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Lección 45 || Costura

Cecil jamás se lo diría a nadie; lo mucho que Tim le gustaba.

–¿Y has visto lo bonitos que son sus ojos? –preguntó soñadora, como toda una pequeñaja de ocho, al
tiempo que le pasaba otro pasador a la bonita criatura sentado en jaras tras de ella–. Pónmelo aquí, por
favor –le indicó un lugar entre los mechones castaños de cabello y continuó con el tema de Tim–. Él es
tan tranquilo siempre. Como el agua bonita de los ríos de piedras blancas.

El Talón la miró por el espejo un segundo. Él no sabía lo que era un río de piedras bonitas y blancas,
pero, trató de imaginarlo. Sonaba lindo.

–Y siempre nos lee en las noches. Aunque esté cansado y le duela el cuerpo. A Tim siempre le duele el
cuerpo –Cecil dijo–. Es porque sus huesos son de papel, y su piel de hojas secas. Eso es lo que me dijeron
las madres –explicó y se quedó callada, sus bonitos ojos miel mirando hacia el espejo y, entonces,
sonrió– ¡Las trenzas están super lindas! –exclamó.

No lo estaban.

Es decir, el Talon siquiera sabía lo que era una trenza en sí. O un peinado. Conti menos iba a saber a lo
que Cecil se refería cuando le pidió que le hiciera el peinado de Rapunzel con todo y flores.

Y es que, porque era muy manso, dócil y, por sobre todo, porque adoraba a esas pequeñas criaturas
que lo vestían en ropas coloridas, el Talon seguido se encontraba envuelto en esta clase de líos.

Pero, eso estaba bien.

–Te quedan casi tan bonitas como las de mi mamá –Cecil le contó– ¡Ella me hacía las trenzas más
bonitas de todo el mundo! –río, al tiempo que saltaba un poco sobre su lugar.

El Talon ladeó la cabeza.

Mamá, pensó y eso se sintió raro en su pecho.

Cecil lo miró.

–¿También te acordaste de tu mamá? –le preguntó ligera, y el joven monstruo solo se quedó callado,
con la siguiente flor que pondría en los largos mechones de cabello, entre las manos– ¿No te acuerdas
de tu mamá?

Él negó. Ni siquiera estaba seguro de lo que significaba eso.

Cecil arrugó el ceño con tristeza. A la
criatura no le gustó verla con esa cara, así que, quiso arreglarlo. Colocó un pasador en el tallo de la flor
que sostenía y la acomodó como toque final sobre la oreja de la pequeña.

Bonita, su mirada amarilla y extraña le decía desde el reflejo en el cristal.

Cecil sonrió.

–De verdad creo que tú y mi mamá hubieran sido buenos amigos –dijo, revisando su imagen en el
espejo con tierno ego infantil–. Ella también hacía vestidos y– ¡Eso es! –exclamó de pronto, cortando
con el momento, al tiempo que hacía que la criatura diera un salto sobre sí mismo, asustado, pero, no
tanto.

Y es que él se estaba haciendo cada vez más experto en tolerar sonidos repentinos y estridentes por
parte de los niños. Después de todo, la etapa del ser humano que abarca de los cinco a los diez años,
bien puede ser definida como eso; sonidos y repentinos y estridentes.

El Talon miró curioso a Cecil, sin comprender lo que había dicho.

–Me refiero ¡Ya sé cómo hacer que Tim me note! –explicó la niña, entusiasta, y el Talon prestó
atención– Es decir ¿Quién puede resistirse a una dama cuando porta el vestido adecuado? –inquirió,
repitiendo las palabras que seguro habría sacado de la revista de TV Novelas que escondía en
complicidad con las demás niñas, debajo de la cama– ¡Lo único que necesito es un vestido bonito! ¡Y tú
me vas a ayudar!

Decir que el Talon sabía nada de costura, es ser generosos.

–¡Ay, me picaste! –Cecil se quejó, mientras la criatura trataba (por quinta vez) de colocar correctamente
el alfiler para detener la tela en el lugar indicado.

A falta de material, ellos estaban tratando de confeccionar el vestido rosa de la Sirenita, con el único
juego de sábanas limpias que quedaba en el armario del padre Todd.

–No creo que le moleste –Cecil había dicho, mientras la criatura ayudaba a bajar la materia prima de la
parte de arriba del armario–. Es decir, el padre tiene que entender que una chica enamorada tiene sus
necesidades –dijo, citando de nuevo a TV Novelas–. Además ¿De dónde más íbamos a sacar tela de un
rosa tan bonito?

