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36. Vientos de cambio


Las mantas sobre las que reposaba se movían en círculos. Era habitual, cosas adyacentes a viajar en un barco, pero en esa ocasión los movimientos eran más fuertes y nada acordes al oleaje.

June separó los párpados muy despacio, con algunas retiradas, pues la luz del sol, que a esa hora ya se filtraba entre los cristales, le dañaba los ojos.

El techo también se movía, y los muebles. Incluso la lámpara giraba sin cesar como si fuera el eje del vórtice en el que se hallaba.

Una botella de cerámica rodó por la estancia hasta chocar contra otra y ambas se rompieron en añicos.

Finalmente, la capitana se levantó con torpeza.

Sus ropas estaban tiradas por el suelo, húmedas a causa del alcohol derramado. Resopló y empezó a caminar hacia el espejo, esforzándose en trazar una línea recta que se desfiguraba bajo sus pies.

—Estás horrible, Njinja —se dijo a sí misma, al verse. Se frotó la cara con las palmas de la mano y apreció cuan demacrada estaba.

El cabello corto no le sentaba bien, aunque en lo poco que le había crecido, ya podía adivinar la textura de su tierra natal. Las ojeras enmarcaban su mirar con un amplio caudal y el brillo de los iris estaba opacado y rodeado por unas córneas rojas como el fuego.

«Es cierto, estás horrible», confirmó Colette, desde algún lugar de su mente.

Entonces, puso su mano sobre el cristal.

Y la sintió.

Sintió el miedo a ser feliz; la sombra de lo que debió ser y no fue; el miedo al olvido y la lucha por aferrarse a la espuma del mar.

Aquella mañana, no tenía ganas de salir y enfrentarse a una tripulación que podía traicionarla en cualquier momento, sin embargo, no tenía opción. Al verse, por primera vez dudó del pacto con duBois. Tantos años de esfuerzo por construirse a sí misma, por hacer frente a quien era... Ella, ¡que había luchado a golpe de espada contra los fantasmas de su pasado! Ahora comprendía que la prueba de Amadi tan solo había sido una prueba para ver si estaba lista, pero por muy bien que salgan los ensayos, nada asegura que el acto final sea un éxito. Y la realidad era que, tras todo lo vivido, había sido vencida por un bebé.

Llamaron a la puerta, se cubrió con la bata y fue a abrir sin ninguna gana.

Al otro lado estaban Anne, Farid, y el crío maldito sujetando a aquel bicho peludo entre los brazos.

—¿Qué? —gruñó.

—No aparece —se aventuró a contestar el crío—. Teach lo ha buscado por todas partes. No hay ni rastro.

June resopló. Le dolía la cabeza y debía reconocer que había dejado de lado un tema fundamental. ¿Cómo lo había pasado por alto?

La contramaestre entró, agitada, y empezó a gesticular palabras que Farid se apresuró a repetir en voz alta.

—Debemos encontrarlo, es muy peligroso y podría ser cualquiera.

—Cualquiera no. —Para sorpresa de June, René se acercó a Anne y, a su tacto, ella pareció relajarse. Fue raro, jamás los había visto interactuar entre ellos—. Si Teach no lo ha encontrado, es que no está aquí.

—Si no está aquí...

—Está en el Ominira —concluyó René, dejando pendientes las palabras de Njinja.

Era una noticia de mierda.

En el Bastardo había un control exhaustivo y nadie podía desaparecer sin que ella fuera partícipe de ello. Por eso, el susodicho había sido prudente, no quería levantar sospechas. Ahora, en cambio, estaba en el otro barco. Libre y sin vigilancia.

Allí era imposible saber cuántos individuos había. Los registros del capitán Baker decían que ciento doce, no obstante, June sabía muy bien que esas cifras siempre estaban por debajo de lo esperado, así era como cubrían las pérdidas.

Respiró hondo.

—Tenemos que avisarles —concretó—. Podríamos llevar a Teach al negrero...

—¡No! A no ser que pienses llevarme a mí —repuso el muchacho.

Lo pensó, pero aquel no era lugar para críos, a pesar de estar repleto de ellos.

—René, es nuestra mejor opción para encontrarlo sin que cunda el pánico. Bastante ha pasado esa gente ya para tener que lidiar con el miedo de ser devorados.

Se masajeó el puente de la nariz para aligerar la migraña.

«Resaca y caníbales, mala combinación».

Los ojos del niño oscurecieron y el aire aulló a su alrededor.

