Capítulo 4: Una bestia
La tensión en la habitación era muy palpable, aunque sólo había dos personas mirándose fijamente y controlando los mínimos movimientos del otro. ¿Una hora para hablar de lo que le sucede a Ichirohiko? Un minuto es suficiente.
- Humano - empezó ella a hablar - No pienso gastar una hora de mi tiempo simplemente para decirte que en tu corazón habita la oscuridad.
- No hay nada de maldad y oscuridad en mi. Me han criado para ser un gran guerrero limpio y puro - contestó el chico.
- Todos los humanos aguardan en su interior oscuridad producida por aquello que no pueden controlar - dijo ella levantando la cabeza - la avaricia, las mentiras, la decepción, la incompetencia... te hayas criado aquí o en el mundo humano, lo posees dentro de tu ser... porque ya has nacido humano - ella terminó la frase con una sonrisa sarcástica.
- Lo único que veo es a una maleducada chica a la que mi padre ha metido en casa - contestó Ichirohiko manteniendole la mirada - Sabrás mucho de oscuridad y humanos, pero todavía no sé que papel tienes en esto.
- Pues... según el Gran Maestro Conejo... - dijo ella caminando - Sirvo para limpiar esa oscuridad de los corazones.
El chico hizo una mueca despectiva como si su trabajo no sirviese para nada. No era nada fácil hablar con esta chica... pero tampoco era fácil hablar con Ichirohiko.
- ¿Y vas a hacerlo? - preguntó el chico sin mirarla.
- No - contestó ella muy segura.
- ¿¡Entonces que haces aquí?! - dijo muy molesto.
- Estoy retenida contra mi voluntad. No puedo volver a mi mundo, la entrada desapareció y a ese conejo le pareció divertido tenerme aquí hasta que aprenda a limpiar oscuridad.
- Volver a tu mundo... - repitió Ichirohiko con más curiosidad - ¿Eres... humana? ¿Humana del mundo de los humanos?
Ella le dirigió una mirada cargada de un aura negativa que podía hacer retroceder a cualquiera.
- No me compares con los humanos - dijo arrastrando las palabras como si le costara decirlas - Tampoco me compares con las bestias.
- ¿Entonces con que te sientes bien que te compare para no ofenderte? - preguntó en un tono algo sarcástico.
- ¿A ti te sienta bien que te compare con los humanos del otro mundo? No creo. Yo no soy una humana. Yo no soy una bestia. No necesitas compararme con nada para intentsr ofenderme porque eso no lo conseguirás nunca - terminó con una tranquila sonrisa - Ahora si haces el maldito favor de salir por esa puerta y dejar que me bañe tranquila sería muy educado por tu parte.
Ichirohiko apretó lo dientes con enfado, intentando mirarla a la cara pero no directamente a sus ojos para que no ocurriese eso. Se giró sobre sus talones y salió de la habitación, y al girarse agarró la puerta corredera mirándola.
- No vuelvas a asustar a mi hermano pequeño - amenazó.
- ¿Tu hermano pequeño? - contestó ella con ese tono sarcástico hiriente y una sonrisa.
El chico corrió la puerta tan fuerte para cerrarla que el golpe sonó en toda la casa. Zoba vio temblar la lámpara de su habitación.
- Demonios, y luego soy yo la que tiene mal carácter... - dijo yendo hacia un armario.
Lo abrió y vio que dentro había mudas de mujer, camisas y sobretodo, kimonos de dibujo simple. Ella tomó uno a mirarlo. De la ciudad donde venía eran muy comunes, pero ella nunca había llevado uno de esos. La ropa ancha le gustaba, pero esos cinturones tenían toda la pinta de ser muy apretados.
Tomó un kimono y lo llevó al baño, donde puso un tapón en la bañera y decidió llenarla entera de agua caliente. Cumpliría hoy su fantasía de un baño en una bañera de agua caliente.
Mientras se llenaba, se quitó la capucha, enseñando su largo pelo y sus orejas redondas sobre la cabeza. Se quitó la ancha sudadera revelando que su espalda también tenía pelo, un pelo fino y blanco con rayas negras haciendo bonitos dibujos, que iban hacia el pecho y vientre haciendo un hermoso pelaje atigrado.
Luego se quitó sus deportivas con plataformas, dejando ver unos pies felinos que se apoyaban sólo en la zona delantera del pie, como si andara de puntillas, de ahí que necesitara plataformas para similar un pie humano.
Finalmente, se quitó ese ancho pantalón que ocultaba una larga cola hasta el suelo blanca, con finas rayas negras más la punta. Cerró el grifo, y se metió sigilosamente en la bañera procurando mover el agua lo menos posible, y se hundió en ella dejando fuera la mitad de su cabeza desde la nariz y la punta de su cola, que comenzó a mover despacio al relajarse.
El calor estaba perfecto, y tenía espacio de sobra. Como buena tigresa, le gustaba el agua, sobretodo cuando podía relajarse en ella de cuerpo completo. Cerró los ojos acompañados de un sonorro ronroneo grave del que no recordaba ni el sonido por el tiempo que llevaba sin hacerlo.
En ese momento no quería pensar en nada. Ni en estar atrapada en este mundo, ni en las bestias, ni en Iozen, ni en el Gran Maestro, ni en Ichirohiko. En ese momento sólo existía el calor del agua, su respiración y su ronroneo.
