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3.Un invitado inesperado

El oleaje mecía al navío. Las maderas crujían y la lámpara anclada en el techo se balanceaba de un lado a otro dibujando sombras extrañas sobre la cara del chico. Había algo raro en él, en su mirada, en su voz —algo más allá del acento—, tenerlo cerca causaba una sensación incómoda.

June se sentó en el sillón con forro de terciopelo del despacho y dejó el sombrero sobre la mesa. Lady Margaret se mantuvo en pie, a su lado y con una mano apoyada sobre su hombro, mientras que Tarik se situó frente a la puerta con la cimitarra desenfundada.

—¿Qué haréis, alors? —preguntó el muchacho a la vez que se apartaba un rizo rebelde de la frente con un soplido.

Su inglés fallaba en la pronunciación, pero, por fortuna para su protegida, se defendía bastante bien. Al final no tuvo que hacer de intérprete más que para algunas frases concretas.

—¿Cómo sabré que podemos fiarnos de ti? —La expresión de June era oscura, sembrada por la desconfianza de cuanto había visto en ese lugar y que no podía apartar de su mente.

—No tengo por qué engañaros y deduzco que vosotros tampoco os podéis permitir desconfiar. Nous avons comida y agua; a la vista salta que es algo que necesitáis, mes amies.

Se hizo un silencio incómodo en la estancia. Las miradas rodaron de unos a otros y se produjo una conversación muda en la que Tarik votaba por asesinar al crío, June por ir a escuchar lo que el hermano de este tenía que decirles y Lady Margaret, impaciente, hacía hincapié en que debían decidir rápido. Mientras, el niño se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y esperó paciente, probablemente siendo consciente de que se encontraba en el centro de esa conversación en la que él era el único que no participaba.

Según les había indicado el muchacho, que se había presentado como René, su hermano tenía una misión para ellos en la que se les pagaría bien y con la que podrían abastecer a toda la tripulación. Una oferta que June no estaba en condiciones de rechazar.

Al preguntarle por la isla, no les había dado respuesta alguna. «Mon frère, Jackes, os dará las respuestas que necesitéis s'il le juge opportun», había dicho.

Podrían torturarlo hasta la muerte, teñir esa cara angelical con las cicatrices del mundo real, pero June presentía que algo así podía darles más problemas que beneficios.

Al igual que los demás, ella también quería dejar atrás ese sitio. Cuanto antes, mejor. Si lo que decía el chico era cierto, quizás, sus problemas pudiesen solucionarse. En cualquier caso, seguir como hasta ahora era insostenible y, por qué no, como la pantera que era, sentía una curiosidad sobrehumana por aquel extraño muchacho, por su hermano y por la isla en sí.

—Iremos —sentenció—. Tarik, avisa a tu poeta. Quiero que nos acompañe.

—Con el debido respeto, Capitana, Cillian no debería ir. Es débil y no podrá protegeros. Yo iré en su lugar.

June se levantó del sillón y se encaró al egipcio.

—No, intendente. Tú te quedarás. Si algo sale mal deberás cuidar de la tripulación. Sí que llevaremos escolta, pero tú no estarás entre ellos. —Tarik no pudo contener una mueca de desagrado. Quiso volver a replicar, pero la capitana, con aires de autoridad, colocó dos dedos sobre su boca indicando que la conversación había terminado.

Entendía que no quisiera quedarse al margen, que desconfiara del crío y de la supuesta maldición de la isla, incluso, entendía que no quisiera que Cillian los acompañase, pero esto era una cuestión diplomática y, de toda la tripulación, Margaret y el pelirrojo eran los únicos que venían de otra esfera social. Los necesitaba con ella.

Finalmente, el intendente giró sobre sus talones y se marchó a cumplir esas órdenes que no necesitaban ser citadas de nuevo, no sin antes cerrar con un sonoro portazo.

Votre homme n'est pas digne de confiance.

June miró a su protegida esperando una traducción, pero ella simplemente negó con la cabeza.

—Tonterías de un niño malcriado —aclaró.

—Bien, —retomó la conversación, entonces—, ¿vuestra mansión está muy lejos de aquí?

René estiró las piernas y palmeó con los pies, pensativo.

Une heure —contestó—. Está al otro lado de la isla. Podríamos cortar por el bosque, pero je ne le recomiendo pas.

