Capítulo 9: ¿Jane Eyre?
Elena estaba desalentada, había trascurrido toda la mañana, incluso el horario de la comida, sin tener noticias de Álvaro. Habían quedado en que en la mañana la llevaría a Montjuic, pero no había aparecido… Tampoco tenía su número de teléfono. Aquello era extraño porque había besado a alguien que ni siquiera podía contactar. Los encuentros de ellos habían sido planeados a la antigua: desde el día anterior, una hora acordada y Álvaro aparecía con puntualidad en su edificio. Elena temió que le hubiese ocurrido alguna cosa, pero desechó aquel pensamiento, quizás la estaba rehuyendo después de los besos de la noche anterior y eso le parecía mucho más probable.
A las dos de la tarde, Elena comió algo de lo que tenía en la nevera. Se preparó un sándwich y luego se puso a ver una película en la televisión. A las cuatro, el timbre de la puerta sonó y ella acudió a abrir lo más rápido que le fue posible. ¡Era Álvaro! Estaba bien y de hecho se veía estupendo con aquella camisa blanca y unos vaqueros.
—Hola, sé que llego muy tarde, lo siento… —Álvaro le dio un beso en la mejilla.
Elena no sabía de qué manera se saludarían en lo adelante, pero resultaba evidente que Álvaro no quería besarla en la boca nuevamente. Entró al apartamento y Elena lo siguió con las muletas hasta el sofá, donde ambos se sentaron.
—No pasa nada —le dijo ella al fin—, solo estaba preocupada de que te hubiese sucedido algo…
Él la miró apenado.
—Tienes razón —le acarició la mejilla con un dedo—. Perdóname, es que fui a ver a Ali y sin darme cuenta se me pasó el tiempo y no tuve excusa para no quedarme a comer.
Elena pensó que quizás fue a concluir la conversación que se había interrumpido en la cocina con ella la noche anterior. ¿Tendría que ver con ella, luego de los besos compartidos en la víspera?
—Toma —Álvaro le dio una pequeña tarjeta con sus números—, no quiero que vuelvas a sentirte incomunicada, debí haberlo hecho antes. Puedes llamarme y así guardo tu número también.
Elena asintió y eso hizo. Álvaro era muy extraño en ocasiones, más aún después de lo que sucedió entre ellos.
—¿Qué te parece si salimos?
—Está bien, tengo que cambiarme —le contestó ella.
—¿Qué veías en la tele? —Álvaro le dio play a la película que, para su sorpresa, resultó ser de época.
—Jane Eyre —le explicó Elena—, es uno de mis libros favoritos, pero entiendo si no lo has leído o no has visto la película —añadió con una sonrisa.
—No he leído la novela de Brontë pero he visto la película y sé de qué va el argumento —comentó—. Me parece sorprendente que ver algo tan lúgubre sea tu manera de distraerte esta tarde.
Elena se encogió de hombros.
—Es muy romántica, triste, pero con un final feliz. Me distrae porque los problemas de Jane en el amor en estos tiempos son completamente inverosímiles.
—¿Por qué lo dices? —le preguntó él interesado, pausando la película.
—Jane ama, sin saberlo, a un hombre casado. Él está atado a una mujer enferma de por vida, porque eligió mal y el divorcio para él es impensable. En estos tiempos, en cambio, un drama de esa naturaleza se solucionaría muy bien con una separación, ¿no crees? La historia de Jane Eyre, en mi concepto, no puede sacarse de su espacio temporal porque perdería todo su sustento argumental.
Álvaro se quedó pensativo, con una expresión que a Elena le preocupó un poco.
—La lealtad no depende de épocas —le recordó—, puede que un hombre leal se mantenga en un matrimonio de esa clase, aunque no sea feliz, ya que ser fiel en circunstancias adversas es lo correcto, incluso a riesgo de su felicidad.
Elena se levantó del asiento, con dificultad, usando las muletas. Se dirigiría a su habitación.
—Nunca lo había pensado de esa manera —le confesó—. Los hombres muchas veces son mezquinos y acuden al divorcio como una solución más fácil. En el caso del señor Rochester es lógico que quisiera desligarse de su esposa esquizofrénica, pero quizás en el caso de otra dolencia que afecte más al cuerpo que al alma, un hombre de buen corazón sea incapaz de abandonar a su mujer.
Álvaro le miró a los ojos.
—Es mejor dejar esas especulaciones en la literatura o la cinematografía —respondió—. El corazón humano es demasiado complejo y, a veces, un hombre solo desea y merece ser feliz, a pesar de todo.
Elena ya se dirigía a la habitación, cuando le sonrió.
—Iré a vestirme y en poco tiempo estaré de regreso.
Álvaro volvió a darle play a la película y se quedó sumido en sus pensamientos mientras veía al señor Rochester declararle su amor a Jane Eyre en el jardín de su hogar. Ya había visto la película y sabía que, poco después de esa escena, todo se echaría a perder.
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