—Teach no es un cebo. —Y de nuevo, sonó con la otra versión de su voz, aquella que casi había olvidado—. Si hubieras hecho bien tu trabajo, ahora no estaríamos así.

—Iré yo —intervino Farid, por petición de Anne—. Iremos. Yo iré con ella.

No le gustaba. Era muy peligroso y ya tenía a varios miembros allí. Empezó a andar arriba y abajo, a la espera de que la solución se revelara de forma inesperada. Después, se quedó quieta unos instantes, con la vista perdida y las manos aferradas al cierre de la bata.

—Alika y Tarik vendrán hoy a por Dayan. Hablaré con ellos.

—Cada segundo cuenta —le recordó René.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que los bombardee y los mate a todos?

Oui, si nécessaire. Si llega a tierra, son muchas las vidas que se van a perder.

Njinja lo observó, incrédula, y también Anne y Farid. Tanta crueldad era inconcebible hasta para ellos.

«Un demonio, por si alguna vez lo dudaste, es un demonio». Llevaba tiempo sin repetir ese mantra, mas ya no tenía dudas.

—Yo también iré —sentenció ella, al fin—. No pienso quedarme al margen.

El gato se soltó de los brazos del adolescente y salió de la habitación. Anne se encargó de ir a pedir armas a Morgan. Tenía que aprender a comunicarse de una forma u otra y, a fin de cuentas, seguía siendo la contramaestre.

Con todo lo que tenían encima, recordó que había algo más, otra desgracia estaba a punto de suceder, pero en esa ocasión no podía hacer nada por solventarlo. Sólo esperaba volver antes de que sucediera.

Iba a empezar a vestirse cuando se dio cuenta de que Farid aún no había abandonado la habitación y tenía la vista fija en las botellas y cristales que se desperdigaban por el suelo. No la miró con desaprobación, sí con curiosidad.

—Las heridas que no sanan bien pueden llegar a ser muy peligrosas.

—¿Me vas a traicionar? —preguntó June, sin venir a colación.

—Tú sola te has traicionado. Por el bien de todos, espero que logres reconciliarte contigo misma.

El aire era cálido y húmedo. Se pegaba a la piel. Aun así, desde allá arriba, otorgaba una extraña sensación de libertad. Estar sobre las velas era como cabalgar entre nubes.

No tardó en avistar el bote en el que viajaba el intendente. Como si supiera algo más, en ese momento, Diego la Araña le hizo una seña a Cillian desde la gavia. Era hora de descansar.

En su descenso al encuentro del destino, se cruzó con Jane, la hermana gemela del difunto Tom, que era quien debía tomarle el relevo.

—La hora de la venganza se acerca. Dile a Tarik que somos muchos los que seguimos con él.

Cillian asintió con la cabeza, aunque no pensaba traspasar el mensaje. Tenía otros asuntos que tratar. Asuntos que le aterraban e impacientaban a partes iguales. Las palabras de June y las confidencias con Elliot habían hecho mella: se enfrentaría al guerrero y le pediría a la capitana que deshiciese el matelotage. No estaba dispuesto a entregarle un día más su cuerpo y su alma al egipcio. Tenía derecho a ser libre, feliz, tenía derecho a ser quién siempre quiso ser... o eso le había dicho su nuevo hermano. A partir de ahora, Cillian sería el único dueño de su destino. Sin embargo, no estaba muy convencido. Iba a saltar a un abismo oscuro y desconocido.

Habría consecuencias.

Se deslizó por las cuerdas del mástil hasta pisar la cubierta y caminó hacia la cabina con un nudo en el estómago.

—¿Estás listo? —lo interceptó Elliot.

Inhaló fuerte y exhaló despacio antes de contestar:

—Lo estoy.

Le hubiera gustado, también, contar con René, pero eso no parecía posible. Las pocas veces que se había cruzado con él, el muchacho se había alejado, como si lo evadiera. Incluso Teach parecía haberse distanciado.

Iba a dar el mayor paso de su vida y estaba solo.

—Estoy contigo.

Solo no, estaba con Elliot. Debería ser más que suficiente.

Se abrazaron y, luego, el tuerto le dio un empujón.

—Vamos, poeta de mierda, ¡tú puedes! —bromeó.

Cillian siguió avanzando hacia la cabina.


Njinja se apresuró a vestirse y a arreglar la cabina antes de que llegaran, aunque el olor a sudor y ron seguía pegado entre las paredes. ¡Qué bien le hubiera venido una ración del incienso de Jacques! Aunque lo detestaba, hubiera sido útil para cubrir sus momentos de vulnerabilidad y, ya puestos, para relajar el ambiente.

