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Sigue Mi Voz

—Chamo, yo te voy a hablar claro: yo soy un hombre de palabra, Y si digo que te voy a matar, tengo que matarte; si digo que me voy a pegar un tiro, tengo que hacerlo porque es un respeto hacia mi persona. No necesariamente tengo que tener un uniforme ni una carrera universitaria para poder hacer lo que se me pegue en gana.

Mi padre estaba en un lugar desconocido, realmente no conozco las coordenadas exactas, tal vez no las quiero especificar para que ninguno de ustedes se atrevan a ir a ese lugar donde reina el terror y el asesinato. Aclararé entre diversos cabos sueltos que las personas que allí viven son como una bandada de águilas carroñeras, o bien para que se haga más familiar el concepto, como un grupo de hienas que se comen los restos de algún animal muerto en combate.

El lugar era muy retirado. Era extremadamente pequeño que nunca tuvo la oportunidad de aparecer en los mapas locales. Un algo muy pequeño, que se volvió inmenso en los inescrutables caminos del destino; los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial quedaban chicos por las atrocidades que se habían cometido en este diminuto pueblito de tercera. Todos aquí hablaban el idioma rústico e indecible de la maldad, el cual era accesible para todos con el fin de corromper la integridad de un sinfín de maravillas que ellos no tenían.

Reformular el concepto de la propia persona acerca de lo perfecto y lo imperfecto sería vano: simplemente se incrustaban como garrapatas y parásitos que vivían a expensa de otro organismo. No trabajaban, no estudiaban, ni siquiera sabían lo que era la higiene personal; era un montón de personas que la sociedad había marginado por su deleitoso y dramático estilo de vida.

Siempre estaban muertos de hambre, hurgaban en la desnuda despensa de las cocinas y en las ollas, llegando incluso a ingerir los alimentos sin que acabaran de cocerse. Igualmente Andreína Esparragoza llegó a comentarme que había conocido esa parte del mundo; y para completar aún más mi preocupación me contó los rumores de que allí se practicaba el canibalismo.

Mi madre entre llantos pudo informarme que durante los últimos días, mi padre se había hecho cargo de un caso en donde atrapó al jefe de una banda de narcotraficantes. La persona que había atrapado era un políglota: hablaba español, inglés, portugués, italiano y francés. Mi padre no le había calculado la edad, ya que no tenía documentos para identificarlo y no tenía registros algunos de corrupción, solo les puedo aclarar que se veía demasiado joven que ni siquiera llegaba a los 30. Era como si no tuviera impaciencia por crecer, el dibujo de un cuerpo adulto se adaptaba a esa figura adolescente que estaba frente a los ojos de mi padre; cambiando poco a poco con efecto de desproporción y descargo, que sin embargo eran pasajeros.

El enigmático joven escapó de la comisaría durante la noche. Y al día siguiente cuando mi padre daba su recorrido diario por las calles de la ciudad, lo interceptaron, lo golpearon, esposaron y secuestraron. No entendía nada de lo que estaba pasando, nunca le había sucedido nada igual. Recordaba cuando en su infancia se miraba al espejo y hacía furibundas muecas como si fuera integrante de algún circo ambulante. Escuchaba que los antisociales hablaban una lengua desconocida, pero a su parecer la estancia había sido invadida por el alemán. Pasadas varias horas lo amarraron a una silla, lo rociaron de gasolina y esperaban el momento indicado por su jefe para acabar con el problema.

—Si digo que te voy a matar, tengo que matarte; si digo que me voy a pegar un tiro, tengo que hacerlo porque es un respeto hacia mi persona.

Esas palabras bailaban en la mente de mi padre, temiendo por su vida. A su lado había una desvencijada butaca donde sentía el cuerpo sin vida de una persona que había corrido con mala suerte. También había un horrendo dolor a carne quemada, sabía que su destino sería terrible, sin embargo no tuvo miedo. Mi padre era una persona que sabía zafarse de todos los inconvenientes de la Vida, pero algo le decía que de este no iba a salir fácilmente:

—¡Quiero Agua!

Su tono de voz, a pronunciar esta oración fue el mismo que podría haber emitido un gatito de 3 meses al reclamar su propio lugar. Temía que le dieran a beber vinagre como a Jesucristo, Para sorpresa su solicitud fue aceptada y su sed se aplacó por unos instantes.

Luego de pocas horas sin recibir noticias de él, ni siquiera un precio de rescate, y tampoco señales de vida; decidí volver atrozmente al inhumano espacio de la pequeña estancia donde había tenido mi especie de ataque epiléptico: Dónde mi nueva Amiga Andreína.

El extraño migrador de mi opinión se había enfocado a identificar la verdad que mi corazón me decía, y algo me decía que ella tendría las respuestas.

