Capítulo 6: Catedral de la Sagrada Familia
—¡Dios mío! ¡La Sagrada Familia! —exclamó Elena cuando divisó la Iglesia.
Qué maravillosa sensación es estar en una ciudad nueva y conocer los lugares que la hacen única. Estar en Barcelona y no ir a la Sagrada Familia, era como perderse el verdadero corazón de la ciudad.
—Es impresionante —concordó él—, fíjate que la Sagrada Familia debe disfrutarse desde diferentes aproximaciones. La primera, a los lejos: para ver el edificio impactante elevándose al cielo, con sus picos marrones y toda su magnificencia. Es increíble ver tamaña edificación, en medio de la ciudad. Te comento que en Barcelona tenemos una Catedral, que no es está, que aunque hermosa es mucho más sencilla, si hubiésemos ido al Barrio Gótico la hubieses visto —él empujaba la silla de ruedas de Elena—, luego está la Iglesia de Santa María del Mar, que también es un una preciosidad. Sin embargo, cuando ves la Sagrada Familia, el sentimiento es sobrecogedor.
—Hablas con una pasión sobre ella, que es contagiosa —Elena levantó el rostro para mirarle—, me alegra tenerte como guía. Por cierto, es asombroso que todavía la Sagrada Familia no se haya concluido.
—Es cierto —contestó Álvaro mirando los andamios atrás de la edificación—, en el presupuesto de la ciudad se destina parte para su culminación que debe ser en unos años. Gaudí dejó las indicaciones precisas para lo que faltaba por hacer, y así se ha hecho. No obstante, a veces uno olvida que no está terminada, porque en realidad es una Catedral en toda regla, completa, magnífica...
Luego de pasar por un estricto control de seguridad al estilo aeroportuario, Álvaro tomó la silla y comenzó a subir por una rampa. La Iglesia se veía cada vez más cerca y antes de la entrada, podían observar los detalles externos que era tan impactantes.
—Este es el segundo momento en el que se debe apreciar la Sagrada Familia, justo antes de entrar a ella. Una Iglesia o Catedral común y corriente tiene paredes fuertes y lisas o quizás algunas antiguas o góticas, la piedra que le recubre; sin embargo, es raro que puedas ver en el exterior de otra los detalles que esta presenta, esculpidos e integrados al conjunto. La Sagrada Familia es como un encaje, donde debes prestar mucha atención, para no perderte ningún elemento importante.
Ambos miraban con los ojos bien abiertos.
—Esta es la fachada de la Natividad, ¿cierto?
—Así es, si te fijas puedes ver en la piedra el nacimiento de Jesús: a María, el niño, a José, los Reyes Magos e incluso más arriba un árbol de Navidad. Es hermoso, ¿verdad?
Elena estaba fascinada viendo aquellas sorpresas que encontraba escondidas en la piedra, o visibles para quien tuviese una vista aguzada y deseos de comprender los elementos que fueron pensados para la fachada más importante de la Sagrada Familia.
—Y ahora —continuó Álvaro—, es el tercer momento de apreciarla: por dentro, en todo su esplendor.
Una vez en el interior, era como ser partícipe de un juego de colores... El altar, los bancos, las columnas, pero lo más hermoso eran las múltiples galerías de vitrales que dejaba pasar la luz de la tarde con destellos multicolores de amarillo, rojo o verde. La Sagrada Familia en su interior era bastante amplia, Álvaro recorrió a Elena despacio en la silla para que pudiese ver los detalles de los techos y las columnas, para que se recreara como lo estaba haciendo él al llevarla por primera vez a un momento que recordaría el resto de su vida.
Luego trasladó la silla hasta los bancos, Elena se quedó en ella y él se sentó a su lado en uno, mirando al frente. Ninguno de los dos era católico practicante —habían hablado antes de llegar un poco sobre religión—, pero poseían esa espiritualidad que acompaña a las personas de buen corazón y de fe, en un mundo mejor. Sin embargo, la solemnidad de estar dentro de la Catedral, los dejó por unos momentos sin palabras.
Álvaro, que jamás había sido temeroso de Dios, se sintió conmovido de estar frente al altar con Elena, que no podía ser su mujer. Ella no sabía qué estaría pensando Álvaro, pues lo vio sumido en sus pensamientos y con una expresión concentrada.
—Es un lugar hermoso e impactante —le comentó en voz baja, pues no debían hablar alto.
—Has dicho bien, esas son las palabras justas —la voz de Álvaro le salió grave de la garganta.
—La Sagrada Familia —dijo ella entonces, como quien comparte con él un pensamiento—, es una Iglesia dedicada a la familia de Cristo, que fue una familia humana después de todo, una familia de personas sencillas, como cualquiera que conozcamos, o como la mía.
—Familia es una palabra que muchas veces se toma a la ligera. Es tan importante la familia de la que provenimos como la que creamos, ambas generan una responsabilidad que es para toda la vida.
