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Capítulo 8: El beso

La cena en casa de la familia de Álvaro fue muy agradable. Elena obvió su inicial recelo luego de escuchar aquella brevísima frase en labios de Ali, y se dejó llevar por el ambiente.

Ali hizo muchas historias sobre la infancia de Álvaro y le hizo reír a carcajadas. Elena también se rio, pero estaba pendiente de él que, en aquella noche, parecía haber rejuvenecido diez años... Ali también se notaba satisfecha de que Álvaro estuviese pasando tan buen momento; Iñaqui le tenía a su cuñado mucho cariño, así es que entre el cordero y un buen tinto, la noche transcurrió de manera muy amena.

El matrimonio no demoró en hablar de Elena... Ali le contó, a grandes rasgos a su esposo, cómo se habían conocido ella y su hermano. La historia, compartida a propósito frente a los dos protagonistas, los hacía avergonzarse y sonreír. Álvaro miraba a Elena, tan relajada y a gusto con su familia, que casi podía sentirse feliz. Por otra parte, Elena era inocente al pensar quizás que él era un hombre normal y corriente, un hombre que podía darse el lujo de amar...

Sin embargo, esa noche no le torturaron sus desgracias o su moral, se dejó llevar también por la charla y por los ojos oscuros que, al otro lado de la mesa, también le miraban con un placer y un interés que hacía tiempo no apreciaba en una mujer.

—¿A dónde piensan ir mañana? —la pregunta de Ali hizo despertar a Álvaro de sus cavilaciones.

—Pues estaba pensando en llevar a Elena a Montjuic, si a ella le parece bien.

—Me parece estupendo, —contestó la joven—, esa era mi primera parada, antes del accidente.

—Lo sé... —Álvaro volvió a mirarla a los ojos.

—¡Magnífico! —el entusiasmo de Ali los distrajo, sustrayéndoles de aquella atmósfera que recién se había creado entre ellos—. Para mí, Montjuic es el lugar más hermoso de Barcelona.

—Y Park Güell —apuntó su esposo—. Deberían ir también a Park Güell, a Elena le encantará.

—En la tarde —afirmó Álvaro—, si Elena no está muy cansada.

Cerca de la medianoche, la pareja se retiró. Elena tenía un poco de sueño, a causa del vino y cuando se percató, se encontraba en los brazos de Álvaro que la trasladaba al interior del apartamento y con una pierna cerró la puerta. Elena estaba muy adormilada y un tanto embriagada, no estaba acostumbrada a tomar tanto vino: al comienzo no le había hecho mucho efecto, pero luego en el auto de Álvaro se sintió agotada y se dejó vencer por el sueño.

Él la colocó en la cama, llevaba un vestido estampado de flores, que él no se atrevió a quitarle, a pesar de no estar seguro de que ella quisiera dormir vestida así... Descorrió las sábanas y la tapó con cuidado, mientras encendía el aire acondicionado.

Elena lo llamó, con una voz pausada a causa del sueño, y él se sentó a su lado, mientras la observaba en silencio.

—Gracias —abrió los ojos, repuesta un poco—, gracias por todo...

—No tienes por qué agradecerme —contestó él.

Ella extrajo los brazos por debajo de las cobijas y le acarició la mejilla con una mano. Álvaro continuaba observándola en silencio, sin saber bien cómo reciprocar aquella muestra de afecto espontáneo. Sin pensarlo mucho, se inclinó sobre ella y aguardó, mientras sus miradas estaban mucho más cerca y podía sentir la respiración de Elena junto a la suya.

Elena volvió a acariciar la mejilla de Álvaro, su mano izquierda todavía se encontraba sobre su cálida piel cuando decidió enmarcar su rostro con ambas manos. Lo que comenzó como una caricia se tornó un reclamo por parte de ella que acercó aún más el rostro de Álvaro sobre el suyo, al punto de que sus labios podían rozarse.

Luego de ese instante, ninguno de los dos supo quién comenzó el beso, es probable que hubiesen sido los dos los que, al mismo tiempo, se abandonaron al sentir que les invadía y se apoderaron de la boca del otro, febriles ante una súbita pasión que, mezclada con un cariño sincero, se convertía en una fuerza de magnitud inmedible.

Fue un beso al comienzo lento, pero tan sensual o más que uno guiado por pura exaltación. Álvaro exploraba la boca de Elena, como si disfrutara de un placer del que hubiese estado privado por mucho tiempo. Experimentaba una sed incontenible, casi tanto como ella, que apenas podía pensar en lo que sucedía o sus consecuencias, solo sentirse presa de una alegría que le invadió por el simple hecho de que hubiese sucedido. Elena se sentía agitada, las cobijas le daban demasiado calor o tal vez fuese producido por aquel beso que no había concluido. Ni tan siquiera el aire acondicionado había empezado a refrescar, Elena solo experimentaba ese calor que, paradójicamente, le hacía temblar en los brazos de él...

