B-A-L-D
Cuando Yuri despertó temprano ese día no esperaba que Otabek lo visitara.
Vivir, o pasar la mayor parte del mes en un hospital, no era algo totalmente agradable, mucho menos, cuando no estas acostumbrado a convivir en un espacio reducido.
Yuri jamás se había roto un hueso, y casi nunca iba a los hospitales. Pero, eso cambió hacía algunos meses atrás.
Después de que lo diagnosticaron, las cosas sucedieron muy rápido, cuando menos se dio cuenta, había dejado los estudios, y contra su voluntad tuvo que abandonar el deporte. Su abuelo se hizo responsable de él, y era el encargado de cuidarlo; incluso Yakov lo hacía, y se pasaba gran parte de la semana a su lado, en vez de entrenar a los nuevos novatos. Bueno, después de todo, él era el favorito del entrenador.
Ahora, su vida giraba entorno a los medicamentos, y las rondas de radiación y quimioterapia mensuales. A veces, las medicinas eran tan pesadas, que debía quedarse internado en el hospital por algunas semanas antes de volver a casa, para evitar el riesgo de que contrajera alguna infección, gracias a sus defensas bajas.
Yuri era demasiado joven, o al menos, eso decían los médicos. No era normal ver a una persona de su edad con esa condición, menos a alguien tan sano. Plisetsky siempre fue una persona que se cuidara, y Yakov era la prueba viviente de ello; dormía temprano, hacia deporte, su dieta era balanceada, pocas veces ingería dulces, no tomaba, no fumaba ¡Ni siquiera tenía permitido ingerir refresco, por el amor de Dios! Pero todo eso no importaba, su cuerpo se había enfermado sin previo aviso, y lo hacía sentir miserable. Lamentablemente el ruso siempre fue una persona terca, que decidió ignorar los síntomas de fatiga, cansancio, sangrados y reducción inexplicable de peso, para continuar con sus entrenamientos.
No fue hasta que colapsó a la mitad de su rutina en el Gran Prix Final, que se dieron cuenta de la gravedad del asunto. Estaba terminando un salto cuádruple cuando se cayó, la gente aplaudía y gritaba, esperando que el Tigre Ruso se levantara como siempre, pero lamentablemente no fue así. Yuri se desmayó. Y no volvió a levantarse.
Otabek estaba presente, y fue uno de los primeros en correr a la pista de hielo, junto a los paramedicos. Cuando fue ingresado al hospital, Altin llevó a Nikolai en su auto; el pobre abuelo del chico estaba tan asustado como él. Otabek ni siquiera presentó su rutina, de hecho, ni siquiera se había quitado los patines, pero a él no le importaba, necesitaba asegurase de que su Yuri estuviera bien.
Ya habían pasado meses desde aquel incidente, y las cosas no habían hecho más que empeorar. Si bien, Yuri era un hueso duro de roer, no se encontraba bien. Ni siquiera podría decirse que estaba en sus mejores condiciones.
Estudio tras estudio, prueba tras prueba; miles de agujas y medicamentos fueron inyectados en su cuerpo, cada droga más agresiva que la anterior.
En un inicio, el rubio pareció perderse en si mismo cuando le dieron la noticia. Era como si un balde de agua fría le hubiera caído en la cabeza; pero nadie lo culpaba, la mayoría hubiera tenido esa reacción si les dijeran que la mitad de sus pulmones se habían llenado de agua, gracias a sus constantes fallas respiratorias, provocadas por sus irregulares niveles de sangre. Yuri tenía Leucemia Linfocítica Aguda, y eso le estaba cobrando la vida.
Cuando finalmente tuvo su primera ronda de quimio, llegó al hospital con una gran actitud, no dejaría que unas pocas células arruinaran su futuro. Además, creía que si era positivo y sonreía, su abuelo no sufriría tanto, y Yakov finalmente dejaría de molestarlo. Pero para la 3ra ronda, Yuri ya quería dejar el tratamiento. Había escuchado muchas cosas positivas de la quimioterapia, y los chicos de su edad en el hospital se divertían mucho mientras recibían su medicamento; su ignorancia no le dejó realizar que aquellos jóvenes tenían una enfermedad diferente a la suya, y que sus tratamientos era por mucho, menos agresivos que el suyo.
Tras cada Quimio, su cuerpo quedaba tan agotado, que con suerte podía levantarse. Que no se hablara de caminar, porque ni soñando podía hacerlo. Con el tiempo, se hizo más delgado, y no importa que tanto lo hincharan con medicamentos para que subiera de peso, su estomago era incapaz de retener, por más de 5 minutos, cualquier clase de alimento que hubiera ingerido. Su dieta, se basaba principalmente en líquidos, que muchas veces llegaban a su cuerpo por medio de una vía intravenosa o una sonda nasogástrica, que le tenían que introducir por la nariz.
