41 | el pozo
Más tarde ese día, después de que Luna y JJ cambiaron la envoltura adhesiva de sus tatuajes y discutieron el plan con sus amigos, partieron hacia la casa Crain con la intención de encontrar el oro. Sentada en la parte de atrás con sus amigos, Luna se inclinó ligeramente contra JJ.
—¿Tienen cuerda? —preguntó John B.
—Sí —confirmó Pope.
—¿Garfio?
—No tenemos un garfio. No somos Batman.
—¿Polea?
—Sí —respondió Kiara.
—¿Ropa oscura? —preguntó John B.
—Sí —respondió Sarah.
Todos iban vestidos con la ropa más oscura que pudieron encontrar. Luna vestía unos shorts negros y un suéter que alguna vez había pertenecido a su padre, pero que había sido robado después de que a Luna le gustó tanto y su padre lo encogió un poco en el lavado.
—¿Linternas?
—Sí —dijo Luna.
—Muy bien —dijo John B—. Estamos listos.
—Vamos —dijo Kiara.
—A enriquecernos —dijo JJ.
—Claro que sí —sonrió Luna.
—Vamos, chicos —dijo Sarah, mientras John B abría la puerta de la camioneta.
—Y chicas —añadió Kiara.
—Esperen —dijo John B deteniéndolos—. Quiero agradecerles. En serio. Significa mucho para mí que estén aquí.
—Siempre —dijo Kiara.
—Claro, amigo —susurró Pope.
—¿Terminamos con el círculo de felicitación? —preguntó JJ—. ¿Lo hacemos?
—Sí —respondió Luna.
—Busquemos el trigo en el agua —dijo Pope.
—¿El higo? Acepto —dijo JJ.
—Trigo —dijo Pope—. Dije trigo.
Luna, Kiara y Sarah encabezaron el camino por encima de la pared, y cuando ella saltó al otro lado, esperaron a que los chicos se les unieran. Salieron por el jardín y se detuvieron frente a la casa. En el momento en que se quedaron quietos por mucho tiempo, las luces se encendieron y los cegaron a todos.
Con muchas maldiciones susurradas y manos agarrando a quienquiera que pudieran alcanzar, los seis amigos se agacharon para evitar ser vistos, apagando sus linternas para esconderse entre los arbustos.
—Bueno, tiene luces con sensor de movimiento —dijo Pope.
—¿Quizá podríamos ir muy despacio? —preguntó JJ.
—¿Qué? —preguntó Luna.
—Así no funciona —dijo Sarah.
—Mierda —jadeó John B—. Tiremos una piedra.
—¿Qué? —preguntó Luna de nuevo.
—Es una muy buena idea —dijo Kiara con sarcasmo—. Que la asesina sepa que estamos aquí.
—¿Tirarle una piedra? —preguntó Pope.
—¿Tienen una mejor idea? —preguntó John B.
—Cualquier cosa menos eso —dijo Luna.
—¿Y el interruptor? —preguntó Sarah—. En el tablero del porche. Solíamos jugar a las escondidas aquí de niños. Y si éramos valientes, subíamos al porche. Lo he visto.
—No, no irás sola a la casa —dijo John B.
—Mírame —respondió Sarah.
—Crain corta a la gente en pedazos —dijo JJ.
—Si crees eso, pero ella tiene ¿qué, 85? —respondió Sarah.
—Sí, algo así —respondió JJ.
—Apenas sigue viva —dijo Sarah.
—Iré contigo —ofreció Kiara.
—Bien. Esperaremos su señal —dijo Pope.
—Yo también iré —dijo Luna.
—No, te necesitamos aquí —respondió JJ—. Eres la más pequeña y, por lo tanto, la más liviana. No tengo ganas de bajar el trasero de John B.
—Bien —susurró Luna—. Pero si me dejas caer te mataré.
—Muy bien —dijo Sarah.
—Oigan —dijo John B—, cuídense.
—Lo haremos.
JJ volvió la cabeza de Pope hacia él, susurrando—: Cuídate.
—Voy a cuidarme tanto —respondió Pope burlonamente—. Lo haré por ti.
—¿Pueden parar? —preguntó John B—. Basta. Voy a matarlos.
—Pero, ¿cómo nos cuidaríamos? —preguntó Pope.
Luna se rió—. Los odio.
—No, no lo haces —respondió JJ.
—Sí, lo hago —dijo Luna, y luego lo empujó, y como estaba agachado sobre las puntas del pie, se cayó y terminó tirado en el césped.
John B se rió—. Gracias. Eso lo hizo callar.
