Demencia.
John se levantó del piso, claramente aterrado y confundido al ver a su hermana con un arma larga acabando de asesinar a alguien frente a él, ella estaba algo alterada, pidió un taxi una hora antes ya que sentía que algo no andaba bien, cuando escuchó gritos veía a personas saltar desde una ventana de la habitación de huéspedes corrió hacía el campo de tiro, abrió el cajón de las armas que estaba resguardado en un pequeño almacén y tomó lo primero que encontró, no sin antes cerciorarse de que fuera lo suficientemente letal como para poder arreglar algo si la situación se le salía de las manos.
Aunque claramente la situación nunca estuvo así.
Con una voz monótona y sin matices, bajando el arma, ya que todo éste tiempo estuvo apuntando al pendiente de cualquier otra morena asesina que quisiera salir de la nada le preguntó.
-¿Todo bien?-
Soltando una pequeña sonrisa al final de la oración, mientras que su contrario apretaba los ojos al escucharla y verla.
-¿¡Todo bien!? Antonella, ¡Acabas de convertir a ésa persona en un colador de espaguetis!-
Lo que respondió ella resonó en cada parte de su ser.
-Si no era ella, eras tú.-
Él relajó su cuerpo y parpadeó varias veces, analizando el hecho de que no ser por su hermana, ahorita él seria la masa de sesos, hueso y carne que estaba tirado en medio de ellos, que por cierto, cuando notó su presencia nuevamente, sintió náuseas.
La niña entró, se tiró al sofá, algo manchada de sangre, puso el arma a su lado y cerró los ojos para tomar algo de aire.
En eso, John pensaba, recordaba cosas que le había dicho su padre y le llegó a la mente exactamente lo que estaba buscando, fué a la habitación de sus padres, buscó en la anticuada mesita de noche que usaba su padre para escribir cartas o algo así y sacó un pequeño cuaderno con números telefónicos.
Buscó unos segundos y encontró lo que buscaba, un número seguido de una palabra: "Limpieza."
Marcó en su celular, llamó, sonó el tono unos segundos y respondió la voz de un señor ya mayor, pero con carácter.
-Diga.-
-Soy John... John Castaña.-
La voz al otro lado del celular vaciló un poco y respondió.
-¿Castaña, dices? Entonces seguramente estás llamando para un servicio, ¿Es así?-
-Sí señor, necesito limpiar mi casa, hubo una... Fiesta.-
-Claro, supongo que sí.-
El chico le dió su dirección.
-Vamos para allá.-
Se colgó la llamada y salió a la puerta principal, sentado en las escalerillas que daban a la solitaria calle frente a él.
Unos cuantos minutos después, se asomó en la lejana curva una van negra, llendo a una velocidad calmada, con vidrios ahumados.
A John se le aceleró bastante el corazón, lo único que faltaba era que éstos también quisieran acabarlo.
Se acercó y la van se estacionó en frente, se bajó del asiento del copiloto un señor que tenía todo el aspecto de ser la voz del celular, algo anciano, tenía traje muy vintage, corbata, un gorro de esos que se ponen los viejos, era algo bajo, tenía la mirada más fría que pudo conocer en su vida, luego de él, se bajó el conductor y otros cuatro tipos más de detrás de la van, cabe resaltar que iban vestidos de manera muy deportiva y que eran grandes... Muy grandes.
El viejo se acercó a él con una ligera pero hipócrita sonrisa y le dió la mano.
-Tenía entendido que el que solicitaba usualmente limpieza, era tu padre.-
Le saludó el chico muy formalmente, el viejo, prácticamente lo ignoró, miró hacia adentro de la casa y se acercó, al llegar a la entrada, miró el primer cadáver y no pudo evitar carcajear, de una manera tan contagiosa que parece que le hubieran dado la mejor noticia de su vida, pasando por completo de la niña manchada de sangre apuntándole directamente con un rifle de asalto detrás de un sofá cercano.
A John lo secuestraron los escalofríos, al ver la fría reacción del jefe.
