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Capítulo 45: Los tres

La comida con los padres de Elena fue muy agradable; conversaron mucho y ella se sentía feliz de ver el ambiente tan relajado entre ellos. Se levantó de la mesa para ir a ver a su hija, que se hallaba durmiendo en su cuna después de haberse alimentado.

Poco después Álvaro la acompañó. Se colocó a su lado a observar a Blanche en silencio. Era una niña preciosa, tranquila y saludable, todo lo que un padre podría desear. Le pasó el brazo a Elena por la espalda para atraerla hacia él y darle un beso en la mejilla. El contacto de sus labios sobre su piel la estremeció. Elena se volteó en su dirección y le abrazó, mientras escondía el rostro en su pecho. ¡Aún le parecía un sueño que Álvaro estuviera allí después de tanto tiempo!

Así estuvieron unos minutos, hasta que decidieron salir al exterior. Sus padres al parecer se habían retirado ya a su habitación, dejándoles la casa libre. Se encinares a la terraza tomados de las manos. Álvaro se llevó una de ellas a los labios y después le sonrió.

—Estoy feliz de estar aquí contigo —le confesó—. Ahora quisiera saber más de ustedes. Sé que no ha debido ser fácil para ti asumir tantas cosas sola.

—He tenido el apoyo de muchas personas —le contó—. Mari Paz me ha ayudado representándome ante las galerías. Casi todas las pinturas que dejé en Madrid y en Barcelona se han ido vendiendo antes de la pandemia. Eliseo Batista también me ha apoyado, y ese dinero ha sido importante para Blanche y para mí. También están mis padres, que han sido esenciales en estos meses, y mis hermanos, que desde la distancia aman a nuestra hija. Están esperando a que abra el aeropuerto para venir a conocerla.

Álvaro sabía que Elena era una mujer extraordinaria, y lo había comprendido una vez más cuando la escuchó hablar de este tiempo en el que estuvo sola.

—A Blanche no le ha faltado nada —concluyó con una sonrisa de satisfacción—, salvo tú, y ya estás aquí.

Él se emocionó y le dio un breve beso en los labios.

—No volverás a estar sola, amor mío. Te lo garantizo. Estaré algún tiempo en La Habana, ahora con el contrato que me han hecho como especialista en mi área. Luego, cuando la situación mejore, decidiremos dónde vivir. Pienso que podemos regresar a Madrid y compartir nuestro tiempo con La Habana también.

—Tu estudio está en Madrid —recordó ella—, yo puedo pintar en cualquier sitio.

Él asintió.

—Podremos pasarnos siempre una temporada en La Habana aunque vivamos en Madrid —consideró él—, sé que lo haremos funcionar. Justo antes de viajar puse mi casa en venta.

Ella no se lo esperaba. Recordó súbitamente la única vez que estuvo allí para ver a Blanca y los recuerdos tristes que le inspiraría a Álvaro luego de su muerte. De cualquier forma, debió ser una decisión dura para él pues el piso se hallaba en lugar muy exclusivo de Madrid.

—Como sabes me mudé a casa de mamá —continuó con voz queda—, pero no quiero volver a la mía. Deseo que escojamos un hogar para los tres, que sea solo nuestro.

Ella le comprendió y le dio otro beso en los labios.

—Me parece perfecto —contestó.

—La casa demorará un tiempo en venderse a causa de la actual situación; tampoco quiero contentarme con un precio demasiado bajo, pero con calma encontraremos el sitio de nuestros sueños.

—Ese ya lo tengo —repuso Elena—, es contigo, con nuestra hija.

Los ojos de Álvaro brillaban, llenos de emoción y esperanza.

—Es verdad.

Un beso más largo y apasionado los unió, un beso que les recordó aquellos encuentros en Barcelona que ya no parecían tan lejanos, y que sellaron el amor que se profesaban. La dulzura de Álvaro, el calor de su cuerpo y las caricias de sus manos, hacían a Elena temblar.

—¿Vas a continuar en el hotel?

Álvaro parpadeó un instante para comprender la pregunta. Luego de ese beso apasionado, no podía pensar con claridad.

—¿Me estás pidiendo que me mude para acá? —inquirió con una sonrisa.

Ella asintió, sonrojada.

—¿Tiene algún sentido que permanezcas lejos de nosotras?

—No —contestó él acariciándole la nariz, lleno de felicidad—, siempre y cuando tus padres estén de acuerdo. Nada me gustaría más que estar aquí.

Ella pensó en una noche a su lado, y el rubor de sus mejillas se hizo más intenso. Era increíble como el tiempo transcurrido no había afectado en lo absoluto el profundo amor que sentía por él. Bastó con solo un instante para saber que lo deseaba a su lado todas las noches de su vida.

Una llamada entrante los distrajo por un momento: era Ali. Doña Graciela se había quedado con su hija y su familia en Barcelona durante la ausencia de Álvaro, y tenían todos muchos deseos de saber cómo había resultado el reencuentro. Nada más ver los rostros de felicidad de la pareja, comprendieron que había sido como se imaginaban.

