La cueva V.I.P. de Aimeé
¿En qué nos quedamos? ¡Ah, sí! en que llegamos a la cueva V.I.P. (Van Ilusos Pasando) de Aimeé.
Ya nos había sorprendido el cartel, y todas teníamos miedo de qué nos podíamos llegar a encontrar arriba, a pesar de que sus hermanas ya la conocieran.
Lo primero que puedo contar, es que no vimos nada. Un gran portón de puertas dobles de madera, como si fuera de un tremendo castillo, nos impedía seguir avanzando. Mirábamos para todos lados sin encontrar un picaporte o algo que nos permitiera por lo menos anunciarnos, hasta que apoyé sin querer la mano en el portón y sentí un extraño calor. Alejé mi mano, sorprendida de ver como la huella de ésta quedaba marcada en el portón con un extraño brillo rosado.
—¡Chicas! Miren... — dije señalando mi huella. Ninguna de las tres comprendíamos qué pasaba. Al mismo tiempo que se borraba la huella se empezaron a sentir unos tambores
BA-DA, BUM-BA-BUM, BA-DA BUMBA, BUMBA, BUM (léase en tono de "El encantador de Serpientes").
Lentamente se abrieron las puertas y lo que vimos nos dejó pasmadas. Luces rojas, naranjas y rosadas fueron iluminando un corredor. En cuanto entramos los portones se fueron cerrando y las luces brillaron con más fuerza. Un cálido resplandor dorado surgía del fondo, anticipando un lugar más amplio.
Nos fuimos acercando cautelosas. El ritmo y el volumen de los tambores aumentaba lentamente. Llegamos a una especie de antesala, decorada con telas semitransparentes bordeadas por cuanta piedra preciosa existe. Dichas telas, movidas por una suave brisa, parecían sensuales campanas de viento. En cuanto nos detuvimos en esa "pre-cueva" el ritmo y el volumen de los tambores fue bajando, hasta convertirse en una suave música de fondo. Un extraño diálogo se pudo percibir entonces:
—¡Ay! Ombliguito, ombliguito ¿Qiuén disfrutará hoy de este cuerpecito?— Exclamó una sensual voz caribeña.
—Tranquilla, sorella. Sono tre ragazze— Respondió otra voz femenina, más joven que la anterior, con un toque más profundo.
—Giel, usa el castellano, sé considerá' con tus hermanas— suplicó una voz, pequeña y cantarina.
—Bien, le he dicho que se calmara, que sólo son tres muchachas, no era tan difícil Cristi
—¡¡¡NO ME LLAMES CRISTI!!! sabes que no me gusta na'
—Tu alma gemela no está entre ellas Aimeé, no te ilusiones. Aunque noto cierta familiaridad en dos de sus auras...
Dicho ésto nos ganó la curiosidad y empezamos a correr las cortinas. Eran tres mujeres y no podían ser más distintas entre sí. Nadie, ni en un millón de años, diría que eran hermanas.
Aimeé, la pelirroja de pelo corto, era la viva imagen de un hada, y estaba que rajaba la tierra. Vestida (por decir de alguna forma) con un corpiño de cuero remachado que parecía explotar en cualquier momento, llevaba orgullosa toda su piel al aire, salvo por una diminutísima prenda que tapaba su "triángulo de las Bermudas". Dicha prenda (no llega a prenda, era una muestra gratis de tela eso!!!!) estaba adornada con tirillas de cuentas brillantes que hacían un efecto de sonajero (para mí que era como el cascabel de la serpiente, hipnotizaba a los tipos moviendo el quetedije). Descalza y con los tobillos llenos de cadenitas de oro, era bien conciente del cuerpazo que tenía, y no le generaba ningún pudor.
A su derecha había una jóven menudita, con el cabello en mechones verdes y azules. Tenía una manchita negra en la punta de su respingada nariz, pecas y unos ojos inmensos de color rosa muy oscuro. Miraba de brazos cruzados a la tercera, una castaña de piel clara que se divertía pasando una pequeña bola de fuego de una mano a la otra, y que se sonaba los dedos más seguido de lo que debería.
Como era de imaginarse, Romynah armó flor de griterío, saltando y abrazando a todas sus hermanas. Mientras Lynnes esperaba que le dejaran espacio para saludar yo me dediqué a explorar la cueva.
Era un lugar súper grande, decorado de tal forma que parecía uno de esos hoteles que ya todos sabemos (no me hagan explicar, me da verguenza...). Sillones de terciopelo rojo alrededor de una mesa, mejor dicho una tarima, unida de suelo a techo con un caño de acero pulido. Todas las luces iban en secuencia de matices: rojo, anaranjado, dorado. rojo, anaranjado, dorado... y había un aroma dulzón, como rosas y jazmines, con un toque de alguna madera como cedro, o quizás era canela, no lo distinguía bien del todo. En otro sector había otro juego de sillones de cuero negro, que se situaban frente al televisor de pantalla plana más grande que ví en mi vida, con un parlante a cada lado y una mesita frente a ellos con cuatro joysticks inalámbricos.