Justo cuando llegaba al clímax de su relajación, escuchó abrir la puerta corredera de su cuarto, y abrió un ojo a la vez que giraba las orejas hacia ahí, tensándose por si tenía que hundirse en el agua.
- Señorita, deduzco que está en el baño y no quiero molestarla - dijo una voz que no conocía, tal vez de una sirvienta - Dejo en la mesa su cena, y no dude en pedir lo que necesite. Buen provecho.
Ella no relajó su cuerpo hasta que no escuchó la puerta del cuarto contiguo cerrarse y asegurarse de que se había ido. Luego se estiró dentro de la bañera y lavó su cuerpo con jabón antes de salir de la bañera. Luego, una vez seca, salió del baño con uno de esos kimonos que agarró sólo atado por el cinturón, dejandole ver algo de escote, la cabeza y los pies.
Miró la cena puesta sobre la mesa. Eran varios platos con raciones muy variadas, aún calientes, y no pudo evitar relamerse los labios. Pero antes de atacar esa comida caliente tenía que hacer algo importante.
Recogió su ancha ropa y la llevó al baño, para lavarla lo mejor y más rápido que pudo, para escurrirla y dejarla secar durante la noche y poder ponersela mañana.
Luego, tras ponerla donde se pudiese secar, se sentó delante de la comida. La olfateó bien, mirando todos los platos con detenimiento. Buscaba impregnarse de esos olores, por si no encontraba una cena igual otra vez, pero también buscaba algunos olores que no le gustasen. Aunque ella había accedido a usar el baño y la ropa, seguía siendo desconfiada, y pensaba que podría haber algo dañino para ella en su comida.
Tras no encontrar nada y empezar a salivar demasiado por el olor, agarró la bandeja y se la llevó al gran balcón que tenía, para sentarse a cenar mirando alrededor.
Mientras que comía sin hacerle ascos a nada de lo que había, miraba la hermosa luna llena que había en el cielo.
- Vaya, la luna aquí se aprecia mil veces mejor que en Tokio... - pensó ella masticando - Allí hay demasiados edificios y luces que tapan las estrellas del cielo... ah, y contaminación. Odio el humo de los vehículos. Aquí no parece haber, no he visto ninguno.
Se ponía a pensar en la luna y en Tokio para evitar pensar en lo que más le atormentaba de todo esto. Lo que sintió de verdad en su interior cuando vio al Gran Maestro en ese callejón, y todo lo que vio cuando llegó a este mundo de bestias.
No hacía falta decir que le atormentaba la idea de pensar que su lugar de origen fuese este, pues ella, al igual que el resto, era una bestia. Una bestia tigre blanca. Y mientras iba caminando detrás de Iozen para llegar aquí, ella no había visto a nadie que compartiese características como las suyas. Perros, conejos, toros, sapos, gatos, ardillas, caballos... pero no había visto tigres.
Lo que más le molestaba era cambiar sus ideas de vida y de mentalidad. Si ella pertenecía de verdad a este mundo... ¿Por qué lleva desde que tiene memoria en el mundo de los humanos? ¿Debería aceptar que este sería su mundo ahora?
- No - se sijo así misma con convicción - Tu hogar no siempre está donde están los tuyos. Y ellos ni siquiera son como yo.
Se dijo así misma con convicción mientras se metía en la boca una última bola de arroz que había comido con las manos, ignorando completamente los palillos, pues no sabía usarlos. Se levantó y recogió su bandeja del suelo, y escuchó unas risas provenientes del patio. Ella se giró un poco y se asomó a ver por el balcón.
Sus vistas eran hacia el bosque de juncos, y en el piso bajo brillaba la liz de unas puertas abiertas. El hijo de Iozen, Jiromaru salió corriendo hacia afuera.
- ¡Vamos, hermano! -gritó con alegría - ¡Vamos a entrenar un poco para que durmamos del tirón!
- Jiromaru, hijo - dijo su madre saliendo - Recién cenado os puede sentar mal, por favor...
- No te preocupes, mamá - Zoba reconoció esta vez la voz de Ichirohiko - No vamos a ser muy rudos y no durará mucho.
Después de esto, Ichirohiko apareció en el patio caminando tras su hermano. Zoba se asomó un poco más, y vio a Iozen sentarse en el escalón de la puerta con una taza de té mirando a sus hijos.
Nuevos pensamientos atacaban la mente de Zoba sobre para lo que ella fue traída a este mundo. Una tarea absurda como quitarle a un humano la oscuridad que lleva en su interior, con la que llevan conviviendo miles y miles de años...y que no tenía ningún sentido. Tampoco quería pensar en la reacción de sus ojos al mirarse a la cara.
Abajo, Ichirohiko se giró para mirar al balcón con seriedad, pero Zoba ya había entrado.
- ¡Hermano, no te distraigas o perderás! - decía su hermano menor.
Mientras, Zoba sacaba del armario el futón y las mantas para colocarlas en el suelo y se metió bajo ellas para acurrucarse sobre sí misma.
Hoy había sido, con diferencia, el día más raro de su vida.
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Noches de insomnio preexámenes y aquí terminé este capítulo, espero que os guste ^^
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