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ARACELI'S POV
Durante la cena lo único que se cruzó por mi mente fue escapar corriendo y hundirme en mi cama, abrazar a mi novio. La otra opción era arrancarle los ojos a Franco y restregárselos por la cara o tirarle todo el champagne caro que había comprado papá. No creo que la segunda sea la mejor opción, pero lo pienso en cada segundo que siento la pierna del morocho rozar lentamente la mía y apretar con su mano mi muslo, disimuladamente... Porque no vaya a ser que su madre se entere de que su hijo único y perfecto es un verdadero gato.
—Tengo que ir al baño un segundo, permiso —sonrío fingiendo las ganas que tengo de salir al baño y desaparecer en una cloaca, pero me abstengo ante la idea y me levanto de la silla para caminar directo al piso de arriba donde están los baños. Siento en mi espalda la sensación de una mirada que sé que no me va a dejar en paz y desaparezco por el restaurante evitando mirar hacia atrás.
Era lo único que me faltaba para completar la frutilla del postre, irónicamente.
Odiaba las situaciones que me remontaban a mi yo de hace un año, o de años atrás, porque ya no era la misma, o eso creo. Franco me recordaba todo lo malo que hice, engañar a mi novio cuando el mundo se le venía abajo. Él me recordaba los momentos en los que perdí por completo mi sororidad y me doblegué a un hombre con novia, que lo amaba más a que nadie en el mundo. Detestaba la idea de tener que compartir ahora unas vacaciones o siquiera un día de mi vida con él. Lo peor era que le había prometido miles de veces a mi padre pasar tiempo juntos, en familia... Pero yo a él no lo consideraba parte de mi vida, y ahora, de pronto, todo había cambiado. Entre Giselle, que sigue siendo lo de menos, se agregaba Franco, y justo ese Franco, no podría ser cualquier otro.
Me lavo las manos con el agua que cae de la canilla y me miro en el espejo tratando de despabilarme y dejar de pensar en él. Lo mejor iba a ser evitarlo de acá en adelante, a toda costa, costara lo que costara, incluso si eso significaba pasar menos tiempo con papá y Melisa.
No puedo verlo porque eso significa que voy a volver a caer, o volver a creer en sus palabras, en sus labios, en sus manos tocándome y haciéndome sentir la mujer más deseada del mundo.
BASTA.
Me enjuago la cara sin importarme ni un poco arruinarme el maquillaje y me dirijo al otro lado para agarrar un poco de papel. Tenía que hacer algo con todo esto. Hablar con él y marcarle los límites. Hacer algo. No sé, pero si algo sí sabía era que si le hablaba todo mi cuerpo iba a reaccionar a él y mi cuerpo no miente.
En cuanto me siento lista, camino con las manos temblorosas hacia la puerta tratando de controlar mi respiración, pero un ruido me saca de lugar y noto un cuerpo alejarme para entrar y cerrar la puerta tras de sí con el seguro.
Sabía que era él por la forma tan posesivo que tenía de agarrarme de la cintura y darme vuelta para quedar de espaldas contra la puerta.
—¿Qué mierda haces acá, pelotudo? —Ya ni me importaba mantener la educación cuando él no estaba respetando mi espacio personal.
—Ey, ey, a mí me bajas el tonito, preciosa —murmura a escasos centímetros de mi boca y le corro la cara. Mala idea porque lo siguiente que siento es su aliento en mi oreja y cuello, y su incesante respiración contra mi piel, poniéndome los pezones duros y sus manos cálidas aprisionando mi cintura con firmeza.
¿Y si le pego una patada en las bolas?
—Soltame porque te juro que te dejo estéril —suspiro tratando de empujarlo, pero ni siquiera tengo fuerza para hacerlo, o mi cuerpo me está jugando en contra.
Escucho su risa sobre mi cuello y sus labios depositar un camino de besos debajo del lóbulo de mi oreja.
—No estás reaccionando como una persona que me odia, ¿o no? —Sonríe contra mi piel en cuanto escucha un gemido escaparse de mi boca y abro los ojos de par en par tragándome cualquier sonido que me delate. — Sé que me extrañaste.
—Dejá de flashear un toque, rey —me muerdo el labio inferior atrapándolo con mis dientes, no sea cosa que le de a entender otra cosa. — Ahora se ve que somos hermanitos así que te pido que me dejes en paz, no me importa lo que pase por tus neuronas quemadas, pero yo no voy a arruinar la felicidad de mi padre.
—Así que... Hermanita mía, ¿me podés responder una cosita entonces? —susurra en un tono relajado y grave, descendiendo con sus manos por mi culo y pegándome con fuerza contra él, logrando que sienta la dureza de sus pantalones contra mi estómago.
—Basta, deja de hacer esto... ¿Qué? —suspiro sintiéndome completamente molesta por la manera en que mi cuerpo y mi interior parece reaccionar por completo a él y jugarme la peor pasada.
—Yo creo que una hermanita no se pone mojada así cuando le habla su hermano —murmura riéndose en mi cara cuando me muestra la humedad que quedó en la rodilla de su pantalón debido a que presionó por debajo de mi vestido, mojando mi tanga por completo.
La puta madre Araceli, más boluda no podés ser, ¿no?
—Sos un hijo de mil puta, ¿me escuchaste? —lo empujo ahora sí con más fuerza acomodándome el vestido y el pelo que parece que le pasó un huracán por encima. — Ni te me acerques porque te juro que te meto una piña y no te vas a olvidar nunca más de mi cara, Franco.
