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11.- Demonio (jjk)

Se han metido en nuestro territorio. No puedo olerlos, están demasiado lejos, pero los lobos me lo dicen; aullan, llevando la señal de peligro a la base de mi columna.

Miro al Rey de todos ellos, que, tras gruñir una orden inamovible, cabecea para que mis hermanos y yo vayamos a por ellos: a por los extraños. Esos que entran en el Gran Coto y queman, cortan y arrasan nuestro bosque... Hoy van a pagar.

Mi collar produce un ruido seco chocando incesante contra mis clavículas mientras corro hasta encaramarme a Faun, mi hermano más cercano. Mi velocidad no es comparable a la suya, sus largas patas le dejan casi volar por el terreno desigual de tierra y raíces que compone el bosque. Mis piernas no son comparables a las suyas; yo no soy como ellos, por más que lo haya deseado desde que no era más que un cachorro... Mi piel es débil, no tiene pelo, por lo que tengo que abrigarme con pieles de las presas que cazamos. Soy muy pequeño en comparación con ellos, y no tengo colmillos... Soy una auténtica desgracia para el clan, aunque ellos no lo piensen.

El Rey me ha criado como uno más, me ama tanto como hace con Faun, Inmir y Yunta, pero no hace desaparecer el hecho de que soy un extraño en la manada. Y en momentos como este: en los que perseguimos a esas criaturas invisibles que destrozan todo a su paso, me lamento por ser así.

Gruño para acompañar la rabia de mis hermanos, mientras el bosque pasa con rapidez a mi alrededor a lomos de Faun. Los demás toman rutas distintas, porque, aunque el olor de los demonios que destrozan nuestra tierra les llegue, parece hacerlo desde muchas direcciones a la vez. Faun parece querer decirme que nuestros caminos se separan una vez llegamos a un claro, porque hay más del olor de esos demonios separados por la montaña; sin espera, salto desde su lomo, rodando por la ladera encogido para no herirme, y empiezo a correr tan pronto mis piernas llegan a la verdina del suelo.

Escucho a los ciervos correr despavoridos ante mi presencia, pero el olor me llega al fin una vez lo suficientemente cerca: huele a fuego, a ceniza, a destrucción. Siempre que los demonios vienen, dejan ese rastro tras de ellos.

Una de las diferencias entre mi hermanos y yo es que tampoco dispongo de garras. Puse solución a ese problema hace mucho, porque, para la caza es necesario algo puntiagudo y afilado, capaz de desgarrar pieles toscas y más fuertes que la mía. Y encontré que, con ciertos huesos, se pueden crear una imitación de las garras y colmillos de mis hermanos. Por eso engancho mi favorita: la que llevo metida al manto que cubre mi cintura y parte de mis piernas...

La agarro con fuerza en mi carrera por el bosque; si encuentro a uno de esos demonios, debo llevarlo ante mi Rey, si es que el odio no ocupa mis instintos y me llama a desgarrarle antes de poder hacerlo.

El Rey es claro: necesita saber las intenciones de los demonios; como también necesita saber de dónde vienen y cuántos son para poder darles caza. Necesita entenderlos para poder vencerlos.

Los demonios son huidizos y fuertes. Son capaces de arrasar bosques, matar animales que incluso a los lobos les cuesta, son peligrosos y fieros; son crueles y cautos...

¿Qué clase de animal es capaz de esta destrucción?

Cuanto más sigo la senda de rastro que llega a mi nariz, más me cuesta imaginarme qué clase de poder tienen o cómo de grandes y fuertes serán. Mis hermanos son las criaturas más poderosas del Gran Coto, si esos demonios son capaces de escapar de ellos, ¿qué podré hacer yo?

Cabeceo con rabia, apartando ese pensamiento de mi cabeza: precisamente porque tengo que demostrar que soy igual de fuerte que mis hermanos, mi convicción debe ser mayor que la de ellos; tengo que demostrar que soy capaz, que soy un lobo: un cazador innato. Tengo que demostrar que los demonios no son rivales para mí.

Más adelante... veo algo... muy extraño.

Los troncos de los árboles están apilados unos encima de otros, de una forma rara pero que encaja consistentemente. Paro mi carrera tras unos arbustos para observarlo, porque, sin duda, es una de las obras de los demonios...

Debe serlo...

¿Cortan los árboles solo para volver a unir los cadáveres de los troncos en otro sitio?

¿Por qué hacen algo tan extraño?

Faun dice que soy muy curioso, y Yunta me recrimina que cuando un lobo tiene curiosidad, debe morder primero y olfatear después... ¿Cómo podría yo morder semejante amasijo de troncos cortados con estos dientecitos?

Aunque caminar a dos patas me sigue resultando más cómodo, me agacho hasta que mis manos se apoyan sobre la tierra mojada y desnuda, y me acerco con cautela sin provocar ruido alguno... solo para observar mejor...

El conjunto de troncos tiene un agujero... que una tabla plana ocupa... Y hay más huecos, con algo en medio que parece no estar; es transparente y la luz se refleja en ello. ¿Por qué hacen esos huecos si piensan taparlos después? ¿Qué es esto?

Junto a esa construcción de los demonios, hay algo más: un montículo de piedra circular, hueco en el medio, con tres palos atados encima, una cuerda y un trozo de madera también hueco... Ese trozo de madera... alberga agua dentro.

¿Han excavado la tierra tan hondo como para sacar agua de ella? Esos demonios de verdad deben ser muy poderosos...

Esto alimenta mi miedo, pero... también lo hace de igual manera con mi curiosidad. Si yo soy el encargado de matar a uno de ellos, seré el primer lobo que lo consigue, pero empiezo a temer que esto sea obra imposible...

Quizás, como una especie de amenaza, hay pieles colgando de otros palos que se sostienen sobre el suelo: deben querer enseñar así que son peligrosos y que no conviene acercarse a ellos...

Los ruidos de las criaturas del bosque resuenan a mi alrededor, me avisan de algo... Ellos lo sienten mucho mejor que yo, por lo que me pongo alerta, volviendo a sacar mi garra de hueso y esperando en la sombra, entre los arbustos... a que el demonio venga.

¿Seré rival para él?

¿Seré lo suficientemente grande y fuerte para darle caza?

Si no puedo capturarlo, tendré que matarlo. El Rey se mostrará un poco decepcionado, pero seguro que celebra mi caza.

De la construcción hecha de troncos muertos, la tabla que ocupa el hueco más grande se abate de repente... Mi corazón empieza a latir demasiado fuerte, tengo miedo, pero también determinación: el demonio morirá...

Esa tabla se separa por completo del hueco, y... algo sale... Algo... algo que camina a dos patas... cuya piel es extraña y larga y con muchos pliegues...

Es de colores como la tierra, el agua y las hojas...

Eso...

¿Qué es eso?

El demonio... ¿es como yo?

Esa criatura, lo suficientemente fuerte como para sacar el agua directamente de la tierra, levantar troncos muertos y colgar pieles de su caza en la puerta... es más pequeña en tamaño que yo mismo. Entiendo al punto que eso que se pliega no es su piel, es... algo que lleva encima, como yo llevo el pellejo de los ciervos. Se mueve como yo... mira a su alrededor con ojos como los míos...

La garra se me cae al suelo sin que mi mano pueda sostenerla por más tiempo ante el temblor que la ocupa ahora.

Ese demonio se acerca al montículo de piedras y coge el trozo de madera hueco lleno de agua; lo coge con tanto esfuerzo que incluso escucho su gemido: su voz no suena como la mía, lo que quiere decir que, por más que se me parezca, no es exactamente igual que yo.

¿Qué es?