—¡Elena! —gritó Ali—. ¡Qué alegría verlos juntos!

La más joven sonrió y le agradeció.

—Me alegra mucho verlos también. ¿Cómo están?

Ali apenas pudo responder pues Sebas tomó el teléfono; quería hablar con ellos y que le mostraran a su prima. Ya la conocía, pero se había tomado muy a pecho el ser el mayor.

—Ahora duerme, Sebas —explicó su tío—, pero en cuanto despierte la verás.

Doña Graciela se unió a la charla. En su anciano rostro se veía una felicidad inmensa por verlos juntos. Ella había sido testigo de cuánto sufrió Elena por aquella situación, y cuanto lloró Álvaro su ausencia aquel largo año que estuvieron separados. La dama les sonrió:

—¡Mi corazón no puede sentirse más dichoso! —exclamó.

Álvaro sintió llorar a Blanche, pero le pidió a Elena que siguiera conversando con su madre; él mismo se encargaría de tomar en brazos a la niña para que viera a su otra familia, aquella que por las circunstancias de la vida y de la pandemia, solo había conocido a través de una pantalla.

Al cabo de unos pocos minutos, retornó con Blanche, que de inmediato sonrió al teléfono que sostenía su madre, como si supiera que estaban aguardando por ella. Su abuela Graciela le lanzó un beso, Sebas le mostró a su perro y Ali también le dedicó frases llenas de ternura a su sobrina.

—¿Ya Álvaro te dio mi regalo? —preguntó doña Graciela con curiosidad, cuando le tocó su turno.

Elena se quedó desconcertada.

—¡Lo siento! —exclamó mirándolo a él, un poco confundida—. Aún no lo he visto, Graciela. No tenía que haberse molestado, pero le agradezco mucho.

Álvaro tomó el teléfono riendo, su madre lo había puesto en evidencia.

—Aún no, mamá —le reafirmó con una sonrisa pícara—, pero dentro de poco será.

La conversación continuó hasta que se despidieron todos unos minutos después; a causa de la diferencia de hora, en España era la hora de cenar.

—Pues bien, iré a buscar el obsequio de mamá —anunció él guardándose el teléfono en el bolsillo y colocando a Blanche en la mecedora—, lo he traído conmigo.

Al cabo de unos instantes retornó a la terraza con una hermosa caja de madera que colocó en las piernas de Elena.

—Mamá desea que continúes pintando.

—¿Son óleos? —preguntó con alegría.

Él asintió, estaba demasiado nervioso.

—Los óleos son de mamá para ti, pero dentro de la caja hay algo más.

Elena lo miró con desconcierto. Había visto varias cajas de óleos en su vida profesional, pero no imaginaba qué podrían tener estos de especial, además de su evidente calidad.

La joven abrió con cuidado la caja para mirar los tubos de pintura que contenía en su interior. En uno de ellos —el blanco de titanio—, había un hermoso anillo de compromiso. Elena levantó el rostro sorprendida, cuando advirtió que Álvaro había hincado una rodilla frente a ella.

—Una vez en Barcelona te confesé que ya te consideraba mi esposa, aunque ningún documento lo probase. Y aunque eso es cierto, nada me haría más feliz que casarme contigo. ¿Deseas ser mi esposa?

Elena dijo que sí, pero no fue fácil pues las emociones le apretaban la garganta y las lágrimas bajaban por su mejilla.

—Sí —repitió esta vez con una sonrisa, cuando Álvaro colocaba en su dedo el hermoso anillo de oro blanco que le había dado.

Ella dejó los óleos sobre el asiento y se levantó buscando su abrazo. Él la estrechó junto a su cuerpo mientras le daba un beso. Su corazón quería estallar de tanta alegría; la propia Blanche, desde su mecedora reía con la escena, incluso sin comprenderla a plenitud. Nadie mejor que un niño para advertir las muestras de verdadero amor.

—He traído todos los documentos necesarios para casarnos por lo civil y reconocer a nuestra hija y darle mi apellido —le dijo él mientras le enjugaba las lágrimas.

—Has pensado en todo… —comentó ella, temblando otra vez en sus brazos.

—También deseo que nos casemos por la Iglesia —le confesó con voz queda—, aquella vez en la Sagrada Familia no me sentía digno para aspirar a ti. Hoy lo soy, quiero que nuestra unión sea bendecida.

—Te amo mucho, Álvaro —ella no cabía de la emoción—. ¿Y dónde nos casaríamos?

—En la Habana por el civil, pero en Barcelona por la Iglesia. ¿Dónde mejor que en la ciudad dónde nos conocimos?

—La ciudad donde engendramos a nuestra hija —le recordó ella, mirando por un instante a Blanche.

—Has dicho bien, amor mío. Que el día de nuestra boda, Barcelona sea tan solo de los dos…

—De los tres —corrigió riendo.

—De los tres.

Él la besó en los labios. En su mente ya imaginaba a Elena del brazo de su padre, llegando al altar, hermosa con su vestido blanco. Y aunque a causa de la pandemia tuvieran que esperar un poco, él estaba feliz porque ya tenía lo más importante: una familia y su amor.

FIN

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