2: Rumores
A diferencia de los rumores persistente entre los señores y damas de la corte que circulaban sobre el príncipe Jacaerys, había un murmullo la princesa Daella que parecían desvanecerse con el tiempo pues cuanto más crecía la bella princesa, más se podía percibir la sutil transformación que la emparentaba con la que alguna vez fue conocida como Lady Alicent Hightower.
Su cabello rojizo, ahora tejido en intrincados peinados de la realeza, recordaba la elegancia y la sofisticación de la antigua joven. Sus ojos centelleantes con la ingenuidad de la juventud, su sonrisa inocente y dulce. Era la viva imagen de la reina.
Mientras tanto, el heredero, el príncipe Jacaerys, parecía una figura fuera de lugar en la familia. No compartía los rasgos que lo vinculaban a los Targaryen. Algunos murmuraban en voz baja, apenas audibles en medio del bullicio de la corte, que su apariencia recordaba más a un guardia de la princesa que a un hijo de la sangre real. En particular, las comparaciones con Harwin Strong, el guardia de la princesa conocido por su imponente presencia y su lealtad inquebrantable.
Con los años las voces que seguian a Daella se calmaron pues habia sido la unica en nacer diferente mientras que a Jacaerys le siguió Lucerys, manchando poco a poco el nombre de la heredera quien aseguraba nunca haberle sido desleal a su esposo y futuro consorte.
—Princesa, nos complace tenerte aquí. —Saludó la reina al verla entrar a la habitación acompañada de su esposo, Sir Laeonor.
Alicent tenía entre sus brazos a la pequeña Daella, quien apenas había cumplido su primer año del nombre, al igual que el sucesor de Rhaenyra. La pequeña jugaba con un pequeño dragón esculpido en madera y pintado a detalle. Aunque no lo entendía, la razón por la que ningún noble hablaba de la falta de un dragón eclosionando en su cuna era porque sus hermanos mayores tampoco habían tenido aquella dicha.
—Rhaenyra. —Ahora el rey se acercó a su hija, quien había alumbrado a su segundo hijo pocos días antes.
—Padre. —Finalmente una sonrisa apareció en sus labios, pues únicamente sentía comodidad cuando él estaba ahí.
—Espero haya tenido un parto tranquilo, princesa. —Alicent se acercó a ella llevando sus ojos al bebé que reposaba entre sedas. —Escuchamos que tuvo a otro varón, ¿Cuál es su nombre?
Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro de la pelirroja cuando el bebé abrió sus ojos mostrándolos tan oscuros como la noche. Rápidamente las miradas de las féminas cruzaron, una en forma de burla y otra molesta por el insulto silencioso.
—Lucerys Velaryon. —Laenor rompió la tensión del momento. —Esperamos que tan pronto como la princesa se recupere concibamos otro príncipe.
—Me parece maravilloso, nuestra familia crece cada día. —Habló Viserys con alegría. —Por favor, acompáñennos... Comamos todos juntos.
—Alyssa, traigan a los príncipes y la princesa. —Ordenó a una de las criadas a su servicio.
Mientras esperaban el banquete, Jacaerys y Daella fueron puestos sobre mantas en el suelo para que jugaran con varios juguetes que les pertenecían. A los adultos les parecía extraño que ninguno llorara, pues solían ser celosos con sus cosas; en cambio, los bebés parecían disfrutar de jugar el uno con el otro. Entre risas y murmullos, la atmósfera se tornaba cada vez menos tensa pues si las mujeres tenían algo en común era el amor a sus hijos.
—Daella es una niña muy tranquila, majestades.—Habló Rhaenyra.—Muy similar a mi media hermana, Helaena.
—Parece que disfruta de pasar tiempo con Jacaerys.—Ahora fue Laenor quien intervino.
—A la salud de nuestros hijos, que traigan prosperidad a nuestra casa —dijo el rey, levantando su copa.
—¡Por los príncipes! —respondieron los presentes, alzando sus copas en un gesto de celebración.
Mientras tanto, los pequeños Jacaerys y Daella continuaban jugando felices entre ellos, sin prestar mucha atención a las conversaciones de los adultos. Eran solo ellos, compartiendo un momento sin saber lo que es futuro les tenía preparado.
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