El Talon no tuvo más que estar de acuerdo. Después de todo, ese rosa sí que le parecía bonito.

–Okay, ya solo le hace falta ponerle el último toque –Cecil anunció, una vez que hubieron mal cocido
todas las partes con ella vistiéndolo (Porque: Es que aún nos sé cómo tomar medidas), y tomó una de las
flores del tocador para colocarla como prendedor del lado izquierdo de
su pecho. Luego, tomó otra para el Talon–. Tú vas a presentarme, así que tienes que verte igual de bien
–explicó, al tiempo que se la ponía.

–¡Mocosos, a cenar! –la voz del padre Todd sonó por encima de las escaleras.

–Justo a tiempo –Cecil saltó un poco, ansiosa y le tendió el brazo en escuadra al joven monstruo–
¿Vamos? –preguntó.

Los ojos de la criatura se apartaron del espejo. Cecil había puesto una flor sobre él. Ella se la dio; una de
sus bonitas, bonitas flores de colores lila, solo para él. Tuvo que parpadear un poco para poder creerlo.

Con cuidado, tomó el agarre de la niña como ella se lo indicaba y, juntos, comenzaron a subir por la
escalera.

–Okay, escucha, tienes que abrirme la puerta ¿Vale? Y luego, tienes que dar un pequeño golpecito con
el pie, como anunciándome porque sé que no hablas, pero, eso está bien, solo golpea. Suave. No muy
fuerte o nos vamos a ver mal –Cecil le indicó, y el Talon trató de asentir a cada una de las instrucciones,
aun y si no estaba seguro de estar entendiendo la mayoría– ¿Listo? ¡Ahora, entra! –Cecil susurró,
apurada, dándole un pequeño empujoncito para que pasara a la cocina.

El Talon no estaba listo.

¡Espera! ¿A quién era que tenía que golpear?

El bullicio en la cocina era algo de todas las noches, a la hora de la cena. El bullicio en sí era algo de
todos los días en la vida del padre Todd desde que comenzó a dirigir el orfanato.

–¡Damián, deja de robarte la comida de Leobardo!

–¡Pero si él no la quiere!

–¡Sí la quiero!

–¡Si la quisieras, comerías más rápido!

–¡Damián!

–Padre, Neil se volvió a atorar con el vaso –Alondra dijo, al tiempo que jalaba el hábito del sacerdote.

–Madre mía, Neil, es la sexta vez en lo que llevamos de la cena –se giró hacia el niño, hastiado. Neil le
contestó con un ruido ahogado, y la mitad de la cara atascada en un vaso con el rostro de algún
político en él.

Un plato y otros trastos se cayeron de la mesa.

–¡Argh! ¿¡Quién fue!? –Jason exclamó, tirando del vaso del político con una mano y jalando los cabellos de Neil
hacia atrás con la otra– Tim…

–Sí, sí, ahora lo levanto –el chico le cortó, dejando de dar de comer a Crystal, la niña más pequeña del orfanato, para
pararse a buscar un trapo–. Ahora vuelvo, princesa –dijo antes de regresar a limpiar el desastre del
suelo–. No entiendo cómo es posible que el único ser humano decente en este lugar sea una niña de dos
años.

–¿Me das eso que se cayó? –Allison preguntó a Tim y él suspiró.

–Mejor toma el mío, no tenemos los recursos para atenderte si pescas una salmonela o algo.

¡BOOP!

Finalmente, Jason logró desatascar el vaso de la cara de Neil.

–¡Super! –exclamó– Hey ¿En dónde está mi plato?

–Siempre mejor agarré el del padre Todd, él está más gordo, no lo necesita –Allison informó a Tim,
mientras pasaba por su lado, campante, con el plato del padre en las manos.

–¡Hey! Pero…

–Ya la oíste, padre, no lo necesitas –Tim se burló, mientras se sentaba de nuevo a dar de comer a Crystal, y
charlaba con ella, haciéndola reír– ¿Verdad que no, hermosa? No, padre Todd, no lo necesitas porque
eres obeso ¡Obeso! Dile, princesa, dile que es obeso –dijo, haciendo (según él) la voz de la bebé.

–¡Tim no le enseñes eso a Cristy– ¡¿PERO, QUÉ?! –Jason saltó, sintiendo que ya venía el infarto ahora sí, al
tiempo que veía a la criatura salir de la nada, para luego medio paniquear frente a todos ellos.

