Capítulo 1
El rugido del motor del camión militar era constante, como una banda sonora que se repetía sin cesar. Jimin estaba sentado en un rincón del vehículo, con las piernas apretadas contra su mochila. Las paredes metálicas del transporte parecían encerrar no solo el sonido, sino también el aire, que se volvía más pesado con cada kilómetro que recorrían.
Los soldados a su alrededor hablaban en susurros. Algunos compartían historias entre risas breves y tensas, otros simplemente miraban al vacío. Jimin los observaba de reojo, incapaz de unirse a ellos. Sentía que no pertenecía allí, como si fuera una pieza extraña en el rompecabezas del ejército.
—¿Primera vez en la línea de fuego? —preguntó el hombre sentado frente a él. Era un soldado corpulento, con el casco ladeado y piel sutilmente morena.
Jimin levantó la vista, un poco sorprendido.
—Sí, primera vez en cualquier zona de conflicto, en realidad.
El soldado asintió con una sonrisa ligera, casi compasiva.
—Te acostumbrarás. Al principio, todo esto parece un infierno...Bueno, porque lo es —agregó con una risa amarga—, pero aprendes a ignorarlo, o al menos intentas.
Jimin no sabía cómo responder, así que solo asintió. Su mirada volvió al paisaje que pasaba rápidamente por la pequeña abertura del camión. Los campos vacíos parecían interminables, sus colores apagados por el invierno. No había señales de vida, solo el rastro de lo que alguna vez existió: árboles caídos, edificios bombardeados, carreteras agrietadas.
El camión frenó de golpe al llegar a la base. El sonido de órdenes gritadas y botas contra el suelo llenó el aire, sumándose al ruido de camiones que llegaban y otros que se iban. Jimin descendió con cuidado, su mochila aún colgada al hombro, mientras sus ojos intentaban abarcar el caos que lo rodeaba. A unos pasos de él, un grupo de soldados cargaba una camilla con un cuerpo envuelto en una manta gris. La visión lo detuvo en seco. Trató de apartar la mirada, pero no pudo evitar notar la mano del muerto asomándose entre los pliegues de la manta, inmóvil, pálida.
—Park Jimin —llamó una voz, sacándolo de su trance.
Un soldado joven, seguro que apenas mayor de veinte años, se acercó y lo saludó con rigidez.
—Soy el cabo Kim. Me pidieron que lo escoltara. El Capitán Jeon lo está esperando.
Jimin asintió, enderezándose como pudo. Ajustó su mochila y siguió al cabo, esforzándose por ignorar el peso creciente en su pecho.
(...)
La tienda de mando era más grande que las demás, pero igual de austera. En el centro había una mesa de madera desgastada, cubierta de mapas y papeles desordenados. Detrás de ella, de pie como si fuera una figura tallada en piedra, estaba el Capitán Jeon.
Jungkook apenas levantó la vista cuando Jimin entró, demasiado ocupado estudiando un mapa que mostraba las posiciones de los escuadrones en la línea de fuego. Los murmullos de dos oficiales que discutían a su lado cesaron cuando el cabo Kim anunció su llegada.
—El médico Park Jimin, reportándose señor.
Jeon finalmente dirigió su mirada hacia Jimin. Sus ojos eran oscuros, calculadores, y parecían atravesarlo como si intentara medir su valía en un solo vistazo. Jimin sintió cómo su postura se tensaba bajo aquel escrutinio, pero se obligó a mantener la compostura.
—Médico Park —dijo el capitán, con una voz grave y firme que parecía no admitir dudas.
Jimin dio un paso adelante.
—Sí, señor.
Jeon tomó un documento de la mesa y se lo extendió.
—Estas son tus asignaciones. Estarás a cargo de las operaciones médicas de emergencia, sobretodo del escuadrón 203. No esperes que las condiciones sean similares a las de un hospital. Aquí trabajamos con lo que tenemos, no con lo que necesitamos. ¿Entendido?
—Entendido, señor.
El capitán asintió ligeramente, pero no apartó la mirada.
—El sur es una zona activa. Las bajas son constantes. ¿Has tratado alguna vez una herida de bala mientras el enemigo te dispara?
La pregunta lo tomó por sorpresa, pero Jimin negó con la cabeza.
—No, señor.
Jeon inclinó ligeramente la cabeza, como si ya lo hubiera supuesto.
