Lección 31 || Algunas cosas son tan fáciles como andar en bicicleta
Nota: Ya sé que el acto de los Grayson no era con cortinas, pero, duuuude, son tan bonitas, así que, déjenme gozar ¿Está bien? Mami necesitaba esto en su vida. Como sea, también, de nuevo, recordarles que esto es un AU (aquí uhacemos ulo uque use unos uda ula ugana) y lo hacemos con todo el amor, así que sí, nada coincide con los cómics, menos con las películas. Espero que eso no les moleste, porque yo lo love u, mil gracias por leer :3
Nota 2: Nunca hago esto, pero, si quieren leer a partir de donde empieza a narrar Dick con la canción Work Song de Hozier... bueno, la experiencia se potencia al mil.
***
Tim pasó las páginas del libro que estaba leyendo con desinterés, mientras, Alfred trajinaba en la cocina.
−Señor −el mayordomo se inclinó con deferencia, mientras colocaba una taza de descafeinado café a un lado de Timothy. El chico había tenido suficiente cafeína para las siguientes 72 horas, en su humilde opinión.
−Gracias, Alfred −Tim respondió y le dio un sorbo a su bebida, solo para hacer un gesto discreto después−. Está delicioso −dijo.
El mayordomo hizo un gesto, restándole importancia y siguió con sus labores.
− ¿Mañana ocupada? −preguntó unos momentos después.
Tim se encogió de hombros.
−Solo me entretengo un poco... ¿Necesitas ayuda? −preguntó, y el mayordomo procuró no reírse ante eso. Las intenciones del delgado jovencito eran sinceras.
−Estoy bien, gracias. No obstante, me temo que tendré que dejarle por su cuenta por un momento. Tengo tareas pendientes en el ala este de arriba −se excusó y Tim le agradeció de nuevo.
−Dime si puedo ayudar en algo −alcanzó a ofrecer, mientras el mayordomo se retiraba.
Alfred solo sonrió, Tim esperó a que cerrara la puerta, aguardando ansioso un par de segundos para ponerse en pie enseguida. Tomó la taza de café descafeinado, la vertió en el fregadero y salió casi corriendo de ahí. Sus heridas estaban bien, sus pulmones eran un chiste como siempre.
Con cuidado, revisando que no hubiera nadie por encima de su hombro, Tim sacó un par de papeletas de entre las hojas del libro que supuestamente leía. Un artículo de periódico de años atrás, un par de fotografías.
−No lo creo −masculló, sus ojos bien abiertos−. No lo creo −repitió, y sus pálidos dedos se posaron sobre el papel.
Desde el periódico, Richard Grayson de 9 años, sonrió. El circo a sus espaldas lucía algo borroso, sus padres, los Grayson Voladores, estaban aun vestidos, al igual que él, luego de la función.
Tim tragó.
La información que había recabado era irrefutable. Jason tenía que saber. Pasos en el pasillo se aproximaron, y él se apuró a ocultarlo todo para pretender leer de nuevo. La puerta se abrió.
−Si la próxima vez quiere un chocolate sería mejor que lo diga, Señor Timothy. Detesto desperdiciar comida −el mayordomo se quejó no sonando poco amable, mientras entraba a la pequeña salilla en donde Tim se encontraba oculto, emulando algo como una pose natural.
Tim se relamió los labios.
−Desde luego −dijo, tratando de sonreír−. Trataré de no ser tan maleducado la próxima vez.
***
Había pasado una semana cuando Dick lo encontró. Desde que llegaron, los hermanos habían cogido sus pasatiempos favoritos en la enorme mansión, ninguno dejándolo demasiado tiempo solo hasta que, un día, en medio de cuchicheos entre Tim y Jason, y una buena tanda de galletas que habían dejado dormido a Damián luego de que los mayores le encargaran Richard antes de salir de la habitación, finalmente Dick se había quedado a solas.