El sonido de las criaturas vuelve a erguirse en el bosque... pero, esta vez, no suena como una amenaza. No entiendo por qué ahora suena amigable y suave...

Un conejo aparece de repente en el arbusto en el que estoy y... salta... salta hacia el demonio; se dirige directamente hacia él... Bien, esto puede servirme: de esta manera sabré las armas de las que dispone el demonio. Podré ver de primera mano cómo despedaza a una presa, aunque esta sea pequeña e inofensiva. De esta manera sabré a lo que me atengo...

—¡Cosita! —grita el demonio; lo hace muy fuerte y muy agudo, casi me taladra los tímpanos. Esa puede ser una de sus armas: un grito perforante que asusta—. ¡Pero qué monada eres! ¿Quieres un poco más de verduritas? ¿Te gustaron las de la última vez?

El demonio le habla al conejo... ¿Es capaz de hacerse entender por esa criatura? ¡¿Podrá usar los conejos a su voluntad?! Nadie en el bosque sabe hacerlo...

El pequeño animal se alza sobre las patas traseras para olerla, cosa tremendamente extraña; los conejos son el plato más fácil de conseguir, son presas naturales, pero no parece temer al demonio. O es que es tan tonto como para no entender que está en peligro, no me queda claro.

El demonio vuelve sobre sus pasos, al interior de la fortificación de troncos, y saca algo con él... saca zanahorias y hierbas raras; puaj, solo de olerlas me quitan el apetito. ¿El demonio come como las presas?

¿Qué es este ser que se me parece tanto y tan poco al mismo tiempo?

"Un demonio", me recuerdo. Quizás su aspecto sea una alucinación... y, en realidad, no se me parezca tanto como creo que lo hace. Hay muchas diferencias en realidad: tiene carencia de músculo, exceso de grasa en diferentes sitios... Su cara parece más pequeña que la mía... Sería una presa tierna y jugosa de no ser por su descomunal poder.

Pero parece lenta y torpe, además, no está pendiente de los peligros que acechan ni de los sonidos del bosque, se dedica a reír mientras ve al estúpido conejo corretear y masticar esas horribles cosas verdes que le ha dado...

Podría matar al demonio ahora mismo.

Podría saltar y correr hacia él, hundir mi garra en su cuello y llevar su cabeza ante el Rey...

¿Podría?

Doy un paso que el demonio no oye (no parece tener buen oído ni olfato), salgo del arbusto con cautela y rodeo la linde todavía cubierta de vegetación hasta colocarme en un lateral que el demonio no puede ver... Avanzo lentamente, y sigue sin parecer escucharme... ¿será una trampa?

Estoy lo suficientemente cerca como para que su poder pueda llegar a matarme... sin embargo, no lo muestra; sigue agachada junto al conejo. Pero, cuando este inútil bicho me ve, salta y se pierde en el arbusto del que yo mismo he salido. El demonio se levanta y suelta una especie de quejido... Es ahora o nunca.

Me abalanzo a la espalda del demonio y pongo mi cuchilla en su cuello mientras tiro de su pelaje para tenerle a mi merced. La criatura chilla, pero se calla en cuanto ve el brillante extremo del hueso afilado contra su garganta, ¿por qué tendría tanto pelaje en su cabeza? Eso le hace una presa fácil de manipular...

—¿Q-qué haces...? ¿Q-qué qui-quieres de mí? Por favor.... Po-por favor, no me hagas daño... —musita, en voz muy baja y entrecortada; me teme...

Hace bien en temerme.

Su cabeza intenta alejarse del filo de mi cuchilla, por lo que retrocede hasta estar posada sobre mi pecho, dándome así una imagen... extraña, del suyo.

El demonio es tierno; no es que solo lo parezca, es que ahora lo noto en la carne de sus brazos, que tiemblan contra mi cuerpo; bajo esas pieles suaves que le cubren, parece muy blando. No tiene el músculo que necesita un cazador. ¿Y esos extraños montículos de grasa que crecen mucho en su pecho? Yo no tengo esos montículos... Por lo demás, el demonio se me parece bastante, sí, justo lo que creí en un principio. Su piel es casi del color de la mía, y tiene tan poco pelo como yo, exceptuando el de su cabeza, que es mucho más largo que el mío; aunque, lo que más me intriga del demonio son esas formaciones extrañas, tan distintas a las mías.

Deshago el agarre al que sometía su pelaje para investigarlas, y hundo mi mano bajo las pieles suaves que cubren al demonio; este chilla de inmediato, y se revuelve mucho, por lo que tengo que recordarle que mi cuchilla sigue en su garganta...

—N-no... por favor —solloza como un simple cachorro.

No le estoy haciendo daño, es imposible que solo tocando la piel de su pecho le esté causando mal alguno. Como imaginaba, estas acumulaciones de grasa son muy blandas, y por lo que creo rozar con los dedos, tiene pezones al igual que yo; y... de repente, lo entiendo: es una hembra.

El demonio es una hembra, por eso parece tan distinta a mí. Entonces... de verdad que yo... ¿soy como ella? ¿También soy un demonio?

—No me hagas esto... por favor... N-no lo hagas —gimotea; la hembra llora, está muy asustada, porque tiembla. ¿No era poderosa? Podía matarme con un simple grito, pero no lo hace. ¿Muestra piedad o es que no puede hacerlo?

Huelo su cuello, que ha empezado a sudar... No huele como un cazador; no hay pizca de sangre en su aroma. Huele extraño... no mal; solo... eso: raro. Huele como el bosque, como los arroyos, como las flores... El demonio no tiene olor que destaque aquí, quizás por eso solo me llega el del fuego, que apaga lo demás.

Que haya quitado mi mano de sus pechos parece calmar a la hembra un poco, pero se tensa otra vez cuando recorro su espalda y toco su trasero: tal y como pensaba, ahí también hay más grasa que en el mío. Esta vez no chilla ni se retuerce, o no lo hace hasta que me aventuro un poco más en mi estudio de los demonios y meto la palma de mi mano entre sus piernas.

—¡Quita de una vez! ¡Ya basta! ¡Para! —chilla y patalea, y me pega; ¿esta es su fuerza? Es ridícula...

El demonio no tiene nada entre las piernas, no por lo menos lo que tengo yo: indudablemente, es una hembra. Una que no para de darme golpes con los puños cerrados, que sorteo sin ninguna complicación. Las hembras de los demonios parecen fieras, pero no tienen mucha fuerza...

Espero que no suponga ninguna amenaza, porque se me acaba de escapar y se gira inmediatamente para mirarme. Su piel ya no parece tan pálida, el color del fuego se extiende por sus mejillas, y su frente suda; está asustada y eso la hace oler distinto.

Me mira y... su miedo parece disiparse un poco.

Estudia mi rostro, mi collar, mis marcas... baja por mi abdomen desnudo y por el manto que cubre mi entrepierna; baja hasta el suelo, donde mis pies descalzos se posan.

¿Y si está intentando hacer algo al mirarme así?

—¿Quién eres? ¿P-por qué vas vestido así y...? ¿Qué...? No entiendo nada —dice en voz muy baja. Los demonios también son capaces de usar otros tonos para comunicarse, según parece.

No quiero confiarme, porque puede tener algún poder oculto que amenace mi vida, así que subo la hoja por si decide mostrarlo, eso parece volver asustarla porque da un paso atrás, y otro, y otro y... se cae.

Quizá sea una trampa para hacerla parecer débil o indefensa, pero... me divierte, por lo que no puedo evitar mostrar mis dientes sin que haya amenaza de por medio. Ella parece muy ofendida, y más roja que antes. Incluso cuando me agacho junto a su cara, el color no se le va, parece intensificarse todavía más; incluso tiembla.

