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Capítulo 13: Oportunidades

Al día siguiente en la mañana, Mari Paz entró en la habitación de Elena con el desayuno para ella. Era sábado y Mari Paz no tenía que trabajar, así que iba muy entusiasmada a conversar de los pormenores de la boda con Elena, cuando se la encontró con los ojos llorosos y una expresión que denotaba la profunda tristeza que le asaltaba. Elena no tuvo más remedio que contarle a su amiga lo vivido con Álvaro aquellos tres días en Barcelona y la joven la escuchó en silencio.

—No sé por qué me siento tan mal —meditó Elena—, a fin de cuentas, fueron solo tres días. ¿Es posible querer a una persona en apenas tres días?

—Por supuesto, —respondió Mari Paz muy seria—, ¿acaso has olvidado Los puentes de Madison? Esa hermosa película de Meryl Streep y Clint Eastwood. En este caso, ella es una mujer casada, pero bastaron tres días nada más para que el amor que surgió entre los dos durara para toda la vida, a pesar de que estuviesen separados.

Elena sollozó.

—¡Qué ánimos me das! —exclamó—. He visto la película, y como dices, no terminan juntos.

Mari Paz le abrazó.

—Quisiera decirte lo que deseas escuchar. Podría soñar contigo con que en algún momento se reencuentren y él ya sea un hombre divorciado, pero la realidad puede ser también muy distinta y yo no deseo que sufras. Un hombre casado, aunque sea un hombre triste, dañado por un matrimonio de esa clase, puede hacerte mucho daño.

—¿Qué me aconsejas? —le preguntó Elena—. ¿Qué debo hacer?

Mari Paz la miró en silencio por unos momentos.

—Debes ser muy fuerte. Los próximos días serán los más difíciles, le extrañarás y es probable que él también te extrañe mucho a ti. Si está pasando por una crisis, te necesitará a su lado y, si te aproximas, puedes sucumbir al cariño que sientes por él y hacer algo que vaya en contra de tus principios e incluso de los suyos. Si logras alejarlo de tu vida en los próximos días, habrás ganado la batalla más difícil. El tiempo se encargará de aplacar un poco esos sentimientos. Llena tu agenda de trabajo, crea, pinta, sueña y haz todos los proyectos que puedas, cuando menos te lo esperes te percatarás de que el dolor, en algún momento, desapareció sin que te dieras cuenta.

Las palabras de Mari Paz eran sabias, era una joven muy inteligente y conversar con ella siempre era muy satisfactorio.

—Gracias —Elena le tomó de las manos—, no sé qué haría sin tus consejos y te prometo que los seguiré al pie de la letra.

—Ahora tómate el desayuno que te he traído —le dijo su amiga con una sonrisa—, y mientras lo haces, voy a decirte todo lo que tenemos pendiente por hacer juntas.

Elena se animó un poco al escucharla hablar de los preparativos acerca de la boda y su mente se dejó llevar por la alegría que supone un acontecimiento de esa naturaleza para cualquier familia.

En la tarde, doña Concha se acercó a Elena, aprovechando que estaban solas. Julia había ido al Corte Inglés a hacer unas compras, Mari Paz se había marchado con Esteban al cine y Elena se había quedado en casa mirando un poco de televisión, aunque su pensamiento no estaba precisamente en el programa que tenía delante.

—Cariño —comenzó Concha sentándose a su lado—, qué bueno que estás aquí, recuerda que te anuncié ayer que tenía novedades para ti.

Elena la miró con curiosidad.

—Cierto, —respondió—, pero pensé que se trataba de la boda de Mari Paz.

—Ese es, en efecto, un gran acontecimiento, pero no es lo único que tenía que decirte.

Doña Concha se andaba con mucho misterio, mas no demoró en develarlo.

—Sabes que hace unos meses he comenzado un curso de pintura y otro de cerámica —Elena asintió. Doña Cocha, pese a su edad, es una mujer muy activa—. Las clases de pintura las imparte Graciela Maura, una conocida artista plástica casi octogenaria. Es increíble pero no ha perdido un ápice de habilidad ni de talento, sus clases son muy aclamadas.

—¡La felicito, doña Concha! En otra oportunidad me ha hablado de Graciela Maura, me parece perfecto que invierta su tiempo de esa manera. ¿Necesita que la ayude con la compra de algún material? ¿Precisa que le preste algunos de los míos?

Doña Concha le dio una palmadita en la mano, agradeciendo su generosidad.

—No es eso, cariño. Verás, yo disfruto mucho con mis clases de pintura y de cerámica, pero lo cierto es que no tengo un gran talento y que es tan solo una afición. Sin embargo, doña Graciela comunicó en el grupo de pintura que le habían distinguido con el honor de exponer algunas de sus obras en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro. Ella planteó que, además de sus obras, iba a seleccionar tres pinturas de tres miembros del grupo para potenciar su talento y su visibilidad.

—¡Eso es excelente! —exclamó Elena—. Entonces doña Graciela ha escogido una de sus obras…

—¡Qué va! —repuso doña Concha—. Ya te he dicho, querida, que no soy talentosa. Eres demasiado buena al considerar que pudiese competir por algo así, tú misma has visto que, por más que me esfuerzo, no paso de ser una artista mediocre.

—Lo siento —contestó Elena—, pero no sé qué intenta decirme…

—Pues que hablé con doña Graciela y le dije que no iba a presentarle ninguna obra mía pues de antemano sabía que no sería escogida. A cambio, le pedí llevar una obra tuya para que, si la consideraba digna de exponerse, así fuese.

