Prólogo.

Con el paso del tiempo uno ya se acostumbra a escuchar de todo.

Tantas barbaridades que preferirías olvidar pero, simplemente, no puedes.

Ves cosas que preferirías no haber visto, y ¡santo cielo! A veces vienen acompañado de un olor igual o más desagradable.

Los pies se te cansan y solo quieres un minuto de paz, pero el de siempre entra gritando alguna estupidez, como de costumbre, y el otro le sigue la corriente y al final se sumergen en una pelea que para ellos es épica aunque, realmente, es de lo más absurda y claro, tú tienes que detener esa tonta guerra y limpiar su desastre cuando se marchan indignados.

Te apoyas, cansado, en la barra y piensas en porque sigues aguantando aquello pero, entonces, levantas la mirada y ahí está ella, como cada noche desde hace cinco años.

Serías capaz de matarte a trabajar en este sitio apestoso con tal de poder ver sus ojos negros por el resto de tu vida.

Ese brillo compensa cualquier tortura.