Este demonio es una presa... no tiene nada de cazador, sus dientes son pequeños también, y sus uñas débiles, como las mías.

Me atrevo incluso a abrir su boca para poder ver mejor sus colmillos, pero nada: son inútiles. Aunque no lo siento así cuando me muerde, y, sin querer, grito de puro dolor.

No es inteligente meter la mano en la boca de los demonios, entendido.

—¡Deja ya de tocarme! —es una amenaza, está marcando sus límites; vale, lo capto.

Así, agachado frente a ella, veo que tiene muchísimas capas que la cubren; muchas más de las que tengo yo, desde luego, aunque las suyas parecen más delgadas y de colores.

¿Cuántas capas habrá? ¿Por qué tantas?

Empiezo a separarlas desde la abertura por la que sus piernas pasan, y ella me tira del pelo. Vuelve a gritar, ¿estaré pasando sus límites otra vez? A ver si va a volver a morderme... Bueno, puedo arriesgarme; solo quiero ver cuántas hay...

—¡Deja de mirar ahí! ¡Es privado, salvaje, privado! —repite, con mucha furia, sin parar de pegarme por todas partes.

Debajo de todas estas telas, está su piel... Sus muslos son más blandos que los míos, y parece negarse a que siga mirando por aquí; entiendo al punto que veo más allá de sus muslos (más arriba) por qué lo hace. Ahí tiene lo que no deja dudas que es una hembra...

Es... curioso...

Despierta una especie de calor en mí ver esa parte suya...

Aunque dejo de verla bien pronto para, de la nada, solo ver el cielo. Creo que me ha dado una patada en la cara, porque me duele la nariz.

El demonio es bastante menos fuerte de lo que pensábamos, pero es igualmente peligroso. Tiene armas raras y secretas... hay que tener cuidado con ellos, desde luego. No es solo que me haya pegado, porque casi no he sentido dolor, es porque ha hecho cosas con mi cuerpo que no he podido controlar; los demonios tienen poderes que te hacen sentir calor y cosas extrañas.

—¡Vete de aquí ahora mismo! ¡Mi padre va a llegar, y cuando le diga lo que me has hecho te va a pegar un tiro, imbécil! ¡Salvaje! —chilla muchísimo.

Es muy desagradable escucharla así de fuerte.

Me levanto del suelo de un salto, y eso parece hacerla callar por fin; menos mal, iba a despertar a todo el claro a este paso. Aunque, no sé si por ella, el ruido del bosque suena una vez más: tintineos lejanos que me alertan de algo... Mis hermanos no han dado con lo que buscaban y... ahora... se acercan a mi posición.

Miro a la hembra, que sigue amenazante y alejada de mí... Es un demonio, no hay duda, pero... no creo que sea un peligro. He podido estudiarla muy poco... pero estoy seguro de que no es una amenaza. Quizá, si descubro más de ella, pueda hacérselo saber al Rey, pero para eso necesito tiempo. La hembra es fiera y no me deja observar todo lo que necesito, pero si mis hermanos la despedazan, ya no podré volver a estudiar nada de ella o de los de su clase...

Olfateo un poco el aire, y la hembra parece confusa al verme. Agarro su brazo y la vuelvo a meter dentro de la construcción de troncos (mientras me intenta pegar sin descanso); solo entonces, cuando su olor se mezcla con el del bosque, salgo corriendo una vez más.

Tengo que encontrar a mis hermanos, decirles que los demonios han desaparecido una vez más y, con suerte, darme más tiempo para estudiar a la hembra. Una vez mis dudas sean respondidas... podré entregarla a mi Rey y que él mismo la haga pagar por lo que los de su calaña nos han hecho, pero no hoy, no mañana... No todavía.





La hembra es más fuerte de lo que pareció cuando me pegó; es una de las cosas que he descubierto en mi exhaustivo estudio de estas últimas lunas. Llevo todo un ciclo de luna llena estudiándola, pero todavía quedan incógnitas que soy incapaz de resolver acerca de ella. Aunque he hecho muchos avances: los demonios viven en camadas muy parecidas a las nuestras; con ella, vive su padre (y líder), pero no su madre. Comen como cazadores y como presas (tanto carne como cosas verdes). Parecen repartir muchas ingestas durante el día, lo que me hace saber que tienen alimento de sobra, deben ser mejores cazadores de lo que pensé...

Hay cosas de la hembra que no sé si se pueden aplicar a todos los demonios, porque las criaturas del bosque no la temen a ella; al contrario, acuden a su "cabania" (la he escuchado llamar así a la construcción de árboles muertos unas cuantas veces), para que las alimente. No solo los conejos, sino los ciervos e incluso los pájaros... Y ella lo hace: les da de comer sin pedir nada a cambio, solo... observarlos, y siempre sonriendo.

A la hembra le complace ver a los animales comer; también le gusta cambiar los tonos de su "ropa" como ella la llama; aunque, he descubierto que se la quita toda cuando se interna en el lago del Gran Coto para asearse. Su líder no la lava, lo hace ella sola, y se pasa mucho tiempo metida en el agua; nada por placer, no para pescar.

En esos momentos, en los que la desnudez de la hembra se muestra, es cuando su hechizo parece alterar mi cuerpo con mayor fuerza. He oído que los demonios pueden ser tramposos, por eso nunca me acerco cuando su piel no está cubierta, porque su poder sobre mí es fuerte y controla mi cuerpo; lo hace reaccionar a ella y duele mucho... Creo que es algo parecido a lo que les pasa a mis hermanos cuando las hembras del Gran Coto tienen el celo: se vuelven agresivos y no les interesa más que montarlas... Ni me hacen caso cuando están en esa época. Pero la hembra parece tener ese celo siempre... o así lo siento yo, porque mi cuerpo se calienta mucho, se tensa, y mi pene se levanta solo, sin que yo lo toque, tal y como pasa cuando me despierto.

He tenido que pausar el estudio cuando eso pasa, porque, tal y como mis hermanos sienten la llamada del celo, yo siento la que esa hembra me da. Y tengo que irme de su lado hasta que pasa. Ella no ha de saberlo, porque odia que mi estudio me lleve a ver su desnudez, siempre me pega cuando intento mirar debajo de su "ropa". Creo que, para aparearse, debe esperar a un tiempo concreto del año; aunque todavía no sé cuál...

Mis acercamientos a la hembra han sido furtivos, casi siempre la miro sin que lo sepa, pero, últimamente, he estado siendo muy descuidado y torpe en su presencia, y ha advertido que la observaba... e incluso me ha invitado a acercarme (cosa que he hecho porque es más fácil estudiarla de cerca). Sigue sin querer que acerque mis manos a ella, pero permite mi presencia siempre que su líder no ande cerca.

Creo que ese demonio líder debe permitir abiertamente que un macho se acerque a la hembra, y por eso ella no deja que me vea; quizás son territoriales con sus cachorros... Ella es la cachorro de ese líder, aunque debe ser adulta, porque su ciclo de celo ha llegado hace mucho, pero no ha tenido ningún cachorro propio todavía. Quizás yo pueda darle uno... o dos si la suerte está de mi parte.

No, no; locuras... No puedes darle un cachorro a un demonio.

Supongo que sé que no debo hacerlo, pero eso no quita el hecho de que quiera... Porque, cada luna que paso a su lado, me queda más claro que, si ella es un demonio, yo también lo soy.

