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Capítulo 24: La ayuda de una amiga

A las cinco y treinta de la mañana, Elena se despedía de Álvaro con un breve beso en los labios y subía en el ascensor del edificio. Se levantaron aprisa, no tomaron desayuno, y el coche de Álvaro condujo con rapidez hasta el barrio de Carabanchel.

Dormir en sus brazos fue la experiencia más placentera de su vida, así que aquel cariño, incompleto a pesar de las circunstancias, bastó para borrar el recuerdo que le había producido su cita con Gabriel.

Elena sabía que, por costumbre, en la casa nadie se levantaba antes de las seis de la mañana, así es que se sentía a salvo de cualquier censura. Cuando abrió la puerta y entró al salón, se dio un susto terrible al toparse con Julia que la observaba de manera reprobatoria.

Elena llegaba con el mismo vestido azul turquesa que le había prestado Mari Paz, así que resultaba evidente que no había dormido en la casa.

—Estaba preocupada por ti, Elena —le dijo Julia con seriedad—. Anoche no te sentí llegar, me desperté en la madrugada y comprobé que no estabas en tu cuarto y me he levantado temprano para alistarme para mi guardia y tampoco estabas…

“Dios mío” —pensó Elena—. “Olvidé por completo que Julia tenía guardia”. Esos días se levantaba más temprano para preparar sus cosas.

—Lo siento —respondió—, la recepción en casa de doña Graciela se demoró más de lo debido y ella tuvo la amabilidad de ofrecerme su habitación de huéspedes para que no tomara un taxi a esa hora.

Julia se le quedó mirando en silencio, pero con una expresión de gran decepción.

—¡Jamás pensé que podrías mentirme así! —exclamó.

—Por favor, Julia —se defendió—, no te he mentido, es que yo…

—He visto por la ventana que te has bajado del coche de Álvaro y le has dado un beso en los labios —Elena no se esperaba esto.

—Si me permites, puedo explicarte lo que sucedió…

—No tienes que explicarme nada —le increpó Julia—, ya veo que me has mentido en varias ocasiones, que no has seguido mis consejos, pero lo peor es la habilidad con la que te burlas de mí en mi propia casa. Es evidente que pasaste la noche con este hombre y continuarás hasta que logres que se divorcie de su esposa… ¡Eres una mujerzuela! —le gritó.

Elena se enjugó una lágrima que caía de su rostro, presa de la mayor indignación.

—Eso no fue lo que sucedió —respondió calmada—, pero comprendo que no vas a creerme y tampoco merezco que me insultes. Agradezco que me hayas recibido en tu casa y el tiempo que he pasado con ustedes, pero no permaneceré más aquí…

—Me parece que estás comenzando a ser razonable —continuó Julia en un tono de voz más bajo—, no quiero a alguien con tu desvergüenza y falta de escrúpulos bajo mi techo… Es probable que Álvaro te haya alquilado un piso para ti, donde puedan consumar su romance.

Elena salió corriendo hacia su habitación, cerró la puerta y comenzó a llorar mientras sacaba su maleta y comenzaba a colocar sus cosas dentro de ella. ¡Se sentía muy humillada, pero no quería crear un problema mayor rebatiéndole a Julia!

A media mañana, Mari Paz entró a su habitación luego de despertar, sin imaginar lo que había sucedido. Cuando vio a Elena, con la maleta casi lista, se quedó espantada.

—¿Pero y esto? —le preguntó.

—Yo… —Elena no sabía qué responder, tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Mari Paz por segunda ocasión.

—He decidido marcharme —contestó la aludida al fin—, es lo mejor para todos.

—No entiendo lo que quieres decirme, Elena —a Mari Paz aquello le parecía absurdo—. Llevas más de un año viviendo en esta casa y somos amigas…

Elena se llevó las manos al rostro, en un intento de controlar las lágrimas que querían brotar de la vergüenza.

—Voy a buscar a abuela y a pedirle que te convenza de ser razonable, ya que no me quieres decir qué te sucede…

Elena la detuvo antes de que se marchara.

—Por favor, no quiero que le digas la verdad a Concha —no quería darle ese disgusto a la anciana.

—¿Pero cuál es la verdad? -le pidió.

Elena entonces no tuvo más remedio que contarle a Mari Paz sobre Álvaro, historia de la que Mari Paz solo conocía parte. Luego narró lo sucedido con su madre esa misma mañana y que lo que suponía sobre ella no era cierto. Le habló del comportamiento de Gabriel y cómo había acudido a Álvaro en su desesperación…

—Puede parecer extraño —concluyó—, pero Álvaro y yo solo dormimos juntos, jamás hemos llegado a más.