—Entonces aprende rápido. Porque aquí no solo tratas de salvar vidas, también intentas mantenerte con vida.
Jimin tragó saliva, sintiendo cómo las palabras del capitán se hundían profundamente en su mente.
—Lo haré, señor.
El capitán lo observó por un segundo más antes de apartar la vista y señalar con la cabeza hacia la entrada.
—Ve a instalarte, los heridos no esperan.
Jimin salió de la tienda sintiendo que acababa de pasar una prueba, aunque no estaba seguro de si la había aprobado. Su primera impresión del Capitán Jeon era clara, era un hombre que no ofrecía espacio para errores ni debilidades.
La tienda médica estaba abarrotada cuando Jimin llegó. Camillas alineadas a los lados, con soldados heridos que gemían o permanecían inmóviles bajo mantas. Tres enfermeras y dos médicos más veteranos se movían rápidamente entre ellos, atendiendo las emergencias más graves.
—¿Eres Park Jimin? —preguntó una de las enfermeras, una mujer joven con el cabello recogido en un moño apretado.
—Sí.
—Perfecto, póngase guantes y ayúdeme con
esto. —Le señaló a un soldado con una herida profunda en el abdomen.
Jimin apenas tuvo tiempo de dejar su mochila antes de ser empujado a la acción. Se arremangó y se puso los guantes mientras analizaba rápidamente la situación.
—La hemorragia no se detiene —dijo la enfermera, su tono urgente pero controlado.
—Necesitamos una sutura inmediata —respondió Jimin, tomando el instrumental quirúrgico de una bandeja cercana.
Mientras trabajaba, el mundo pareció reducirse a sus manos y al soldado frente a él. Cada movimiento debía ser preciso; cada segundo contaba. El rostro del joven herido estaba pálido, y Jimin podía sentir su vida escapándose con cada gota de sangre.
—Presión aquí —indicó, señalando un punto a la enfermera, quien obedeció sin dudar.
Los minutos pasaron como horas, pero finalmente logró estabilizar al paciente. La enfermera lo miró con una mezcla de cansancio y aprobación.
—Buen trabajo, doctor. Pero no te acostumbres. Aquí siempre hay más.
(...)
El tiempo transcurría de manera extraña en la base. Un minuto podía sentirse como una eternidad, y sin embargo, las horas se deslizaban sin que nadie lo notara. Jimin apenas había tenido un momento para respirar desde que entró en la tienda médica. Cuando finalmente pudo salir, el aire frío de la noche lo recibió como una bofetada. Las luces parpadeantes de las linternas y los reflejos de las hogueras iluminaban parcialmente la base. Los soldados se movían en grupos, algunos en silencio, otros murmurando entre ellos. Había una energía contenida en el ambiente, una tensión que se extendía como una sombra, incluso cuando no habían sonidos de disparos en la distancia.
Jimin caminó hasta un punto ligeramente apartado y se dejó caer en una caja de madera vacía. Desde allí, podía ver la tienda médica, sus luces titilando débilmente. No muy lejos, una fila de vehículos militares descansaba en espera de su próxima misión. Todo parecía demasiado grande, demasiado ajeno para él.
—¿Ya está agotado, doctor?
La voz era familiar y, cuando Jimin levantó la mirada, encontró al Capitán Jeon de pie frente a él. No lo había oído acercarse. El capitán estaba con las manos en los bolsillos, su postura relajada, pero su expresión no había perdido esa severidad característica.
—No es agotamiento —respondió Jimin, enderezándose un poco. —Solo...estoy procesando todo.
El capitán ladeó la cabeza, como si estuviera evaluando su respuesta. Luego caminó hasta quedar al lado de Jimin, aunque mantuvo cierta distancia.
—No es fácil para nadie, especialmente para alguien como tú.
—¿"Alguien como yo"?
—Un médico, un novato. —El capitán hizo una pausa y luego agregó—Aquí, las cosas no se resuelven con anestesia y suturas.
Jimin apretó los labios, sintiendo cómo las palabras del capitán le perforaban el orgullo.
—Eso ya lo entiendo, pero no vine aquí esperando que fuera fácil.
—¿No? —Jeon cruzó los brazos, su expresión endureciéndose aún más—. Entonces espero que estés listo para cuando tengas que decidir a quién salvas y a quién dejas morir. Porque llegará ese momento, Park, y más pronto de lo que crees.
