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Prólogo.


El eco de las pisadas resonaba en los pasillos del hospital. Era un día como cualquier otro para Jimin. Las camillas iban y venían, las máquinas pitaban con insistencia, y el murmullo constante de enfermeras y pacientes formaba una sinfonía caótica que se había convertido en parte de la rutina desde que el conflicto entre las dos Corea había estallado.

Había pasado meses tratando a soldados que regresaban de la línea de fuego, sus cuerpos heridos y sus mentes quebradas. Jimin se movía con destreza entre ellos, enfocándose en su tarea: reparar lo que la guerra había roto. Cuando la puerta de la sala se abrió de golpe, Jimin alzó la vista. Un oficial de alto rango entró con pasos firmes, seguido por una enfermera que parecía incómoda con aquella presencia. El hombre llevaba un sobre en la mano, y su expresión era tan seria que el corazón de Jimin dio un vuelco, llenándolo de una mal presentimiento.

—Señor Park —musitó el oficial, con voz cortante.

Jimin dejó la jeringa que sostenía y se acercó, limpiándose las manos en su uniforme.

—Sí, señor.

El oficial extendió el sobre.

—Órdenes directas del alto mando.

Jimin tomó el sobre, sintiendo el peso simbólico que parecía tener. El oficial asintió con la cabeza y se retiró, dejando a Jimin con una mezcla de curiosidad y aprensión. Abrió el sobre allí mismo, sus ojos recorriendo rápidamente las palabras impresas en el documento. Cada frase lo hundía más en una realidad que nunca había imaginado que tendría que enfrentar, al menos no tan pronto.

"Por orden del alto mando militar, se le asigna al escuadrón 203 en la línea de fuego sur como médico de campo. Su presencia es requerida en 72 horas. Deberá reportarse al Capitán Jeon Jungkook para cumplir con sus funciones."

El aire pareció escapársele del pecho con cada palabra que iba leyendo. Sabía que este día podría llegar, pero siempre lo había visto como algo lejano. Además, el sur era una zona activa, peligrosa, donde los enfrentamientos eran brutales y las bajas, constantes. Ser un médico allí no solo significaba salvar vidas, sino también aceptar que muchas veces no podría hacerlo y corría el peligro de perder la mía propia.

Las palabras del documento resonaban en su mente mientras salía de la sala, caminando hacia el pequeño cuarto que usaba como oficina. Cerró la puerta detrás de él y se dejó caer en la silla. Miró sus manos, acostumbradas a curar, y se preguntó si serían suficientes para lo que estaba por venir. La guerra no hacía distinciones entre médicos y soldados. Jimin lo sabía.

Pero también sabía que, aunque el miedo lo acechaba, tenía una misión muy clara: proteger, sanar y hacer lo correcto.

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