Lección 23 || How to Bake Cookies
Jason suspiró, eran las cinco de la mañana y el clima estaba helado. Las madres estaban de vacaciones –él ni siquiera estaba seguro de que algo como eso estuviera permitido–, y él tenía que hornear quinientas galletas y venderlas, si es que quería lograr tener un maldito árbol de navidad decente y una serie de luces que no se prendieran fuego a sí mismas.
–¿Dónde demonios dejaron esas ancianas las bandejas?
Tampoco era que los talentos culinarios figuraran en la lista de cosas en las que Jason era extraordinariamente bueno. Pero, nadie perdía nada por tratar, al fin y al cabo, los víveres aun los pagaba el ayuntamiento de Gotham.
–Tsk, de verdad ¿Dónde están esas cosas? –los pantalones pijama de Jason eran bastante mundanos, andaba descalzo y en una playera que podría tomarse por exhibicionista de tantos agujeros que tenía, su cabello era un desastre y estaba concentrándose realmente duro en reprimir la latente necesidad que sentía de fumar un cigarrillo.
El clima estaba frío, Jason pasó unos platos a la barra y se inclinó para meter la cabeza en las alacenas de la parte de abajo. Estornudó un par de veces por el polvo y comenzó a maldecir a las madres de nuevo, cuando algo frío toco su espalda.
–Pero ¿Qué dem– ¡AH! –su corazón dio un vuelco en terror, mientras trataba de incorporarse y se daba en la cabeza con la parte de arriba de la alacena– ¡Mierda! –sobó el lugar donde se había golpeado y se giró, tratando de enfocar lo que tenía enfrente.
El Talon le miró de regreso. Sus grandes ojos amarillos, que no parecían parpadear nunca, y su cabello oscuro que cada vez estaba más largo. Ya no traía las típicas ropas negras con las que Damián le había encontrado, en cuanto las primeras heladas llegaron, los niños habían decidido vestirlo con algo más abrigador; nada menos que una colección de donaciones realmente pintoresca y de dudosas combinaciones. Como con todo lo que se les ocurría hacer con él, el Talon simplemente se los permitió.
Jason soltó un suspiro, mientras cerraba los ojos, clamando por paciencia.
–Ya hemos hablado de esto –dijo en tono cansino–, si sigues así le voy a decir a Cecil que te haga un collar de cascabeles para saber cuando estás aquí.
El Talon no respondió, desvió la mirada hacia el desorden de platos que Jason había hecho al golpearse, y comenzó a recogerlos.
Jason suspiró de nuevo, de verdad, de verdad, necesitaba un cigarrillo.
–En fin ¿Qué haces despierto a esta hora? –le preguntó a la criatura aun a sabiendas de que no obtendría respuesta, y se inclinó para ayudarle a recoger los trastos.
El Talon siquiera lo miró, terminó de apilar las distintas vajillas y a acomodarlas en su lugar y luego, señaló algo sobre la barra del fregadero. Jason se giró a ver.
–¿Qué es– ¡Las bandejas! –exclamó, al tiempo que se ponía en pie y corría hacia ellas– ¿En dónde las hallaste? Aguarda... ¿Desde cuando estás aquí? –arqueó una ceja, el Talon no lo estaba mirando, había encontrado muy interesante uno de los cuchillos viejos de las madres.
Jason se acercó a él, retirando delicadamente el objeto de sus manos.
No es que haga una gran diferencia, pensó, probablemente este tipo puede apuñalarme con una cuchara.
Sin el cuchillo, el Talon se giró y comenzó a buscar en la cocina cosas para entretenerse. Él era bastante como un gato, o como un niño con TDAH. Jason no era fanático de ninguno de los dos, pero decidió que era mejor dejarlo ser. Comenzó a sacar los demás ingredientes y a amasar la harina. El Talon lo observó, sus piernas en jarras desde la barra.
–Luce bien ¿Eh? –comentó, mientras hacía un poco más de esfuerzo para acabar con todos los grumos– ¿Alguna vez has hecho galletas? –Jason miró al Talon, sus ojos vacíos, su piel inhumana–. Supongo que no –murmuró y, por alguna razón eso lo hizo sentir un poco miserable.
Lo único que se sabía de los Talon eran las leyendas urbanas que se contaban para asustar a los niños. Leyendas que, hasta hace unos meses, Jason consideraba mentiras. Él no tenía idea de donde había salido o qué es lo que era específicamente, sin embargo. Sin embargo, consideraba injusto que nadie le hubiera enseñado a hacer galletas cuando era niño.
Jason terminó con la masa y la colocó sobre la isla del centro, al tiempo que comenzaba a esparcir algo de harina sobre la superficie.
–¿Quieres ayudarme? –Jason le preguntó al Talon, mientras pensaba en que alguien debería darle el premio al idiota del año después de esto–. Aun necesito cortar las formas.
***
Tim se levantó con unas ganas de vivir más falsas que la paz mundial, se lavó los dientes y se dirigió escaleras arriba para dirigirse a la cocina.
–Café. Negro. Ahora –abrió la puerta para encontrarse con un sobre animado Talon haciendo galletas con moldes navideños, y al sacerdote que estaba su cargo tratando de que el horno no se incendiara–. Okay, que sean dos tazas, por favor.
Tim se acercó a donde estaban esos dos a paso somnoliento.
–¿Qué crees que estás haciendo, Jason? –preguntó, mientras sacaba un bote de café de la alacena y comenzaba a colocarlo en la cafetera.