June tragó saliva al recordar lo que había visto entre esos árboles. No tenía ganas de arriesgar a su gente al mismo destino de aquellos cadáveres... Aquellos de los que, una parte de ella, sospechaba que el crío o el hermano podían haber tenido algo que ver. Le preocupaba estar metiéndose en la boca del lobo y que los suyos pagasen las consecuencias, sin embargo, no había otra opción. Al fin y al cabo, pronto lo descubrirían.

—Y si la mansión está tan lejos, ¿qué hacías aquí? —Tendió su mano al muchacho. Él la tomó sin dudar y, cogiendo impulso, se puso en pie de un solo salto. Su piel era suave y fría, le recordó al tacto de aquellos que maltrataban y esclavizaban a los suyos; aquellos que no sabían lo que era trabajar con el sudor inundando las frentes, que no conocían el hambre o la sed. Aquellos que, en definitiva, nunca habían sido despojados de su humanidad. Un niño criado en una burbuja. Ese muchacho, probablemente en un futuro cercano, extorsionaría y causaría problemas a aquellos que no fuesen como él.

Por un momento, la idea fugaz de acabar con René hizo una efímera aparición, pero la desechó y la reservó en el lugar de la mente en que se hospedan los «por síes».

—Ya os lo he dicho, mademoiselle: os estábamos esperando.

Seguía mareado. En el tiempo que llevaba navegando, Cillian ya se había habituado a la sangre y a la violencia y, aunque no era algo de lo que disfrutaba, creía haberle perdido el respeto.

Pero no.

Lo que había visto en el bosque... las moscas, los cadáveres putrefactos, las vísceras... No. No podía acostumbrarse a eso. No lo haría nunca.

Se aferró al cubo y vomitó de nuevo.

—¡Cillian! —pronunció Tarik a sus espaldas—. ¿Qué diablos haces aquí? —Dio tres pasos hacia él y lo miró con el rostro de la decepción.

—Lo siento, no pude hacerlo —balbuceó—. No me encuentro bien... —Ladeó ligeramente la cabeza para encontrarse con esos ojos miel que se le clavaban de forma inquisidora—. Tenías razón, Tarik. La isla está maldita; debemos irnos.

—¿Acaso dije yo eso? —Lo tomó de los hombros y lo obligó a ponerse en pie—. La isla estará maldita, sí, pero no por ello huiremos. Límpiate y sé un hombre de una puta vez, ¿o es que no te he enseñado nada?

El poeta se apartó un poco, abatido; se enjuagó la boca con agua, escupió al suelo y apoyó la espalda contra una de las paredes. Estas crujieron al notar el peso. Tenía la cabeza gacha y las ondas pelirrojas le cubrían parte del rostro.

—Lo siento —murmuró avergonzado.

Tarik estaba en lo cierto. Ya no era ningún burgués: había visto el mundo tal como era. Había visto la sangre, el dolor, la libertad, la miseria y las riquezas. Los hombres como ellos olían el peligro, no para huir, sino para ir directos a él.

El egipcio se acercó de nuevo y le sujetó con dureza las mejillas obligándolo a mirar de frente.

—El mar no es lugar para poetas.

Se marchó y Cillian se sintió destrozado. Se maldijo en silencio y, raudo, siguió los pasos del guerrero.

—¡Tarik! —Cuando lo alcanzó, en medio de las escaleras que subían a cubierta, le tiró del brazo con desespero—. No volverá a pasar, te lo prometo. Seré valiente: haré lo que tengo que hacer.

El egipcio, que estaba situado dos peldaños por encima, lo miró sobre el hombro con un ápice de desdén.

—Tenemos un trato —le dijo. Se puso a su altura y le cogió de la nuca como si fuera a besarlo, pero en lugar de ello, se quedó a un centímetro de su boca—. No me falles. —Cillian entreabrió los labios e intentó capturar el aliento de su amante. Este no lo permitió, es más, enredó sus dedos en los rizos pelirrojos para inmovilizarlo con la cabeza alta—. Mientras estemos aquí, acataremos las órdenes y te comportarás como el pirata que eres. Nuestro momento llegará, mientras tanto, no vuelvas a decepcionarme. —Había algo agresivo en el tono de su voz y en la forma de fruncir el ceño con la mandíbula apretada. Le mordió el labio inferior y lo besó de forma violenta, forzando la entrada de la lengua en el paladar— ¿Estamos de acuerdo? —Cillian asintió—. June te busca. Tienes una misión. —Dicho esto, se marchó.