Las palabras cayeron como un balde de agua fría, Jimin quiso responder, pero nada salió de su boca. El capitán, al parecer satisfecho con el silencio, dio un paso atrás y asintió hacia la tienda médica.
—Descansa mientras puedas. Mañana hay una misión, y no tendrás tiempo para procesar nada.
Jimin lo vio alejarse, su figura desapareciendo entre las sombras. Sentía una mezcla de frustración y respeto hacia el hombre. Sabía que el Capitán Jeon no estaba equivocado, pero eso no hacía que sus palabras fueran más fáciles de aceptar.
Cuando Jimin regresó a la tienda, el caos del día había disminuido. Algunos soldados descansaban en camillas, mientras otros roncaban suavemente, exhaustos por el dolor y los sedantes. Las luces fluorescentes daban al lugar una apariencia casi surrealista, como si estuviera atrapado en un sueño extraño y desagradable. Kang Hye-jin estaba sentada en un banco junto a una camilla vacía, revisando unas notas. Al verlo entrar, levantó la vista y le hizo un gesto para que se acercara.
—¿Ya tuviste tu "charla" con el capitán? preguntó, alzando una ceja.
Jimin frunció el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
—Es casi un ritual de iniciación. A todos los nuevos les da algún tipo de sermón sobre la realidad de estar aquí.
—¿Y a ti qué te dijo?
Hye-jin se encogió de hombros, aunque una sombra cruzó su rostro.
—Algo parecido a lo que te habrá dicho a ti, supongo. Que no hay tiempo para errores y que la guerra no espera a nadie, pero...bueno, tiene razón.
—¿Siempre es tan frío?
—No siempre —respondió ella, con una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Solo cuando cree que tiene que serlo.
Jimin se sentó junto a ella, dejándose caer con un suspiro.
—Es como si tratara de preparar a todos para lo peor, pero no sé si eso realmente ayuda.
—Es su forma de protegernos. Aunque no lo parezca, le importa. —Hye-jin hizo una pausa y luego agregó—. Pero no esperes que lo demuestre. Jeon es más de acciones que de palabras.
Jimin asintió, aunque no estaba seguro de entender completamente al capitán. Por ahora, su mente estaba demasiado ocupada con otras cosas, los rostros de los heridos, la sangre, las miradas desesperadas de los soldados.
—Deberías dormir un poco —dijo Hye-jin, poniéndose de pie. —Yo cubro esta noche.
Jimin quiso protestar, pero su cuerpo le recordó que llevaba horas sin descansar. Al final, asintió y se dirigió a un rincón de la tienda donde habían improvisado un pequeño espacio para dormir. Se dejó caer sobre el colchón delgado, sintiendo cómo el cansancio lo arrastraba rápidamente al sueño. Sin embargo, antes de cerrar los ojos por completo, una última imagen cruzó su mente: la del Capitán Jeon, parado frente a él, sus palabras resonando como un eco en su cabeza.
(...)
El sonido de una explosión lo despertó de golpe. Por un instante, Jimin no supo dónde estaba, estaba algo desorientado. La tienda médica estaba en penumbra, pero las voces y los gritos del exterior rompían el silencio de la noche.
—¡Todos a sus puestos! —gritó alguien desde fuera.
Jimin se levantó de un salto, su corazón latiendo con fuerza. Apenas tuvo tiempo de calzarse las botas cuando Hye-jin entró corriendo.
—¡Jimin! Tenemos heridos en camino. Necesitamos prepararnos.
Sin hacer preguntas, Jimin siguió a la enfermera hacia el área principal. Apenas habían colocado los suministros necesarios cuando una camilla entró apresuradamente, seguida de otra, y luego otra más. El caos había regresado, esta vez acompañado por el rugido distante y constante de disparos. Jimin se inclinó sobre el primer paciente, era un joven soldado con una herida en el hombro. Apenas había comenzado a trabajar cuando sintió una mano en su hombro.
—Concéntrate Park, es el cabo más joven del escuadrón 201. —Era el capitán Jeon, su rostro más serio que nunca.
Jimin no respondió, pero sus manos dejaron de temblar. Por alguna razón, esas palabras, le dieron la claridad que necesitaba.
La noche sería larga, pero Jimin sabía que no tenía otra opción más que seguir adelante.
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