Capítulo 14: En el Gregorio Marañón
Una nueva buena noticia, sacó a Elena de la tristeza con la cual había pasado el fin de semana. A su correo había llegado la autorización del Museo del Pardo para presentarse e iniciar la copia de la pintura que había solicitado. ¡Un nuevo reto se le había puesto por delante y no veía la hora de enfrentarlo!
La semana transcurrió con lentitud y sin nada más que señalar. Álvaro no le había vuelto a llamar y Elena tampoco a él. Habían quedado en eso pero, a pesar de que ella se lo había pedido, una parte de su corazón necesitaba tener noticias suyas.
Elena pensaba mucho en él, pero había sido fuerte: no le había escrito, no le había llamado, pero estaba en su corazón. Se preguntaba si su esposa ya habría mejorado de la neumonía, el jueves hacía una semana de su ingreso y los medicamentos debían haberla ayudado a rebasar su crisis. Ella deseaba que estuviese mejor, no podía desearle ningún mal, por encima de todo ella era una buena persona y la esposa de Álvaro era una mujer enferma, digna de compasión. Álvaro también era digno de su compasión.
Elena encontró un poco de consuelo en la pintura, tenía un lienzo montado y comenzó a pintar algo que le recordaría por siempre a Barcelona... El resto del tiempo lo pasaba con Mari Paz, planeando su boda, a pesar de que no podía acompañarla a todos los sitios que su amiga deseaba, a causa de su reposo.
Mantenía constante comunicación con sus padres en La Habana y con sus hermanos. Así, entre el cariño de Concha, sus dulces y la conversación de Mari Paz, iba recuperando su habitual estado de ánimo.
El viernes, Julia le confirmó su cita para el lunes siguiente, la vería un ortopédico a primera hora del día para retirarle la férula y constatar que no había ninguna dificultad. Elena iría ese día temprano con Julia en su coche hasta el Gregorio Marañón, y luego tenía intención de dirigirse al Museo del Prado a presentarse.
Esa misma semana, era la conferencia de doña Graciela, con lo cual tendría nuevos motivos para llenar sus días de actividades y distraer su mente.
Llegó el lunes, el día de la consulta y Elena despertó bien temprano. Se fue con Julia en su coche como habían acordado e iban conversando por el camino. Julia le había tomado mucho cariño a Elena, como todos en la casa, para ella era como su sobrina y, bajo su techo, no hacía distinciones entre ella y su hija.
—Lamento no poder acompañarte a la consulta, pero debo ver a una paciente, que hasta hace poco estuvo en terapia y necesito evaluarla, ahora que ha salido de la gravedad.
—Entiendo, no te preocupes, sabré llegar a mi consulta sin problemas —respondió-, te agradezco que hayas hecho la coordinación.
—Es importante que te vea el especialista y diga si es necesario que realices o no fisioterapia.
—Espero que no, tengo tantos planes para esta semana...
Julia sonrió.
—Lo sé, y me alegro verte más animada, sé que después de que regresaste de Barcelona has estado un poco triste.
Elena bajó la cabeza.
—Es por ese hombre, ¿verdad? —le preguntó Julia mientras conducía—. El que te llevó al hospital cuando tu accidente y que te ayudó a conocer la ciudad...
Elena asintió.
—¿Sucedió algo entre ustedes? —Julia a veces era muy sobreprotectora y temía que el asunto fuese serio.
—La verdad es que tuvimos algo especial —respondió ella—, pero él terminó diciéndome a tiempo que era casado. Al parecer su esposa está muy enferma, lleva años así, pero eso jamás justificaría que yo me involucrara con un hombre casado.
—Has dicho bien —contestó Julia aliviada—, debes alejarte de él y no pensar más en eso. La oportunidad del Museo del Prado, así como exposición en El Retiro, son dos proyectos que te sacarán de tu tristeza, estoy segura.
