ropero de madera grande color caoba, un catre y una pequeña ventana con vista al panteón. Por suerte traje algunas de mis pinturas para colgarlas en las paredes, esto necesita algo de decoración aparte de un viejo mueble.

Cuando terminé de desempacar mis cosas decidí bajar a la primera planta. Era un comedor inmenso con una mesa larga de madera perfectamente pulida y barnizada que tenía un mantel blanco con bordados de color dorado. Las sillas perfectamente acomodadas por todo el perímetro de la misma contaban con detalles en el respaldo pintados de dorado, haciendo juego con el mantel. Del lado izquierdo estaba la cocina y del derecho las escaleras para subir a los departamentos.

En la noche no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos escuchaba voces apenas audibles en mi habitación y, cada vez que los abría, no veía nada más que oscuridad. Para tratar de calmarme un poco abrí las cortinas. Hoy era luna llena, y esta alumbraba las lápidas del cementerio dándole un aura misteriosa, como en las películas de terror. Pero yo no creo en los fantasmas. Al cabo de un rato mirando aquel paisaje decidí volver a dormir, no contaba con que, parados al lado de mi cama se encontraran dos personas; un hombre y una mujer. Ambos me miraban de hito en hito mientras yo solo podía preguntarme cómo entraron a mi habitación y quiénes eran.

Poco a poco fueron acercándose y mi cuerpo más se iba congelando. No podía moverme ni hablar solo mirar lo que sucedía. Ambos tomaron la sábana de la cama y me empezaron a envolver con ella, impidiendo más mi movilidad. Con mucho esfuerzo me levantaron y con navajas clavaron la sábana a la pared manteniéndome con la cabeza mirando al suelo. Luego simplemente, enfrente de mis ojos, desaparecieron.

Y una vez ya mareada con toda la sangre acumulándose en mi cabeza, al fin pude gritar, despertando a mis familiares y, en unos momentos, ya estaban ayudándome mientras mi madre lloraba sin cesar.

Días después, ya me estaba acostumbrando a ver sombras por la noche. A veces solo merodeaban por mi habitación, otras estaban en el comedor platicando entre ellas, y en pocas ocasiones niños dormían a mi lado en la cama. Ya no había vuelto a ver a la misteriosa pareja.

Hasta que un día en la noche bajé al comedor. No podía dormir y pensé que un vaso de agua podría ayudarme un poco. No me había percatado del rojo intenso que manchaba el blanco implacable del mantel ni de los pedazos de carne humana que estaban servidas en platos encima de la mesa. Iba caminando directo a la cocina sin mirar a otro lado, y cuando terminé de beber dos vasos de agua logré verlo todo.

En la puerta de la cocina estaba mi madre, atravesada por cuchillos que la sujetaban a esta y con la mirada perdida. Tiré el vaso que todavía estaba en mi mano del susto podía sentir el miedo apoderándose de mí mientras salía al comedor. De no ser por las extremidades mutiladas, el rojo oscuro que pintaba todo y el olor —antes imperceptible para mí— a sangre y putrefacción, todo parecía indicar un banquete.

Sentí escalofríos por todo mi cuerpo al contemplar esa escena. Y todavía aún más cuando vi, que personas empezaban a aparecer sentadas en las sillas con una sonrisa en la cara mirando su festín; y entre ellas, estaba la pareja. Que con cuchillos en la mano, me miraban como un cazador mira a su presa. Esta vez, obligué a mi cuerpo a reaccionar, y me fui corriendo de ahí empezando a ver sombras aglomerarse en la entrada y otras persiguiéndome. Cerré los ojos con desesperación sin dejar de correr, y de pronto, sentí un choque eléctrico en todo mi cuerpo. Abrí los ojos y me quedé perpleja... había atravesado la puerta.

Dibujando una sonrisa en mi rostro al saber que había lograr sobrevivir aunque no comprendiera cómo había hecho eso, dirigí mi vista hacia atrás. Sin esperar que en la entrada no hubiera ninguna puerta, sino mi cuerpo desangrándose en el piso.

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