—¡Doña Concha! —Elena estaba sorprendidísima y se llevó una mano al pecho—. No puedo creer que usted vaya a hacer algo así por mí y, por otra parte, tengo miedo de saber qué pensará doña Graciela de mi obra.

Concha se echó a reír.

—No tienes por qué preocuparte, querida. Sabes ya el cariño que te profesamos en esta casa. Sobre la opinión de la maestra tampoco debes alarmarte. Como no estabas en Madrid, me tomé el atrevimiento de ir a tu habitación y seleccionar una de tus pinturas. Se la llevé a doña Graciela y ella quedó encantada con tu talento. Así que ya puedo felicitarte y decirte, con toda certeza, que expondrás en el Palacio de Cristal.

Elena se abrazó a doña Concha, muy emocionada, le dio par de besos y las más efusivas gracias.

—¡No sé cómo agradecerle, doña Concha!

—No tienes por qué, Elena, para mí ha sido un orgullo y una alegría muy grande, tanto como debe serlo para ti. Sin embargo, eso no es todo. Doña Graciela quiere conocerte en persona y me ha pedido que te lleva a una conferencia que dará la semana próxima en uno de los salones del Museo Reina Sofía. Imagino que no exista problema de tu parte, pues ya debes estar sin la férula y podrás andar sin dificultad.

—Me encantará ir a esa conferencia con usted, doña Concha, ¡no sabe lo feliz que estoy con esta noticia!

Doña Concha volvió a darle un abrazo.

—¿Puedo saber qué pintura mía ha escogido? —le preguntó.

—Es un paisaje de unas montañas, según recuerdo, creo que está inspirado en una región de Cuba.

—En Viñales, con sus mogotes —afirmó la artista—. ¡El paisaje de Viñales es único en el mundo!

El resto de la tarde, Elena y Concha se la pasaron hablando de las perspectivas que se le abrían a ella con esa exposición. Elena estaba feliz con eso, y por un par de horas, no se sintió torturada con los pensamientos que le rondaban en relación a Álvaro. Sin embargo, cuando fue a su habitación y revisó su teléfono, vio que tenía varias llamadas perdidas de Álvaro y su corazón comenzó a latir con fuerzas.

Tenía el teléfono en la mano, cuando este vibró nuevamente: era él. Elena titubeó si contestar, pero luego pensó que la duda la mataría y que debía al menos hablar con él.

—Hola —dijo.

—Hola, Elena —Álvaro se notaba aliviado, como si hubiese dudado en algún momento que ella le contestara.

Elena se sentó en la cama y suspiró.

—Sé que estás en Madrid, Iñaqui me llamó para decirme que se encargó de todo —prosiguió él—, siento tranquilidad de saber que estás cerca de mí.

Elena experimentó como si un dolor profundo se alojara en su corazón.

—Gracias por cumplir con tu promesa y ocuparte de que regresara a Madrid —le contestó—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu esposa?

Se hizo un silencio. Ella había actuado de manera correcta al preguntarle, pero Álvaro no se sentía cómodo de que ella lo hiciese.

—Por fortuna, parece que ha salido ya del peligro, aunque todavía está muy delicada. Sigue en terapia intensiva, por su condición previa de salud, pero quizás en un par de días pueda salir hacia una habitación.

—Me alegra escuchar eso —la voz de Elena denotaba que hablar de ese asunto tampoco era fácil para ella.

—¿Dónde estás? —le preguntó él.

—En casa, donde me alojo, con la familia que te comenté una vez —contestó.

—Sí, pero, ¿dónde estás? Elena, por favor, quiero verte…

Elena recordó las palabras de Mari Paz e intentó ser fuerte.

—Lo siento, no puedo. Es mejor que no nos veamos más.

—No digas eso, —la voz de Álvaro se quebró—, necesito explicarte…

—Aunque me expliques —repuso Elena—, tu realidad será la misma y yo no necesito explicaciones. Sé que no dejarás a tu esposa y yo jamás te pediría eso. No puede hacerme feliz un hombre que pasa por encima de tan importantes compromisos y tú tampoco lo serías de saber que has ido en contra de tus principios, por estar conmigo.

Álvaro esta vez permanecía en silencio.

—Quizás no tengas el valor suficiente para decírmelo —prosiguió ella—, pero lo sabes tan bien como yo. No podemos hacer esto, Álvaro, nos arrepentiríamos tarde o temprano y es mejor dejar un bonito recuerdo, que equivocarnos juntos de esa manera.

Elena hablaba con lentitud. Para ella no era fácil decir todo aquello, tenía los ojos llenos de lágrimas y la garganta apretada. Él, aunque no la veía, se daba cuenta de cuanto sufría al otro lado de la línea.

—Yo debo ser fuerte por los dos —concluyó—. Debo tomar la decisión que tú quizás, por respeto a mí, no tomarías. Por favor, Álvaro, no me llames más… Te deseo lo mejor del mundo para ti y para tu esposa.

Álvaro ahogó un sollozo. Era una estupidez creer que los hombres no lloraban…

—Sabes que te quiero, ¿verdad? —le dijo por toda respuesta.

—Yo también te quiero —respondió Elena y cortó.

El teléfono no volvió a sonar y Elena se dejó caer sobre la cama, con él en las manos. Estaba muy triste, pero debería salir adelante. Llenaría su vida de pintura, de creación, seguiría al pie de la letra el consejo que le dio Mari Paz y aprovecharía la oportunidad que doña Concha le había puesto en las manos. Al menos, la primera batalla, la había ganado ya.

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