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Capítulo uno: Steve.

Capítulo uno: Steve.

Domingo por la mañana. Me levanté cabizbajo y desorientado pues el hombre que normalmente duerme acurrucado a mi lado, no estaba.

Dejé la comodidad de las sábanas atrás y me puse de pie, estaba completamente desnudo y un fuerte olor a orina se hacía presente por todo el dormitorio. No pude evitar poner una mueca cuando inhalé, sin intención, aquel horrible aroma.

Caminé, tratando de encontrar a Steve en algún lugar. Miré en la cocina, en el comedor, en el baño, ¡incluso miré en el armario! Pero ahí no había ni rastro del pelirrojo con el que había estado quince años casado.

El pánico ya se había apoderado de mí, corría por todo el departamento gritando su nombre. En un momento traté de calmarme, podría haber salido a comprar, o simplemente a pasear, no sería la primera vez.

Respiré hondo pero esa tranquilidad no duró mucho tras ver la hora que marcaba el pequeño reloj de agujas sobre el escritorio: seis y media de la mañana.

No podría haber salido tan temprano, no era propio de él. En ese momento, una pequeña bombilla se iluminó sobre mi cabeza y corrí nuevamente al armario para, ahora más en detalle, darme cuenta como su ropa no se encontraba en este.

Me precipité hacia el baño, para ver cómo sus objetos de cuidado de la piel tan caros habían desaparecido, tampoco estaba su taza favorita en la cocina, esa con dibujos de dinosaurios verdes que ganó en un sorteo.

Me derrumbé al darme cuenta de la situación: se había ido, pero no a pasear. Me había abandonado, y ni siquiera dejó una nota para despedirse.

Me senté en la cama de matrimonio, al menos las mantas blancas que me pidió comprar no se las había llevado. Lloré durante horas en silencio.

Entonces, ese espantoso olor volvió a golpear mi nariz y, con lágrimas en los ojos, me levanté para descubrir de una vez por todas su horrendo origen.

No tuve que investigar mucho para darme cuenta de que el lado de la cama de Steve estaba empapado en orina. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Habrá  sido esa su forma de despedirse? No puede evitar pensar que era la peor manera de mostrarme cómo desperdicié tantos años de mi vida solo para qué termine meando en mi cama, nuestra cama, en la que habíamos compartido tantas situaciones, buenas, malas, placenteras, dolorosas.

Nos conocimos en la universidad, él estudiaba Física y yo Artes, ¿quién pensaría que nos íbamos a juntar? Todo fue como un maravilloso libro de romance; yo llegaba tarde a una exposición y él se estaba perdiendo una charla importante sobre algo que nunca llegué a entender, cortiendo por caminos contrarios, nos chocamos y él me agarró antes de caer. Nuestras miradas se quedaron fijas en el otro y, durante unos instantes, solo estábamos él y yo en mundo, en el universo entero.

Desde ese día, fuimos inseparables. ¿Cuánto pasaron? ¿20, 25 años? Nunca imagine mi vida sin él después de tanto.
Eventualmente sabía que, en algún momento, uno de los dos moriría, pero no es el caso. Él se fue, simplemente se fue  y todo lo que me queda de él es ese horrible olor a pis que dejó en las sábanas.

Lucas tomó otro trago más antes de echarse a llorar desconsoladamente sobre la barra. Sobre mí barra, la que tendría que limpiar después y me haría perder tiempo de descanso.

¿Qué consejo podría darle a este hombre que lleva ya dos semanas viniendo a beber sin parar? Contanto la misma historia una y otra vez, no me extraña que Steve se haya ido, si es que él era igual en aquel entonces.

Paso un trapo por el tablón marrón, mientras, busco tu mirada entre la multitud y ahí estás, sentada con tus amigas, bebiendo la misma cerceva de limón de siempre y riendo a carcajadas. Tus ojos se cruzan con los míos y el corazón se me llena de vitalidad.

—No te merecía, Lucas.— Termino diciendo, inclinandome sobre la mesa del bar, haciendo mi esfuerzo por consolarlo.

—Ponme otra.— Arrastró las palabras en dos palabras que parecían eternas.

Suspiré y busqué el consuelo en tu mirada negra mientras le servía otra copa más.

¿Qué haría yo en estos horribles turnos sin ti? Tu mera presencia hace que todo merezca la pena.

¿Sabes qué es lo peor? Que seguramente él esté por ahí ñ, viviendo la vida junto con otra persona y yo estoy aquí, llorando por él y sin saber qué rumbo tomar.

No hay nadie que me haga sentir cómo él, nada que me haga sentir lleno, aliviado. Me paso los días vagando por ese apartamento vacío recordando todos los momentos que pasamos en él: desde el momento en el que lo compramos tras años de ahorrar, hasta los bailes aleatorios en mitad de la noche y las tardías mañanas en la cocina.

Nunca imaginé que podría ser infeliz de alguna manera  y no logro entender porqué se fue. Nunca dio ningún indicio de querer cambiar de vida.

Todo me recuerda a él, incluso este bar, al que veníamos tantas veces al mes. ¿Cómo voy a poder seguir mi vida si en cada paso que doy está el recuerdo de Steve sonriendo, cantando, riendo…

Volvió a apoyar su cabeza en el bar. Le acaricié la cabeza intentando que se sienta querido.

—Gracias. —Susurró antes de quedarse dormido. Decidí dejarlo un rato así, ya despertará.

Te vuelvo a buscar con a mirada, pero ya no estás, te fuiste sin despedirte y mi corazón se sintió dolido en ese momento pero me tranquiliza saber que mañana te volveré a ver.

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