Ella aún no había salido del primer trance, Pero cuando me vió, contempló en mi rostro un estupor que se distendía en una sonrisa de desesperación y dulzura. Decidí volver a intentar el peligro de un soldado, sabía que solamente un estúpido cometía el mismo error dos veces, pero no me quedaba ninguna otra opción; tenía que traer de regreso a mi padre.

—¿Sabes la magnitud del peligro a la cual te vas a exponer nuevamente? — Andreína Seguramente me lo decía para disuadirme de mi objetivo.

—Sí lo sé, empecemos — y me senté nuevamente frente a la mesa de cristal.

Esta vez sí me tomó de las manos y le pedí a Bárbara Ignacia y a Robert que se quedasen afuera. Empecé a sentir un vaporoso orgasmo, era como si poco a poco el acceso se presentaba en un recuerdo como un punto de llegada.

Cuando nadie estuvo mirando y empecé a volar nuevamente tenía frente de mí el reflejo de una ingenua, deplorable, tibia y admirable joven que no era más y nada menos que yo misma. Poco a poco ese reflejo se iba distorsionando para que apareciese Misel.

—Ven Conmigo — y me estiró la mano.

Sus manos estaban realmente frías, cuando las tomé deposité en su cara pequeños besos impregnados de dulzura, miraba en su cutis trastornado una especie de encantadora gratitud; que poco a poco fue desapareciendo cuando nos adentrábamos a lo oscuro de la estancia, mi estado de tranquilidad y relajación se iba sobresaltando poco a poco entre el ataque de mi conciencia, sentía como los miedos penetraban en mi interior, Pero esta vez con un movimiento suave y posesivo. Volví a experimentar aquella sensación de dolor cuando hace 3 años atrás sufrí por la muerte de mi Ángel Guardián, y no entendía por qué si lo tenía a mi lado y me infundía algo de paz a través de sus venas de nieve.

Veía a mi padre, estaba encadenado, con sangre en toda su vestimenta, tenía un ojo hinchado y pocas fuerzas. Aunque lo tenía enfrente de mí me sentía confusa a causa de una inmensa lejanía, sentía que había viajado fugazmente de un continente superpoblado a un diminuto lugar desconocido que se encontraba a miles de millas de la ciudad. Quería acercarme, pero Misel no me lo permitía, lo único permitido era que le hablara al oído:

—Dile que siga tu voz — y soltó mi mano para que me acercase. — nadie puede verte, ni siquiera él.

Yo con el miedo de estar haciendo algo malo, y también con el miedo de que mi padre pensaba que se estaba volviendo esquizofrénico; me acerqué, hice tracción de su oído y le dije:

—Papi, Sigue mi Voz.

Lo dije con un esfuerzo que me removían las entrañas de mi corazón, mi frecuencia cardíaca aumentaba cuando empecé a escuchar en mi mente sus pensamientos:

—No puedo hija, estoy encadenado.

—Dile que él puede romper esas cadenas, dile que él tiene la potestad de romperlas. — las órdenes de Misel eran dichas con su autoridad detonante, que había sido mi refugio durante mi estancia en la Generación de Cristal.

—Papi, tú puedes romperlas, cree en tí, concéntrate... Las cadenas se van haciendo líquidas poco a poco, sientes tus manos calientes, sientes que te estás llenando de fuerzas.

Mi padre empezó a recuperar su color, ¿Podría salir del Seol? Claro que podría ya que no estaba muerto, estaba más vivo que nunca.

—Hija no te veo, ¿Por dónde tengo que ir?

—Sigue mi voz papi, sigue mi voz. Eres invisible para tus adversarios.

Las cadenas cayeron al suelo y no hicieron ningún ruido, el estruendo había sido opacado por aquellas fuerzas desconocidas del destino, el hombre hasta ser quebrantado por el espíritu santo no cree en los milagros. Y yo aún no me explico Cómo pude hacer invisible el oprobio de estas personas y colocarle una afrenta a mi padre para alargar su vida. Sus oraciones habían sido oídas, su alma estaba hastiada de males. Simplemente era un hombre sin fuerzas, abandonado en un sepulcro y pensaba que ya todos lo habían olvidado. Su corazón se había enaltecido para su ruina, Pero había tenido otra oportunidad, lo peor de todo es que esa oportunidad se la haya dado aquel joven del cual él habló tan mal cuando estaba vivo.

Aquella experiencia infantil se había ampliado a través de la beatífica sensación de volver a mi propio cuerpo. Andreína recibió Su recompensa luego de que mi madre le hiciese las uñas gratis, y mi recompensa volvía a casa luego de un día entero de caminar detrás de su guía, el cual era mi Ángel Guardián que nunca me había dejado sola.

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