El poeta se sentía dolido. Sabía que lo había decepcionado, que le había fallado. A Tarik no le gustaban los cobardes.

Cuando el egipcio lo encontró en ese barco, huyendo de su pasado en busca de esa miseria a la que los desheredados llamaban libertad, creyó en él. Le salvó de la soledad, le arropó, le enseñó lo que le esperaba en su nueva vida y el precio de esta, sin embargo, él no dejaba de ser un cobarde, incapaz de matar y dar más de sí. Nunca sería el guerrero que Tarik quería que fuera, aunque se prometía intentarlo una y otra vez.

Pero ¿cómo no sentir miedo? ¿Cómo no dejarse impresionar por lo que había visto entre los árboles? Ojalá quedase algo de alcohol para aliviar el mal trago.

Se dirigió a cubierta y contempló la isla. Era terrible y maravillosa a la vez. Estaba maldita, sí, sin embargo, era un lugar ideal para cumplir su promesa. No pensaba decepcionarlo de nuevo.

Tomó aire y fue hacia el despacho de la capitana, donde le esperaban Lady Margaret y June, firmes y seguras de sí mismas. Y alguien más...

El muchacho más hermoso que había visto en su vida aguardaba de pie en medio de la estancia. Un muchacho que rebosaba luz y pulcritud en medio de toda la suciedad y oscuridad que perseguían al Bastardo.

—¿Quién es y qué hace aquí? —Puede que sonase algo agresivo porque, quizá, en ese niño había visto una parte de sí mismo y sabía que ese no era un lugar apropiado para él—. ¿De dónde ha salido? —Tampoco entendía en qué momento había llegado al barco. Hasta dónde él sabía, el único bote que había salido y regresado era en el que él mismo había viajado.

June estaba a punto de decir algo cuando el pequeño adolescente se situó ante él con la mano extendida.

—Mi nombre es René, enchanté.

Tenía los ojos grises, no de un gris azulado o verdoso, no: los tenía completamente grises, como rocas o, mejor, como esferas de plata. Parecían encerrar cientos de historias y respuestas en ellos, al igual que los ojos de alguien mayor o los de alguien que ha vivido mucho más de lo que puede contar. Pero solo era un crío.

—Soy Cillian —se presentó respondiendo al gesto. La pequeña mano se cerró con fuerza sobre la suya. Cuando se separaron, aún sentía su tacto.

—René pertenece a esta isla —habló June—. Su hermano, Jacques, nos ha invitado a su mansión para una visita diplomática y quiero que me acompañes.

—¿Y Tarik?

—Él se quedará aquí. Necesito a alguien de confianza al mando hasta que volvamos.

El enfado de Tarik cobraba nuevos matices. ¿Se habría sentido desplazado? ¿Traicionado, quizá? No había razón para ello. Las decisiones de June solían estar más que justificadas y, según sus planes, el hecho de quedarse al cargo del Bastardo durante unas horas no debía representar un problema. Más bien lo contrario. Así que apartó al guerrero de su mente y los recuerdos del bosque ocuparon su lugar. Pasear por aquella isla no le resultaba nada atractivo, pero sería valiente. Lo había prometido.

—¿Cuándo partimos? —preguntó con la cabeza alta.

—Dile a Anne que reúna una escolta de diez personas para ya. Quiero llegar allí cuanto antes.

Así lo hizo. Se despidió, asintiendo con el mentón, y se fue a cumplir la orden de la capitana.

Una vez fuera de la estancia, se apoyó un segundo contra la pared y cerró los ojos. Entonces se dio cuenta de que ya no veía cadáveres, sino dos esferas plateadas.


Nota de autora

Gracias por seguir aquí, y a quienes habéis vuelto, a pesar de llevar la historia al día. Eso no tiene precio <3

Y bien, dicho esto: ¿qué os están pareciendo los personajes?

En el capítulo anterior os presenté a la Capitana June, en este quiero presentaros a Cillian. Espero que os guste tanto como a mí.

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