Lección 09 || Sin importar quién seas, El Dolor te puede Cegar
Bruce seguido lo soñaba; a su hijo cubierto de nieve blanca y tibia, entre las hojas de los árboles en abril, sonriendo. Cada año que pasaba, su mente lo iba haciendo mayor, a como él creía que debería lucir Richard en ese momento.
Vivo. Sonriendo.
–¡Mira esa ave, Brucie! –sin embargo, las frases se repetían. Mientras Bruce avanzaba por los extensos jardines de la mansión en dirección a Dick, todas las exclamaciones y risas que alguna vez ellos habían compartido venían a él en el zumbido abstracto del viento– ¡Mira! –y Dick reía, fascinado del mundo que lo rodeaba, igual que siempre, igual a cada vez.
Las ropas que llevaban eran formales, sin embargo, en él lucían extrañamente divertidas, casuales, tan despreocupadas de todo como su mismo dueño. Dick señaló sobre su cabeza, los copos de nieve que no era nieve fría, meciéndose gráciles sobre su cuerpo. Un pajarillo, un Robin cantando en la punta de una de las ramas.
–Mamá solía decirme así –Dick contaría tranquilo, antes de girarse hacia su padre y sonreír con delicadeza–. Tú también puedes decirme así si quieres.
Robin.
–Robin –pero, sus palabras nunca lo alcanzaban.
Y es que, no importaba en donde estuvieran; en el jardín, en la playa, o en algún recinto entre ambos espacios coexistiendo solo en su imaginación. No importaba, las palabras de Bruce siempre estaban enmudecidas. Lejos. El viento comenzaba a soplar más fuerte cada vez, los copos de nieve arremolinándose en violencia. Los ojos de Dick confundidos.
–Richard –porque siempre, cada vez, Bruce trataba de alcanzarlo, protegerlo–. Richard aquí estoy, toma mi mano ¡Richard!
Pero, Dick no lo escuchaba. Nunca lo hacía. No podía hacerlo.
–¿Bruce? –asustado, lo llamaría y el viento acrecentaría aún más. El cielo de pronto nublado sobre sus cabezas. Las hojas del hermoso árbol cayendo en remolinos que se iban, copos de nieve que se agitaban en abril– ¡Papá! –pero, no había una diferencia– ¡Papá! –cuando el aire comenzaba a lastimarlo, el oxígeno a faltarle, haciéndolo caer de rodillas.
Y es que, este era un sueño. Un sueño de todas las cosas que Dick había dicho a su padre ese día, los ruegos, las súplicas porque fuera a salvarlo, las lágrimas y lamentos.
Desesperado, Bruce corrió hacia él o, al menos, trató de hacerlo. De entre las entrañas del pavimento pequeñas raíces se ajustaban a sus pies, atándolo, el viento lo empujaba fuera.
–¡Richard! –exclamó entre forcejeos, sin embargo, en medio del llanto Dick seguía sin escucharle– ¡Dick!
–¡Papá! ¡¿Papá, en dónde estás?!
Y Bruce pelearía, sin importar el número de veces que el sueño viniera a él y todo lo que estaba perdido así lo estuviera para siempre, él lucharía. Lo haría por su hijo. Su bebé, que había ido creciendo con los años solo dentro de sus sueños, tan lejos de él, perdido se fatídico día de marzo y jamás hallado.
Los copos de nieve, las hojas, todo hizo un remolino a su alrededor, cegándolo. Dick lloró más fuerte, sus sollozos extintos en el rugir del vendaval.
–¡Dick! –Bruce lo llamó de nuevo, su pecho al rojo vivo, sin embargo, para cuando los últimos gritos y súplicas hubieran sido dichos, y las exclamaciones llenas de ruegos extraviados hubiesen alcanzado el límite en sus pulmones hasta hacerlos arder, entonces no quedaría nada por lo que rogar.
Los segundos pasaron, los años lo hicieron igual. El caos vació su furia y, entonces, todo se detuvo. El viento dejó de soplar, las hojas, la nieve, todo se quedó estático, sin vida, regado por el suelo, mientras el cielo nublado permanecía, dejando al jardín de la mansión Wayne caer en un silencio sepulcral. Bruce miró hacia el frente, roto, Richard se había ido de nuevo.
–No... –jadeó–. No... –la desesperación haciendo nudos en el interior de su garganta, mientras trémulamente se ponía en pie e iba hacia donde Richard había estado hace unos momentos– No... no, no, no, no, ¡NO! ¡NO!
