Hermosa Fiesta, Horrible Inminencia
Las trémulas vanidades de mi alma, habían logrado convencer a mi madre de que me enseñara parte de su oficio. Ella algo indecisa al principio no quería por su poca paciencia y porque aún era una niña muy jovial; sin embargo mi insistencia y los comentarios insulsos de mi padre hicieron que cambiara de opinión y empezara a darme clases personalizadas todos los viernes.
Mientras esto pasaba Luna se encontraba en su habitación sola, desde un tiempo para acá sentía extraños cambios en su cuerpo, sentía nódulos, un cansancio más prominente de lo normal, en su cuerpo estaban apareciendo manchas extrañas y al no comprender lo que le ocurría lo único que hacía era llorar.
A la vista habían nuevas perspectivas que se abría ante mi madre, pero sobre todo también le preocupaba la salud de mi hermanita. Mireya, una vecina cercana, le contó que ella tenía una ahijada muy bondadosa, quién de repente y sin previo aviso entraba en trance, sufría de cambios hormonales inmensos y con desvergüenza amenazaba a los vecinos con un cuchillo y lo rompía todo. Su estado fue empeorando poco a poco: habían veces en que salía a la calle medio o totalmente desnuda, hasta que su familia decidió internarla en un sanatorio, le pusieron la camisa de fuerza y se la llevaban para someterla a electrochoques que todavía empeoraban más su estado.
Sus miedos se fueron disipando cuando se dió cuenta que era una simple depresión, pero el terror emergió nuevamente de las profundidades del mar cuando Mireya fue a contarle otra desastrosa historia familiar: en este caso se trataba de uno de sus hermanos que tenía problemas de salud. Cursaba el último año de Arquitectura en la Capital, y ya tenía el título casi en sus manos para presumirlo en su ciudad natal, pero se había visto obligado a suspender temporalmente los cursos a causa de un inicio de tuberculosis pulmonar que lo llevó a las puertas de la muerte.
Pero esta última Era la más descabellada: se trataba de una comadre que había salido de noche a una discoteca, tratando de regresar a su casa tomó el camino incorrecto y unos malhechores la violaron y golpearon. Al día siguiente la encontraron los comerciantes de la zona con poca ropa, pero el suceso le había hecho perder la cordura. Cuando vió a la turba enfurecida encima de ella, su primera acción fue quitarse la poca ropa que le quedaba; sus argumentos eran que la ropa le hacía daño. Y terminó en el psiquiátrico del Hospital Público, donde no podían hacer mucho por ella, salvo esperar.
El intrépido Oficial de Policía reprendió a mi Inocente Madre por dejarse manipular por la Señora Mireya, y le prohibió que la tratara por algunos días mientras duraba el trauma, por más tonto que fuera esa especie de cuarentena no se cumplió, ya que mi Madre le hacía las Uñas todos los fines de semanas. De esta manera abandoné la casa de las mentiras por un puesto en la nueva pero famosa Generación de Cristal.
Luna pasaba todas las noches sin dormir, algunas veces por un agudo dolor en los brazos y otras por un breve malestar general. Ni siquiera podía llorar, decía que quería sentir el contacto del mar en su cuerpo, al principio nos causó un tremendo dolor de cabeza comprender lo que decía, sin embargo luego de hojear revistas y artículos semanarios, descubrimos que cerca de la capital había un balneario cuyas aguas termales según variadas opiniones le acreditaban poderes mágicos. Nunca pudimos llevarla, el tiempo y las circunstancias no lo dejaron.
El capricho que sí pudimos cumplirle fue llevarla a la playa; decía que el agua no le causaba frío y que tenía miedo de ahogarse. Luna siendo una excelente nadadora tenías escasez de fuerzas para poder hacerlo, siempre estaba agotada y repetía constantemente que no había tenido suficiente coraje para morir, es que nunca lo tendría. Mis padres atribuían todo a un delirio patológico, porque ese deseo de morir sonaba cómicamente falso. Ese extraño delirio desaparecía cuando admiraba el color rojo y plateado del horizonte por las tardes, durante ese momento sus dolores desaparecían por intermitentes milisegundos, y reaparecian a las horas de nacimiento del Calendario gregoriano, que anuncia un día más al mes de febrero.
Su fiebre aparecía alternamente entre los días de la semana: siempre aparecía los lunes, miércoles y viernes a la misma hora y fielmente descansaba los fines de semana. Temblaba, gotitas resbalaban por su frente; siempre se quejaba de sus piernas y manos sudadas, según ella todo el cuerpo sudando era una sensación horrible; y en determinadas oportunidades sus extremidades vibraban como si tuviera mal de parkinson.