En el centro había una mesa con algunos objetos encima: Runas, un fuentón con agua y una botella de aceite al lado, frascos con cosas que no quiero saber y que se veían repugnantes, una cinta roja, en fin, debían ser sus elementos de trabajo. Lo que más me llamó la atención fue que a la derecha una cortina semitransparente dejaba ver al fondo de esa nueva habitación una gran cama, con un espaldar repleto, pero repleto en serio, de látigos, correas y demás implementos. Cuando me dí cuenta que arriba de la entrada había un cartel luminoso que decía CAJA, me alejé más rápido que un bombero en emergencia.
Al girar a la izquierda encontré lo que debía ser la cocina, y me sorprendió que fuera completamente distinta al resto de la cueva. Estaba pintada en suaves tonos verdes, y parecía una cocina normal de cualquier casa, salvo por el inmenso caldero negro del centro. Al costado tenía una gran mesa en la que entrábamos doce personas cómodamente, una heladera y un montón de anaqueles. Al costado de la heladera, cuatro cajones de cerveza Medalla (primera vez que veía esa marca) y en una pared un gran banderín del Verde Social Club, que también era la primera vez que lo veía.
Cuando paró el griterío que habían armado en la sala, las olímpicas vinieron a la cocina.
—¡Estabas acá!— dijo Romynah.— No sabíamos dónde te habías metido.
—No quise interrumpirlas, se nota que hace mucho que no se ven.
—Chicas, ella es Naylén, gracias a ella me encontré con Lynnes y después vinimos para acá.
—¡Un brindis por el reencuentro!— propuso Aimeé alcanzándonos una cerveza a cada una.
Las chicas me contaban qué hacían, qué poderes tenían, pero yo no podía prestarles atención. Aimeé iba y venía sacando cosas de la heladera y manoteando varios frascos de los anaqueles. Al rato estaba de costado, casi de espaldas a nosotras y frente al caldero que rezumaba aceite hirviendo. Cris y Giel la observaban entre curiosas y asustadas. Pude ver que la boca de la bruja se hacía agua mientras miraba fascinada el caldero y murmuraba relamiéndose. Cada tanto tomaba un trago de cerveza y parecía calmarse.
—¿Qué gualicho está preparando en ese caldero?— Le pregunté inquieta a Giel, codeándola suavemente.
—¡¡¡Ningún gualicho!!! —se ofendió Aimeé— ¡sólo estoy vigilando que no se quemen mis empanadillas de conejo!
—¿¡De conejo!?— Exclamó Cris angustiada— ¡Pobrecillo Tambor! ¡Eres una desalmá' !
—Si se fríe, se come— opinó Lynnes por lo bajo.
Furiosa,Cris se acomodó un mechón de pelo azul que se le metió en el ojo y se alejó transformada en colibrí, no le entraba en la cabeza que esa bruja haya sido tan cruel, cuando ella se conformaba con un poco de miel y algunas bayas, o un buen pedazo de chocolate. Tan enojada estaba que soltó un poco de mala suerte. A Aimeé se le apagó el fuego, a Lynnes le suspendieron la cuenta de Facebook mientras chateaba con un tal Eric, a Romynah se le plancharon los rulos, a Giel se le torcieron los dedos mientras se los sonaba y a mí me tocó contar esta historia, pero eso no viene al caso.
El asunto es que Cristi, ¡Perdón! CRIS, se fue, y Aimeé le tuvo que pedir ayuda a Giel para volver a prender el fuego
—Hermanita, presta lumbre ¿sí?
—Aish, ¿piensas que soy tu encendedor o qué? —le gritó la tana. Se hizo la ofendida, pero lanzó una pequeña bola de fuego que encendió nuevamente el caldero, aunque la tiró demasiado cerca de Aimeé, haciéndole pegar un salto del susto.
Pasado un rato, cuando Aimeé ya disponía las empanadillas en una fuente, la cueva se sacudió por completo. Volaron las empanadas, la fuente, las cervezas y terminamos todas de culo en el piso, incluso se desprendieron unas pequeñas piedras del techo. Cuando nos pudimos reponer del susto salimos corriendo a la puerta por dos obvias razones: primero para rajar por si se nos veía la cueva encima, y segundo porque éramos todas mujeres y la curiosidad fue más fuerte.
Al salir nos volvimos a caer de culo al piso, pero de la sorpresa. Incrustado en la pared de la cueva había un inmenso tren plateado, con las siglas GYH, y la frase "Viaje a dónde y cuándo quiera" pintadas en cada vagón.
Dos figuras empezaron a surgir de la polvareda. Eran dos tipos, abrazados y cagándose de risa.
—¿Tenías que manotearme la palanca, cordobés borracho?
—Paráaa Culeao', que me preparaste el ferné' re juerte! Cuúlpa tuia!
—¡Acabáramos con los gemelos!— dijeron todas las diosas a coro.
Bueno! tercer capítulo terminado. Quiero destacar varias cosas: Primero, pedir perdón a la comunidad italiana (pequé usando el traductor de Google) Segundo, pedirles perdón por el video, quise poner algo más sensualoide, pero fue el único video que encontré con esa música en particular. Gracias a @LynnS13 por ayudarme con los detallitos para Aimeé, y a todos los que leen, participen del concurso o no, gracias por estar del otro lado! Un abrazo!
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