
Capitulo 02/ Hija Pródiga
Capitulo 02/ Hija Pródiga
Abro los ojos frente al espejo del baño del aeropuerto, eran las seis de la mañana en Montana, Había dejado mi vida en Seattle, lo que me habían dado en la cafetería por mi tiempo de trabajo, los ahorros y los depósitos que tenía eran un colchón suficiente para mi regreso, veo a Sergio, perfectamente dormido en su transportadora, Envidiaba la paz que él tenía.
Tomo mi mochila y acomodo la transportadora de Sergio sobre la maleta antes de empezar a caminar, salgo por el pasillo ante la plétora de gente, me pongo los audífonos, las voces de mi cabeza eran suficientes como para incluir el ruido del lugar.
Busco con la mirada un vestigio de familiaridad en el ambiente, Más que los migrantes que volvían a sus hogares después de las fiestas no sentía nada realmente hogareño, salgo del aeropuerto y me siento en una banca. Veo mi celular en silencio y cierro los ojos sin ningún tipo de emoción.
— ¿Hanna Myers? — La voz de alguien me hace abrir los ojos.
— Esa soy yo. — Veo al hombre de traje y corbata. — ¿Usted quién es?
— Abraham Ferguson, soy... — Hace una pausa. — Asistente del doctor, me pidió que le recogiera.
— Para eso tiene un chofer... Que humillante.
— No malentienda señorita, Solo me pidió que la vigilara.
— Perfecto ahora no confía en mí
Me doy cuenta por un momento de lo ridículo de nuestra interacción y me levanto, me pongo la mochila al hombro y suspiro arrastrando la maleta hasta el auto, no había cambiado desde que me había ido, negra simple y aburrida, me encojo de hombros y subo la maleta al maletero, saco a Sergio de su jaula y lo pongo sobre mi regazo.
— Vas a ensuciar la camioneta con pelo de gatos. — El hombre murmura.
— Este gato vale más que usted
Y que tu ahora mismo..
El no responde nada indicando al chofer que avance, me mantengo en silencio, me quedo en silencio, escucho la alarma de mi celular y saco de mi mochila mis pastillas, el sueño me invade mientras el animal se acurruca sobre mí, cierro los ojos un momento, cuando los abro estábamos al frente de la casa, con cierta confusión mimo a Sergio y me acomodo en brazos .
Entro en el silencio del lugar, dejo a Sergio merodear y camino de hurtadillas en dirección a la oficina de papá, toco la puerta esperando su respuesta.
— Pase. — Escucho su voz al otro lado de la puerta y mis manos tiemblan por un ligero momento.
Bien Hanna, solo vas a ver a tu padre después de casi tres años, no es para tanto.
Abro la puerta y le veo, algunas canas más adornaban su cabello, su mirada se notaba más cansada que antes, él había cambiado, yo había cambiado. De pie allí lo observó levantarse, rodea el escritorio y da unos pasos observando con cautela, en este punto ninguno era la presa, ninguno era el cazador, en un ambiente neutral nos veíamos, deja caer sus brazos a los costados de su cuerpo, derrotado me escudriña, mi pelo estaba más largo, usaba gafas de pasta ancha, y mi ropa de diseñador ahora era una camiseta de la zona de rebajas, ya no era su niña, ya no era su orgullo, solo habían pasado tres años y parecían diez.
— Hola. — Murmura juntando sus manos frente a su cuerpo. — Bienvenida a casa.
— Gracias... — Musito de pie mirando a todos lados de la oficina, el lugar era igual que la última vez. — Papá.
Empiezo a caminar hacía él, sus brazos me atrapan en cuanto me acerco a él, lo abrazo con fuerza. Sus brazos me cubren, sus manos se deslizan por mi espalda y mi corazón se quiebra al oírlo sollozar.
— Creí que te había perdido. — Su voz se escuchaba quebrada. —Perdoname.
— No fue tu culpa, no fue culpa de nadie lo que pasó. La vida no quería eso para mí
Me acurruco en su pecho recordando cuando era pequeña, cierro los ojos un momento.
— Hanna, no te vayas de nuevo, lo que sea que pase lo afrontaremos como familia como debimos haberlo hecho. — Separándose de mí sonríe. — ¿Trato?
— Trato papá. — Confirmo volviendo a abrazarlo. — Tengo hambre y quiero ver a Gary, vamos al restaurante.
— Es una buena idea, Ve saliendo. — Me lanza sus llaves.
— Sabes que no tengo licencia. — Murmuro jugando con su llave.
— No vas a atropellar a un transeúnte saliendo del camino de entrada. — Ríe.