Los pasillos del lugar eran oscuros, las cortinas siempre estaban abajo. Dick pasó los dedos por las superficies que eran cuidadosamente lustradas todos los días. Alfred, el mayordomo debía encargarse de ello. A menudo el anciano hombre hacía Dick pensar en su osito; se preguntaba si se llevarían bien ya que llevaban el mismo nombre. El pasillo dio un recodo a la izquierda. Quizás Richard presentaría a los Alfred luego. Su brazo aún era una escuadra contra su torso, ambos envueltos en vendas, Jason le había dicho que no podrían volver al orfanato hasta que sanara del todo, dijo que la gran mansión era un sitio donde podrían ayudarles a recuperarse y volver intactos a su hogar, dijo también que ellos no los encontrarían de nuevo, que el hombre de máscara de murciélago ahora quería ayudarles.
Dick no sabía muy bien si le creía, sin embargo.
Quería hacerlo.
"Tal vez puedan hacerte menos horrendo" la voz de su cabeza le susurró una noche, luego de que el mayordomo les indicara en donde podían asearse, y Jason le dejara solo en el baño para ello "Tal vez el hombre de murciélago tenga la cura para que dejes de dar miedo" no obstante, mientras observaba su reflejo, pálido hasta llegar al gris, adornado con telarañas negras, y ojos amarillos que asustaban, eso le pareció tan poco probable, que ni siquiera se permitió ahondar en el pensamiento.
El tapiz de las paredes era rojo, rosando el guinda, no que Dick pudiera distinguirlos de cualquier forma, no que fuera a perder la oportunidad de pasar sus dedos sobre los bonitos diseños tampoco.
<< A Cecil le gustarían >> pensó, y siguió caminando.
Las decoraciones que había en la mansión lucían sencillas, elegantes, y de alguna manera daban la impresión de que alguien las hubiera capturado en el tiempo. Dick tocó con cuidado el marco de una de las pinturas de flores silvestres que adornaban los muebles y la volvió a colocar en su lugar. Entonces, hubo un crujido.
A cierta edad en la vida de un niño, los padres o tutores se encargan de enseñarle que, si encuentras un pasadizo secreto en la casa de un desconocido, es de absoluta mala educación que lo sigas y vayas a husmear. O, al menos eso es lo que deberían hacer.
No obstante, en la mente de Dick el conceptos de "padres" era una idea abstracta, un vago tararear de alguna canción de cuna que él ya ni siquiera reconocía. Manos seguras, una sonrisa de confianza que, por alguna razón lo hacía pensar en el padre Todd, y un tipo de ojos serenos que le recordaban a Tim y a las bonitas avecillas que él alimentaba. Pero, nada más... Pasillos oscuros, un murciélago. Dick sacudió la cabeza. Nada acerca de no ir y husmear en pasadizos, eso era seguro.
La tela del suéter de Richard hizo un sonido como un susurro, mientras esta se rozaba con las paredes de fina roca negra tapizada en los bordes. La luz que provenía del final era tenue, apenas visible. Su tonalidad en los ojos de Dick le decía que era turquesa, pero, su corazón latía amarillo, amatista, polvo viejo y... ¿Telas?
***
Cuando Bruce vio el pasadizo abierto, realmente no supo bien qué era lo que debía esperar al llegar a su final. Tal vez el gran "Te lo dije" que todos su miedos y desconfianza siempre guardaban en la esquina de la inseguridad para restregárselo más tarde en la cara, sin embargo.
− ¿Qué estás haciendo aquí? −eso es lo que Bruce recuerda haber preguntado, pero, nadie puede estar seguro realmente de en qué tono abandonó sus labios esa cuestión.
La criatura no le miró, no enseguida. Su mano buena estaba entretenida, atroz, acariciando con las piernas semi ocultas las imponentes telas azules que colgaban desde la parte superior de la cueva. El cabello negro le caía ligero por las mejillas −hundidas, manchadas en oscura sangre que corría debajo−, y se había deprendido del suéter de colores grande que llevaba, quedando en una ligera sudadera térmica negra, que le iba al cuerpo.
