Capítulo 35: Blanca
Álvaro y su esposa Blanca poseían un hermoso piso en el exclusivo barrio de Recoletos.
Elena estaba muy cohibida por estar allí, pero sentía que no tenía cómo rehusarse a la petición de una mujer enferma.
Álvaro no había contestado sus llamadas ni respondido su mensaje, por lo que no sabía si lo que estaba a punto de hacer era correcto. Creyó que él no se molestaría, a fin de cuentas fue la propia Blanca quien solicitó su presencia e insistió para que ella acudiese.
La puerta la atendió una de las enfermeras, que de inmediato las escoltó a la recámara que ocupaba Blanca. En el trayecto, Elena pudo divisar algunos retratos del matrimonio en una etapa feliz, y aquellas imágenes le hicieron sentir una profunda punzada en el corazón. Ellos eran una pareja unida, enamorada, según lo que poco que pudo observar. El destino les cambió su vida en un segundo, y ahora era ella la principal razón que desharía los lazos que todavía mantenían unido a ese matrimonio, a pesar de su desventura. ¿Era correcto hacerlo? ¿Debía en realidad seguir adelante y preocuparse solamente por su felicidad?
Se hacía esas preguntas cuando entró a la recámara de Blanca; ella le esperaba, sentada de frente a la puerta en la silla de ruedas que ya le conocía. Su piel blanquísima, sus ojos cansados, el pelo encanecido, le hacían ver como la sombra de lo que una vez fue.
Ya Elena había observado los retratos y sabía que Blanca había sido una mujer muy hermosa. Todavía, si la miraba con detenimiento, podía ver algo de aquella belleza en ese rostro apagado y triste.
Blanca también la miró con detenimiento en silencio; Elena no sabía cuál sería el resultado del juicio que, obviamente, le estaría haciendo. Luego se obligó a hablar, y volvió a escuchar aquella voz profunda que intimidaba y estremecía.
—Hola, Elena. Gracias por venir —le dijo—. Cristina, me gustaría que nos dejaras a solas.
La hermana accedió sin protestas, y cerró la puerta tras de sí. Elena dio un paso hacia Blanca, pero se mantuvo de pie, no muy segura de tener la entereza suficiente para sostener aquella charla que se avecinaba.
—No debes tenerme miedo —prosiguió Blanca, leyéndole la mente—, puedes sentarte si lo deseas.
Elena así lo hizo. Se ubicó en una butaca frente a Blanca, que continuaba mirándola a los ojos. Por su padecimiento no podía moverse, tan solo los músculos de la cabeza.
—Supongo que te habrá sorprendido mucho que te haya mandado a llamar, ¿verdad?
Elena asintió.
—Nunca lo pensé, pero no me consideré capaz de no atender su solicitud —respondió Elena al fin.
—Que bueno que finalmente has hablado, aunque entiendo que la situación no sea para ti agradable. Me disculpo por ello, pero creo que era necesario que vinieras.
Se hizo otra larga pausa. Blanca cerró los ojos y Elena temió por un momento que se hubiese dormido, aquel comportamiento era un poco extraño. Sin embargo, al cabo de unos segundos volvió a abrirlos.
—Eres muy bonita y muy joven —comentó—, y al verte entiendo por qué Álvaro está deslumbrado por ti. Después de mi accidente fui incapaz de solicitarle fidelidad, pero es evidente que tú no eres para él una relación pasajera. Álvaro te ama, lo ha admitido ante mí, y pretendo divorciarme de él.
Elena se sujetaba las manos, presa de la mayor ansiedad.
—Jamás presioné a Álvaro con el divorcio; me mantuve lejos de él en cuanto supe que era un hombre casado, pero mis convicciones flaquearon y no me siento orgullosa de eso.
—Te he mandado a llamar porque antes de divorciarme de él, quisiera tener la certeza de que en verdad lo amas.
Elena permaneció callada.
—¿Amas a Álvaro? —repitió Blanca.
—Lo amo tanto que no me importaría que continuara casado con usted y que compartiera solo parte de su tiempo conmigo, a cambio de estar a su lado.
Aquella confesión hizo que una lágrima bajara por el rostro de Blanca.
—¿No ansías ser su esposa? —le preguntó con curiosidad.
—Por supuesto, pero no es lo más importante para mí. Sé que Álvaro jamás sería la misma persona si se divorciara y apartara de su vida. Las culpas, tarde o temprano aparecerán en él, y temo que sus remordimientos terminen por minar el amor que siente por mí. En cierta forma, sé que él nos ama a las dos.
Otra lágrima bajo por la mejilla de Blanca.
—Acércate, por favor.
Elena la obedeció en el acto y se colocó frente a ella.
—Eres una buena mujer —le dijo en voz baja—, y aunque te parezca difícil de comprender, me siento aliviada de que Álvaro te haya encontrado. No voy a decirte que no le echaré mucho de menos: Álvaro es mi mundo, mi hogar, pero tampoco me podré sentir feliz de retenerlo. Si el puede vivir, que viva por los dos.
—Pero…
Elena iba a replicar cuando sintió una voz alterada en el corredor. Se volteó cuando la puerta de la habitación se abrió no sin cierta brusquedad. Era Álvaro, quien la miraba con una expresión que de inmediato le asustó.
Al parecer, había leído sus mensajes y no había dudado en regresar a casa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le espetó a Elena, bastante molesto, algo no acostumbrado en él.
La joven se quedó muda, pero fue Blanca quien respondió.
—No te enojes, fui yo quien la mandó a llamar. Nos debíamos una conversación sincera.
Álvaro se le quedó mirando, e intentó frente a Blanca serenarse un poco.
—Lo siento mucho, Blanca, pienso que no fue una buena idea. Vámonos, Elena.
Ella le obedeció en silencio. Temblaba como una hoja por lo que había pasado y temía por la reacción de Álvaro cuando se encontraran a solas.
Él no dijo ni media palabra hasta que salieron al exterior; se subieron al coche y condujo en silencio. Elena no quiso decirle nada, podía ver sus manos tensas sobre el volante, el ceño fruncido y lo agobiado que estaba.
Él se estacionó cerca del Parque del Retiro, pero no se bajó del coche, solo se giró hacia ella. Elena pudo leer un profundo disgusto en sus ojos y tuvo miedo de lo que podría suceder entre los dos.
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