Pongo los ojos en blanco, bajo las escaleras y primero paso por la cocina, tomo una botella de agua del refrigerador. Salgo de casa y camino a su auto un Jeep color verde militar, subo al auto y algunos recuerdos vienen a mi Jayce mi hermano gemelo estaba sentado en el copiloto cantando una vieja canción de One direction, estábamos de camino a un lago, en la parte de atrás estaba mi hermana Amanda y mi Hermano Gary, irónicamente, Jayce y yo éramos los menores.
Yo no debí estar conduciendo.
Jayce no debió ir de copiloto.
Yo debí haber muerto.
No Jayce.
No él.
Pasmada veo el volante, tomo aire, me alejo de la entrada estacionando frente a la entrada. me paso a la parte de atrás del auto y abrazo mis piernas, tras algunos minutos papá abre la puerta del copiloto, al no notarme en ningún lado fija su mirada en la parte de atrás, Niega un momento rodeando el auto subiendo al asiento del conductor, me mantengo en silencio siendo el camino por la urbanización, veo las casas en silencio, apoyo mi rostro en el cristal, cierro los ojos, el camino al restaurante había sido lento, un infierno silencioso Un cartel de de blanco y negro con el nombre de Gary's se presenta de entre los arboles, un lugar moderno, dónde con mi sueldo en la cafetería nunca habría podido entrar, Me cierro el abrigo y bajo en silencio detrás de papá.
Él era un hombre alto, era fuerte y de cabello rubio y ojos marrones, él y yo nos parecíamos, pero solo en lo físico, Él era azúcar y yo era sal. Él era miel y yo era hiel. él era éxito, yo no era nada de eso.
Al abrir la puerta veo el lindo restaurante, lleno de la esencia de Gary, flores, guitarras tambores, me paseo por las mesas vacías viendo las fotos, en las últimas faltábamos dos, paso los dedos por el cristal, impoluto como siempre, camino por el restaurante colándome entre las sillas de terciopelo negro, me acerco al bar y me veo reflejada en los espejos del techo, vuelvo mi mirada a la cocina donde el ojos empezaba a escaparse.
— ¿Hanna? — Una voz masculina me saca de mis pensamientos, busco con la mirada al portador de la misma.
Le veo de pie, sosteniendo una toalla con la cual se secaba las manos, su filipina, tan impecable como siempre y su mirada llena de vida. Gary, apodo de cariño puesto por papá un día de pesca, su nombre real era Garret Michael Myers, mi hermano mayor, era alto, la copia idéntica de mi o padre a excepción de los ojos más grises de la familia, herencia de mi madre, Creo que mi mirada de asombro es la misma de una niña de cinco años, pues una sonrisa se dibuja en su rostro, da pasos llenos de seguridad, cuando llega hasta mí sus ojos me escudriñan con la mirada, como si buscara heridas o cicatrices, como si buscara algo más que la tristeza que siempre vestía mi rostro.
— Gary. — Susurro, sus manos atrapan mis mejillas, llena del cariño que una vez nos demostramos a diario.
— Volviste a casa. — Su voz apenas sale audible, sus labios se posan en mi frente, dándome uno de esos cálidos saludos, Gary era un alma libre. — ¿Por qué no me avisaste? Tonta.
Sus cambios de humor no me molestaban, es más me encantaban, Gary había caído en el alcoholismo la mayor parte de mi adolescencia, la primera vez que estuvo en rehabilitación su carácter se había vuelto fuerte, había forjado su propio futuro, era de esos hombres solterones, que vivía la vida al día, pero ahora tiene un negocio, ahora tiene algo por lo cual no vivir al día.
— Es que no estaba pensando, todo fue muy rápido, quién sabe si me voy a California la próxima vez. — Mi padre que ahora estaba de lado de mi hermano y el antes mencionado se miran.
— No volverás a irte. — Hablan al unísono.
— Relájense, no creo que me vaya a ir. — Respondo rendida. — Aliméntenme, por favor. — Hago un puchero, este reniega abrazándome de nuevo.
— Ve a sentarte, te haré la mejor comida que hayas probado en tu vida. — Con orgullo se da media vuelta, tarareando una alegre canción, veo a papá y al unísono ambos soltamos una carcajada, libertad, esa era la palabra que definía a Gary.
Tras hablar con algunos empleados, en su mayoría conocidos, tomo asiento en un lugar cerca de la ventana, veo el estanque de patos, en el medio una instalación en forma de un gran ángel que cubría su cuerpo con sus alas, en el nadaban todas las criaturas cada cual más bonita.
— ¿Volverás a la universidad? — La mirada de papá choca con la mía.
— No lo sé... Definitivamente no volveré a medicina. — Murmuro tomando de mi botella de agua.
— A tu madre no le gustará oír eso.
— A ¿Laura? No me importa lo que piense. — Veo el estanque.