Elena se lo agradeció. Poco después entraban al hospital juntas. Ella iba apoyada por sus bastones y Julia iba más despacio que de costumbre para no dejarla atrás.
—Tomemos el mismo ascensor, yo te indicaré en que piso debes bajarte. Cuando te retiren la férula, pasa a verme, ya debo haber terminado con mi primer paciente y no tengo más ninguno citado hasta las diez.
Julia y Elena entraron al ascensor, y la médica le indicó las coordenadas para llegar al ortopédico. En el primer piso, el ascensor paró y Elena se hizo a un lado para dejar pasar a las personas que ingresarían en él.
Lo primero que divisó fue una silla de ruedas de color negro, respaldar alto y un aditamento para mantener la cabeza sujeta y en adecuada posición. Una mujer de ojos tristes, pelo encanecido y expresión resignada, entró en el ascensor...
Elena se quedó un tanto sobrecogida de verla, se fijó en su semblante demacrado, en su rostro que, a pesar de los estragos de su patología, evidenciaba que en algún tiempo fue una mujer hermosa.
Cuando apartó la vista de la mujer, se encontró que a su lado estaba Álvaro, tan asombrado como ella por la coincidencia. Él la había reconocido enseguida, quiso saludarle, pero las palabras murieron en sus labios cuando Julia se dirigió a ellos.
—¡Qué sorpresa! —dijo Julia—. Me alegra verle más recuperada, Blanca, justo a las ocho y media les esperaba.
—Es un placer saludarla otra vez, doctora —respondió Álvaro—, nos dirigíamos a su consulta.
Álvaro y Elena optaron por no revelar que se conocían, sería mejor para todos.
—Es bueno verla, doctora Julia —comentó la apagada voz de Blanca.
Álvaro no despegaba sus ojos de Elena, necesitaba hablarle, pero la situación era irreal. El elevador volvió a abrir sus puertas.
—Aquí te quedas, querida —le recordó Julia—, recuerda ir a ver al doctor Garmendía, es el ortopédico que te atenderá.
—Muchas gracias, eso haré.
Elena atravesó con cuidado el pequeño espacio del ascensor hasta salir de él. Se giró un instante para ver una vez más los aturdidos ojos de Álvaro. El ascensor, implacable, cerró sus puertas y ella se quedó un instante con el corazón roto y sin saber qué hacer...
Finalmente, se recuperó un tanto y se dirigió a la consulta del doctor Garmendía, que ya aguardaba por ella. Le retiraron la férula, le hicieron un ultrasonido de partes blandas y determinaron que su pie estaba bien.
Debía evitar zapatos altos y hacer ejercicios fuertes, pero Elena salió de allí sin las muletas y andando. Al comienzo sentía una leve molestia por el largo reposo, pero pronto se acostumbró a caminar otra vez... Tomó el ascensor y se detuvo en el piso donde trabajaba Julia, llegándose hasta su consultorio.
La casualidad la hizo toparse nuevamente con Álvaro y su esposa: él se fijo en ella, se percató de que le habían quitado ya la férula, que estaba caminando sin dificultad...
Elena lo miró a los ojos, pero fue incapaz de sostenerle la mirada por más tiempo; allí estaba su esposa, ajena a lo que sucedía, avanzando con su silla por el pasillo del hospital. Álvaro no podía retrasarse más, miró a Elena por última vez antes de darle la espalda y seguir a su esposa.
La silla que tenía le permitía tener cierta autonomía, aunque precisaba de constantes cuidados. Elena los vio alejarse, suspiró y tocó a la puerta de Julia.
Cuando la médica la vio entrar supo de inmediato que algo le sucedía, incluso llegó a considerar que se trataba de su pierna y el esguince, pero al ver que se movía sin dificultad, supuso que su dolor tenía otra causa. Elena se sentó en una silla frente a ella y se echó a llorar...