Odiaba que la gente lo viera con lastima, como si hubiera sido su culpa enfermarse. Por eso, le habían prohibido la entrada a Viktor, Yuuri, y JJ al hospital. No podía soportar tenerlos al frente, porque a pesar de que fueran sus amigos bienintencionados, eran demasiado despistados, y no podían quitarse esa cara de perrito triste cuando estaban a su lado. Lo veían con lastima, como si hubiera sido su culpa enfermarse, y como si no hubiera tenido una vida plena antes del cáncer. Gracias a Dios, su abuelo y Yakov no actuaban de esa manera; y le seguían mirando como si nada hubiera cambiado.
Cuando Yuri quería desaparecer del mundo, su teléfono y computadora se volvieron contraproducentes, porque sus redes sociales no paraban de llenarse con mensajes, y noticias de sus fans alrededor del mundo, que no dejaban de ser empalagosas, y mandar sus condolencias. Incluso, en una ocación, lograron enterarse en el hospital en el que se encontraba, y llenaron la puerta principal con sus carteles y gritos molestos. La policía tuvo que intervenir para evitar que entraran; y Plisetsky no pudo evitar reír mientras observaba todo desde la ventana.
Beka, por otra parte, pasaba la mayor parte del tiempo patinando, y sus ratos libres acompañaba a su novio. Sabía que Yuri odiaba los medicamentos, y que hacía hasta lo imposible para evitar ir a sus cesiones de Quimioterapia; aunque siendo sinceros, sus planes nunca resultaban. Pero también sabía que él era el único que podía hacer entrar al rubio en razón, así que siempre lo llevaba de la mano, hasta la sala de medicinas, se sentaba a su lado durante todo el tratamiento, y lo acompañaba cuando lo internaban unas horas más tarde. En más de una ocación, mudaron sus citas a las cálidas habitaciones de oncología pediatrica, o a la sala de urgencias, que por alguna extraña razón siempre olían a desinfectante y plástico quemado. Compartían risas, besos y películas entre las mantas del hospital.
A veces, el dolor era demasiado, y no tenían otra opción más que recurrir a las drogas y anti-deprecibos, que muchas veces hacían a Yuri a sentirse peor. No le gustaba tomarse esos medicamentos, los odiaba, lo volvían más cansado y agotado, muchas veces obligandolo a permanecer en cama. Esas pastillas eran macabras, porque en cuanto las tomaba, su sonrisa se borraba. Y por mucho que intentara, era incapaz de permanecer con los ojos abiertos. Se sentía como una muñeca de porcelana, vacío por dentro, y sin una gota de vida en su rostro.
Nikolai no podía estar más agradecido con Otabek, porque él era la mejor droga de Yuri; el único capaz de hacerlo sonreír, y olvidarse de que estaba enfermo. Era como si a su lado, al rubio no le doliera nada. Lo hacía levantarse de la cama, y le daban ganas de salir, aunque sea únicamente al patio, o por alguna malteada al autoservicio, pero lo animaba. Otabek era el mejor medicamento que aquel ruso hubiera probado en su vida, y se había vuelto adicto y codependiente a esa dosis, que su corazón tanto anhelaba.
Lamentablemente las cosas no comenzaron a mejorar.
Yuri siempre había sido una persona fuerte, y su apariencia le ayudaba demasiado; porque sí, podía lucir delgado y agotado la mayor parte del tiempo, pero su cabello de diva, y labios carnosos lo hacían lucir como si solo hubiera pasado por algunos malos días de desveladas.
Yuri se consideraba afortunado, al menos, los médicos lo hacían sentir así, porque la mayoría de las personas, teniendo un tratamiento tan agresivo como el suyo, para esas alturas ya habrían perdido el cabello. Pero Yuri no, el Tigre ruso seguía conservando esa hermosa melena y esa preciosa sonrisa, desde el primer día Y eso lo hacía sentir un poco más fuerte. Eso, y los piropos de las enfermeras, que no sólo alentaban al color carmín en sus mejillas, sino a su vanidad, de la cual, dudaban que aquel muchacho, algún día se lograra separar.
