6: Cartas
Las lunas pasaron y Daella seguía con la esperanza de recibir noticias de su sobrino, pero nada llegó a sus manos. Cada día que pasaba sin noticias, su anhelo crecía, y aunque intentaba ocultarlo, su corazón deseaba saber que Jace estaba bien.
—¿Qué te tiene tan distraída? —Su dulce hermana mayor preguntó, al darse cuenta de que Daella la ignoraba mientras le hablaba de sus preciados insectos.
—No es nada, Hel —Murmuró Daella, apartando la mirada de los ojos violeta de su hermana—. ¿No sientes emoción por tu compromiso?
Helena frunció el ceño, notando la ausencia de entusiasmo en la voz de su hermana menor.
—Mi sueño no era ser esposa de Aegon, no deseo ser esposa de nadie en realidad.—confesó con sinceridad.—Pero es el deseo del rey.
Daella la observó con comprensión, entendiendo el peso de las expectativas que debían cumplir con su padre esperando en algún momento ser tan queridas como la heredera.
—A veces nuestras obligaciones nos llevan por caminos que no esperábamos.—Habló, colocando una mano reconfortante sobre el hombro de su hermana.—Quizás encuentres la felicidad, Aegon no es tan malo.
Helena sonrió débilmente, agradeciendo el apoyo de su hermana menor. Sin embargo, no pudo evitar preguntar al notarla más abierta a hablar.
—Y tú, Daella, ¿Por qué estás tan preocupada?
Ella suspiró, sintiendo la mirada de su hermana esperando por una respuesta, eran muy unidas pero temía que Helaena malinterpretara sus sentimientos o pensamientos.
—Echo de menos a Jace. No he recibido noticias suyas desde que se fue.—confesó con un deje de tristeza en su voz.—Me preocupa que algo le haya sucedido.
Helena le apretó el hombro con ternura.
—Seguro que está bien.—intentó consolarla.—Vermax lo defendería de cualquier peligro.
Daella asintió con un suspiro.
—Él prometió escribirme, pero desde que se marchó ni un solo cuervo ha llegado.
—Quizás solo ya no quiso escribir —Helena habló, tratando de no sonar cruel—. No teníamos una buena relación después de todo.
Daella la miró con tristeza, pero comprendió las palabras de su hermana.
—Es posible. Pero aún así, echo de menos su presencia —confesó, con la mirada triste—. No importa cuán distantes estemos, siempre será mi familia.
Helena le dio un suave abrazo, sintiendo la pesadez en la voz de su hermana.
—Lo sé, Daella. Pero recuerda que tienes a tu familia aquí contigo, siempre estamos para ti.—dijo, tratando de brindarle algo de consuelo.
Daella le devolvió el abrazo sintiéndose reconfortada.
No tan lejos de Desembarco del Rey, el joven príncipe enviaba otro cuervo con la esperanza de que esta vez su tía le contestara. No entendía la razón por la que lo estaba ignorando. ¿Todavía sentía resentimiento por las burlas a Aemond? En más de una carta se había disculpado, no entendía qué había hecho mal.
—¿Enviando cartas al rey? —Rhaenyra se acercó a su hijo con Joffrey en brazos.
—Le he enviado una carta a mi tía, Daella. —Habló con un tono triste en su voz.
Rhaenyra colocó una mano en la mejilla de su hijo mayor sin dejar de arrullar al recién nacido. No comprendía por qué a Jacaerys le importaba tanto. Su unión no era fuerte; solo escuchaba que se acercaba a sus tíos para hacer travesuras, más a las princesas en pocas ocasiones las veían.
—Sientes mucha estima por ella, ¿No es así? —Una sonrisa apareció en su rostro tratando de calmar los ojos tristes de su hijo.
—Madre, ¿He hecho algo mal? ¿Por qué no les agrado a mis tíos? —Habló el joven, con un atisbo de angustia en su voz.
—No es tu culpa, Jace. —Habló, evitando el sollozo de su hijo—. No quiero que envíes más cartas a la capital, si deseas saber sobre tu tía Daella, preguntarás al rey, ¿Entendido?
Rhaenyra nunca le había prohibido algo a su hijo, pero lo hacía por su bienestar, si Alicent sabía de aquellos sentimientos los usaría en su contra
—Pero ella es importante para mí. Necesito saber que está bien. —Jacaerys miró a su madre con preocupación.
Rhaenyra sintió un apretón en el pecho ante la angustia de su hijo.,
Lo sabía, su corazón de madre lo sabía. Su pequeño hijo estaba encontrando sentimientos por la hija de la mujer que le había hecho la vida imposible por años.
—Lo sé, cariño. Pero tienes que confiar en que Daella está bien y ocupada con sus propios asuntos. —Intentó tranquilizarlo, acariciándole el cabello.
Jacaerys bajó la mirada, sintiendo una mezcla de frustración y resignación.
—Está bien, madre.—Susurró, resignandose a asentir mientras una lágrima bajaba por su mejilla, jamás desobedecería a su madre.
Rhaenyra abrazó a su hijo con ternura, sintiendo su corazón partirse por su dolor.
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