Pero su propia voz –su estúpida, estúpida voz–, que no podía ser escuchada por nadie más que por sí mismo, no traería a su hijo de vuelta por más que gritara. Bruce cayó de rodillas al suelo. Sus ojos cansados, hartos de ver la misma escena tantas veces, el mismo destino. Restos de nieve blanca cayendo sobre su cabeza, silencio y, entonces, justo en su oído, el susurro de la cruda verdad:
–Tú mataste al Robin, Batman. Y no hay nada que puedas hacer para cambiar ese hecho.
Junto a la pierna de Bruce, el cadáver de la avecilla rodó en su dirección. Los ojos habían sido extraídos.
***
–¡MPH! –Bruce despertó, agitado, tratando de gritar el nombre de su hijo sin éxito. Su bebé, su bebé... ¿En dónde estaba su pequeño?
<< Lejos. Lejos. Muerto. No, no, no, no... >>
El espiral de culpa succionó su aliento, adueñándose de sus pensamientos solo para ser cortado apenas unos segundos después, cuando una patada en su costado le hizo volver en sí.
Amordazado, a apenas un metro de él, el joven sacerdote que lo había recibido junto con las madres en la velada de Navidad del orfanato, le hizo una seña para que se callara. Sus ojos azules fieros, pero, calmados a un mismo tiempo; sorpresivamente calmos, de hecho, al menos para alguien que parecía estar atrapado en una especie de búnker junto a él.
Bruce jadeó, mirando discreto a su alrededor para ver qué información reunía. Las paredes que lo rodeaban eran de lámina, sus manos estaban atadas tras su espalda. La máscara de Batman estaba aún colocada sobre su rostro. El sacerdote lo pateó de nuevo.
"Muévete" indicó el clérigo con un gesto de cabeza. Por alguna razón, alterado aún, Bruce tragó, decidiendo por ahora hacerle caso.
El sacerdote bufó, serio, y con una pirueta silenciosa, extendió sus piernas para luego encogerlas y pasar sus manos atadas por delante de su cuerpo, antes de comenzar a trabajar en el nudo con habilidad. Bruce lo observó.
"Dudo que algo de esto se lo hayan enseñado en el monasterio" trató de pensar lo más frío posible, su pecho aún flotando en alguna parte de la habitación en donde al aire no llegaba de la manera correcta. El Robin sin ojos apareciendo en una parte de su mente que nunca lograba acallar.
El padre Todd hizo un ruido sordo, como un suspiro apurado y exasperado a un tiempo, y tiró de sus manos para zafar las cuerdas cuando finalmente consiguió desanudarlas, antes de retirar la mordaza de entre sus dientes.
–Maldición –jadeó, mientras terminaba de liberarse y se giró sobre sí, mirando hacia el suelo– ¿Tim? ¿Damián? –pero, en la penumbra, no había nadie para responderle.
Jason respiró, luego, tanteó el lugar en silencio con las manos y se giró hacia Batman. El murciélago lo miró de regreso detrás de la máscara. Jason tragó, impávido. Una cortada realmente fea surcando su mejilla.
–Tenemos que salir de aquí –dijo, pero Batman no respondió, Jason miró por encima de su cabeza–. Estamos en una especie de cámara en movimiento, los locos de las máscaras de búhos nos deben estar llevando a su guarida –explicó para luego observar al hombre disfrazado con resentimiento–. Por los disfraces estúpidos que traían, creí que eran amigos tuyos hasta comenzaron a molerte a ti también.
Batman tragó, siguiendo los ojos del joven padre, mientras este se acuclillaba casi amenazante frente a él. Su rostro estaba maltratado por la anterior pelea de la que Bruce apenas y tenía un recuerdo.
–La pregunta aquí es ¿Lo son, Batman? –inquirió peligroso– ¿Estos dementes son amigos tuyos? –Jason lo miró, sin obtener respuesta lógicamente por cuanto el murciélago seguía amordazado. Él se había llevado la mayoría de los golpes en la emboscada, después de todo, pero...
"¿Lo había hecho realmente? ¿Qué es lo que había ocurrido?"
Un resplandor blanco inundó su mente; dos niños gritando –un adolescente pálido, y uno más pequeño de cabellos revueltos–, acercándose todo lo rápido que podían en dirección a la bodega. La criatura medio muerta a su merced entre sus puños, callada, luciendo de pronto tan aterrada al verlos correr entre la nieve hacia ellos. Remotamente, Batman recordó sus movimientos, dolorosos hasta donde él podía descifrar con las heridas que él mismo había proporcionado al esbelto cuerpo y, sin embargo, tan feroces. Ojos dorados asustados, dispuestos a luchar esta vez.