Fue entonces, cuando se le comenzó a caer el cabello. Inició sin que se diera cuenta, un mechón o dos se quedaban en su cepillo; y luego se volvió algo más sobresaliente. En una ocación, veía una película, en la cama de su habitación en el hospital, era cerca de su novena o décima ronda de quimio, y le había dado un poco de fiebre; así que lo internaron como normalmente lo hacían después de las cesiones, solo para mantenerlo en observación y darle más medicamentos por unos días. Para Yuri eso se había vuelto tan rutinario, que hasta sus propias cobijas y almohadas había traído de casa, en una maleta. Si se iba a pasar internado, iba a pasarlo a lo grande, después de todo, Otabek tenía el fin de semana libre, y quería estar a su lado todo el tiempo, acurrucados en la cama, bajo la comodidad de las gruesas y cálidas mantas de lana. Aunque fuera en el hospital.
Los dos jóvenes estaban abrazados en el lecho, mirando desde la computadora, ubicada en la mesita de la merienda, una comedia romántica que hacía meses no veían. Otabek tenía un brazo alrededor de la cintura de Yuri, lo abrazaba de manera gentil y protectora, brindándole calor y teniendo cuidado de no lastimarlo, o desconectar accidentalmente el cable de la intravenosa colocado en su muñeca.
Yuri repentinamente comenzó a sentirse incomodo, necesitaba ir al baño, y el agotamiento de su cuerpo solo se lo hacía más complicado. Cuidadosamente recorrió la mano de Beka, y lentamente se incorporó en dirección al sanitario.
-ya vuelvo-. había dicho.
-¿te sientes bien?-. Otabek le intentó ofrecer ayuda, pero el rubio solo negó con la cabeza, aferrando su agarre al atril, para sueros, metálico que tenía enfrente.
-solo voy al baño, estoy bien-. rió un poco, mientras caminaba con sus gruesas calcetas de colores.
Cuando Yuri cerró la puerta, Otabek volvió a recostarse entre las almohadas. Solo pasaron unos segundos cuando su sonrisa se borró, la almohada de Yuri estaba cubierta con enormes y gruesos mechones de cabello rubio. Altin se sentó en la cama y tomó una de las mechas en manos.
Yuri salió del baño inconsciente de lo que pasaba; y le dedico una mirada confusa a su novio.
-Beka ¿todo está bien, cariño?-. inició un poco preocupado
Cuando el kazajo se volvió hacia él, con las manos llenas de tiras rubias, Plisetsky retrocedió unos pasos. No pudo evitar llevarse instintivamente las manos a la cabeza. Ya le había pasado un par de veces que se le cayeran algunas mechas de cabello, pero nunca en esa cantidad. Cuando Yuri miró sus manos, aún más rizos desfallecieron entre sus palmas, y sus ojos se llenaron de lagrimas.
En un inicio, Yuri se negó a cortarse el cabello, no quería deshacerse de lo único que le recordaba el patinaje, y a su vida antes del cáncer. Pero su realidad no parecía dejarle otra opción.
Cuando menos se dio cuenta, ya se estaba afeitando la cabeza. Nikolai pasaba la pequeña rasuradora por toda la extensión de su cráneo. Lo había convencido después de algunas semanas. Y desde entonces, Yuri odiaba ver su reflejo en el espejo. Ya no se sentía si mismo, Yuri Plisetsky era un chico rubio, que ganaba trofeos, medallas, y competía en cada GPF; era el Tigre blanco, el hada de Rusia, el orgullo de su país. Yuri Plisetsky no lucia demacrado, y calvo,
Pero ese día, las cosas fueron diferentes. Hacía un par de crepúsculos que Otabek había salido de la ciudad, en un viaje para una competencia de patinaje. El kazajo no había dejado el deporte, por orden del ruso, quien prácticamente le demandó, que no lanzara su carrera por la ventana, solo porque él lo había hecho. Yuri le había dicho, que si dejaba el patinaje, entonces él lo dejaría, y que si realmente lo quería, entonces debía ganar el oro por él.
Desde su ultimo viaje, no habían tenido mucho contacto. Otabek le había enviado constantes fotos, y vídeos cortos, ayudándolo a conservar un pequeño contacto con el exterior, ya que hacía meses, que Yuri no salía del hospital o casa. Y ese día, no era la excepción. Algunos pocos mensajes habían sido contestados, pero eso era todo; Yuri aún no sabía del paradero del Kazajo, y se dedicaba a matar el tiempo revisando por milésima vez su instagram, recordando y añorando aquellas viejas fotos en las que ambos compartían cámara, y pasaban las tardes entre risas... y juntos... cuando él aún estaba sano... y nada había cambiado...
De pronto, el cable en su muñeca comenzó a calar, y revolviéndose un poco incomodo entre las mantas, bajó la presión del gotero, para que dejara de doler. Su abuelo había salido a recibir a Yakov, quien hacía su visita matutina, para asegurarse de que su tigre de hielo siguiera respirando. El anciano le había invitado una taza de café, y ambos adultos se habían ausentado por un momento en la cafetería, compartiendo temas de los que Yuri no quería enterarse.