Álvaro de pronto se detuvo. No fue con brusquedad, pero tampoco Elena esperaba que se detuviera. Había sido algo extraño: como si recordase algo, como si temiera algo, pues la expresión que vio en sus ojos era muy diferente a la paz.

—Lo siento —le dijo él al fin, incorporándose sobre la cama.

Elena se había quedado recostada, no se sentía con fuerzas...

—Yo no lo siento —le contestó con sinceridad—, no fue planeado, pero no lamento que haya sucedido.

Álvaro no se esperaba una respuesta tan franca, parecía haberse recuperado ya de su leve estado de embriaguez.

—Esto puede ser un gran error, Elena —la voz de Álvaro sonaba profunda, agobiada—. Es mejor que nos detengamos ahora.

—A veces tengo la sensación de que hay algo que no me estás diciendo —le objetó ella—, y sé que quizás no tenga derecho a recriminarte nada o a preguntar, sobre todo porque te has comportado conmigo de una manera extraordinaria. Cualquier persona podría suponer incluso que es el comienzo de algo entre los dos, pero luego de este beso o más bien, de su interrupción, no sé qué pensar...

—Es que no sabes nada de mí —le recordó él—, y eso es peligroso, sobre todo cuando alimentamos el afecto sin saber a qué nos estamos enfrentando.

—No digas eso... —Elena se sintió pésima, por un momento tuvo ganas de salir de aquella cama, pero no podía—. Sé de ti lo que me has dicho y no creo que sea poco. Me has hablado de tus padres, de tu trabajo, de tus ídolos, he conocido a tu familia... Sé por ejemplo que no te gusta el vino con agua ni con soda, sé que admiras a Gaudí, que sonríes solo cuando miras un edificio que te gusta o que la cicatriz en tu ceja izquierda te la hiciste a los dieciséis años mientras montabas bicicleta.

Álvaro, a pesar de la tensión que sentía, sonrió. Aquella última información Elena la había obtenido esa misma noche, mientras conversaba con su hermana.

—Elena, eres una mujer increíble, pero... —aquella no era una conversación fácil.

—¿Eres gay? —le preguntó ella de repente.

Elena estaba un poco confundida, y aquella pregunta la formuló apenas sin meditar. Álvaro, al escucharla, se echó a reír, alejando por unos instantes la preocupación que le ensombrecía.

—¡Cielos, no! —exclamó mirándola a los ojos—. ¿Eso crees?

Ella también sonrió.

—No —contestó apenada—, es que...

Álvaro volvió a acercarse a ella, más serio. Elena estaba hermosa, con su rostro ruborizado y sus llamativos ojos oscuros. Él no podía negar que se sentía muy atraído por ella.

—Estoy loco por ti —le confesó—, desde la primera vez que te vi en el muelle y el viento agitaba tu cabello, desde el primer momento en el que me miré en tus ojos negros y te invité a una copa, fingiendo todo el aplomo del mundo cuando en realidad temblaba de miedo por lo que estaba haciendo...

El corazón de Elena comenzó a latir aprisa, no se esperaba aquella declaración luego de la frialdad que había recibido de él.

—A veces me parece increíble que haya transcurrido tan poco desde ese momento y, sin saber todo de tu vida, creo también que conozco de ti lo más importante, porque cuando estoy contigo me olvido de cualquier problema... Me has hecho reír, soñar, me has devuelto tantas cosas en tan pocas horas a tu lado, que te debo más de lo que crees tú que me debes a mí.

Elena seguía con el corazón demasiado agitado, levantó la mirada y sus ojos volvieron a cruzarse con la mirada gris de Álvaro. Esta vez era él quien parecía reclamar algo de ella...

Álvaro no lo pensó mucho y se acercó para darle un beso, un beso que le privó del aliento y le retornó la esperanza que había perdido unos instantes antes.

—A veces no te comprendo —le objetó ella con una sonrisa, todavía jadeante tras el beso.

Álvaro tenía su cabeza recostada a la de ella, mientras con un brazo la rodeaba.

—A veces ni siquiera yo me entiendo —respondió.

Se levantó de la cama, no sin antes volverle a dar un mínimo beso en los labios.

—Hablaremos mañana —concluyó—. Descansa, que lo necesitas.

—Ve con cuidado, por favor.

Álvaro desapareció de la habitación, Elena no podía determinar si él estaba feliz o confundido. Al menos podía aferrarse a aquella frase que le hizo temblar: "estoy loco por ti". Con esas palabras en la mente y el beso en los labios, colocó la cabeza en la almohada y se quedó dormida.

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