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DEMIAN II

Hacía fila junto a su madre, Hilda, esperando con ansias para devorar los manjares de Il Nuovo Mondo, un aclamado puesto de comida. Sin embargo, nunca se pudo imaginar el caos que iba a suceder en un parpadeo. Las luces desaparecieron tras un ruido agudo y penetrante, y los disparos cercanos hicieron correr a todos en una avalancha humana. Sintió que lo empujaron muchos metros, siendo golpeado varias veces, mientras su madre gritaba con desesperación para que no se separaran.

Ella había sido una famosa piloto de combate condecorada durante la Guerra Relámpago y nunca perdía la compostura; Demian deseaba tener algo de esa valentía y habilidad, pero no era así. Se sentía como un cobarde sin remedio y viendo todo el pánico que lo rodeaba, no pudo evitar paralizarse.

—¡Hijo! —escuchó que lo llamaba—, ¡corre, hijo! ¡Por dios, no te quedes ahí!

Sabía que era escapar o morir aplastado, pero por más que quisiera, el sudor frío, los temblores y el miedo lo carcomían desde dentro.

Hilda corrió, esquivando a todas las personas que huían del lugar, hasta que al fin estuvo junto a Demian. Lo empujó contra una pared cercana, haciéndolo sentir protegido. No entendía qué sucedía. Nada tenía sentido.

«Esta gente de Harvest me da asco. ¡Todos creen ser superiores a nosotros!» Recordó las palabras. Su mente se volvió un torbellino confuso y las lágrimas empezaron a brotar sin control.

Su madre le hablaba, pero él no escuchaba. Debió haberlo contado, tuvo que decirle algo a Locke, a su padre o a su madre, pero no. El miedo a que se burlaran de él, o que no le creyeran fue mucho más grande.

Mientras sus pensamientos repetían las voces una y otra vez, algo le hizo sorprenderse.

Un dron abrió fuego contra los balcones de un club nocturno. Fue una ráfaga corta que hizo volar esquirlas de vidrio por toda la zona cercana, pero, una joven saltó desde lo alto antes de que le impactaran. Demian no podía creer lo que acababa de ver. Su madre también lo notó.

Luego, la misteriosa chica se levantó con rapidez y corrió lejos, como si persiguiera a alguien.

Su madre evaluaba la situación, sin dejar de observar la dirección en la que la chica corría. Demian conocía esa mirada decisión. Estaba claro lo que su madre deseaba hacer. Además, la chica llevaba el uniforme de novatos, ¿una recién graduada persiguiendo a alguien? Debía tratarse de algo demasiado serio en una situación como esa.

—Hay que ayudarla —dijo finalmente su madre. Mientras tanto, el caos a su alrededor seguía creciendo. Los llantos se hacían presentes, los lamentos y múltiples ruidos confusos llenaban cada centímetro del festival—; pero, necesito que me prometas que te ocultaras, por favor.

El menor de los Parlot temblaba sin parar. ¿Ocultarse dónde? Todos los presentes escapaban hacia el sur, alejándose del lugar al que su madre deseaba ir. No podía dejarla sola...

—Voy contigo —se escuchó decir, sin saber de dónde había sacado esa idea.

Con una sonrisa, su madre asintió. Tal vez era más sencillo para ella mantenerlo a salvo mientras estuvieran cerca, o quizá, solo quizá, confiara en su valentía oculta.

Siguieron los rastros de la chica, pero parecía haberse esfumado. El olor a pólvora, sudor y miedo impregnaba todo el aire, haciéndolo respirar con dificultad. Cada paso que daba Demian se sentía como un eco de su propia fragilidad, con el sonido de su corazón latiendo desbocado en sus oídos.

Más adelante, encontraron a un guardia desplomado, con los ojos abiertos y un disparo en su cabeza. La imagen era un recordatorio brutal de la fragilidad humana, algo que Demian no podía ignorar. Sintiendo que algo en su interior se rompía, cayó de bruces, incapaz de sostenerse. El suelo frío y áspero golpeó su rostro mientras tosía, y para su horror, lo que salió de su boca fue un líquido carmesí y espeso.

Aún seguía afectado por su aventura en ese edificio destruido. La presión en su pecho se intensificaba a cada segundo. Por suerte Hilda no lo vio. Llevaba ocultando esa afección durante muchos días, y lo último que quería era preocuparla más. Pero el peso de esa carga secreta lo hacía tambalearse.

No sabía qué hacer, ni a dónde dirigirse. Estuvo a punto de recomendar escapar, pero, de repente, el ruido de dos disparos los llevó en dirección a un callejón cercano.

Su madre iba adelante, mientras él caminaba dubitativo, con pasos lentos y pesados. No sabía qué se iba a encontrar allí, pero la sola idea le hacía imaginarse mil escenarios. Algunos terminaban en muerte, otros en traición, pero ninguno con final feliz.

Finalmente, al llegar, escuchó una voz ronca y enojada que les gritaba.

—¡Mierda! ¿Acaso se multiplican?

Su madre se irguió, mostrando una autoridad innata en ella. Su porte recordaba a la comandante que había sido, como si en ese instante pudiera enfrentar a un ejército entero.

—¿Quién rayos eres? ¿Qué quieres en mi país, asqueroso extranjero?

El hombre rechinó sus dientes, mirándola con ojos fieros. Parecía desear matarla en ese mismo momento. Su postura era agresiva, como la de un depredador acorralado.

—¿Estás loca? Maldita imbécil. ¡Al suelo, ahora! —Les apuntó con su arma, obligándolos a obedecer. Luego, sin dejar de apuntarles, revisó un cartucho extra y bufó con rabia.

