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47 | dile a tu chico

—Mira, recapacitará —prometió John B—. Se comporta al estilo JJ.

Estaban sentados en el restaurante de Mike revolcándose en su propia autocompasión y preocupándose por su amigo. Luna estaba sentada a la mesa con la cabeza entre las manos. John B había detenido la camioneta a su lado en la casa de Barry y la había dejado entrar, aunque ninguno de ellos mencionó las lágrimas en sus ojos o la forma en que su cuerpo temblaba levemente. Pope la había abrazado y la había dejado llorar en su camiseta, pero ninguno de ellos dijo nada porque no sabían cómo consolarla.

Ahora, mientras estaban en el restaurante, no sabían qué hacer con ellos mismos.

—¿Creen que irá a casa? —preguntó Pope.

—Hay un 0% de posibilidad de que JJ vaya a casa —respondió Luna.

—¿Estás bien? —le preguntó John B a Sarah.

—Sí, ¿y tú?

—Estoy en una pieza —respondió John B.

—Dios, basta —gimió Luna—. Ustedes son tan lindos que es repugnante.

—Ahora sabes cómo nos sentimos —dijo John B.

—Bien —lo interrumpió Pope de repente—. Es muy peligroso empeñar esto poco a poco. Así que nuestra mejor opción es bajar y conseguir el resto. Sacar todo a la vez. Ponerlo en una caja fuerte o en una bóveda. No sé. Hasta que encontremos a alguien que no nos estafe. Puedo resolverlo esta noche y saldremos mañana a la mañana.

—Bien, hagámoslo —dijo John B.

—¿Y eso con mi papá? —preguntó Sarah.

—Mierda —murmuró John B.

—¿Qué cosa? —preguntó Luna.

—Debo ir a pescar con Ward —respondió John B.

—Ten cuidado, tal vez intente pegarte con un anzuelo —murmuró Luna, antes de mirar a Sarah—. No te ofendas, yo solo...

—No te gusta mi papá —dijo Sarah.

—¿No puedes buscar los 400 millones porque vas a matar peces? —preguntó Kiara.

—Miren, debo ir —dijo John B.

—No vayas —dijo Pope—. Son 400 millones en oro.

—¡Inventa algo! —sugirió Kiara.

—Mira, debo hacerlo, ¿sí? —dijo John B—. Él... me salvó. Si no fuera por Ward, estaría en un hogar de acogida. Así que debo ir. Además será mejor hacerlo de noche. ¿No?

—Bueno —murmuró Pope—. Está bien, ve a pescar.

—Y, al menos, JJ probablemente se haya calmado para entonces —agregó Luna, poniéndose de pie—. Me voy a ir a casa.

—¿Quieres que te lleve? —ofreció John B.

Luna negó con la cabeza—. No, quiero estar sola por un rato.

Sarah asintió antes de que John B pudiera protestar—. Está bien, Lu.

Salió del restaurante y se alejó. Se quedó sola con sus pensamientos mientras hacía el camino de regreso a su casa. No estaba lejos del restaurante, tal vez a un par de millas, y había caminado por la ruta familiar tantas veces que ya estaba acostumbrada y podía caminar con los ojos cerrados.

Mientras caminaba, no notó que la motocicleta se acercaba hasta que estuvo justo detrás de ella. Se volvió para ver quién era y sus ojos se abrieron cuando se dio cuenta de que era Barry. Echó a correr inmediatamente por el camino mientras él aceleraba su motocicleta de una manera casi burlona.

—¡Corre, chica linda!

Luna solo hizo unos cien metros antes de que la motocicleta patinara frente a ella y se viera obligada a detenerse. Fue a dar media vuelta y dar marcha atrás, pero sintió una mano agarrar su camiseta y tirar de ella hacia atrás. Se dio la vuelta y trató de darle un puñetazo a Barry, pero falló y solo logró dejarse abierta para recibir un puñetazo que golpeó su nariz y casi cegó a Luna con el dolor.

—¡Quiero —golpe—, mi —patada—, maldito —golpe—, dinero!

Luna cayó al suelo con el primer puñetazo, apenas podía respirar por la patada que recibió en las costillas. Estaba acurrucada en el suelo, incapaz de hacer nada excepto esperar lo que venía después. Estaba segura de que estaba llorando, pero su rostro estaba entumecido por el dolor y sentía como si todo su cuerpo estuviera en llamas.

Barry se agachó y agarró un puñado del cabello de Luna, levantando su cabeza—. Quiero mi maldito dinero, perra.

—Vete a la mierda —escupió Luna, la sangre goteaba por su barbilla.

Otro puñetazo golpeó su mejilla y Luna gimió cuando su cabeza giró hacia un lado. Barry luego la agarró por la barbilla—. Dile a tu chico que si no me da mi maldito dinero, estropear tu bonita cara será la menor de sus preocupaciones.

—Vete... a... la mierda.

Barry le dio un puñetazo en las costillas, sacándole el aire de los pulmones justo cuando lo estaba recuperando—. Juro por Dios que te mataré, pequeña perra. Dile a tu chico lo que te he dicho o iré por ti.

—Él no... te tiene... miedo —susurró Luna.

—Pero tú deberías —susurró Barry, todavía agarrando el cabello de Luna en su mano. Sacó una navaja de su bolsillo y la hoja brilló a la luz del sol—. Porque si tu chico no me da mi dinero, vendré a buscarte, princesa —Luna se estremeció ante el apodo, tan cruel y frío en los labios de Barry mientras pasaba la punta del cuchillo por su labio inferior—, y cuando te encuentre, no te gustará lo que va a suceder.

La tiró al pavimento, retrocediendo mientras Luna escupía sangre sobre el cemento. Trató de levantarse, apoyándose en los codos, pero otra patada en las costillas la hizo caer de nuevo, y se quedó tumbada en la acera acostada de espaldas, incapaz de ver con claridad y apenas capaz de llevar suficiente aire a los pulmones sin estar plagada de dolor.

Barry se fue, evidentemente feliz con la forma en que había hecho llegar su mensaje, y Luna se quedó a un lado de la carretera, sangrando, apenas consciente e incapaz de respirar. Pensó que podría tener algunas costillas rotas, pero al no tener ningún recuerdo del pasado en que basar su suposición, rezó para no estar en lo cierto.

Tenía cortes en toda la cara por los anillos de Barry, un labio partido y un ojo morado, las costillas se sentían como si se hubieran incendiado... no llegaría muy lejos antes de desmayarse.

Fue entonces cuando escuchó el sonido de los neumáticos chirriar en la carretera, se volvió para ver un coche familiar que se detenía a su lado y luego el mundo se volvió negro.

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