Bruce apretó los labios. Algo similar a la rabia le invadió, pero, lo cierto es que lo que sentía no era rabia realmente. Era algo más húmedo, como una gripa, atrofiaba el tabique de su nariz, era viscoso como un resfriado y hacía palpitar su cabeza en ganas de llorar. Bruce dio un paso al frente.
Si Dick a esa distancia, escuchó lo que el gran hombre dijo, eso no podríamos saberlo. No obstante, de dónde vino su casi sonrisa al verlo, eso es algo que su mente bien sabía.
− ¿Qué crees que estás haciendo? −el hombre inquirió indignado, y Dick lo miró.
La tela azul se sentía bien en su mano, bien en su piel. La textura le decía que la instalación era vieja, el sonido del arpón, sin que supiera cómo, le aseguraba que aún era seguro montarla. Dick la sacudió.
− ¡Hey! −Bruce exclamó, pero, no hubo respuesta.
Los bonitos colores de la tela se sentían suaves contra las mejillas de Dick, mientras él miraba hacia arriba con los ojos bien abiertos. Su pecho llenándose lentamente de algo que no reconocía, algo que sentía tan como... él. Si es que eso tenía alguna clase de sentido. Bruce se acercó un poco más, furibundo, sus ojos desorbitados y apretados en lágrimas calientes. Algo en la mente de Dick le dijo que él debía estar mortalmente asustado, pero, de alguna forma, no lo estaba. No lo estaba en lo absoluto.
−Te estoy diciendo que... −pero, cuando las manos de Bruce iban a pillarle, grácilmente, Dick sacudió la tela, como si de una estela se tratara y giró en una danza hacia la tela que se hallaba colgada del otro extremo.
Las enormes cortinas azules lucían tan preciosas así, casi como un espacio capturado en tela, lo acercaban al cielo y el cielo estaba ansioso por conocerle, eso Dick lo sabía. Un sonido raro salió de sus labios en un jadeo, un sonido que había olvidado hace un tiempo ya.
Dick sonrió.
Bruce le llamó de nuevo.
− ¡Hey! −pero, había algo en la tela que le susurraba a Dick que no iba enserio. O tal vez sí.
Dick se giró hacia el gran hombre, el hombre que gustaba vestirse de murciélago.
"Te hace falta una buena risa, Brucie" alguien, un niño que, al parecer, aun se hallaba oculto en piezas dentro de su cabeza, dijo risueño.
"¿Tú crees?" y alguien, quizás parecido al hombre murciélago, contestó.
"Así es. Tú me entrenaste a mí, es mi turno de darte algo a cambio".
Las telas ondearon.
Bruce caminó hecho un fiera hacia la maldita criatura, que parecía observar las telas como si de algo fascinante se tratasen. Un recuerdo. No. Eso no era posible.
−Maldita aberración ¿Cómo te atreves a−
No obstante, antes de que pudiera terminar la frase, los ojos amarillos de la criatura le observaron. Un segundo pasó. Sus propios pasos enojados hasta la eternidad retumbando en sus oídos, y... una sonrisa.
Apoyándose más que nada en sus piernas al solo tener una mano buena, Dick activó el mecanismo de las cortinas y, sin más, frente a las narices de Bruce, se elevó hacia el cielo. Bruce observó los pies del muchacho desprenderse del suelo, su espalda haciendo un arco imposible, que le permitía tomar impulso y mecerse lleno de gracia contra el fondo oscuro de la cueva.
− ¿Cómo te...? −Bruce farfulló una vez más, descubriendo que coger oxígeno era algo que su pecho se negaba a hacer justo ahora.
Dick se detuvo, colgando de las cortinas, y le miró. De nuevo. Algo como una sonrisa calzando, probando la posibilidad en sus cansados labios. Porque el debería estar tan, pero tan... asustado.