Las conversaciones de los siguientes días eran de situaciones realmente incómodas. Mi madre estaba harta de su incompetencia y se sentía culpable de las tribulaciones que se avecinaban sobre Luna, así que se le ocurrió la brillante idea de opacar la inminente tragedia de la familia con una fiesta: ella se encargó de promocionarlo todo y extendió invitaciones a todas las amistades de la familia. Había mandado hacer un vestido color fucsia con tonos rosados para Luna, mi pobre madre se partió el alma para que el vestido resultase perfecto, inclusive se gastó toda su quincena en los materiales y la confección... Al final el resultado fue hermosísimo y la hermana del Sol quedó entusiasmadísima porque iba a lucir un bello traje de gala impregnado de un sosiego que ya no tenía. Solo había un detalle: la inquietud por saber el día en que lo usaría no la dejaba tranquila, y la incertidumbre de si en realidad le quedaría tiempo para usarlo.
Mi padre había sacado todos sus ahorros del banco y alquiló un inmenso salón de baile. El día poco a poco se acercaba y las muchas tachaduras del calendario indicaban La providencia a esperar. Recuerdo que ese día entramos a un jardín con largas mesas blancas y bellos arreglos florales, más adelante subimos por una gran escalera que poco a poco ascendía a una réplica del paraíso del Edén. La muchacha que iba delante de mí tenía un vestido larguísimo con una cola de 80 metros de largo, trataba con dificultad de no pisarla para no ensuciarla mientras todas las personas alrededor pedían permiso con exagerada insistencia.
Mi madre Me sentó con Luis Ramón en una mesa cercana, la sala estaba llena de desconocidos y de viejas abuelitas. No tenía dónde mirar, eso era lo más triste el no tener un lugar preciso dónde poner los ojos; miraban hacia todos lados como si tratara de reconocer un objeto escondido. Yo antes era muy tímida, si actualmente alguien me preguntara sobre una gran contradicción que viví en un pasado yo diría una frase que escuché entre la multitud ese día:
—Eusebia está escribiendo una novela, es muy inteligente y de paso muy linda. Su único defecto es que es muy tímida.
Era la típica recomendación que le hacen a un infeliz cuando no sirve para nada, colmando las raíces de la envidia y maquillando lo que era una crítica destructiva hacia una persona que no era ni buena ni nada, seguramente ni siquiera escuchaba las conversaciones que se daban a sus espaldas. Si alguien me hubiera dicho esta oración hace años atrás, les juro que no estuviera escribiendo ahorita para ustedes.
La ceremonia avanzó con total naturalidad, Luna bailó con casi todo los varones presentes. Tuvo que quitarse los tacones por las ampollas y sus pocas fuerzas la sofocaban, sin embargo hizo un gran esfuerzo de sonreír durante toda la velada, que disfrutó al máximo. Mi padre mientras bailaba con ella sentía en su interior un terrible choque eléctrico, con la extraña sensación advertida de una presencia Maléfica, amenazante y escurridiza. A partir de los días posteriores El oficial de policía más aguerrido y temido de la comarca, oraba todas las noches, con desmemoriada inteligencia, exigiendo un milagro... Mi padre no tenía nada de humildad ni conocimientos para entender que no se le puede exigir nada a la Divinidad, aún así nunca se lo dije, no quería tachar sus ilusiones.
Los días avanzaban y las noches de Luna eran turbadas e inquietas. Su última visita al médico fue días antes de su deceso. Tomaba dócilmente las medicinas prescritas, y se quejaba a la especialista de que no le hacía ningún efecto. La doctora llenándose de una gentil empatía expresaba con dulce voz que tuviera paciencia, pero la eficacia de los fármacos era escasa.
Casi cada noche pese a los sedantes, su insomnio le mostraba alucinaciones horrendas que la hacían pensar que estaba dentro de una vil pesadilla. Sus últimas dos noches las pasó con la respiración acelerada y los ojos desorbitados, hasta que poco a poco se fue hundiendo en una crisis y fue perdiendo la conciencia que la llevó a una camilla de hospital.
Mi padre se aferraba la idea de llevarla a una clínica privada, aunque los costos fueron el triple de elevados que en el Hospital General. Pidió dinero prestado a todas sus amistades y compañeros de trabajo, mi madre vendió muchas cosas y hasta había llegado al punto de querer hipotecar la casa. La vida de Luna se fue apagando poco a poco como una vela. Muchas veces los enfermeros le ordenaban que se durmiera, pero mi hermana era demasiado terca para hacerle caso a unos desconocidos.
Una noche de madrugada, se levantó descalza, sin hacer ruido para evitar que mi madre despertara. Camino poco a poco por los pasillos como si fuera una excursión en un bosque encantado, la estancia está emparedada de tinieblas... A lo lejos se escuchaban el sonido errante de los colchones de las camas de hospital, ese sonido indicaba la muerte de alguien. Esa noche el diagnóstico que los médicos murmuraban durante varias semanas ya se declaraba abiertamente, en una especie de grito interminable sin aliento. A la mañana siguiente en una oficina se redactaba un documento en una vieja computadora de mesa, que visiblemente dejaba escapar algunos errores de ortografía, el escrito corroboraba los hechos que iban a opacar las noticias locales por tres días.
—¡Duerme hija! — ordenaban los médicos y enfermeros de guardia.
Ella por primera vez en su vida había hecho caso. Con un tono burlesco y desgarrado cumplió con la orden emanada del Estado.
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