He descubierto que puedo entender su idioma, porque eso es lo que habla: un lenguaje de demonios. Uno que me resultaba conocido a pesar de no haberlo usado en mi manada. Y ella me enseña a desarrollarlo; aunque ahora, que sé hablar cada vez más, aprovecha para preguntarme mucho de dónde vengo. No puedo responder a eso; sería una traición hablarle a la hembra acerca del Gran Coto, el Rey o mis hermanos... Por eso, ahora que lo ha vuelto a preguntar, me he quedado callado, masticando extrañado esta cosa que ella llama: "pan". No sabe como la carne... no sabe mucho a nada, pero es duro por fuera y blando por dentro, da gusto morderlo...

—Es mejor todavía con mermelada, ¿te traigo un poco? —pregunta sonriente. Tal y como he dicho, le gusta alimentar a los demás... y me ha incluido en su ritual, como si fuera un ciervo en vez de un temible lobo. A pesar de la ofensa que eso supone, asiento con ganas... Me gustaría saber qué es esa berpelada.

Ella entra en su cabania y trae un recipiente de eso que llama cristal, con algo rojo parecido a la sangre coagulada dentro, que extiende con un cuchillo por mi pan... y me mira expectante, así que primero huelo y, después, muerdo. Mis piernas se mueven en el hueco que me deja la piedra sobre la que me siento, a un lado de su cabania, y eso le hace gracia siempre, por eso mira cómo se mueven todo el rato en el mismo vaivén.

—¿Bayas? —pregunto con la boca llena. Ella me da la razón al asentir—. Comida de... presas —mascullo con desagrado; aunque está bueno, siendo sincero...

—Deja ya de quejarte, siempre estás con las mismas y después te comes toda mi despensa.

La verdad es que, a pesar de ser rara, la comida de presas no está mal. Incluso he intentado probar el pasto que comen los ciervos cuando no estoy con ella, pero no es lo mismo; solo la comida de presas que prepara Alei me sabe bien; porque así se llama la hembra... o así me ha pedido que la llame.

—Te manchas entero —murmura sonriente, limpiando mi barbilla con sus manos desnudas; esos gestos me hacen saber que la hembra sería buena madre. Sus pechos también son abundantes, lo que quiere decir que, de seguro, podría amamantar a los cachorros copiosamente. Eso haría cachorros muy fuertes, muy grandes y gorditos; tal y como deben ser los cachorros—. ¡Deja ya de mirarme ahí, Jungkook!

Sieeeempre se queja cuando miro sus pechos; ella mira los míos, ¿por qué no puedo hacer yo lo mismo? Además: ha usado mi nombre de lobo, y le avisé de que no debía usarlo a la ligera... Ese nombre me fue concedido por el Rey, y está prohibido que nadie que no sea lobo lo pronuncie. La culpa es mía, que fui el que se lo dijo, pero es que no paraba de llamarme con cosas como "salvaje" o "mastodonte" o "conejito"; tuve que poner fin a esa deshonra y decirle un nombre apropiado para mí.

Gruño al terminarme el pan, más chafado porque no me deje mirar sus pechos que por haber acabado mi comida.

—Quiero... más —pido de inmediato.

—Te has comido todo el pan, no puedo darte más, lo siento —susurra, limpiándome con sus manos en vez de su lengua—. Mañana haré más, ¿vale? Haré mucho para que puedas llenarte la barriga.

Lo dicho: esta hembra es muy generosa y atenta. Aunque me limpie mal, sé que lo hace de buena fe. Si las presas confían en ella, ¿quién soy yo para no hacerlo?

Ahora que mi comida ha terminado por hoy, me inquieto un poco por no tener nada que hacer. Ella suele entretenerse con muchas cosas, pero hoy parece conformarse con quedarse mirando el bosque a mi lado. Siento que Alei me da más de lo que puedo devolverle, el alimento en el bosque escasea últimamente, pero ella me da el suyo sin rechistar; es más, me lo da sin que lo pida... Siempre me espera aparecer con cosas con las que llenarme el estómago.

Hace un par de lunas, le traje algo a cambio: un collar como el mío, hecho con los huesos de las presas más imponentes del Gran Coto, y a ella pareció gustarle, porque todavía puedo verlo asomar encima de sus pechos... La escucho protestar cuando miro ahí, así que vuelvo los ojos al bosque (que tengo muy visto, a diferencia de lo otro que miraba), y aunque me costó conseguir los huesos para el collar, siento que no es suficiente.

Mis hermanos cazan y les llevan presas frescas a las hembras que tratan de cortejar para el celo, y yo le he traído algo que, aunque bonito, es inútil. ¿Cómo podría cortejar yo a Alei?

—¿Qué te gusta? —pregunto sin rodeos. Ella me mira, y su pelo oscuro corre con la brisa del viento. Es largo, suave y huele muy bien... Es parte de su embrujo, porque me gusta verlo suelto, bailando con el viento; me hipnotiza.

—¿Cómo que qué me gusta?

—¿La caza? Eh... te gusta... ¿el collar? —pregunto torpemente; aunque la entiendo bien, me cuesta expresarme en su lengua. Ella sonríe y asiente, agarrando los huesitos.

—Me hizo mucha ilusión que me regalases algo, sí. Es muy bonito.

—Me... para hacerlo yo tuve que... —me trabo un poco, pero ella me escucha atentamente, sin meterme prisa—. ¡Un oso! —exclamo al fin, haciéndola reír—. Él me raspó aquí —señalo, mostrando la herida que cruza mi pecho.

—Ahhhhh, así que, ¿te hiciste esa herida para conseguir mi collar?

—Sin herida, el collar no es importante —explico.

—¿Te peleaste con un oso por conseguirme un collar? —pregunta sin parecer creérselo.

—¡Claro! Yo soy muy fuerte y... puedo... matar a cualquier enemigo.

—No era un enemigo, Jungkook —desmiente ceñuda—. ¿Por qué matar por matar? No entiendo por qué los hombres hacéis esa clase de cosas... Es... cruel e innecesario.

Parece triste. No lo entiendo; le he mostrado que soy fuerte, la he cortejado con un collar que me costó mucho conseguir... y eso, ¿la entristece?

—Alei, no... Soy un cazador...

—Mi padre también lo es —murmura—. Persigue a las criaturas de este bosque para vender sus pieles y su carne en el mercado de la ciudad... Por eso vinimos aquí, como los leñadores y los mineros. Todo el mundo está obsesionado con sacar lo que pueda de este bosque, nadie entiende que es especial... Que no deberíamos llevarnos nada de aquí, que es perfecto tal y como es...

A cada palabra que sale de su boca, Alei se entristece más. Sus ojos negros se vuelven muy tiernos, quiere llorar... Ella no es un demonio.

Sus lágrimas caen de sus ojos, pese a que intenta ocultarlas; ella ama el Gran Coto, tanto como mis hermanos, el Rey o yo lo hacemos.

Podría... ¿Podría Alei venir conmigo? ¿Podría formar parte de mi manada? El Rey me aceptó a mí, ¿por qué no iba a aceptarla a ella? De esa forma, Alei no estaría triste, estaría siempre conmigo... De esa forma, podríamos tener cachorros, criarlos, enseñarles el Gran Coto juntos... juntos para siempre...

No me gusta escucharla sollozar; hace que me duela la garganta y el pecho. Es un dolor profundo y lacerante el que sus lágrimas provocan en mí... Debo consolarla, pero su lengua no es la mía; no soy bueno con ella, sino, Alei entendería lo que he intentado decirle con mis gestos, con mi postura y mis acciones, pero no ha servido. Por eso, debo enseñárselo de la manera que sé: acercando mi cara a la suya y rozando mi frente y mis mejillas contra las de ella.