Alika fue la primera en entrar, vestida con un camisón sencillo. Les habían obsequiado con ropas, aunque estas no eran suficientes para cubrir cuantas necesitaban. Aun así, aquella mujer lucía la prenda como una reina.

—Llegas tarde —la abroncó June.

La esclava la miró a los ojos y, por alguna razón, se empapó de su dolor. Parecía que pudiera ver su esencia, su realidad. Le molestaba. Había ocultado tanto sus emociones que, incluso, había llegado a pensar que ya no era capaz de sentir. Pero Alika permanecía ahí, y al mirarla, lloró. Y no lloró por lo que pudiera sentir, por el largo calvario que llevaba a las espaldas ni por el miedo a un futuro incierto. June sintió sus pupilas como estacas que se abrían en su interior, que la exploraban y la dejaban expuesta. Lloró por lo que había visto en ella y supo, entonces, que aquella mujer era especial.

—Yo he venido en cuanto he podido, Njinja —se excusó, tras recomponerse. Puso la mano sobre su hombro—. Siento tanto lo que ha pasado. Cuidaremos bien de la madre. Al fin y al cabo, perder un hijo es otra forma de morir.

Lo sabía, allí había niños lactantes que podrían ayudarla con el dolor físico, aunque eso pudiera aumentar el interno. También sabía que, para Dayan, ya nada sería lo mismo y que tarde o temprano entraría en una espiral de apatía, edonismo y autodestrucción.

No quería hablar más de aquel tema. Ahora necesitaba mantenerse fuerte y centrada: debía darle una noticia incómoda y no sabía cómo se la iba a tomar.

—¿Cómo se está portando mi gente? —tanteó.

—Distantes. La mayoría de ellos no se acerca mucho a mí. Supongo que han de acostumbrarse.

—¿Has logrado convencer a tu padre?

—Nuestro pacto no es asunto suyo. Él no está de acuerdo, pero sabe que tenemos destinos diferentes.

Esperaba que así siguiera siendo, a pesar de lo que tenía que decirle.

—¿Has cesado a tu gente? —preguntó. La muchacha la miró confusa, como si nunca hubiera escuchado esa palabra—. ¿Cuántos sois?

—Unos doscientos.

—Número exacto.

Sin querer, la capitana se empezó a alterar. Un censo de la tripulación era algo básico y se maldijo a sí misma por no haberlo exigido. ¿Cómo podrían saber si el caníbal se había llevado a alguien? Apretó los puños y la esclava se mostró preocupada.

—¿Hay algo que deba saber?

Njinja no la escuchó. Se perdió en sus pensamientos y meditó sobre cómo caería esa noticia. Con suerte, Margaret o el capullo de Tarik habrían notado algo o, si el intendente tenía dos dedos de frente, él mismo los habría censado.

Antes de dar la alarma tenía que hablar con él.

Cillian se dirigió a la cabina de mando e iba a entrar cuando la esclava misteriosa salió de allí. Ambos se miraron durante unos segundos, en silencio, hasta que, finalmente, fue ella quien dijo la primera palabra.

—Juegas con fuego.

No era un saludo muy normal. ¿Qué quería decir? Ella no lo conocía de nada. ¿Acaso sabía lo qué iba a hacer?

—No... No sé qué quieres decir.

Alika aproximó los labios a su oído, muy despacio.

—Tú eres una pequeña polilla que busca morir incinerada. Quien ha cruzado una vez, desea volver. ¿Sabrás lidiar con el tormento que llevas dentro?

Un escalofrío le recorrió y cristalizó en sus retinas. Era una sensación extraña. Le hubiera gustado pensar que decía tonterías, que tantos días de cautiverio le habían afectado al cerebro. No obstante, por alguna razón, a su mente acudieron unas palabras que no recordaba haber escuchado:

—La muerte llama a la muerte.

La mujer sonrió y lo besó en la mejilla. Luego, se retiró con pasos elegantes.

—¡Espera! —gritó—. ¿Qué quiere decir?

Ella tan solo se acercó una vez más y acarició la cicatriz de la muñeca con el pulgar.

—La muerte llama a la muerte —repitió, antes de desaparecer de su vista.

De pronto, una mano le cerró la boca con rudeza. El poeta se tensó como una tabla, y más al sentir la respiración de Tarik en su nuca. El intendente le hizo caminar para atrás y luego lo estampó contra la pared lateral de la cabina.