—Hablaré con mamá —le prometió Mari Paz tomándole las manos—, y te pedirá disculpas. ¡No puedes irte de la casa así!

Elena ya había tomado una decisión y no daría vuelta atrás.

—Lo siento —le dijo a su amiga—, quisiera quedarme, pero después de lo que sucedió no puedo hacerlo, y no es por orgullo o porque me sienta ofendida, todo lo contrario. Le tengo un gran cariño a Julia y no me marcho por la discusión que tuvimos hoy, sino por lo que pueda llegar a suceder en el futuro…

—Sigo sin comprenderte.

—Es cierto que no ha sucedido nada aún con Álvaro, pero yo no puedo garantizarles que no llegue a pasar. Yo me he enamorado de él —confesó en voz alta, por primera vez—, y no sé si seré lo suficientemente fuerte para lograr mantenerme aparatada de él, como dictan mis principios. Puede que lo logre y que no suceda nada entre nosotros, pero esa es una decisión que debo tomar libremente, según lo que dicte mi conciencia, y no la de tu madre.

Mari Paz permaneció en silencio por unos minutos.

—Me pongo en tu lugar y te comprendo —dijo al fin—, y pienso que lo que suceda entre tú y Álvaro es asunto de los dos, mi madre no puede interferir en ello… Es tu intimidad, tu vida, ninguna de nosotros está en posición para juzgarte si quiera.

—Aún así, esta es la casa de tu madre y yo debo acatar sus normas, sus códigos, por lo que prefiero marcharme ahora cuando puedo decir con la mayor franqueza del mundo, que no he hecho nada indigno de lo que puedan sentirse ofendidas o decepcionadas.

—Jamás podría sentirme decepcionada de ti, Elena —le sonrió Mari Paz con tristeza—. Voy a darte mi opinión, y es esta: no apoyo la traición ni el adulterio; entiendo que Álvaro es vital para la vida de su esposa, pero también he aprendido que en el amor las cosas no pueden verse en blanco y negro. Las circunstancias pueden eximirlos a ambos de cualquier censura, de cualquier juicio. A veces lo más importante es ser feliz, aunque esa felicidad dure poco tiempo. Puede que en algún momento te preguntes qué pudo haber sucedido si se hubiesen dado una oportunidad… En ocasiones, el arrepentimiento de lo que dejamos de hacer, pesa tanto o más que el arrepentimiento por lo que realmente hicimos.

Elena le dio un abrazo.

—Gracias, eres tan sensata y tan buena…

Mari Paz negó con la cabeza.

—Soy tu amiga y es probable que te haya dicho justo lo que necesitabas escuchar.

Mari Paz se levantó de la cama, con una sonrisa que Elena no entendió:

—Aguarda un momento, por favor.

Pocos minutos después dejaba caer sobre la cama un manojo de llaves.

—¿Qué son? —Elena las tomó en la mano.

—Son las llaves del departamento donde viviré con Esteban cuando nos casemos. Está listo y quiero que te quedes allí…

Elena se levantó de un salto.

—¡No! —exclamó—. No puedo aceptarlo, Mari Paz, por más que te lo agradezca en el alma y que me emocione con un gesto como este…

—¡Tonterías! —su amiga le restó importancia al asunto—. Faltan unos días para la boda y luego Estaban y yo nos iremos dos semanas a Lisboa. Tienes tiempo para encontrar, con calma y sin prisas, un piso que se ajuste a tus necesidades.

Elena miraba, agradecida, el manojo de llaves, pero todavía no se decidía.

—Elena —le insistió Mari Paz—, sé que no estás cobrando ya subvención alguna del gobierno, que estás viviendo de tus ahorros y que necesitas de ese dinero para comprar tus materiales y pintar. Hasta que puedas vivir bien de tu talento, es necesario que economices y ambas estaremos de acuerdo en que no puedes darte el lujo de salir de aquí, sin rumbo, a alojarte en cualquier hotel o piso, sin antes meditar bien y hallar la mejor opción.

Elena volvió a darle otro abrazo.

—¡Eres increíble! —le dijo simplemente.

—Y escúchame bien —le advirtió con seriedad Mari Paz—, si al cabo de mi Luna de Miel, no has encontrado aún donde quedarte, Estaban y yo te acogeremos con gusto por el tiempo que decidas y que necesites. El departamento tiene dos habitaciones y nos las apañaremos bien los tres.

Elena se negó a ello.

—Te prometo que encontraré mucho antes un lugar donde alojarme. No quiero estropear su vida de recién casados, aunque sé que ambos me abrirían las puertas de su casa de corazón. Ahora, —le pidió—, ayúdame a encontrar una buena excusa para doña Concha, siento pena de decirle la verdad…

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