Eran las siete de la mañana ya. Uno a uno, los niños comenzaron a llegar a la cocina. El sistema de alimentación del orfanato era bastante simple. Las alacenas estaban abiertas, si querías comer, ibas tomabas la comida, si no alcanzabas la comida, ibas, te subías a una silla y tomabas la comida. Simple.
–Estoy salvando la navidad, Timothy –Jason respondió de mal humor, desde la parte baja del horno, en donde unas llamas sospechosas parecían más rojas cada vez.
Cecil tomó una silla y la colocó frente a la alacena, Neil la sujetó, mientras Leobardo sacaba algo de lecho del refrigerador. Luego, Cecil se cayó.
Tim arqueó una ceja, escéptico.
–Así que... ¿Planeas salvar la navidad... quemando el horno y de paso tu cara, y esclavizando a una especie de atractiva criatura asesina para que haga galletas con harina mediocre que ni siquiera sabes preparar?
Jason salió de debajo del horno.
–Eres un jodido rayo de sol ¿Te lo han dicho, Tim?
–¿Qué es jodido, padre Todd?
Tim saltó una risita.
–Sí, padre Todd ¿Qué es jodido?
Jason le lanzó una mirada de reproche a Tim y se puso de pie para ayudar a Cecil a levantarse del suelo. Las llamas habían cedido un poco, por ahora al menos, y esperaba que así fuera hasta que las galletas estuvieran listas.
–Sirve de algo y ayuda a los más pequeños con sus desayunos ¿Quieres? –Jason le dijo a Tim, mientras salía un momento de la cocina, en busca de los niños que faltaban. Esos mocosos no se brincarían el desayuno por ir a jugar el día que él dejara de llamarse Jason Todd.
Tim suspiró.
–Muy bien, será café para todos, entonces –los niños soltaron varias quejas.
–El padre Todd dice que la cafeína nos hace daño.
–El padre Todd da cerveza en lugar de vino en misma, no le hagas tanto caso a lo que dice, Cecil –Tim dijo, mientras sacaba varias tazas y las comenzaba a llenar con amargo café negro–. Además, tendrá mucha diversión lidiando con niños sobrecargados de cafeína.
Los niños se sentaron a la mesa con sus tazas de café y galletas. Tim le dio un sorbo a su propia porción y suspiró, cuando una mano fría se posó sobre su brazo.
–¿Eh? Oh, Talon ¿Qué pasa, amigo? –le preguntó en tono amable– ¿Quieres un poco de café tú también? No me digas que el idiota de Jason no te ha dado desayuno.
El Talon asintió, porque era cierto, hace un rato que Jason le había servido algo para que desayunara. Tim suspiró aliviado.
–Entonces ¿Qué es?
El Talon dio un brinco en su lugar y señaló hacia la masa frente a él. Sus modos habían cambiado en el tiempo que llevaba ahí, siendo cada vez más como los modos de un niño pequeño. Tim pensó en que eso era algo mono de alguna manera.
–¿Tus galletas? –El Talon asintió, orgulloso. Tim sonrió– Es verdad, te están quedando fantásticas.
Los ojos vacíos de la criatura se iluminaron y siguió con lo suyo.
La verdad a Tim no le gustaba mucho esta época del año desde que sus padres habían muerto, y sabía que la mayoría de los niños ahí, por más pequeños que fueran pensaban lo mismo. Un orfanato no es un lugar en el que alguien quiera pasar la navidad por voluntad propia.
Su semblante tuvo que desfallecer un poco ante el pensamiento, porque el Talon llamó su atención de nuevo. Con una de sus aterradoramente pálidas manos, llenas de pequeñas venitas negras como arañas, el Talon le tendió lo que parecía ser un pedazo de harina.
–No, no entiendo... –Tim observó el curioso presente, tratando de comprender lo que la criatura quería, hasta que lo vio más de cerca. Era una galleta en forma de regalo. Tim soltó una pequeña risita–. Pero, qué estúpido... –musitó para sí mismo, luego miró al Talón y añadió en voz más alta: –Gracias.
Ambos se miraron. Quizás el momento habría durado más, si Jason no hubiera entrado como un vendaval a la cocina, cubierto de nieve, con los mocos congelados y una pandilla de rufianes miniatura bajo los brazos, entre ellos, Damián.
–¡No tienes derecho, tú maldito intento fallido de doctor! ¡Tenemos que salir, pronto dejará de nevar!
–¡Ya te dije que sí pasé el jodido examen! ¡Y nadie saldrá a jugar hasta que tomen su desayuno!
–¿¡Ah, sí!? ¡Pues, muérdeme!
–¡Quisiera, pero es ilegal!
Jason se levantó la vista, entonces, vio sobre la mesa las tazas de café.
–¡TIM! ¿¡QUÉ HAS HECHO, TÚ BOLA DE– ¡NO ME MUERDAS, DAMIÁN!
Los gritos no cesaron, tampoco las peleas o los desastres. El Talon siguió haciendo sus galletas, el horno comenzó a incendiarse de nuevo.
Entonces, Tim miró a su alrededor y pensó en que, quizás, los orfanatos no eran un mal lugar para pasar navidad después de todo.
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Lo subí sin editar, así que quizás no sea taaaaaan bueno, lo siento. Luego lo resubo, tengo prisa ¡Nos vemos! Gracias a todos los que se dieron el tiempo de venir acá, son los mejores :3
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