El anciano hizo una seña y entraron los gorilas que vinieron con él, tomando el cuerpo como si fuera un simple saco de tierra y lo llevó a la minivan, dejándolo fuera de la puerta de atrás, uno de los tipos comenzó a envolverlo en una especie de plástico, algo así, dejándolo perfectamente envuelto, como una momia, acomodándolo en la parte trasera de la van, el viejo siguió el rastro de sangre hasta la habitación de huéspedes, ignorando que manchaba sus finos zapatos con sangre y luego soltó un silbido, a lo que sus ayudantes se acercaron, repitiendo el proceso con cada uno de los cadáveres, a pesar del tamaño de aquellos hombres, era ridículamente precisos, rápidos y eficientes en lo que hacían, limpiaban, reparaban, todo estaba quedando como si nada hubiese pasado y al parecer, eso era algo tan común en ese estilo de vida, que el chico no pudo evitar sentir náuseas de nuevo.
Apoyado en el mesón de la cocina, pensando y con los brazos cruzados, vió como el viejo se le acercaba con una expresión más neutra, se apoyó junto a el imitando al chico de piel canela, miró a la niña, que volvió a apuntarle directamente a la frente y sonrió, hablando con una ceja levantada sin quitarle la mirada de encima.
-Tienes una excelente postura y tomas el arma como si estuvieses entrenada, es fascinante, ¿Quién te enseñó eso? ¿Qué edad tienes?-
Ella sólo se limitaba a mantener su ojo dominante en el medio de la mirilla, el señor llanamente rió y se dirigió la chico.
-Son setecientos dólares, la limpieza, reposición de ventanas, sábanas, desmanchamiento y eliminación de los paquetes... Ah, y tranquilo, nosotros nos ocuparemos de las familias, si es que tenían.-
-¿Eh? ¿Qué? Sí, setecientos, ya voy.-
Respondió el joven sacudiendo su cabeza y caminando rápidamente a una alacena y sacando una pequeña vasija, contando el dinero en efectivo y se lo entregó al señor que no se movió de su posición, éste contó el dinero y con una sonrisa le regresó cien dólares.
-Descuento por ser tu primera vez, fué un honor trabajar para usted, nuevo señor Castaña.-
Luego de decir ésto y guiñarle el ojo hizo una seña y todos se fueron, ahí fué donde notó que todo había quedado perfectamente limpio, como si nada hubiese ocurrido y no hacía más que perturbarle.
Subió a su habitación y como se esperaba, nada, todo, ventanas, sábanas, todo perfecto, le llegó una súbita duda y entró a su baño, la famosa bala no estaba, ni su agujero, al contrario, donde antes se encontraba el hoyo enorme en el vidrio templado, había una pequeña nota amarilla.
"Sólo es trabajo, no te lo tomes personal, además, era un arma espectacular, un rifle de francotirador remoto que puede abarcar hasta tres kilómetros ¿Estás loco? Es espectacular, en fin, me alegra que no te hayan dado, me agradas."
No pudo hacer nada más que reír, carcajear hasta quedarse sin aire; la confusión se apoderaba de él, sentía y no sentía, una descomunal mezcla de gracia miedo, tranquilidad, millones de sentimientos, sólo se limitaba a reír y llorar al mismo tiempo se sentía tan indescriptinle que sentía que desaparecería de la nada, sentía que sólo existía ese momento, pensaba en sus padres, en su hermana, en las visceras, los asesinatos en lo que había hecho, en lo que pensaba hacer, en lo que haría y en lo que hará, se sentía frenético, se fué deslizando hasta quedar sentado en el piso, con hambre, sed dolor corporal, náuseas y una enorme sensación de suciedad y asco hacia sí mismo, hasta que la voz neutral y fría de su hermana lo bajó de golpe de las nubes donde se había subido.
-Vamos a comer, tengo hambre.-
Cuando el chico sentado en el suelo del baño volteó a mirarla ella estaba limpia, peinada y en una toalla, recién duchada, no notó todo el tiempo que estuvo allí, absorto peligrosamente cerca de la demencia, decidido a levantarse, le dijo.
-Espérame abajo, debo bañarme.-
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