Alcánzame.
Y la voz que dijo eso en su cabeza sonó temerosa porque ¿Qué tal si sí lo hacía? ¿Qué tal si... iba a lastimarlo?
−Si eso es lo que quieres −Bruce murmuró, sintiendo a la rabia correr segura por su sistema. Dick lo observó, y deseó tanto en ese momento tener miedo.
Sin embargo.
Los pasos de Bruce sonaron una vez más pesados contra el suelo, mientras se acercaba a la cortina azul decadente del lado opuesto. Los años habían hecho lo suyo con las viejas instalaciones, decolorando el color, haciéndolo morir lento entre azules fallecidos y verdes como de las aves que jamás vuelven a ver la luz del día. Furioso, el mayor de los Wayne se asió de la tela con uno de sus brazos y permitió a sus pesados pies despegarse del suelo por una ocasión, activando el mecanismo de la segunda tela.
La gracia de sus actos no podía compararse con la del chico, pero, mira que ese no era el asunto aquí.
Dick le observó balancearse, aferrarse. Así no era como se usaban estas cortinas, algo dentro de su mente casi se burló, mientras otro algo sobre sus monstruosos pómulos sufría un guiño.
−Te digo que bajes, demonio... −las palabras salieron estranguladas de los labios de Bruce.
Dick miró el espacio entre ellos, sintiendo que había algo que lo controlaba desde dentro, una especie de cosquilleo que había guardado en una cajita para no dejar salir hasta que fuera el momento −el momento seguro, en donde ellos no lo fueran a hallar−, y meció sus cortinas un poco. Insinuante, aun un poco cohibido.
Todavía no me alcanzas.
Y, venga, él tenía tanto miedo. Estaba tan asustado que daba... risa.
Bruce resopló.
−Criatura astuta ¿Eh? −Bruce farfulló y Dick sintió a su pecho echar chispas.
El gran hombre tomó impulso para ir donde la criatura. Su cortina se meció, no obstante, la de Dick, justo a tiempo, hizo lo mismo. Y, si alguien lo obligara con la suficiente cantidad persuasión y canapés estilo inglés de Alfred, Bruce Wayne podría admitirlo: Que ver saltar a la bestia junto a él fue... ligeramente impresionante, a falta de palabras menos faramallonas*.
Dick le miró desde la cortina en la que Bruce se había estado balanceando hace un momento. Habían cambiado de lugar.
El mayor de los Wayne bufó.
−Te crees muy listo.
Dick le miró. Esa mueca traviesa entre las venas negras, un poco asustada, un poco reprimida y olvidada con el tiempo como el azul de las ásperas cortinas, lucía tan bien ahí. Rota. Aterradora. Correcta.
Bruce tomó impulso de nuevo. Dick hizo lo mismo. Ambos cuerpos se balancearon solo para echarse a volar después. La gracia abandonando los movimientos, al tiempo que una danza, una verdadera danza −visceral, llena de sudor que no caía, y fricción entre dos cuerpo que jamás debieron separarse− comenzaba.
−Ven acá −Bruce repitió varias veces hasta que, la frase se convirtió en música más que en otra cosa.
Atrápame, Dick sonreía apenas, pero, eso no era lo que ninguno de los dos quería. Ya no más.
Porque Dick estaba asustado, porque Bruce estaba rabioso. Furibundo. Enfadado. Enojado. Harto del universo y un poco más después de eso.
O eso era lo que él creía. Sin embargo. Sin embargo, oh cuánto quería seguir bailando.
Dick se balanceó, sus piernas haciendo todo el trabajo que haría si tuviera ambos brazos en buen estado. Bruce hizo lo mismo, pero, algo ocurrió. Y es que los errores en la física son algo común, también lo son las bromas que el universo nos juega de vez en cuando. En su danza, Dick dio un salto, un salto insuficiente, que le hizo caer, sin embargo, antes de que esto sucediera... Bruce sostuvo la tela. Ambas cortinas se entrelazaron.