—Por hacer eso voy a contar todas las historias espeluznantes sobre esta casa —dijo JJ, levantándose—. Dijeron que cuando Hollis desapareció...
—Que te podrías callar —terminó Pope.
JJ silbó—. Dios, público complicado.
—Porque sigues contando historias sobre una asesina con hacha —susurró Luna—. Sólo detente, me está volviendo loca.
—Lo siento princesa —se burló JJ—. Lamento mucho haberte asustado después de que me empujaras.
—Lo merecías —respondió Luna.
—¿Sí?
—Dios, ¿pueden parar? —preguntó John B—. Han estado juntos por cuatro días. Cuatro días y ya están discutiendo como un matrimonio.
—¡Claro que no! —protestaron JJ y Luna.
Pope se encogió de hombros—. Sí, un poco.
JJ le dio un codazo a Luna en las costillas—. Esto es tu culpa.
—¿Sí? ¿Qué vas a hacer al respecto? —preguntó Luna.
—Esto —respondió JJ, y besó a Luna.
Cuando se apartó después de que John B y Pope hicieran ruidos de arcadas detrás de ellos, Luna arqueó las cejas.
—El hecho de que sepamos que están saliendo no les da el derecho a besarse frente a nosotros —dijo Pope con disgusto.
—En serio —dijo John B—. Es como ver a mi hermana pequeña besándose con mi mejor amigo.
—¿Me consideras una hermana? —preguntó Luna.
—Sí —respondió John B—. Idiota.
—Imbécil.
—Perra.
—¡Oye, yo te iba a decir eso!
—Bueno, te gané.
La luz se apagó y los ojos de John B se agrandaron—. Lo lograron. Hora de irnos. Tres, dos...
No esperaron a que terminara antes de dirigirse hacia la casa, y John B se quedó susurrando—: Solo... vayan.
Se arrastraron a través de la puerta y entraron en el sótano, parados alrededor del pozo. Luna miró hacia la oscuridad antes de volverse hacia John B.
—¿De verdad tengo que bajar allí? —preguntó Luna.
John B asintió—. Sí, eres la más liviana.
—Maldigo mi altura —susurró Luna.
—Santo cielo, ¿saben qué es esto? —preguntó JJ—. Se me acaba de ocurrir. Pope, mira. Esto es C.H.U.D. Totalmente.
—¿De qué habla?— preguntó John B.
—Sí, ¿qué diablos es C.H.U.D? —preguntó Luna.
—Habitantes subterráneos humanoides y caníbales —respondió JJ—. ¿No vieron esa película?
—No, la verdad, no —respondió John B.
—Es muy buena —dijo JJ—. Es de caníbales que viven en las alcantarillas bajo la ciudad de Nueva York...
Luna colocó una mano en la parte posterior de la cabeza de JJ y la otra cubrió su boca. Estaba tan cerca de él que incluso en la oscuridad, JJ podía ver las pecas en sus mejillas de años bajo el sol.
—Cállate —susurró Luna, muy seria mientras hablaba—. Cállate.
—Bien, ¿qué tan profundo crees que es esto, Pope?— preguntó John B.
—No lo sé —respondió Pope.
—Genial —suspiró Luna.
—Vamos, princesa —dijo JJ, tendiendo una cuerda. Luego se rió de la escena que tenía ante él—. Ja, esto se ve muy pervertido.
—JJ, ¡Dios mío! —exclamó Luna—. ¡Cállate!
Trabajaron en silencio fijando la cuerda alrededor de la cintura y los muslos de Luna para proporcionar una especie de arnés, sujetándolo a la tubería por encima de ellos. Cuando Luna miró hacia el pozo, se tragó las náuseas y se giró para encontrar a JJ de pie frente a ella.
—Ten cuidado —susurró JJ—. Y si quieres detenerte en cualquier momento, solo grita, ¿sí?
Luna asintió—. Sí —se inclinó con cuidado hacia atrás y suspendió su cuerpo sobre el pozo—. Oigan, chicos, tengo un pedido.
—¿Sí? —corearon los tres.
—No me dejen caer.
En respuesta, JJ aflojó un poco su agarre y, con él, la cuerda se tensó cuando John B y Pope se vieron obligados a reajustar su peso para compensar. Luna se sobresaltó y dejó escapar un grito silencioso.
—Bien —dijo Luna—. Vas a morir primero. Te lo aseguro. Estás muerto, JJ.
—Bien —sonrió JJ.
—No me dejes caer, idiota —hizo una pausa antes de agregar un tímido—: Por favor.
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