Muevo mi rostro contra el suyo para borrar sus lágrimas, y creo que funciona, porque Alei para de llorar. Ahora solo hipa un poco, mirándome casi sin aliento. Y cuando una lágrima resbala por su mejilla, cayendo por la comisura de su labio, la lamo... Ella no entiende este lenguaje, pero espero que comprenda lo que intento decirle. Quiero que sepa que limpio sus heridas, que quiero quitarle el dolor... que no quiero que llore.

Alei se ha quedado muy quieta, que no llore es buena señal (me ha entendido), así que, más animado, repito la acción: lamiendo otra lágrima que cae por su mejilla y acaba en la comisura opuesta.

Aunque... creo que Alei... ha dejado de entenderme. ¿Cree que estoy herido?

No entiendo por qué lleva sus manos tras mi cuello, no pensaba moverme al fin y al cabo, pero, no contenta con mantenerme ahí, ella... también me lame; aunque lame dentro de mi boca, lame mi lengua, ¿qué hace?

Sus labios se mueven muy raros contra los míos, y noto el sabor salado de sus lágrimas en mi paladar mientras su lengua recorre la mía muy fuerte. No hay herida alguna ahí...

Ella parece impacientarse de algún modo, porque la noto agitada, su pulso va muy rápido, y se une más a mi cuerpo... Más... Tanto que, sin saber cómo, acabo tirado sobre la hierba, con su cuerpo encima. No debo tocarla o me pegará, lo tengo claro, pero es como si buscase eso, porque engancha mis manos para que vayan a su cintura.

Su embrujo me afecta sin necesidad de que se quite esa ropa. Noto el calor otra vez, abrasando mi pecho, mi estómago y mi pene, que... se levanta, se levanta mucho, y sé que va a doler después. Es porque su boca me resulta muy agradable, es muy tierna... De repente, noto la necesidad de morderla, pero no sé si eso es lo que Alei quiere, así que dejo que siga hundiendo su lengua en mí sin hacer más que respirar y mirarla.

—T-tócame, Jungkook... tócame —me pide casi sin aire, muy nerviosa, muy roja.

El celo.

Esto debe ser su celo, estoy seguro.

Las hembras se muestran muy dóciles al contacto en esta época; el celo de Alei... Estoy más que preparado para afrontarlo, sé todo lo que debo hacer...

Primero, la aparto de mí y la dejo de rodillas en el suelo. Ella parece un poco descolocada por un momento, porque abre los ojos de manera desmedida, quizás no esperaba que yo supiese reaccionar a su celo. Inmediatamente, levanto su ropa y dejo que su culo alzado y desnudo entre en mi campo de visión; eso manda una punzada a mi pene, que palpita y se pega a mi vientre una vez lo dejo al descubierto.

—¿Q-qué...? ¿Jungkook? ¿Qué haces...?

—Montarte —exhalo, viendo cómo el líquido que produce deja su vagina jugosa y brillante.

—¿Mon...? ¡¿Qué?!

Agarro mi pene y empujo su cabeza más abajo; esta debería ser una buena postura para hacerlo. Alei tiembla, eso es bueno... eso quiere decir que está tan deseosa como lo estoy yo. Me inclino hacia ella y, antes de penetrarla, aparto el pelo de su cuello, huele tan bien... y suda... La lamo con cuidado y, antes de dar el empuje necesario, muerdo su nuca; eso le dirá que lo nuestro va en serio, que no quiero solo aprovechar su celo, sino su vida... que nos uniremos por y para siempre en este mismo instante...

Pero Alei se revuelve con un grito de puro dolor y me empuja.

—Alei... —susurro impactado por su rechazo.

—¡Eres un salvaje! ¡Me has hecho daño! —grita, levantándose a toda prisa—. ¡Solo quería un beso y coges tú e intentas hacerlo conmigo! ¡¿Qué problema tienes?!

—S-solo... ¿Qué...? No entiendo... ¿Un b-beso?

—¡Me duele la nuca, me has hecho daño! —exclama enfurecida.

¿No quería que la marcase? Pero... yo creía que Alei querría ser mi hembra; no sé por qué no querría serlo. ¿Acaso hay otro macho que la esté cortejando?

—Yo... quería que tú y yo...

—¡¿Qué tú y yo qué, idiota?!

—M-mi hembra... tú —susurro dolido.

—¿Tú...? ¿Me has llamado hembra?

Creo que está muy enfadada, mucho. Alei da miedo, parece capaz de matarme ahora mismo.

—Quiero que tú y yo estemos juntos —explico asustado—. ¿No quieres?

Alei me dice que soy un poco torpe en su lengua, que no me entiende muy bien a veces, pero siempre me escucha igualmente, y eso hace ahora: escucharme sin decir nada. Su mano masajea el punto de su cuello que he mordido, pero sigue plantada delante mía; supongo que eso es buena señal, porque todavía no se ha ido.

Cuando se deja caer a mi lado, sentándose sin mirarme, no parece tan enfadada, pero me pide que vuelva a guardar mi pene bajo las pieles con un gesto de su mano... y eso hago, a toda prisa.

—Jungkook... no sé que te habrán enseñado, pero... eso no funciona así —susurra sin mirarme—. No puedes morderme el cuello con esa fuerza y, encima, intentar meterte en mí de esa manera tan brusca...

—¿No?

—No —confirma ante mi sorpresa, y se ríe al verme tan confuso.

—Pero... tu celo... Yo tengo que aprovechar tu celo, sino, otro lo hará... ¡No quiero que otro lo haga! —exclamo con firmeza para hacérselo saber. Alei se ríe todavía más ante mi declaración—. No es... risa —masco ofendido.

—L-lo siento —se disculpa sin parar de reír, apartando las manos de su cuello para llevarlas a su cara—. Ay, Jungkook... eres un chico muy extraño; por eso me gustas tanto, supongo.

Eso es bueno. Bien, eso de que "le gusto"; ella lo dice de cosas buenas: le gusta el agua, le gusta el collar, le gusta dar de comer a los animales y le gusto yo.

—Entonces... —empiezo a decir dubitativo, intentando que me mire—. Tú y yo...

—Somos amigos —susurra, pasando sus ojos a mí.

—¡No quiero... amigos! —confirmo seriamente.

—¿Y qué quieres entonces?

—Quiero que tú... —No voy a ser capaz de hacerme entender, creía que lo hacía, pero Alei no entiende mi cortejo, ni lo que quiero. No al menos de la forma en que sé expresarlo, así que, si no puedo de la mía...

Me lanzo a sus labios tal y como ella hizo antes, mi lengua la lame como si tratara de limpiar la suya; mis labios se abren, juegan y tocan los suyos, y mis manos van a su cintura para atraerla a mí. Ella tarda, pero sigue como hizo antes, imita mis movimientos... y mi pene se pone muy duro, duele, pincha... me pide que me meta dentro, pero Alei no quiere y no sé qué hacer; ¿a quién de los dos debería hacer caso?

Alei suspira contra mi boca, acaricia mi mandíbula y mi pecho, así que hago lo mismo con el suyo... y no se queja, me deja que los toque... así que lo hago más, mucho más. Sus pezones se ponen de punta cuando los rozo, así que bajo mi cabeza a ellos para mamar; aunque no da leche, sí que parece gustarle, porque suelta un alarido que suena muy bien... suena como un aullido lastimero que me pone muy ansioso. Como si me llamase a la caza...

No saco nada de mamar sus pezones, pero, por algún motivo, me encanta. A mi cuerpo le maravilla, a mi pene le fascina. Quiero quitarle toda esa ropa y verla como cuando se baña, pero me da miedo que Alei vuelva a echarme de su lado si lo hago.

No sé si será suficiente con el beso y con lo que he hecho, así que, imitándola otra vez, le hago saber lo que me pasa:

—Me gustas, me gustas, Alei; me gustas —repito, para darle a entender la magnitud de la que hablo. Y ella, roja y jadeando, sonríe muy grande y acaricia mi pelo.