Azul muerto, a medio revivir. Amarillo y, sin embargo.
Azul, mil veces azul.
Bruce tragó.
−Te atrapé −dijo.
Dick lo miró, algo... algo tan suyo balanceándose ladino en la punta de sus labios. Su voz tan baja, que Bruce ni siquiera estuvo seguro de haberlo podido escuchar. Solo que lo hizo. Por un demonio que sí.
Dick respondió.
−Así es.
"Muy bien, Richard, ya estoy colgado ¿Ahora qué?" Bruce preguntó, sujeto como un gato emperifollado a las instalaciones de tela nueva −mandada a traer especialmente para el niño que tenía enfrente−.
Dick río, su cuerpo perdiéndose en el vaivén de los colores, hasta que estuvo a la vista de nuevo, colgando de la cortina de Bruce sin soltar la suya, a solo unos centímetros del rostro de su padre.
Una sonrisa apareció en sus labios, mientras arqueaba las cejas.
"Ahora... tienes que atraparme" y, una vez más... la cortina voló.
Su Robin hizo lo mismo.
***
Jason miró las fotografías que Tim puso frente a él en una de las mesitas del jardín en donde se hallaban escondidos.
− ¿De dónde demonios sacaste esto, Tim? −Jason inquirió.
Tim le quitó importancia.
−Eso es lo de menos justo ahora −dijo− ¿Ya te diste cuenta? −inquirió.
Jason hizo un gesto, suspirando.
−Con que uno de los Grayson Voladores ¿Eh? −masculló, su rostro lucía serio, casi adolorido−. Maldita sea, yo fui de niño a verlos actuar. Su hijo aún no era parte del acto en ese entonces −suspiró de nuevo, pasando una mano por su barbilla.
Tim tragó.
−Yo también fui a verlos −susurró apenas por debajo de su aliento, sus ojos como el hielo perdidos un momento en algo que nadie que no hubiera pasado por mil infiernos podría comprender. Tim se sacudió el estupor enseguida. Había cosas que resolver antes que lamentarse− ¿Tú qué crees que signifique esto? −inquirió.
Jason chistó, pensando.
−No lo sé. Los Grayson Voladores murieron en un accidente, que después resultó ser un acto homicida intencionado y mal planeado, si me lo preguntas... Lo que ocurrió con su hijo lo mantuvieron en secreto −dijo.
−Lo que ocurrió con Dick −Tim replicó.
El sacerdote y el chico compartieron una mirada y, por una vez, Jason apartó el contacto primero.
−Cierto −y es que, si lo ponía de esa forma, si todos esos horrores los ponía sobre su Richard... entonces, todo era más complicado de procesar. Y eso Tim lo sabía− ¿Crees que los búhos locos lo hayan secuestrado del circo cuando sus padres murieron?
Tim hizo una mueca entonces, tomando aire para sacar algo del bolsillo de su chaqueta.
−Eso fue lo que yo creí al principio, pero, mira esto −dijo, dejando caer un par de papeles más sobre la mesa−. Los encontré en donde encontré las fotografías. El sistema de seguridad de los Wayne está sobrevalorado.
Jason leyó los documentos.
−Me lleva... −maldijo suavemente, mientras leía. El crucifico aún colgaba del rosario en su cuello.
Y es que, sinceramente, a todos se los llevaba alguna profanidad en ese momento porque, frente a ellos, estaba nada más y nada menos que el certificado adopción de Richard Grayson, quién había sido cálidamente acogido por... Bruce Wayne.
El maldito había vendido a su hijo a la Corte de los Búhos.
A Richard.
A su Richard.
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Muchas gracias a todas las personitas hermosas que leen y comentan, me leí todos sus comentarios en el cap anterior y me hicieron el día. Los amo, espero disfruten ¡Cuídense y nos leemos pronto! :3
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