Lección 12 || We don't want you to Leave
En el orfanato católico de Gotham, la institución St. Peter, Timothy Drake comenzó a leer el correo.
–Realmente ¿Por qué las personas de las tiendas de electrónicos piensan que podremos comprar algo de esto? Es decir, míranos –señaló al singular grupo de personas repartidas en los aposentos del joven sacerdote a cargo del lugar–. Si tuviéramos el dinero ¿Qué creen que estaríamos haciendo aquí, en este lugar de quinta, a cargo de un padre que es padre porque no pasó el examen para su certificado de medicina?
–Por última vez, Tim, yo sí pasé el maldito examen, solo estoy esperando a que se abra alguna plaza en un hospital de Gotham –Jason sacó otra bolsa de ropa para donar del armario. Estaban en octubre y clima era cada vez más fresco, pronto, los niños necesitarían toda la ropa que pudieran reunir para cubrirse.
–¿Qué no hay más hospitales en la ciudad? –Damián inquirió, mientras abría un paquete de bocadillos que había sacado de uno de los cajones junto a la cama.
Tim y Damián eran los huérfanos originales, como a Jason le gustaba llamarlos. Ellos ya estaban ahí a cargo de las madres cuando él llegó, y creían firmemente en que eso les otorgaba ciertos privilegios –entrar a su cuarto cuando les diera la gana, llamarle idiota, robar su ropa, entre otros–. No que a Jason le molestara la compañía, luego de graduarse de un lugar como el monasterio.
–El Hospital de Gotham es el mejor –Jason respondió a lo dicho por Damián–. No me maté siete años en el centro vocacional para acabar en cualquier otro lugar.
Sacó un suéter que, de hecho, aun le quedaba, y lo puso en la pila de ropa que daría a los mocosos al día siguiente. Tim le observó, pensativo.
–O sea que... ¿Preferiste hacerla de sacerdote en un orfanato de mala muerte, en lugar de adquirir algo de práctica profesional en un hospital público? –arqueó una ceja en dirección al sacerdote y desvió la mirada–. Vaya, no le encuentro fallas a tu lógica.
Jason entrecerró los ojos, a punto de replicar algo, pero Damián interrumpió.
–¿Qué pasa? ¿Quieres uno? –preguntó a la criatura arrodillada a los pies de la cama. Era tan malditamente silencioso, Jason casi olvida que estaba ahí– Todd ¿Crees que le haga daño si le doy chocolate? –Damián se giró hacia él, preguntando aquello como si estuvieran hablando de una mascota y no de un asesino entrenado.
–Con tal de que coma, dale tierra si quiere.
Damián apretó los labios, dudoso, tomó uno de los biscochos que estaba comiendo y se lo pasó al joven arrodillado mudamente frente a él. Los ojos dorados observaron la comida entre sus manos monstruosamente pálidas, el traje oscuro que siempre llevaba puesto, se ceñía a su extremadamente esbelta figura revelando sus costillas.
Hace tres semanas que tenían al hijo del Chucky durmiendo con ellos en el orfanato y Jason todavía se preguntaba cómo es que habían llegado ahí.
Los orfanatos son para acoger niños sin hogar, una parte de él trató de recordarse. Sin embargo, otra más cínica se preguntó si eso también aplicaba a niños asesinos.
Jason suspiró por lo bajo, cuestionando varias de sus decisiones más recientes y se puso en pie. Caminó hasta Damián y tomó un biscocho de su bolsa, mientras observaba al Talon.
–No te va a pasar nada –le dijo, al tiempo que le daba una mordida a su propio biscocho– ¿Lo ves? No son venenosos. Además –añadió con la boca llena–, te saltaste la cena, tienes que comer algo.
Los ojos del Talon le observaron sin parpadear. No era un desafío y Jason lo sabía. Esos orbes dorados eran demasiado inocentes para ello.
El Talon apretó los labios, observando la comida por última vez antes de darle el más pequeño de los bocados. Jason casi se ríe al ver la cara que puso después.
–Está bueno ¿Verdad? –dijo, sonriendo con suficiencia–. La madre Amparo los hace para vender y recaudar algo de dinero, le diré que te prepare unos cuantos si quieres.
El Talon siguió comiendo, sus ojos brillando, mientras se ensuciaba sus manos y mejillas como un niño.