Ella es como el bosque; provee a las criaturas, les da amor, alimento y solo pide poder observar su vida a cambio. Su pelo es como la brisa, sus dedos como el manto cálido del sol, sus ojos como las estrellas que cubren la noche... Alei es una Diosa. Y encima de ella me noto temblar, me noto pequeño y débil y asustado...

Por eso, por lo mucho que siento, por lo mucho que me asusta, recuerdo unas pocas palabras que hacen temblar mis labios:

—Te quiero... Y-yo, te quiero, Alei.

¿De dónde sale ese recuerdo? ¿De dónde viene?

Ella deja de sonreír, pero el brillo de sus ojos no se va a ninguna parte, y me acerca a su cara, hunde sus labios en los míos. Este contacto no es igual; es muy suave y me hace sentir en casa...

¿Cómo pude confundir a una Diosa con un simple demonio?

—Yo también te quiero, Jungkook...

Eso debe ser, sí; Alei es... sin lugar a dudas, una Diosa. Una benevolente y poderosa, ¿por qué si no hace mi corazón latir tanto? ¿Por qué me hace sentir feliz sin motivo? ¿Por qué juega con mi pulso con su risa o sus palabras?

Alei es mi Diosa, y juro que la veneraré hasta el fin de mis días.





Dos ciclos de luna llena más; eso es lo que mi manada y yo hemos tardado en encontrar a otros demonios. Estos eran machos, y se parecían mucho más a mí que Alei... y hablo en pasado porque, ahora, sus cabezas están frente a mi líder. No hemos podido hacer otra cosa...

En cuanto los demonios vieron a mis hermanos, sacaron unos largos cilindros de metal que escupían fuego y olían como a ceniza ardiente. Hirieron a Inmir, que se recupera ahora mientras Faun lame sus heridas; no parece grave, aunque no puedo evitar soltar gemidos por lo preocupado que estoy por él.

"Los demonios son un peligro", gruñe el Rey, "ha sido una insensatez intentar razonar con esas bestias. Hijos míos, os pido perdón".

Yunta pasa su lomo por el de nuestro padre, pero yo me mantengo frente a él, con las cabezas arrancadas de los demonios en frente.

La cacería hoy ha sido demasiado extensa; hemos cubierto a estas alturas demasiado terreno, y por más que asegure (incluso enseñando mis colmillos) que mi zona está limpia y no necesitan ir a ella, cada luna se me hace más difícil mantenerles alejados.

La manada siente mi orgullo, y quiero que sigan pensando que es este lo que impide que se metan en mi territorio y no mi amor por uno de los que ellos conocen como demonios.

"Vendrán más demonios, padre; estos viven en la ciudad y bajan cada poco al Gran Coto; ellos no son tan importantes como los que osan vivir en tierra sagrada", le avisa Yunta.

Mi hermano sabe que hay demonios que viven aquí, porque ha encontrado sus refugios por doquier en el bosque. Cada vez es más común verlos... Cada vez, su ciudad y su destrucción se acercan más y más a nosotros.

—La única solución es la bendición de Lupos —susurro para mí.

Es una idea que no se va de mi cabeza desde hace mucho, por lo que no he medido mi pensamiento, no he medido mis palabras... no he medido mi lengua.

Yunta se abalanza sobre mí, enseñando sus imponentes colmillos y dejando su zarpa sobre mi pecho. Podría ahogarme o arrancarme la cabeza de cuajo con un simple movimiento...

"Has usado la lengua de los demonios", me recrimina, gruñendo y torciendo su morro.

"Yunta, aléjate de tu hermano", ordena el Rey.

Él lo hace, y agacha las orejas para pedir perdón, aunque sus colmillos sigan mostrándome su disgusto y amenaza para con mis palabras.

Gimo para mostrar mi preocupación por todo cuando pasa en el Gran Coto, y mi padre acerca su cabeza a mí para frotar su frente por todo mi rostro; su tamaño hace que solo un pequeño trozo de ella sea suficiente para ocupar toda mi cara... Cuando era un cachorro, podría engancharme entre dos de sus dientes sin dificultad; echo de menos esos días...

"Hijo mío, el Dios de los lobos no se presentará ante ti", me hace saber el Rey. "Solo habla con sus hijos, los Dioses de la tierra, de los árboles y del río. Mi niño, tú no eres ningún Dios".

En sus palabras hay dolor, y siento ese como mío... Mis hermanos aullan la desgracia que sufrimos... Los demonios acabarán por destruir todo lo que es puro y bueno en el Gran Coto; la cacería no terminará nunca, y si lo hace, lo hará con la vida de mi manada.

Quien ose presentarse ante el Dios de los lobos, morirá...

Y quien deje que los demonios sigan violando el Gran Coto, será un necio...

¿Cuál de los dos voy a ser yo?





No debería haber venido aquí; Alei estaba dormida, está confusa y pasa frío ante la noche cerrada. Su cuerpo tiembla e intento cubrirla con el mío para que deje de hacerlo, pero no consigo que pare...

—Jungkook... ¿pasa algo? —pregunta, en su tono hay duda y miedo. Ha pasado el último ciclo de luna llena así... Mi Diosa está asustada, y no sé qué hacer para calmar su inquietud—. He oído que... hay gente desapareciendo en el bosque. Los mineros han perdido a tres trabajadores, y los leñadores a una partida entera...

—No quiero pensar en eso —le hago saber, pegando mis ojos a la superficie en calma del lago en el que tanto le gusta bañarse.

—¿Eres tú, Jungkook? ¿Tú haces eso? —insiste; no hay miedo ahora, pero sí dolor.

—Los demonios deben morir, Alei.

Ella me ha enseñado a usar mejor su lengua. Ella ha calmado mis heridas cuando los demonios rasgaban mi piel. Tres ciclos de luna llena son suficientes para hacer que ame a mi Diosa con cada suspiro que emite, con cada parpadeo que sus ojos baten.

Y ahora siento que mi Diosa se entristece por mi culpa.

—¿Qué demonios, Jungkook? Son hombres como tú...

—Yo no soy un hombre, Alei —gruño, enseñando mis colmillos—. No soy como ellos...

—Jungkook, lo eres —reitera, posando su mano en mi pecho—. Te has criado en este bosque, pero eres como ellos, como yo. Esos hombres... tal vez estaban equivocados, pero no es justo que mueran de esa manera, Jungkook, por favor...

—Ellos han llegado aquí, Alei, han profanado el territorio sagrado de caza; han ofendido a los Dioses y han perturbado la paz de los míos. Si no se retiran, morirán. Y ni siquiera tú podrás cambiar eso...

—Dios mío... —exhala... y llora.

Mi Diosa llora, y yo he provocado eso. Pero no puedo hacer más que limpiar sus lágrimas y rogar perdón por mis palabras. No parece reconfortarla, nada lo hace desde que las muertes empezaron.

Mis heridas cada vez son más grandes, y siempre llora cuando las cura; incluso aunque ahora no solo llore mi desgracia, sino la de los demonios, acaricia la más reciente de mis cicatrices, todavía roja, todavía abierta.

Ella también tiene como las mías, pero no me deja verlas. Su líder se las inflige, y no entiendo por qué; no me puedo imaginar por qué alguien habría de querer castigar a Alei, pero ella no me dice el motivo de ellas, ni deja que se las cure.

Alei es una Diosa, pero su padre, sin duda, es un demonio.

Mis hermanos aúllan desde el otro lado del bosque, pero no acompaño su llamada para no asustar a Alei, que tiembla agazapada a mi lado.