Batman hizo un gesto, mientras Jason retiraba la mordaza bruscamente de su boca.
–No estoy con ellos –fue lo primero que el murciélago jadeó, su voz profunda y rasposa casi ridícula en la situación en la que estaba.
–Entonces ¿Por qué atacaste a Di...? –Jason se detuvo– ¿Por qué atacaste a la criatura? –inquirió.
Batman ni siquiera lo pensó. Los niños corriendo en su recuerdo formaron una imagen abstracta, la bestia de venas negras frente a él le propinó un golpe certero en ese momento, conduciéndolo con combate cuerpo a cuerpo hacia el bosque.
–Esa cosa tiene algo que quiero –dijo, escueto.
Jason arrugó el ceño.
–Él es alguien que quiero en todo caso –repuso y, aun con la máscara del murciélago, ambas miradas se conectaron por un instante haciendo que Bruce lo recordara; la sensación del puño del sacerdote viniendo de la nada en el nevado bosque, mientras le apartaba a golpes de la criatura sangrante en el suelo.
–Parece que tenemos intereses parecidos, entonces –Batman concluyó, palpando con la lengua discreto el lugar el padre había golpeado. El ofrecimiento colgando entre ellos, balanceándose en la fina raya entre la tregua y la amenaza.
–Eso parece –Jason estuvo de acuerdo. El vehículo dio un pequeño salto por el camino–, siendo así no parece que tengamos de otra más que hacer equipo –dijo, y Batman tragó de modo que no fuera visible–. Estos psicóticos tienen a dos personas más; mocosos. Tengo que sacarlos de aquí, a los tres...
–La criatura no es un niño –Bruce replicó, consiguiendo que los ojos aquamarinos se posaran sobre él de nuevo. Duros–. No lo es.
Jason se acercó.
–No te lo estaba preguntando –dijo, una navaja contra el cuello del tarado con el casco con orejas.
Batman lo pensó por un momento. No le tomaría mucho a él mismo poder liberarse y salir del lugar para ir por su presa, sin embargo.
–¡Jason! ¡Jason! –el muchacho más escuálido había gritado, llegando a las prisas al claro del bosque en el que ellos estaban peleando, no lejos de la limitación principal. La piel del chico era blanca, otro de los huérfanos le seguía– ¡Jason!
–¡Tim, mira! –el más pequeño señalá a la criatura apenas en pie, sangrando. El suéter de reno que había llevado puesto, maltrecho. Ambos chicos se acercaron a la bestia. El sacerdote tomó a Batman del cuello, tratando de hundirle la rodilla en el vientre, no obstante, este lo esquivó.
–Jay... –el chico, que presumiblemente se llamaba Timothy, jadeó.
–¡Salgan de aquí los tres! –el padre Todd ordenó, medianamente encorvado, mientras su labio sangraba sobre la nieve pura, que cubría el barro bajo ellos.
Tim tragó, dando un brinco como decidiendo qué hacer, en qué pelea meterse antes de correr hacia la criatura, para comenzar a ayudar al otro niño a salvarlo. Sin embargo, ninguno de los presentes logró salir de ahí. De las copas de los árboles, personas de negro descendieron, sus máscaras de búho plagando la oscuridad. Por el rabillo del ojo, Bruce logró ver como el chico más delgado le propinaba un puñetazo a uno de ellos, su mano derecha tenía un catéter en color verde.
Recluido en el contenedor con el sacerdote, Batman apretó la quijada.
–Somos equipo hasta que liberemos a los otros dos chicos –dijo–. Después, creo que es claro que no podremos seguir en el mismo bando.
Jason sonrió sin ápice de humor o amabilidad en el gesto.
–No esperaba menos.
***
–¿Los tienes? –en la habitación oscura, una voz inquirió.
–Vienen en camino, señor –alguien respondió.
–Perfecto –dijo–. Diles a los otros que preparen la habitación gris, nuestro Talon tiene que recibir lo que merece.
–Enseguida, señor...
–O, y antes...
–¿Sí?
–Ve y asegurate que todo esté listo... Quiero que la hoguera quede perfecta.
*
*
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A que dijeron "Esta mujer va a desaparecer otro siglo antes de volver a actualizar" ¡Pues no! Aquí estoy, dándole amor a esta historia como prometí. Recuerden tomar agua, comer bien y quedarse en casa si pueden. Los amo, ya saben que vivo de sus comentarios y espero siempre consejos para poder mejorar como escritora ¡Gracias por leer! :3
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