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Capítulo 34: Una petición inesperada

El temor cesó en los siguientes días, ya que su rutina se desarrolló de manera habitual. Álvaro había optado por no llevarla a lugares públicos, pero el plan del hotel lo repitieron dos o tres veces, en esta ocasión con el ánimo y deseos de siempre. No habían vuelto a hablar del asunto, y ambos creyeron que todo había quedado atrás.

Elena pintaba con ánimo y había vendido tres cuadros en una semana: dos en Barcelona y uno en Madrid. Esa misma mañana llamó a Álvaro, para comer juntos. Después de darle la enhorabuena, notó que a él le sucedía algo. Si bien quería compartir la alegría que Elena evidenciaba, resultaba notorio que algo ensombrecía su rostro. Ella ya lo conocía lo suficiente como para advertirlo.

—¿Qué sucede? —le preguntó.

—No pasa nada, solo estoy un poco cansado.

—Álvaro, amor, —replicó con dulzura—, sé que hay algo que me estás ocultando. ¿Puedes decirme acaso qué te sucede?

Él se encogió de hombros.

—No quería decírtelo, pero supongo que tampoco debo ocultártelo —cedió al fin—. No desearía que te abrumes por lo que estoy a punto de narrarte, pero sobre todo no quiero que te sientas culpable.

—Ahora sí me estás asustando —Elena tenía el ceño fruncido, pero Álvaro le tomó la mano por encima de la mesa, para tranquilizarla.

—Es algo que pensé que no llegaría a suceder, pero que en realidad ha acontecido y estoy un poco preocupado.

—¿Qué es? ¡No demores en decirme, por favor!

—Blanca me pidió hablar con ella hoy en la mañana —comenzó—. Me extrañó un poco, pues últimamente no ha querido platicar mucho. Lo cierto es que me hizo una pregunta que me dejó desconcertado.

Elena le miraba con una expresión interrogante, pero tenía la garganta seca y no pudo hablar más.

—Quería saber si estaba enamorado, si estaba en verdad en una relación seria con otra mujer.

Elena abrió los ojos como platos, no se lo esperaba.

—¿Qué le respondiste?

—Le dije la verdad —confesó—. Si ya estaba enterada, intuyo que por Cristina, no merecía que la engañara al respecto. Le hablé de nuestra relación y le dije que en modo alguno ello variaría el compromiso y el cariño inconmensurable que tengo por ella.

Elena estaba pálida; imaginaba cuán difícil debía haber sido esa conversación para los dos y se apenaba del papel que le había correspondido desempeñar en esta historia.

—Admito que fue la charla más difícil que he tenido en mi vida —prosiguió Álvaro con la voz entrecortada—, pero no podía mentirle.

—Entiendo —comentó Elena en voz baja-, y a la vez me sorprendo de cuánto daño le ha hecho Cristina a su propia hermana al revelarle algo que, aunque cierto, le ha causado una honda pena. ¡Lo siento tanto!

—Blanca me ha hablado con una tranquilidad que me dejó pasmado, pero ha sido firme en su decisión: quiere el divorcio y me ha pedido que sea Cristina quien vele por ella en lo ha adelante. No quiere convertirse en un estorbo en la nueva vida que tendremos, y no me ha permitido si quiera hacerla entrar en razones.

—¡Pero no puede ser! —exclamó Elena, apesadumbrada—. ¿No habías dicho que Blanca no tiene una buena relación con Cristina?

—Cristina jamás se ha ocupado de ella —asintió Álvaro—, ni siquiera cuando estaba bien de salud eran unidas. Ahora, al parecer, la ha convencido de que asumirá todas las responsabilidades que su condición conlleva.

—Ocuparse de Blanca es más que pagar los cheques —comentó Elena—, y los dos lo sabemos. Llenas un espacio en su vida que no creo que Cristina pueda ocupar y me hace sentir horrible que Blanca pretenda inmolarse por nuestra felicidad haciendo tamaño sacrificio.

—Lo sé, —reflexionó él—, pero tal vez esto tenía que suceder más tarde o más temprano. Nosotros también hemos hecho muchos sacrificios, y aunque no hubiese deseado que esto ocurriera, siento que tal vez sea lo mejor para todos. Con mi tutela o no, la situación de Blanca será la misma, continuará con los cuidados de su equipo de enfermeras y yo iré a verla todos los días si es preciso.

—No creo que quiera recibirte.

Álvaro permaneció callado, pues también lo creía así. En determinados momentos Blanca era muy testaruda y se mantenía firme en sus decisiones. Era probable que tras el divorcio no quisiera verlo, para no interrumpir el ritmo de la vida que tendría.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Elena sacándolo de sus pensamientos.

—Voy a volver a hablar con ella —le contestó Álvaro—, quiero hacerle ver que está cometiendo un disparate al confiar en Cristina y que nuestra felicidad puede preservarse sin que ella haga tantos sacrificios.

Elena asintió. A pesar de amar a Álvaro no quería que Blanca se perjudicara de esa manera. Además, al verlo a él tan ofuscado, supo que esta era la antesala de los remordimientos que en el futuro podría tener Álvaro por una decisión de esa clase.

—Hablaré con ella mañana —prosiguió—, le diré que incluso si nos divorciáramos por su voluntad puedo continuar siendo su tutor, y que tú jamás te opondrías a que velara por ella, aunque estemos casados.

Ella asintió por segunda ocasión.

—Jamás interferiría entre ustedes —confirmó—. Solo quisiera hacerte una pregunta que, por favor, no quisiera que la tomaras a mal.