—Te he echado de menos —jadeó. Con una mano le agarró la cintura y con la otra le haló el pelo hasta hacer coincidir ambas bocas. Era un beso pasional al cual Cillian no supo cómo responder, pues tenía la cabeza aprisionada entre las maderas y los labios del guerrero. Intentó zafarse, a lo que Tarik lo sujetó con más fuerza y, finalmente, accedió a su paladar sin esperar invitación alguna.

El poeta gruñó en su boca rogando que lo soltara. Alzó la mano y presionó los pectorales en un forcejeo desequilibrado. Por fin, el egipcio se dio por aludido y se separó de él.

—¿Todo bien? —preguntó, con la respiración acelerada y fingida preocupación.

Tenía el discurso preparado, no obstante, ahora que lo tenía delante, las fuerzas y la voluntad flaqueaban. Miró a su alrededor hasta dar con algún punto de apoyo. No vio a Elliot.

—Han pasado muchas cosas —empezó a recitar de memoria—, y... —«creo que va siendo hora de que cada cual siga su camino, quiero deshacer nuestro contrato», no era tan difícil, pero en su plan, June estaba delante. Ahora se veía acorralado y le preocupaba la reacción del intendente.

Tarik lo miraba extrañado, con los ojos de miel y la nube de especias. Las palabras se convirtieron en piedras que se estrellaban contra los dientes y, aunque lo intentó, el terror que sentía lo tenía sometido.

Para su sorpresa, tan solo acarició la curvatura de su cuello y lo besó, esta vez, con suavidad.

—Es cierto, han pasado muchas cosas —murmuró—. Ya es hora de recuperar la normalidad. —Alejó el rostro del pelirrojo y lo miró con la promesa de un nuevo futuro—. Matt me ha mostrado el camino. Sé que no fui justo contigo y no puedo parar de reprocharme lo que te hice. Si Giorgio te hubiera llegado a tocar lo habría matado yo mismo: eres mío.

No era lo que esperaba. El hombre que tenía ante él parecía otro completamente distinto y, a la vez, era más similar al Tarik del que se había enamorado. Luego lo abrazó con fuerza, y Cillian no pudo rechazar los brazos que lo apresaban. La congoja que sentía en su interior se acrecentó. No sabía en qué momento había dejado de respirar. Una bocanada acompañada de un leve quejido, decía que hacía bastante. Cuando se separó, se encontró con que la miel lucía dulce y brillante.

«Miente», se quiso convencer.

Pero volvió a abrazarlo y apoyó la quijada en su hombro. Fue entonces cuando avistó a Elliot, que los contemplaba y negaba con la cabeza.

La puerta se abrió y June le hizo señas al guerrero para que entrara. Cillian se quedó en pie, sin reaccionar, observando cómo el egipcio se alejaba y, poco a poco, el aire volvía a llenar sus pulmones.

—Siempre hacen eso. Cada vez que vuelvas será peor y más difícil salir. No quisiera tener que cantar en tu funeral, desafino mucho —le dijo Elliot, más en serio que en broma.

Volver a tener al intendente delante no era algo que le causara bienestar. Había confiado en él, eran más que amigos, camaradas, pero era consciente de que todo había sido una farsa.

—Te ves horrible —habló Tarik.

No podía negarlo.

—Tú no te ves mejor. ¿Michael está cumpliendo su labor?

—A golpes, pero sí, aunque lo que necesitan es llegar a tierra cuanto antes. Están muy débiles.

—Pronto descansarán. Aisha se encargará de...

—Lo siento —la interrumpió Tarik—. He tenido tiempo de pensar. He sido injusto contigo, tú eres nuestra capitana y no debí sublevarme. Nos prometimos fidelidad y he faltado a la promesa que le hicimos a James. A partir de ahora, no volverás a dudar de mí.

La capitana tardó unos segundos en reaccionar. ¿Una disculpa? ¿Tan pronto había renunciado a la traición? No lo creía, había algo que no le encajaba.

—¿Y qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? —indagó. Por inercia, se levantó de la silla en busca de algo con alcohol, después, recordó que no era una buena idea. Necesitaba mantener los sentidos en alerta.

—Tan solo he entrado en razón. —Definitivamente, algo no cuadraba en él. ¿Sería el caníbal? Si era así, estaba de suerte. No debía alejarlo. Podía tenerlo controlado. Él solito se había metido en la boca del lobo al ocupar el cuerpo de la persona equivocada—. ¿Has podido solucionar el otro asunto?

—Puede... —musitó, a medio sonreír.