El mundo se quedó en silencio, viendo, sin comprender lo que ocurría. El Talon miró hacia todos lados
para luego, sin más, dar una especie de patada ninja a la nevera.

El cereal se cayó.

–¿Qué–

La puerta se abrió de nuevo. Y entonces sí, ya nadie entendió nada.

–¿Cecil? –el padre Todd inquirió, al ver a la pequeña niña entrar como toda una dama de la corte, con
una especie de nido de pájaros en el cabello y sonando lo que parecían ser botas de lluvia en los pies–
Aguarda ¿Esas son mis sábanas?

Cecil carraspeó.

–Fueron empleadas en una noble causa, padre –dijo en tono pomposo, para luego mirar a Tim y
sonreírle con suficiencia–. Buenas noches, Timothy –saludó–, buenas noches a todos, queridos.

Queridos, Jason escupió para sus adentros.

–¿Queridos? –Damián escupió también, pero para sus afueras– ¿Qué demonios te pasa, Cecil? ¿Por qué
andas vestida como fantasma de quinceañera?

Tim le lanzó una mirada de reproche a Damián.

Cállate, le decía.

Él, a diferencia de los demás, sí había comprendido. Tragó y le dio un codazo al padre para llamar su
atención. Jason se giró hacia él con el ceño fruncido por el golpe. Ambos intercambiaron una mirada,
Tim arqueó las cejas. Jason abrió la boca, entendiendo.

Ah, con qué es eso, comprendió. Bueno, supongo que es normal, yo tenía un crush con mi maestra de
química en la preparatoria… claro que me acosté con ella, pero…

Tim lo golpeó de nuevo.

Haz algo, apremió.

Oh, claro.

El padre se aclaró la garganta.

–Bueno ¿Qué ya se les quitó el hambre? Hace rato se estaban peleando por la comida, así que coman –
los niños obedecieron y, pronto, con Damián distraído, el bullicio cobró vida de nuevo.

Tim se puso de pie, halando una de las sillas libres a su lado para permitir que Cecil se sentara.

–Señorita –dijo en tono amable, como una invitación.

Cecil contuvo un gritito y, delicadamente, recogió su vestido, asintiendo en una pequeña reverencia.

–Caballero –respondió elegantemente, al tiempo que tomaba asiento.

Tim sonrió, y tomó la cuchara para seguir alimentando a Crystal, cuidándose de no darle la espalda a
Cecil en ningún momento.

–El vestido que traes es realmente lindo –comentó–. Después de todo, nadie puede no mirar a una
dama cuando porta el vestido adecuado –porque, al final de cuentas, quién revisaba bajo las camas que
no hubiera monstruos era él y, ciertas revistas de TV Novelas no habían pasado desapercibidas a sus
ojos.

Las mejillas de Cecil se pusieron rojas y el pecho se le infló en orgullo, haciéndola regresar a su estado
normal de niña. Y es que, era cierto, nadie puede resistirse a una dama cuando porta el vestido
adecuado.

–¿Verdad qué sí? –saltó, entusiasmada, ya con la cuchara de madera en mano, lista para comer– ¡El
Talon y yo lo confeccionamos! –anunció.

Jason levantó la vista entonces hacia la criatura, arrugando el ceño.

–¿Y tú? ¿Qué haces parado? –inquirió– ¡Aquí está tu cena!

El joven monstruo dio un respingo. Aunque Jason parecía mayor, él no daba señales de haber pasado su
etapa de sonidos estridentes y repentinos. Sin embargo, eso estaba bien.

La criatura se acercó a paso lento a ellos, hasta tomar asiento a un lado de Neil quien hizo favor de
pasarle su porción junto a una cuchara.

El Talon miró a Cecil, las flores en su cabello ya habían comenzado a resbalarse, y el vestido tenía una
mancha de comida en la parte del centro, mientras hablaba con Tim y este le respondía. Con discreción,
sin percatarse de ser observado por la criatura, Tim colocó su propio plato de comida frente al padre, sin
que este se diera cuenta y siguió conversando con Cecil.

De alguna manera, hacía más sentido así, pensó; el cómo Tim se parecía a los ríos de piedras bonitas que
la criatura jamás había conocido.

Los ojos dorados bajaron entonces a la flor sobre su pecho y se preguntó: Quizás no un río, pero, tal
vez… tal vez yo pueda ser como las flores lindas de bonitos colores algún día ¿No es verdad?

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