Se me hace tarde, porque ellos me buscan ya, y aunque he disipado mi rastro para poder buscar a Alei y traerla conmigo al río, no sé cuánto me queda hasta que barran todo el Coto y me encuentren, para alejarme de mi plan.

—Alei, te quiero —susurro, esperando que el oír esas palabras apacigue su ánimo.

—¿Vas con ellos? —pregunta en medio de un sollozo—. S-siempre he sabido que tú... que eras distinto que yo, pero... esos lobos de las leyendas, ¿verdad? Eres como ellos. Esos Dioses de la muerte...

—Mis hermanos no son Dioses —niego, acariciando el collar que le regalé—. Solo hay un Dios verdadero en este bosque... a parte de ti, Alei.

—¿De mí? —pregunta descolocada, estudiando mi cara sin entenderme.

—De ti —aseguro, dando un beso contra sus labios.

Ella entiende que la quiero cuando la beso, así que eso hago siempre que quiero decírselo sin usar su lengua.

—No te vayas con ellos, Jungkook... V-vámonos de aquí, solos tú y yo; vayámonos a la ciudad, a buscar un empleo, una casa, una vida juntos —suplica temblando.

—Alei —solo el suspiro de su nombre le hace saber que no puedo hacer tal cosa—, cuanto más uso tu lengua, tus costumbres, más traidor me siento. Te amo, Alei, pero odio a los que son como yo...

No sé si me queda tiempo, por eso sujeto su mano con fuerza, intentando guardar su tacto en mi memoria; quizás ella me ayude a morir con una sonrisa en los labios; su recuerdo, su olor...

—Jungkook... —me llama, separándose de mí.

Su fino vestido cae de sus hombros, y las heridas se extienden en su cuerpo desnudo. Muchas lunas he soñado con verla así, pero ahora, justo en la que tengo que dejarla ir, decide mostrarse en todo su esplendor ante mí. Y me ciega.

Su belleza, su piel erizada por el frío...

Me llama otra vez, y extiende una mano para que me acerque; eso hago, jamás me negaría a ella... ni aunque pudiera.

Yo la beso como sé que quiere que haga, la acaricio como sé que quiere que haga. Toco con mucho cuidado cada parte de su cuerpo, y me resisto a lamer sus heridas, porque ella no lo entiende; no sabe que solo quiero curarla y quitarle el dolor. Pero yo sí la entiendo a ella, por eso mismo... sigo conteniéndome.

Sus dedos palpan mi tripa y se internan en las pieles que cubren mi desnudez; nunca antes lo había hecho, y me sorprende notarla ahí. Mi naturaleza me habla de su celo, me lo grita cuando la miro y me la encuentro roja, ardiente, pero no le puedo hacer caso; a Alei no le gusta mi naturaleza...

Ella se deshace de mis pieles y me deja desnudo y frágil, frente a su propia desnudez. No sé cómo darle esto... de la manera que ella quiere. Si no es su celo quien se lo pide, no sé qué lo hace... Solo sé que la quiero, la venero, y haré cualquier cosa que me pida menos faltar a la promesa que me he hecho a mí mismo; sin embargo, Alei no parece querer hablarme en su lengua ni convencerme de que me quede con ella, no ahora al menos, porque se da la vuelta y pega su espalda a mí, agacha un poco la cabeza y... me deja ver su nuca.

Su postura denota sumisión, pero no entiendo por qué habría de ser una Diosa sumisa ante mí.

La respiración de Alei es muy irregular, parece ansiosa, agitada, y cuando la abrazo desde atrás, creyendo que quiere esto, ella se estremece y... gime. Mi pene empieza a alzarse sin que pueda pararlo, y Alei no se aparta de él; al contrario, se mece se arriba abajo contra mi extensión, y empieza a agacharse, todavía de espaldas a mí.

La observo hipnotizado, y todavía sin entender, ella se posa de rodillas en el suelo, alza sus caderas y me mira tímidamente desde su posición.

—Te amo, Jungkook... y si... esto eres tú... Lo acepto.

No quiero ofenderla tal y como hice la vez anterior, pero... ella parece estar entregándose a mí. Sus piernas tiemblan, sus rodillas se clavan en la roca viva y su cabeza vuelve a dejarse caer, enseñándome su cuello. Se está mostrando completamente indefensa ante mí.

Noto cómo se estremece y encoge cuando me arrodillo tras ella, y cuando acerco mi boca a su nuca, aprieta los ojos y tiembla. Mi Diosa trata de complacerme; a mí, que no soy ni lobo ni demonio, que no soy nada...

Tapo su nuca con mi mano, acercando mi boca a la herida amoratada de su espalda; ella no parece entender por qué rechazo su invitación a montarla. Ni yo mismo entiendo cómo puedo pararme ahora mismo; tal vez sea porque sus heridas me importan más, porque el dolor de mi Diosa es el mío.

La curo con paciencia y cuidado, lamo cada una de sus heridas: recientes o antiguas, cada pequeño relieve que dejan sus cicatrices. Lamo su cuerpo casi por completo, y Alei me permite hacerlo, incluso gime suavemente; el temblor que siento ahora es muy distinto al de antes.

Gracias a la luz de la luna, una vez me alejo, veo cómo el interior de sus muslos brilla en una sucesión de finos hilos que parecen centellear; su cuerpo me lo pide, su calor y sus gimoteos también, y no puedo esperar más.

Mi pene duele, como siempre, pero cuando me entierro en ella, una nueva sensación me invade, controla mis sentidos y me ciega; jamás había sentido nada igual.

Alei grita profundamente cuando mis caderas empujan, temo haberle hecho daño, por lo que pego mi pecho a su espalda para que note mi calor; aunque mis caderas me piden repetir ese empuje en su interior, porque, por primera vez en mi vida, mi pene no duele al estar completamente alzado... todo lo contrario.

—Des-despacio... por favor, despacio —exhala, su cálido aliento crea un vaho que me parece mágico, y recojo su cintura entre mis brazos para alzar su espalda y pegarla a mí.

Sus brazos no parecían poder soportar su peso, y espero que teniéndola sujeta entre los míos pueda aguantar la siguiente vez que separo mis caderas y mi pene sale de ella poco a poco para volver a internarse entre sus piernas.

Yo mismo gimo ante la sensación que invade mi extensión y mi cuerpo, Alei ha acabado por embrujarme... y no quiero que pare nunca con este hechizo; quiero quedarme cegado por ella para siempre.

Su pelo roza por mi cara, sus dedos ahondan en mis brazos y de su boca salen quejidos que me saben a pura gloria. Mi Diosa disfruta con esto tanto como yo, porque ahora, sus ruidos han cambiado y se suceden mientras me invita a hacerlo más: a seguir clavándome en ella todo lo hondo que puedo.

Sigo su orden al instante, y me veo obligado a separar más mis piernas para aumentar la velocidad a la que la monto. El choque de nuestras pieles sudadas es lo único que llega a mis oídos, junto a su voz... que gime, se desespera y no para de pedirme más.

Alei parece tensarse cuando aparto el pelo de su nuca. Creí que era el momento idóneo, pero...

—Haz... Hazlo, Jungkook —me invita, encargándose de apartar su melena de mi camino.

Esta es mi naturaleza, este soy yo. Pero esto no es Alei, aunque lo acepte por mí. Por eso necesito... hacerme entender antes de que sea demasiado tarde.

—N-no podrás... aceptar a otro pretendiente si hago esto... Alei —la aviso, preocupado por ella, preocupado por lo que supone esta marca.

—No quiero a otro.

—Tú y yo... estaremos unidos de por vida, aunque no estemos juntos, aunque no estemos cerca —susurro, controlando mis sentidos para centrarlos solo en ella.