— Es tu madre. — Murmura, en su voz se notaba cierto cansancio.
— Dejó de ser mi madre hace dos años nueve meses, tres semanas y cuatro días. — Suelto un bufido.
— Ya entendí, por favor, detente. — Papá apoya su rostro sobre su palma, ve su celular en silencio hasta que llega nuestra comida y empezamos a comer. — Tienes esa misma manía de siempre.
Alzo una ceja. — ¿A qué te refieres?
— Eso con el cubierto... juegas con tu comida un largo rato. — Titubea. — al final nunca comes nada.
La vergüenza me invade, apoyo mi rostro en mi mano, cierro los ojos un momento y veo mi plato, habían algunos montoncitos en el plato.
— Si como. — Lo corrijo, sabiendo que yo era la mentirosa. — Simplemente me gusta separar la comida.
— Adelgazaste mucho... algunos veinte kilos. — Su mirada me repasa, vuelve a mirar su plato. — Fue imprudente lo que hiciste... ¿Y si hubieses tenido una convulsión sola? Hanna, necesitabas a alguien que te cuidara.
— Papá — Intento hablar pero este niega interrumpiendo.
— No Hanna Elizabeth, escúchame, estás mal, estás muy mal, duraste cuatro meses en coma, creímos que nunca te despertarías, apenas podías caminar, cuando te fuiste de casa aun tenias convulsiones incapacitantes, fuiste irresponsable, no con nosotros, contigo.
— No he tenido convulsiones en tres meses — Me justifico.
— Hanna te fuiste hace casi tres años ¡TRES AÑOS! — Su voz atrae algunas miradas. — Mañana mismo nos vamos al hospital. — Reprocha. — No puedes cuidarte a ti misma me sorprende que estás viva, tampoco llevas tus gafas, seguro no has ido a un hospital en todo este tiempo.
Todo era cierto, no puedo hacer más que agachar la mirada y centrarme en el plato, le escucho media hora más hablar sobre mi salud, me mantengo en silencio, comiendo a bocados lentos y aletargados mientras veía a los patos.
Me gustaban los patos, lindos y peludos... ¿Plumíferos? No conocía en realidad el término adecuado, nunca me había considerado un cerebrito en mi vida, Amanda y Jayce eran los cerebritos, inteligentes, capaces, Gary y yo... bueno éramos creativos.
— ¿Te gustó la comida? — Pregunta papá mientras se limpia los labios con la servilleta.
— Si, ¿podemos ir al museo? — Murmuró moviendo mi tenedor sobre el plato.
— El museo comunitario cerró — Murmura tomando la cuenta y dejando una generosa propina. — Cuando te fuiste nadie volvió a asistir a las juntas, los patrocinadores dejaron de enviar dinero y tuvieron que cerrar, las obras están arrumbadas en el depósito, pagué un vale por 20,000 dólares, fue más sencillo comprarlas y todo el mobiliario que mandadas a otro lugar.
— Oh... Supongo que está bien. — Tomo de mi vaso y me levanto. — Creo que es mejor que nos vayamos a casa, iré a despedirme de Gary.
Me abro camino entre las mesas, al llegar a las cocinas entro en silencio buscando con la mirada a mi hermano, al encontrarlo camino por los pasillos más libres, el campo de guerra era arduo, los cocineros movían sus sartenes, cortaban las verduras y sazonaban las mejores carnes.
— Gary, ya nos vamos a casa. — Digo ya lo suficientemente cerca de él.
— Hanny — Su sonrisa se ensancha, sus manos se posan en mi mejilla, plantando un beso sobre mi frente . — Hazle caso a papá tu salud debe ser lo más importante.
— Lo haré lo haré — Pongo los ojos en blanco, suelto una pequeña risita. — Nos vemos cuando vayas a casa.
Me despido de él y vuelvo con mi padre, su mirada metida en el celular, cuando me ve empieza a caminar en dirección a la salida y de vuelta a casa su silencio me parece realmente cómodo, cierro los ojos un momento, escuchando alguna canción de country.
Caigo en los brazos de Morfeo, escuchando el tarareo de papá, el ruido del auto, la música a lo lejos, me rindo, por ratos lo sueño, le veo ahí a mi lado, cargando mis piernas sobre las suyas, dibujando con plumones sobre mi pierna, o algunas veces en mi yeso, me había roto tantos los huesos a lo largo de mi vida que la mayoría de mis recuerdos era con un yeso en alguna parte del cuerpo.
Recuerdo su voz con la brisa, era fresca pero cálida debajo del roble de la granja de mis abuelos, Le recordaba compitiendo por quien era más alto, corriendo después de hacer alguna travesura, le recordaba tan vivo que a veces no recordaba que él estaba muerto.
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