En un parpadeo, el hombre se había marchado corriendo, dejándolos en el suelo y con mil dudas en la cabeza. Sin embargo, lo que preocupaba a Demian, era la chica.

Una joven de cabello negro y muy largo yacía en el suelo, inmóvil y sangrando. Su madre la notó también y corrió hacia ella para auxiliarla. La giró, para corroborar que aún respiraba. El líquido rojo manaba de su hombro. Su rostro, con una gran magulladura, mostraba el combate fiero que había tenido.

—¿¡Dónde? —vociferó la chica al sentir las manos de Hilda—. ¿¡Dónde está!? —gritó de dolor cuando levantó su mano diestra.

—Cálmate, niña, respira un poco. ¿Cuál es tu nombre? ¿Qué pasó? —El tono de su madre hizo que la joven la mirara extrañada.

—Soy... Astrid... Yo... —hizo una pausa, observando a cada rincón, desesperada—. Estoy fallando. Mi misión... el hombre de gorra blanca tenía un compañero... esa explosión... hay que atraparlo. —Tocó su oreja diestra—. ¿Teniente? ¿Teniente me escucha?

—Ross te envió a esta misión. —Hilda suspiró—. Yo la terminaré, Astrid. Demian, cuídala. Necesita atención médica.

El silencio envolvió todo durante unos largos segundos. El rostro de su madre era un enigma, no estaba seguro de qué reacción tendría, pero conociéndola bien, algo grande se acercaba.

—No hay tiempo. —Continuó, mientras señalaba el humo en el cielo—. Lo que sea que estén planeando tiene que ser peor aún que esa explosión.

—Pero...

—Sin peros, Demian. Esto es demasiado peligroso.

Con eso último casi se le escapaban las lágrimas. Mordió su labio para no responder nada más. Cuando su madre se fue, él sintió un vacío enorme dentro de sí. Ella tenía razón; si uno de esos hombres había ocasionado la explosión, significaba que el restante planeaba algo terrible.

Las luces seguían apagadas y todos los aparatos electrónicos fallaban. «Un pulso electromagnético», entendió. Pero el dron era demasiado pequeño para que cubriera una zona tan grande. Eso le recordaba al libro sobre la Guerra Relámpago y la táctica usada para entrar en los sistemas seguros de comunicación.

—Niño —dijo Astrid, poniéndose de pie con lentitud mientras sostenía su hombro herido—. Debo ir por él. Era mi misión... yo...

—Hay una manera de alertarlos a todos. —Demian la interrumpió con tanta confianza que se sorprendió a sí mismo—. ¡Los holotransmisores de señal cerrada deben estar sin protección en este momento! Eso se hizo durante la Guerra Relámpago. Podemos enviar un mensaje si consigo un poco de señal.

Le pidió el intercomunicador con apremio, y la chica lo entregó. Si lograba ubicar la frecuencia que usaba el teniente, en combinación con un holotransmisor podría funcionar. Corrió desesperado hasta el cuerpo del guardia, buscando el que llevaba en su muñeca y, allí, en medio de la calle, con todo el caos revoloteando en cada centímetro, intentó hacerlo funcionar.

«Por favor, que funcione, por favor», pensó mientras sus manos temblaban. Una enorme sonrisa apareció en su rostro al ver que una pequeña línea de comunicación se había abierto ante él. Una chispa de esperanza iluminó su rostro, pero pronto se apagó al enfrentar la realidad de lo que debía hacer.

Las dudas sobre qué escribir retumbaron en su mente. Cada opción parecía equivocada. Pero el recuerdo de Astrid, de su determinación incluso herida, le hizo reaccionar en un parpadeo. Con los dedos temblorosos, escribió:

«Hermano, está herida, le dispararon, ayúdame, por favor, no sé qué hacer».

Digitó y envió. Para su sorpresa, el mensaje pareció funcionar. Su corazón dio un vuelco, pero no había tiempo para alegrías. Escribió rápidamente el siguiente mensaje:

«Sospechoso con gorra blanca, dirección oeste, mamá fue por él.»

Cuando regresó al callejón, la chica ya no estaba. Las manchas de sangre seguían allí, en el lugar donde estuvo posada largo rato, y pequeñas gotas indicaban la dirección que había seguido. Se arrodilló, sintiendo cómo el miedo subía por su cuerpo como un virus imposible de detener. Estaba atrapado, paralizado. El aire se sentía pesado, sofocante, y cada sonido alrededor se amplificaba en su mente.

Hasta que el ruido de disparos lejanos lo hizo volver en sí. Se repetían una y otra vez, como una batalla. Era una guerra, una guerra en su propio país. Su respiración se aceleró y sintió que su corazón podría explotar en cualquier momento. Comenzó a llorar. Las lágrimas saladas caían por su rostro, haciéndolo saborear el pánico y la impotencia. Su madre, su hermano, su padre, incluso Catos, de seguro estaban luchando por salvar algo de Harvest, pero él no. Él era el cobarde de siempre.

No supo cuánto tiempo estuvo allí, acurrucado y abrazando sus piernas. Pero el estruendo estremecedor de una segunda explosión lo sacó de su letargo. La tierra vibró bajo sus pies, llenándolo de un terror primitivo. Caminó tambaleante, indeciso, y sosteniendo el holotransmisor averiado en sus manos como si fuera un talismán.

«El centro de mando ha caído», titilaba en la pantalla, las palabras en rojo como la sangre. Esa frase lo golpeó con una fuerza brutal. Una oleada de desesperación lo recorrió mientras se daba cuenta de que todo lo que conocía estaba colapsando ante sus ojos.


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