Tenía que probarlo, tenía que estar convencida de que era él. Lamentablemente, Joseph había mantenido los recuerdos: tenderle una trampa —sin sangre por cebo— sería complicado. Si ella fuera el caníbal, ¿qué es lo que más le molestaría? Por lo pronto, quedarse en el Bastardo, donde alimentarse sin ser descubierto sería complicado. Otra cosa que podría molestarle...

—Voy a enviar a Farid para que te sustituya en el Ominira —anunció, a lo que la vena del intendente empezó a palpitar—. Te necesito a mi lado. Cuando lleguemos a Isla Tortuga tendrás que cuidar de todos mientras visito a Aisha.

—Yo iré contigo. Ella también era amiga mía, y si ha de ayudarnos...

—Iré con Anthon —atajó—. Tú y Margaret os encargaréis de las entrevistas. Os haré llegar un barco con candidatos dispuestos a luchar con nosotros.

El efecto fue inmediato, Tarik se reprimía en busca de alivio, sin embargo, denotaba que eso no era lo que quería. Si en realidad, el hombre que tenía ante ella era el caníbal, le acababa de cerrar la barra libre que hubiera podido tener en el Ominira y, además, le había negado la opción de desembarco.

—Como usted mande, capitana Smith.

—Capitana Njinja —le corrigió.

Tarik se mostró confundido, pero asintió.

—Muy bien, capitana Njinja, solo una cosa. Mataste a James por llevarnos a una guerra que no podíamos ganar y, aunque te doy mi apoyo, debo decirte que ahora tú estás haciendo lo mismo. ¿Te das cuenta de lo paradójico que es eso?

La seguridad de haber dado con el caníbal acababa de esfumarse tras esa puñalada rastrera tan típica del egipcio.

—Lo maté porque tú me pediste que lo hiciera.

De súbito, Cillian entró en la cabina, con el azul de los ojos, que siempre fue mar, convertido en llamas abrasadoras. Se acercó con largas zancadas y golpeó con ambos puños la mesa que se interponía entre ella y el intendente. ¿Acaso les estaba espiando?

—Lo he escuchado todo —le increpó a Tarik. Luego se volvió hacia June, que estaba confusa—. Quiero que deshagas el matelotage, y quiero que lo hagas ahora.

Los ojos de June eran dos pozos en los que perderse a la espera de una reacción. Los del intendente, en cambio, debían ser puñales, porque los sentía clavados a su espalda. Ya no había vuelta atrás. Dudó en si interrumpir o no varias veces, aguardando frente a la puerta, hasta que la verdad llegó a sus oídos. Ahora, por fin se daba cuenta de hasta qué punto lo había manipulado.

La promesa.

La maldita promesa se forjó a base de mentiras. ¿Y si la hubiera cumplido? June estaría muerta y Tarik sería el nuevo capitán. ¿Qué habría pasado con él, de ser así?

Las pupilas de la capitana viraron entre el intendente y él. Ninguno habló durante unos segundos y aquel silencio estaba terminando con su paciencia. Al final, la capitana se levantó y se puso a rebuscar entre documentos hasta dar con el papel amarillento y escrito a pluma que los unía de por vida.

—¡No lo hagas! —advirtió Tarik. Se volvió hacia Cillian y, toscamente, lo agarró de los hombros y lo zarandeó—. ¿Se puede saber qué mierda estás haciendo?

—Se acabó —contestó él—. Eres una serpiente mentirosa.

—¡Déjanos a solas, June! —La miel de los ojos se había convertido en lava, lava que derramaría sobre él sin dudarlo.

—Te he dicho que me llames Njinja, y no pienso irme de aquí —replicó ella.

El guerrero agarró al poeta con fuerza y lo empujó al exterior.

—En tal caso, nos iremos nosotros.

Para Cillian, eso suponía una amenaza, por ello agradeció que June se alzara y le gritara que lo soltara, empero, el agarre del intendente se hizo más fuerte. El poeta lo había querido de verdad, no quería verlo morir, estaba dispuesto a callar, mas ese secreto que ambos guardaban, la maldita promesa, también podía ser su escudo.

—¡Me mentiste en todo! ¿Sabe ella lo de la promesa? —le amenazó—. ¿Quieres que se lo cuente?

—¿Contarme el qué? —exclamó June.

Tarik lo soltó antes de que terminara de hablar, mostró sus palmas y dio un paso atrás. Definitivamente, no le convenía que revelara sus intenciones. Cillian se masajeó la marca de los dedos que habían quedado grabadas en su piel. Lo miró con odio y se volvió hacia la capitana Smith.

—Deshazlo —exigió. 




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