La realidad de Álvaro le había golpeado en lo más profundo, comprendió de inmediato por qué le había hablado tantas veces de la felicidad, por qué era tan diestro al cargarla en sus brazos, por qué se preocupó tanto cuando tuvo el accidente... Álvaro estaba preparado para aquellas contingencias, para llevarla en una silla por toda Barcelona, pero al mismo tiempo, para quererla, para involucrarse, para tener una oportunidad que la vida le había negado.
Sin embargo, al ver a su esposa, al ver su depresión y que Álvaro era un puntal en su vida, su decisión de apartarse se fortaleció aún más. Jamás podría interferir en la vida de ambos, jamás se perdonaría flaquear y alejar a Álvaro de la persona que más le necesitaba, aunque para ello debiese renunciar a él.
Julia confortó a Elena, sin saber qué le sucedía, hasta que esta le confesó la verdad: Álvaro era aquel hombre de Barcelona, Blanca era su esposa enferma y ella la mujer que, por tres días, lo había hecho vacilar...
—Me siento tan desalentada —confesó—. Jamás le di oportunidad a Álvaro de hablarme de la dolencia de su esposa. Supe que padecía una neumonía y que llevaba muchos años enferma, pero nunca supuse que sería algo tan terrible.
Julia suspiró.
—No suelo hablar de mis casos por ética, pero sobre ellos te diré un par de cosas que conozco, porque es evidente que necesitas hablar de este tema con alguien y considero que lo mejor es que no te acerques a Álvaro.
—No lo haré —contestó Elena enjugándose las lágrimas—, no puedo hacerle eso a ella...
Julia asintió.
—Llevo muchos años tratando a Blanca, como su neuróloga, así que conozco bien qué fue lo que le sucedió.... Hace diez años su esposo tuvo un accidente de coche que, aunque no fue su culpa, les cambió la vida para siempre. Álvaro salió del accidente con apenas rasguños, pero Blanca había perdido el conocimiento y estaba bastante grave. Con las pruebas realizadas se pudo constatar que estaba cuadrapléjica, lo cual, como debes saber, es una condición para toda la vida.
—¡Dios mío! ¡Es terrible!
—Yo me encargo de evaluarla desde mi área, pero estoy al corriente de lo que han pasado estos diez años. Blanca no es la sombra de lo que en algún momento fue. Supe de constantes depresiones, es evaluada por psicología, psiquiatría, más las dolencias que suelen ocurrir en casos de esta clase, como la neumonía. Hoy la he visto para indicarle fisioterapia luego de pasar esos días en cuidados intensivos.
—Él debe sufrir mucho al verla así...
—Es cierto —asintió ella—, yo soy tan solo su médica, pero me percato de que sufren mucho los dos. Blanca tiene muchas posibilidades económicas, se ha hecho varios tratamientos en el extranjero, pero su situación no es reversible. A pesar de que tiene enfermeras velando por ella, Álvaro jamás ha faltado a una consulta. No lo conozco mucho, pero por lo que sé de él, puedo asegurarte que es un excelente esposo, una gran persona...
Elena no podía estar más desalentada. Ya sabía que Álvaro era una gran persona, a pesar de que no fue sincero con ella desde el primer momento, pero lo entendía... Él no sabía cómo hablar de su situación y prefirió disfrutar de aquellos tres días que les regalaba la vida.
—¡Qué coincidencias! —exclamó al fin recostándose a la silla—. Jamás pensé encontrarme a Álvaro aquí y hubiese preferido que no hubiese sucedido. La imagen de su esposa y la expresión de él, no las olvidaré nunca.
—Trata de mantenerte calmada —le recomendó Julia—. Concéntrate en lo que tienes por delante, en tu arte y olvida lo demás que te perturbe. Ya sabes lo que debes hacer, puedes sufrir mucho si te involucras con él y lo mejor para todos es que las cosas se queden como están.
Elena sabía que así debía ser, pero no encontraba consuelo de una manera ni de la otra. Le agradeció a Julia, le dio dos besos en la mejilla y se marchó del hospital con rumbo al Museo del Prado.
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