Álvaro hablaba de una manera tan seria que Elena, que apenas conocía de su vida, se atrevió a preguntar:
—¿Has formado tú una familia?
La pregunta fue hecha con sencillez, y aunque Álvaro se sobresaltó y la miró a los ojos, no estaba molesto.
—No tengo hijos —fue su respuesta.
Ella asintió.
—¿Pero te gustaría tenerlos? —era una pregunta atrevida, pero no sabía por qué se sintió con el derecho de formularla.
—Por supuesto —contestó—, me encantaría tener hijos, pero sé que no los tendré. La verdad es que estoy muy solo.
Otra respuesta enigmática, pero Elena no se atrevió a indagar más. Un tiempo después Álvaro movió la silla de Elena y dieron un último recorrido por el interior hasta llegar al exterior donde pudieron apreciar la otra fachada de la Sagrada Familia: la fachada de la Pasión, dedicada a la Pasión de Cristo. Elena prefirió la primera, pero esta también resultaba muy interesante y dramática.
Una vez en el coche, Álvaro condujo hasta el Paseo de Gracia, otra de las emblemáticas avenidas de Barcelona, como lo es la Rambla.
Aparcó donde le fue posible y ayudó a bajar a Elena: anduvieron por una de las aceras del Paseo para admirar la arquitectura, al menos desde el exterior, de dos emblemáticos sitios: la Pedrera o Casa Milá, un edificio de piedra que hacía esquina, de estructura irregular, con varios balcones de hierro forjado que asemejaban plantas trepadoras.
También en el Paseo de Gracia se encontraba la Casa Batlló, de varios pisos y más colorida, con una fachada de colores moteados donde predominaba el verde; un techo ondulado de tejas multicoroles y unos balcones muy originales, todo fruto del ingenio creativo de Gaudí.
Elena encantada con el paseo, apenas si echaba en falta andar con la agilidad acostumbrada, ya que Álvaro era en extremo paciente y la ayudaba al empujar la silla.
—¿No estás cansado? —le preguntó—. Has andado conmigo un buen trecho.
—Vamos a sentarnos unos minutos en aquel banco —señaló él con el dedo.
Eso hicieron, aprovechando la luz que quedaba de aquella hermosa tarde de verano.
—¿Qué te ha parecido?
—¡Me ha encantado! —exclamó ella—. Más que nada me han gustado mucho tus explicaciones, pocas veces uno tiene la fortuna de tener al lado a un arquitecto tan versado en el modernismo catalán.
—¡Qué va! Debes haberte aburrido mucho con mis explicaciones técnicas...
Ella lo miró a sus ojos grises, simulando un reproche:
—Sabes que no ha sido así, no sé qué hubiese sido de mí si no te hubiese encontrado en Barcelona...
Elena le tendió la mano y él la aceptó.
—Es probable que hubieses dado tu paseo sin un esguince y sin la silla de ruedas.
Ella se rio.
—Pero tal vez hubiese perdido mi cartera y créeme, hubiese sido terrible para mí perder mis llaves, documentos e identificación. Sin duda prefiero haberte conocido, con esguince incluido.
Álvaro se quedó mirándola, estaba tan hermosa en aquel crepúsculo, que se sentía tentado por sus labios rojos y por aquella franca sonrisa... Conocía tan poco de ella todavía y a la vez creía que sabía lo suficiente.
—¿Quiere obsequiarle una rosa a su esposa? —la voz de una señora que vendía flores, les sorprendió a los dos—. Mire que flores tan bonitas llevo, seguro que a su esposa le encantará que le obsequie una... —repitió.
Álvaro, en vez de sacarla de su error, se apresuró a buscar en su cartera una moneda de un euro para comprarle una rosa a Elena. La vendedora de flores se fue feliz y agradecida, mientras que Elena no sabía qué decir... ¡Debía haber enrojecido, porque las mejillas le hervían!
—Gracias —le dijo llevándose la rosa a la nariz—, es preciosa.
Ninguno de los dos comentó nada sobre la confusión de la señora de las flores. Ella veía con naturalidad que Elena fuese su esposa y lo cierto es que entre ambos existía una naturalidad que podía llevar a considerarlo así.
—Te invito a cenar —anunció él—, debes estar muerta de hambre.
Elena no tenía tanta hambre, pero no lo contradijo, deseaba pasar tiempo en su compañía. Cuando iba a levantarse del banco, el teléfono de Álvaro comenzó a sonar desde el bolsillo de su pantalón.
—Perdona, déjame ver bien quién es —Álvaro sacó su teléfono.
—¿Sucede algo?
Él se quedó pensativo, mirando la pantalla, mientras se preguntaba si debía o no contestar su teléfono. Quizás de contestar esa llamada, podrían frustrarse sus planes.
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