—Puedes preguntarme lo que desees.

—Hay algo que tal vez no has pensado respecto a este divorcio, y está en relación con los bienes comunes que puedes llegar a perder. Sé que no eres una persona codiciosa o interesada, pero es algo sobre lo cual debes reflexionar, más aún si tienen una sociedad de gananciales.

En efecto, Álvaro no había pensado en esto.

—Sí, así es. Incluso mi estudio como arquitecto nos pertenece a los dos, pero estoy seguro de que Blanca no lo reclamaría. Pretendo cederle el piso de Madrid, en fin, todo lo que pueda garantizarle una vida digna, como la que hasta ahora ha tenido, a cambio de mi despacho. ¡Es todo lo que necesito!

—Tal vez si Cristina interfiera puedas perder incluso parte del estudio. ¡Debes tener cuidado! Me siento tan culpable de que estés en esta situación…

Álvaro se levantó y la abrazó en su silla.

—No te preocupes, amor mío. Sabremos salir adelante. ¡No quería que te sintieras mal por esto!

Elena le enmarcó el rostro con las manos y le dio un beso. Experimentaba una sensación difícil de comprender y no pudo evitar pensar en Julia y en lo que le había advertido muchas veces. Aquel era el precio de interferir en una relación, incluso aunque no fuera un verdadero matrimonio.

Al día siguiente, Elena permaneció toda la mañana en casa de doña Graciela, no se sentía con ánimos de ir a ninguna parte por lo que se sentó en el estudio a pintar un poco. Había comenzado un cuadro que quería terminar en los próximos días. Estaba absorta en sus pensamientos cuando una empleada la interrumpió al tocar a la puerta.

—Disculpe, Elena, pero en el salón hay una visita aguardando por usted.

Se levantó enseguida, bastante intrigada. Aquella mañana doña Graciela había salido a dar otra conferencia sobre Picasso, y se encontraba sola en la casa.

A Álvaro no lo veía desde la víspera, cuando tuvieron aquella difícil charla y, de haber ido a verla, se lo hubiese anunciado por teléfono primero.

Fue una gran sorpresa cuando se encontró a Cristina en el salón, aguardando por ella, con una sonrisa bastante cínica. Elena se estremeció en cuanto la vio, pero avanzó hacia ella, dispuesta a descubrir lo que quería.

—Hola —comenzó la recién llegada—, que bueno que te veo. Necesitaba hablarte.

—Ya estoy informada de lo que hiciste —replicó Elena con aspereza—, y no puedo creer cómo fuiste capaz de causarle ese daño a Blanca.

La mujer se rio.

—Me parece, querida, que el daño se lo has hecho tú en todo caso. Incluso deberías estarme agradecida, ya que por mi intervención Blanca y Álvaro se van a divorciar, algo que te resultará muy conveniente.

—Jamás hubiese presionado o buscado un divorcio entre ellos. Mis principios están por encima de cualquier interés personal. Tal vez sea algo muy difícil de comprender para alguien como tú, pero incluso sin apenas conocer a Blanca, me apeno profundamente del dolor que tu indiscreción debió haberle causado.

Continuaban de pie, pero al parecer Cristina no deseaba tomar asiento ni Elena iba a invitarla a sentar.

—No pretendo escuchar tus sermones, muchacha —continuó la mujer—. He venido aquí por una petición de mi hermana. Quiere verte y pretendo llevarte conmigo. El chofer me está aguardando fuera.

El rostro de Elena reflejó pánico al escuchar esto.

—¡No es posible!

—Pues lo es —replicó Cristina—, Blanca quiere conocerte.

Elena pensó por un momento que se trataba de una artimaña más de Cristina, así que no se dejó convencer.

—No creo que eso sea cierto, por lo que no pretendo acompañarte a ningún sitio.

Cristina no la contradijo, solo se limitó a extraer su teléfono y a hacer una llamada. Elena la escuchó lívida cómo hablaba con una enfermera y pedía que le pusieran a su hermana. Luego, activó el altavoz.

—Hermana —comenzó Cristina—, perdona que te interrumpa, cariño. He venido a casa de Graciela y, como te había dicho, aquí me encontré con esa joven: Elena, con quien querías conversar. Le he dicho que la estás esperando, pero ella se rehúsa a acompañarme, al parecer cree que estoy haciendo esto por mi cuenta.

Se hizo un silencio de un minuto, la propia Cristina miró un instante la pantalla creyendo que la llamada se había cortado, cuando en ese preciso instante ambas escucharon una voz apagada, profunda, que comenzó a hablar con lentitud.

—Hola, Elena —dijo—, soy yo, Blanca —se hizo una pausa—. Perdona, sé que tal vez esto te parezca muy extraño y es probable que lo sea, pero me gustaría mucho hablar contigo.

Elena no podía articular palabra, estaba pálida y tenía la respiración entrecortada.

—¿Sería mucho pedirte que vinieras a mi casa? —prosiguió Blanca—. ¿Podrías complacerme?

Sin darse cuenta de lo que hacía, Elena asintió, como toda respuesta. Cristina desactivó el altavoz y se dirigió a su hermana.

—Ha accedido —le respondió—, así que en breve estaremos allí.

Cuando cortó, Elena estaba tan aturdida que solo le pidió un par de minutos para cambiarse de ropa. Tomó su teléfono y comenzó a llamar a Álvaro, tenía que advertirle lo que había sucedido y lo que estaba a punto de hacer. Para su mala suerte, la llamada saltaba al buzón, por lo que no tuvo más remedio que marcharse con Cristina, hecha un mar de nervios.

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