Es un niño, el estómago de Jason se retorció al recordarlo. Por su apariencia, el Talon no debía tener más de diecisiete años. Era más grande que Tim o Damián, más grande incluso que cualquiera de los otros niños del orfanato. Sin embargo.
–Venga –Tim se acercó a donde estaba la criatura, con una servilleta en la mano–, estás haciendo un desastre –colocó el pedazo de papel a unos centímetros del rostro del Talon, esperando una confirmación.
Los ojos de la criatura se posaron en el objeto, mientras dejaba de comer. Miró a Tim, luego a la servilleta y después tragó, inclinándose lentamente contra el blanco material. Timothy no dijo nada, solo siguió la corriente y le limpió, como si aquel ritual fuera común en todas las relaciones humanas; pedir permiso para un contacto tan simple.
–No seas atarantado, Drake, lo estás lastimando –Damián se quejó, desde donde estaba sentado en jarras sobre las duras almohadas de la cama de Jason–. Más despacio, troglodita. Tsk, quitate que lo hago yo –se acercó a Tim y lo quitó de un aventó de caderas para situarse en su lugar.
Tim le miró con el ceño fruncido, pero no reclamó. En su último cumpleaños, Tim había decidido que era un ser elevado y que no iba a perder los nervios por Damián en lo que les quedaba de vida. Si, bueno, al menos no tan a menudo.
–¿Hay más correo? –Jason preguntó, observando la pila de sobres regados en el intento de escritorio en la esquina de la habitación.
Tim se puso en pie y fue a revisar.
–No realmente –masculló–, hay publicidad, dos o tres solicitudes del gobernador para tomarse fotos aquí para su campaña, más publicidad y– Aguarda –Tim se detuvo en un sobre de papel particularmente lujoso.
–¿Qué es? –Jason arrugó el ceño curioso.
Tim se mordió los labios, mientras abría el sobre. Sus ojos azules se pasearon rápidamente por las letras. A cada palabra que leía parecía horrorizarse más. Jason se acercó.
–Él va a venir –Tim jadeó–. Oh, por un demonio, él va a venir.
Jason le arrebató la carta de las manos y comenzó a leer.
–¿Quién va a venir? –Damián preguntó, interesado, mientras el Talon volvía a hacer un desastre de sus mejillas con otro biscocho.
Jason tragó.
–Bruce Wayne –dijo–. En dos días planea hacer una visita para ver como va todo.
–Oh, no. Oh, no. Oh, no, no, no, no, no, no –Tim soltó una risita nerviosa, mientras comenzaba a pasear por la habitación con sus pies descalzos–. No, esto no está pasando, esto no está pasando...
Damián arrugó el ceño.
–Hey, Bruce siempre ha sido amable con nosotros ¿Cuál es el problema con que venga? Han pasado meses desde su última visita.
Tim se giró hacia su hermano con cara de incredulidad.
–¿Cuál es el problema con que venga, dices? –inquirió, acercándose a donde Damián seguía sentado.
–Quita esa cara de loco, das miedo, Tim.
–No seas grosero, Jason, así la tiene.
Tim los ignoró.
–El problema, par de subdesarrollados es ¿¡Cómo vamos a explicarle eso al señor Wayne!? –Tim exclamó y señaló de manera frenética al Talon, quien solo levantó la mirada, inocente– ¿Cómo vamos a explicarle a nuestro principal benefactor que metimos a una máquina de matar al orfanato Y ADEMÁS que los estamos alimentando?
Jason y Damián compartieron una mirada.
–Pero nada más lleva dos biscochos.
En el ojo izquierdo de Tim apareció un tic, al tiempo que gruñía y comenzaba a pasearse de nuevo por la habitación.
–Esto está mal, esto está muy, muy, muy mal...
–Tim, calma...
–¡No, Jason, no me voy a calmar! ¡El señor Wayne es la principal fuente de ingresos de este chiquero y la única razón de que tengamos una cafetera y presupuesto para pagar el café! ¡No voy a quedarme sin café, Jason!
Jason apenas iba a replicar que todo saldría bien, cuando un ruido sordo los interrumpió. El Talon estaba completamente refundido contra uno de los burós destartalados de la habitación, observando a Tim con sus grandes ojos vacíos alertas y sus labios fuertemente apretados. Los restos del biscocho que estaba comiendo yacían en el suelo, sus manos llenas de migajas se apretaban aprensivas contra su pecho.