Fue entonces cuando sucedió, la puerta de su camarote lentamente se abrió, y tras ella un enorme oso de peluche de casi dos metros de largo apareció. Un listón rojo adornaba su cuello, y su coqueto novio emergió tras el osezno, cargado con algunas bolsas de regalo, una mochila y su maleta de viaje en mano.
El pálido ruso, había aferrado su agarre a las gruesas mantas de lana que lo mantenían caliente en la cama. Intentó incorporarse, pero la sorpresa lo mantuvo atónito; se sentó de golpe, y se llevó ambas manos a la boca.
-Hola amor-. había soltado el osezno. -Acabo de llegar del aeropuerto, y...-. se tomó un segundo para recuperar el aliento. -¿Sabias que no dejan meter regalos, ni mochilas, ni comida o peluches al hospital?-. se rió un poco mientras cerraba la puerta tras suyo, y dejando las cosas en el suelo, se quitaba la chamarra. - tuve que ocultarme de las enfermeras, y recibí ayuda de Viktor para distraer a los guardias, y meter a este gran amigo, que por cierto esta recién lavado y desinfectado.
Yuri por otra parte se había llevado las rodillas al pecho, y luchaba contra sí mismo, para no dejar escapar los sollozos de su garganta.
-¿Qué mierda haces aquí?-. le había dicho con las lagrimas en el rostro.
-Oye, no llores-. se le acercó el moreno, acariciando con cariño las mejillas palidas de su gatito, teniendo cuidado, de no mover el tubo respirador que le recorría las orejas y se introducía por la nariz del ruso. -Prometí estar a tu lado cada ronda de Quimio, ¿recuerdas?-. Otabek llevaba una gorra de su equipo de Hockey favorito, y un pequeño bulto de papel entre las manos. -Además... me dijiste que te trajera el oro-. abriendo el manto de papel, le tendió un chocolate canadiense. El envoltorio era dorado y en grandes letras negras decía "GOLDEN".
Yuri no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
-Jean manda saludos, por cierto-. soltó señalando el caramelo. -Bueno-. se llevó una mano a la nuca. -sé que no puedes comer dulces... ni chocolate... pero seguro se verá bonito en un cuadro.
Yuri no pudo evitar sonreír. Y Otabek, no pudo evitar perderse en su mirada.
Si, tal vez ya no tenía esas largas y tupidas pestañas doradas, y sus labios ya no eran los finos y tiernos cócteles que alguna vez conoció, pero esos ojos... esas hermosas y gigantescas esmeraldas seguían siendo las mismas; y eso, a Otabek le encantaba.
Metiendo su mano en el bolsillo, sacó un pequeño botecito de vaselina, y hurtando un poco en su dedo, colocó delicadamente su contenido entre los labios de Yuri; lo que alguna vez fue rosa cereza, ahora era morado-violeta, y la comisura de su boca, se encontraba seca y quebrada. A Yuri siempre se le olvidaba humectar sus labios, y los medicamentos no ayudaban demasiado, por eso habían perdido su vida. Pero a Otabek no le importaba, él solo quería besarlo. Y lo hizo.
Fue un tierno beso, corto, cálido, y amigable. Lentamente se separó de su novio, y acariciándole las mejillas le dedico una segunda sonrisa.
-¿entonces perdiste, pedazo de bobo?-. soltó coqueto el encamado.
-Bueno... yo nunca dije eso.-. Otabek se metió nuevamente una mano al bolsillo, y de ahí extrajo la medalla de oro. Solo para segundos mas tarde, entregársela a Yuri. -Una promesa es una promesa.
Yuri quería besarlo, como no lo había hecho en mucho tiempo, tomarlo bruscamente de la chaqueta y acercarlo tanto a su cuerpo, que sintiera su catéter en el pecho. Pero esa molesta gorra le impediría disfrutar de ese momento.
-Quítate eso-. bufó un poco juguetón. -te vez ridículo con esa cosa en la cabeza.
Cuando Yuri estiró su mano para removerla, no esperó que Otabek se apartara. Siendo honestos, no esperaba que Otabek lo mirara de esa manera, temeroso y sorprendido a la vez. Bajando la mirada, y tras unos cuantos segundos de silencio, que parecieron eternos, el castaño suspiró, como si estuviera a punto de ser regañado por su madre.
La sonrisa de Yuri se borró al instante en el que Otabek se quitó la cachucha de la cabeza.
