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Capítulo 30: El destino

La brisa salada le acariciaba el rostro, como aquella vez. Eran cerca de las ocho de la noche, pero todavía no había oscurecido. Elena se encaminó por la plataforma de madera, observando los barcos atracados y el hermoso cielo del crepúsculo… No podía comprender por qué su corazón se encontraba tan inquieto, era como si tuviese un presentimiento, pero aquello era tan absurdo que debía desechar esa idea de la cabeza.

Continuó caminando hasta acercarse al sitio donde recordaba haber visto a “Destino” por primera vez… Reconoció el caso azul y las letras blancas tan conocidas, esas que le sobrecogieron la primera vez que las tuvo en frente.

Para su sorpresa, la cabina del barco estaba abierta, y en su interior se escuchaban ruidos… Se acercó un poco más al barco para mirar, pero sin subir a bordo. Cuál no fue su sorpresa cuando se topó con Álvaro que salía de la cabina con una enorme caña de pescar al hombro y una gorra azul, que le escondía su cabello castaño.

Sus ojos grises se posaron sobre ella, estaba despreocupado, pero al verla su expresión cambió y sus labios esbozaron una pequeña sonrisa.

—Tenía la esperanza de que vinieras —le confesó luego de colocar la caña en el suelo de la embarcación—, y aquí estás…

Álvaro se acercó a la popa y le dio la mano para bajar, Elena estaba tan nerviosa y ofuscada que no atinaba a decir nada.

—Evitemos que vuelvas a torcerte el tobillo —le dijo él, mientras tomaba la fría mano de ella en la suya—, esta visita a Barcelona será distinta, pero tan especial o más que la primera.

Elena respiraba con dificultad, se separó de él cuanto puedo y le miró a los ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? Tu madre me advirtió que no podías venir a Barcelona…

—Eso le dije —reconoció—, pero ambos sabemos que para mí era muy difícil saber que estabas aquí y no venir a verte…

—Llevo muchos días sin tener noticias tuyas… —le recordó ella—, pensé que las cosas habían quedado claras.

Álvaro suspiró, debía tener paciencia y jugar bien sus cartas.

—Me pediste que me alejara y eso intenté hacer, lo cierto es que me es imposible continuar en esta posición por más tiempo.

Elena lo miraba sin saber qué decir.

—¿Cuándo llegaste? —era una pregunta neutra.

—Hace un par de horas, vine conduciendo desde Madrid. Fui a casa de Ali esperando verte, pero me explicó que habías ido a saludar a tu amiga en Vilapicina. Pensé en recogerte allí, pero no tenía intenciones de arruinar tu paseo y algo me hizo pensar que podrías venir al puerto. Aquí estamos, una vez más, frente a frente en Barcelona…

—¿Eso significa algo? —preguntó Elena levantando el mentón para mirarlo.

Álvaro dio dos pasos hacia ella.

—Significa que no pienso permitir que te marches de mi lado. En Barcelona me siento libre para decirte todo lo que siento. Experimento una libertad que, como la otra vez, me impulsa hacia ti sin recriminaciones.

—La vez anterior yo no sabía la verdad —le recordó ella—, ahora la sé y eso pesa mucho…

—Es cierto —reconoció—, pero también pesa lo que sentimos el uno por el otro, Elena. En aquella ocasión pude marcharme porque no era capaz de comprender lo que me sucedía, era demasiado pronto e inesperado. Hoy, en cambio, no tengo ningún temor en decirte que estoy completamente enamorado de ti.

Álvaro no esperó a que Elena respondiese, al parecer estaba tan asustada que no pensaba hablar nunca, fue por eso que la estrechó entre sus brazos, le levantó el mentón y le acarició el rostro con una mano, reflejándose en sus ojos oscuros justo un segundo antes de perderse en sus labios, en un intenso beso que había tardado demasiado en llegar.

Elena le besó también, como un delirio, como en un sueño, como si deseara que ese instante durase para siempre…

—Yo también te amo —le dijo ella, cuando el beso concluyó.

Álvaro estaba tan feliz que la cargó en sus brazos —como antes— y comenzó a girar en el barco mientras reían a carcajadas… Luego la colocó en el suelo, y volvió a besarle en los labios, rodeando su cuerpo y uniéndola cada vez más a él.

—Te invito a cenar —anunció—, esta noche me la debes…

Elena se ruborizó, ¿qué podría suceder? Las manos de Álvaro descansaban sobre su espalda y sus brazos le rodeaban.

—¿Y tu madre? ¿Y Ali? Seguro nos esperan, además ignoran que nos hemos encontrado y pueden preocuparse…

Álvaro sonrió.

—Dudo que no lo supongan, pero si eso es lo único que te detiene a pasar la noche conmigo, vamos a hacer algo al respecto…

Quitó sus brazos de ella y tomó el teléfono del bolsillo de su pantalón.

—¿Ali? Soy yo, llamaba para decirte que estoy con Elena y que le he invitado a cenar, así que no se preocupen si no aparecemos… —Álvaro se rio de algo que le decía a Ali—. A mamá puedes decirle la verdad —añadió—, a fin de cuentas, ella se alegrará mucho cuando lo sepa.

Álvaro cortó, pero cuando miró a Elena la encontró muy ruborizada… Seguramente le daba vergüenza que la familia conociese que estaban juntos.

—Eh, pequeña —le tranquilizó mientras volvía a abrazarla—, hemos esperado mucho tiempo por esto…

—Tienes razón —contestó ella—, y no hay nada que desee más que estar a tu lado.

Esta vez fue Elena quien le beso, convencida de que aquel era su destino y de que no podría huir de él.

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