Tim sintió la culpa llegar al instante.
–Hey –Jason dio un paso al frente con cuidado, inclinándose un poco para disminuir su altura–, está bien, Tim no está enojado de verdad y, definitivamente, nadie está enojado contigo.
El Talon no pareció creerle, Tim intervino.
–No, no estoy enojado –susurró, observando con ojos preocupados a la peculiar criatura–. Me alteré, es todo. Lamento haber gritado, no quería asustarte.
Damián se acercó despacio al Talon, sus movimientos eran los único que no parecían asustarle en ese momento.
–Oye, está bien –dijo–. Nadie va a hacerte daño ¿Recuerdas? Aquí nadie les hace cosas feas a los niños. Estás a salvo, Jason y nosotros te vamos a cuidar –Damián levantó una mano con la palma extendida hacia el Talon, al instante, la criatura se recargó en el contacto.
Jason suspiró con alivio.
–Bien –dijo–, ahora tenemos que resolver el problema con Bruce Wayne.
–¿No puedes pedirle que venga en un par de semanas? Seguro para entonces podremos hacer que el Talon luzca menos... curioso –Damián preguntó, tratando de elegir sus palabras para no hacer sentir mal a su amigo.
Jason hizo una mueca.
–No lo creo –dijo al fin.
–¿Qué más podemos hacer? –Tim se quedó pensando.
Con cuidado, sin que los mayores se dieran cuenta, los delgados y fríos dedos del Talon jalaron un poco la tela de la camisa de Damián para llamar su atención.
–¿Qué es, amigo? –el pequeño preguntó en un tono suave que tenía solo reservado para la extraña criatura.
El Talon le hizo un par de señas, los ojos de Damián se tornaron tristes al comprenderlas.
–No, nadie aquí quiere que hagas eso.
–¿Qué dijo? –Jason preguntó.
Damián soltó un pequeño suspiro.
–Dice que, en cuanto se lo ordenemos, él puede desaparecer de aquí. Ir muy lejos si es necesario –de nuevo, el pequeño conocido por sus fechorías, levantó una mano para acariciar suavemente la mejilla del Talon–. Ya le he dicho que nadie quiere que haga eso.
Jason asintió, mirando a la cosa cálidamente.
–Damián tiene razón –le aseguró.
Los ojos de Tim se iluminaron.
–Eso es –dijo–, no tiene que desaparecer él, nosotros podemos desaparecerlo.
–¿Qué estás diciendo exactamente, Drake? –Damián inquirió con tono peligroso.
Tim le lanzó una mirada de fastidio.
–Me refiero –rectificó– a que podemos esconderlo, mientras el señor Wayne está aquí. Hay una habitación bajo el cobertizo del patio trasero. Metemos un DVD, comida para un rato y un colchón y dejamos al Talon ahí hasta que Bruce se haya ido.
Jason lo consideró.
–No parece una mala idea –dijo–, además, Bruce Wayne es un hombre ocupado, seguro no se quedará mucho. Puede funcionar.
Damián fue al que más le tomó meditarlo. Nunca le agradó la idea de confinar a seres vivientes a un espacio pequeño. Además, tenía la sensación de que el Talon debía estar harto de estar solo. Sin embargo, tampoco podía arriesgarse a que Bruce se diera cuenta de que el Talon estaba ahí ¿Qué tal si llamaba a Batman para que fuera a liquidarlo?
–Bien –asintió lentamente–, pero yo escojo las películas que le pondremos. Ustedes dos tienen los gustos de una anciana.
Jason soltó un resoplido. Él sabía que el problema estaba lejos de haber sido arreglado, pero ahora tenían un plan y eso era un avance.
Miró al Talon, luego a Tim que hacía todo lo posible por no discutir con Damián, y pensó en que tan solo unos meses atrás él era un médico recién graduado, inocente y con expectativas, del monasterio vocacional de Gotham. Él jamás esperó a que su vida cambiara tanto en ese tiempo.
Tim finalmente le contestó a Damián, el Talon se entretuvo mirando a los dos decirse cosas sin sentido. Jason tomó la bolsa de bocadillos y se encogió de hombros.
–Bueno, al menos tenemos biscochos.
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