De todas las cosas que podía esperar en el mundo, nunca esperó que el kazajo se rapara la cabeza.
Otabek no dijo nada.
Yuri tampoco dijo nada. Solo se llevó ambas manos a los labios. Estaba atónito. ¿Qué mierda había hecho?
-¿Qué mierda hiciste?-. escupió casi en un susurro.
Otabek lo tomó de las muñecas, las huesuda manos de Yuri estaban pálidas, y sus uñas se habían vuelto oscuras, casi negras, cortesía de la quimioterapia. Delicadamente acarició sus nudillos, como si extrañará sentir el tacto de aquellos finos dedos, y ladeando la mirada, se encontró con la mirada del que alguna vez fue rubio.
-Sé que me pediste que no lo hiciera, porque sé lo mucho que te gustaba jugar con mi cabello.-. suspiró .-Pero también sé lo mucho que te molesta tu reflejo-. le dijo acariciando su mejilla. -Yuri, no sé que hacer para que te veas como yo te veo... y sé que hay situaciones que no están en mis manos, que no puedo controlar aunque quisiera. No te puedo quitar el dolor, y no puedo sanarte... Pero, yo prometí estar contigo. Prometí quedarme a tu lado, y cuidarte, como tú me cuidas a mi. Incluso, aunque tenga que protegerte de ti mismo... y aunque me pidas alejarme... yo prometí quedarme a tu lado. Y no hacerte sentir solo...-. le acarició la muñeca con el pulgar, y escuchó sus lentas respiraciones. - Yuri... Te amo. Y me gustaría que vieras en el reflejo del espejo, justo lo que yo, cada vez que te veo. Me gustaría que pudieras verte, justo como lo hacen mis ojos. Porque así te enamoraría cada día más de tu persona... Y si para eso tengo que cortarme el cabello, lo haré. Si para eso tengo que ser mudo, no volveré a decir una palabra. Y si tengo que dejar de comer, no volveré a tocar un bocado. Lo que sea necesario para estar a tu lado... Y para que te ames justo como yo te amo.
Era cierto lo que le decía; en cuanto se había enterado de su diagnostico, Yuri intentó apartarlo de su vida; le dijo que lo odiaba, y que no deseaba volver a verlo, con tal de que Otabek no estuviera presente para presenciarlo en esas condiciones, porque el kazajo no se merecía ser arrastrado a la miseria de su enfermedad. Pero Otabek. Él se había quedado, lo había consolado, y le juró en más de una ocación apoyarlo, sin importar que tan mal estuviera la situación.
Otabek vio a Yuri llorar, sufrir y soportar cada maldita ronda de quimio. Lo vió vomitar, y le recogía el cabello para que no se ensuciara. Lo ayudaba a ducharse, e incluso lo limpiaba cuando él no podía. Pero, eso era el significado del amor. Estar ahí en las buenas y en las malas. Saliendo cada día adelante.
Porque, sí... es bueno quedarse con alguien que te haga el mundo de color rosa;
pero debes de estar al lado de esa persona, que te acompañe cuando el mundo sea gris, y se quede a tu lado bajo las noches de penumbra y tormenta.
Y eso era lo que Otabek hacía.
Cuando el kazajo sintió las gotas frías cayendo en las palmas de sus manos, no lo dudó un momento, y atrajo a Yuri contra su pecho. Lo abrazó, y lo acunó como una madre lo haría, y acarició su cabeza calva, para darle aún más consuelo. Y Yuri... Yuri se dejó ser. Él lloró lo que no había llorado en mucho tiempo, y por primera vez, se mostró débil, pero no ante el cáncer, sino ante Otabek. No sabía que había hecho para merecer a alguien como él, pero sin duda estaba agradecido de haberlo encontrado en su vida.
Lentamente, se acurrucaron, y tras algunas largas horas, ambos jóvenes se habían sumido bajo las sabanas de aquella cama individual. Brindándose mutuamente calor humano, disfrutaron de la simple presencia del otro a su lado, porque de eso se trataba la vida. De los momentos simples, en donde uno es feliz sin darse cuenta.
Para cuando Yakov y Nikolai subieron, ya ambos chicos habían caído rendidos, presas del cansancio, encontrándose muy acurrucados entre los brazos del otro. Ambos adultos, solo sonrieron, y apagaron las luces, antes de volver a salir del cuarto, con el corazón enternecido ante escena tan conmovedora.
Y si, puede que les haya sorprendido lo que Otabek había hecho.
Pero era aún más la sorpresa, de lo lejos que había llegado aquel muchacho por el amor.
Sin duda alguna, el mundo necesita a más personas iguales a Otabek Altin
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TayFrost
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