A él parece divertirle la situación porque se cruza de brazos y me sostiene la mirada mostrándome su mejor sonrisa que hace que se me estruje el estómago.
—Nunca me olvidaría de tu carita mi amor —se aleja de mi para abrir la puerta y plantarme un beso en la mejilla— Y lo sabes.
Es lo último que dice antes de dejarme pasmada y retirarse, así como si nada.
∞
Así pasaron dos semanas. No volví a ver a Franco después de ese incidente. Así lo llamé yo. Papá me avisaba que Giselle estaba en casa con él solos para tomar mates y comer medialunas los tres, o con Melisa, así que aprovechaba antes de que llegara Franco, así lo podía evitar y mantener a mi familia feliz. La que no estaba siendo feliz era yo y todo por su culpa. Porque no puedo dejar de pensar en él ni por un segundo, en lo feliz que me hizo, en sus labios, en su manera de hablarme, todas las veces que me cuidó. Y lo odié por romperme el corazón y por dejarme sin ninguna explicación.
—Y contame cómo te va con tu novio, Ari —comenta Giselle sirviéndose un mate y alcanzándome una bandeja con galletitas.
Melisa estaba por llegar para pasar una tarde las tres juntas y fingir ser la familia que no somos. A pesar de eso, no podía negar que me caía bien Giselle y que a papá lo veía demasiado bien y feliz, y hace mucho no lo veía así.
—Con Santi estamos bien... felices —le sonrío evitando mirarla porque esa mentira no me la creía ni yo misma.— Él se quiere casar.
Giselle me mira sorprendida.
—¿Y vos?
Parece leerme la mente y me asusta.
—Mira que yo tuve tu edad, y era medio así como vos. Así que te entiendo.
Trago la galletita y casi me atoro porque odiaba hablar de Santi, odiaba hablar de la idea de casarme cuando no paraba de pensar en otro hombre.
—Yo... No sé si me quiero casar.
—Tomá —me alcanza el mate y bebo un poco sintiendo su mirada sobre mí— Mira, yo a tu edad estuve con varios chicos, muchos quisieron casarse y ya sabes... Hijos y todo eso. Pero yo no estaba enamorada, hubo solo una persona de la que me enamoré.
—¿Quién? —pregunto aturdida.
—El papá de Franco —noto que se le enrojecen los ojos y se le quiebra la voz cuando habla— Nunca me había enamorado de nadie como me enamoré de él. Lo amé con cada célula de mi cuerpo a ese hombre, Araceli... Pero —toma aire y se queda mirando al jardín— somos felices, pero no estando juntos, ¿me entendes?
Asiento alcanzándole el mate y jugando con mi collar.
—Nos lastimamos mucho, pero Franco es el recuerdo más lindo que nos quedó.
—Yo... También amé a un hombre —trago saliva sintiendo mis manos sudorosas por los nervios. Es la primera vez que admito algo así en voz alta, frente a alguien.
—¿Todavía lo amas?
Su pregunta me deja aturdida, y me sobresalto cuando escucho la puerta de la casa abrirse y veo a Melisa llegar con papá y una bolsa enorme de productos del supermercado.
—Ya llegó la fiesta —grita papá y Giselle se ríe negando con la cabeza y mirándome con una sonrisa de complicidad.
Algo me decía que seguía amando al padre de Franco, como yo a él.
—¿Me perdí algún chisme? —pregunta Melisa sentándose al lado mío y abriendo un paquete de galletitas Oreo.
—Hablábamos de la vida nomás —comento tratando de esquivar la situación.
—Nosotros fuimos al super y nos encontramos con el psicólogo de River Plate, dijo que van a organizar una cena para celebrar no sé qué —murmura Melisa prendiendo la tele.
—Olvidaste decir que estamos invitados todos los familiares de los jugadores y que tenemos que ir formal —agrega papá.
Melisa pone los ojos en blanco y suspira.
—Tengo cero ganas de depilarme las piernas para ponerme un vestido de mierda y estar rodeada de tanta testosterona —murmura.
Giselle y yo nos reímos a la par.
—Franco me comentó algo, pero no sabía si la familia tenía que ir —suspira Giselle dirigiéndonos una mirada a mi hermana y a mí.— Creo que es hora de que vayamos las tres a ver ropa, ¿no?
Se me acelera el corazón de solo pensar en la idea de verlo a Franco de traje y con esa mirada encantadora.
Iba a ser imposible alejarme de él si en cada oportunidad que había de cruzarnos, él hacía que todo fuese más difícil.
—Capaz llega mi momento de ser botinera —sonríe Melisa y yo le empujo el paquete de galletitas.
—¿Y tu novio? —pregunta papá riéndose.
—¿Cuál hay? Franco tiene novia y se ve con otras chicas, no veo el problema —comenta mi hermana y en cuanto oigo esas palabras siento una presión innombrable en el pecho y una punzada en el estómago.
—Qué se yo. Yo no entiendo a mi hijo tampoco —murmura Giselle bebiendo de su mate.
—Es porque es un gato hecho y derecho —se ríe mi hermana buscando una servilleta para limpiar el desastre.
—Una sola vez me habló de alguien pero nunca medijo su nombre —murmura Giselle pensativa.— En eso salió a su padre...
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