—Ya lo estamos...

Son las leyes del Gran Coto, las leyes de mi Rey, y Alei las acepta. Me da miedo que lo haga, porque, tras esta noche, obligaré a mi Diosa a vivir en duelo... y me quema saberlo.

Sus dedos acarician mi brazo y gira la cabeza para besarme, y yo devuelvo el beso con todo el amor que siento y le profeso. Así, cuando nuestros labios se separan y muerdo su nuca con cuidado, nuestras lenguas pueden hablar de un mismo sentimiento sin necesidad de palabras.

Ella gime, empieza a retorcerse cuando mi lengua lame su marca, y se vuelve débil cuando mis caderas empujan más, cuando mis piernas me obligan a embestirla, cuando mis manos me obligan a apretar la carne de su cuerpo. Voy más y más rápido, porque el frenesí de su olor y sus sonidos me invitan a hacerlo; Alei parece volverse más y más débil cada vez que la penetro con fuerza, sus piernas tiemblan mucho, pero no ceso en mi empeño... no, hasta que algo dentro de mí estalla.

Sabía que Alei era una Diosa, y me acaba de mostrar el culmen de su poder; mi cuerpo parece arder en llamas cuando su interior se contrae alrededor de mi pene con muchísima fuerza, se aprieta tanto contra mí que, sin entender cómo ni por qué, algo dentro de mí se desata y me hace embestirla salvajemente, me hace empujar con fuerza y me hace desfallecer con un grito ronco y ahogado.

—A-alei... Alei no... puedo pararlo —me excuso, notando cómo mi pene expulsa más y más líquido en su interior, que arde, me oprime y me lleva a la locura.

Noto el corazón desatado, mucho más que con la caza. Y ella parece notar mi debilidad ahora mismo, porque recoge mi cabeza entre sus dedos y me besa una vez más.

La luna ha salido hace poco, y mi viaje solo es de ida, por eso, cuando mi Diosa me mira con lágrimas en los ojos, la beso, la acaricio y la llevo al agua, cubriendo el frío de esta con mi cuerpo.

No tardo en volver a hundirme en ella, porque quiero sentir el poder de su hechizo hasta mi último suspiro.

Sé que atraso lo inevitable, pero quiero que ella recuerde esta noche todos los días de su vida, por eso no puedo parar de embestirla, de besarla, de lamerla. Y cuando cae rendida, justo cuando la luna se alza en el punto más alto, la arropo mientras sus ojos reposan y beso su frente antes de partir.

El camino es largo, mis hermanos me buscan y el recuerdo de Alei me persigue mientras corro por el bosque. Es lo único en lo que pienso mientras veo mi final acercándose ante mis ojos: en mi Diosa.

Y en la Explanada Antigua del Gran Coto, prohibida para todas las criaturas, espero la bendición... o la muerte. Tal y como dice la leyenda, el Dios de los lobos aúlla a la luna llena. Su llamada es salvaje, corta el viento, para el tiempo y, de entre los árboles, una figura aparece...

No es temible, no tiene colmillos ni sangre en su boca; porque el Dios de los lobos no es un lobo... Lo entiendo ahora, al ver todos los animales aparecer de la espesura. El viento corre con fuerza hacia mí cuando llegan, me intenta alejar de la Explanada Antigua, pero resisto el envite y ruego para mis adentros que esto sirva de algo.

Las liebres corretean por entre mis pies, los conejos saltan a mi alrededor; los ciervos y los pájaros se mantienen alejados, mirándome impasibles: el Dios de los lobos... es el espíritu del bosque en su totalidad. Son las presas que nos alimentan, son todas esas criaturas que nos temen.

Los osos rugen al resurgir de entre la arboleda, pero su sonido es tapado por una voz, una cálida y envolvente: la voz de Alei.

"Niño lobo, ¿qué haces aquí? ¿Buscas la muerte".

—Busco la bendición —susurro, mirando a cada criatura que me rodea sin saber a cuál de todas le hablo.

"¿Qué bendición esperas encontrar, niño lobo? La Explanada Antigua está prohibida, y, aún así, osas presentarte ante mí: ante el bosque mismo, y pedir ayuda; no esperes mi gracia sin sacrificio".

—Estoy dispuesto a sacrificar lo que sea si con eso me haces capaz de proteger el Gran Coto —aseguro, pese a que mi voz tiembla.

"No tienes miedo a la muerte, mas tu voz me dice lo contrario..." —Parece reír, y el suave murmuro de la risa de Alei me alienta a seguir—. "¿Qué traes contigo?".

Alzo la mano para mostrar mi ofrenda al Dios, y, si bien es humilde, es lo más preciado que tengo: un único cabello. Una hebra oscura y brillante.

El viento me envuelve de pies a cabeza, gira a mi alrededor y se encarama a mi mano, robándome el cabello.

Las liebres paran de corretear y los conejos de saltar. Todo se queda en silencio. Todo se calma. Y todos vuelven al bosque.

"Me traes el cabello de una mortal...".

—Es una Diosa —aseguro, mirando la luna llena, que se cierne sobre mi cabeza como un augurio oscuro.

"Y por ella no morirás". —Pese a que esa voz solo resuena en mi cabeza, soy incapaz de no intentar buscarla ante su frase, porque necesito una explicación—. "Una bendición me pides, y una tendrás... Podrás alejar a esos que se internan en el Gran Coto, y lo harás con facilidad, y les imbuirás desasosiego, terror, y grande será tu poder".

La voz se va apagando, y el viento se va con ella, pero no puedo sino sentirme frío y confuso... y asustado.

—¡Hay algo más! —exclamo a viva voz—. ¡Alei, tienes que proteger a Alei de todo mal! ¡De mis hermanos, de los demonios, de...!

"Pequeña criatura..." —carcajea la voz— "¿Crees que tus pobres intentos por alejar a los lobos de ella han sido lo que la ha protegido? Ella provee al bosque, y el bosque la proveerá... Pero tú no volverás a verla. Querías una bendición, y una bendición tendrás... mas todo poder conlleva dolor, sacrificio y... cambio".

El viento vuelve, me rodea, me eleva y quema mi piel.

Grito en medio del vacío que me llena, porque siento el calor mismo del fuego quebrándome desde dentro. Mis huesos se astillan, se rompen, y no me quedan fuerzas para gritar; solo espero la muerte, pero la muerte no me halla.

El dolor crece por cada trozo de mi piel, aunque... mi cuerpo ya no parece ser el mismo; el pelo me cubre, tal y como hace con mis hermanos, un pelaje negro y espeso me llena ahora.

No soy un lobo, porque sigo a dos patas; no soy un demonio porque mi cuerpo se siente fuerte, nota cada sonido más intensamente, cada olor con un millar de matices... Y cuando aúllo, mi lamento inunda el claro, el Gran Coto y mi corazón...

Pienso en ella, en la bendición de Lupos, en la maldición que me hará proteger el Gran Coto y alejarme de mi Diosa, y solo puedo mirar la luna llena; en ella veo a Alei, su sonrisa, su pelo, sus ojos...

La luna llena me muestra a mi Diosa, y a la luna llena rezaré hasta el fin de mis días.



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Hi!

Hoy quería aprovechar para subir este relato (bastante extenso) que escribí un día cualquiera de inspiración absoluta. Estoy bastante orgullosa de este en particular, y le he cogido mucho cariño desde el momento que la idea se me vino a la cabeza, así que espero que os guste mucho <3

Ya sabéis que aquí normalmente no tengo gran cosa para poner a parte del habitual "dejadme vuestras impresiones", por lo que, una vez dicho, me despido hasta nuevo aviso, mis amores.

Py <3

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