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Capítulo 1: Los dioses no existen

Apoyada en el muro de un edificio, tapada con el toldo de la entrada, una chica observaba la lluvia. La gente de Tokyo se movía apresurada y los paraguas grises estaban por todas partes.

Ella miraba tranquila con las manos en los bolsillos de su enorme sudadera ancha y sus pantalones tres tallas por encima de la suya. Sus raros ojos aparecían por detrás de su flequillo, escondido también por la capucha de su ropa.

Hoy también había sido un día nefasto, como todos y cada uno de los anteriores de su vida. Una chica sin hogar, sin familia, sin amigos, vive en un mundo que no parece ser el suyo.

Sin importarle la lluvia, empezó a caminar bajo ella, mojando su capucha y sudadera. Veía a la gente dentro de los restaurantes y lugares de comida rápida por los cristales y se preguntaba... ¿Por qué yo no puedo comer esas cosas?

Veía a gente correr con sus perros por la calle y se preguntaba, ¿Cómo pueden tener un animal como algo suyo?

Detuvo sus deportivas con plataforma delante de una tienda de souvenirs, al lado de un callejón. Había camisetas con dibujos, plegarias, oraciones para los templos, inciensos de recuerdo... y se preguntaba... ¿Cómo podemos gastarnos dinero para satisfacer a entes inexistentes?

- Las personas son raras... - murmuró tocando el cristal con su fría mano - Los dioses son inventos que nos hacen sentir protegidos y cuidados... cuando en realidad son meras fantasías de escépticos soñadores.

- Es una interesante teoría, la meditaré.

La chica se giró en la primera palabra rápidamente hacia el callejón. Al fondo, había una figura con una tímida negra y una capucha que no dejaba ver su rostro.

Esa persona tenía la voz masculina y aguda, simpática y curiosa, y sería tan alta como ella. Parecía robusta, pero sus pies asomaban por abajo siendo muy finos.

- ¿Tienes más reflexiones interesantes? Si me dices alguna, es posible que tarde años en resolverla. Soy bastante indeciso.

La chica giró un poco la cabeza, dejando ver sus ojos. Uno ámbar oscuro y el otro castaño rojizo asomaban por su despeinado pelo blanco.

- ¿No dices nada? Oh, cierto... no me he presentado, pero no creo que te intere conocerme, ya que no crees en los dioses.

- ¿Eres alguna de esas personas borrachas y delirantes que se vienen a los callejones a vomitar y a decir tonterías? - preguntó con voz neutra.

- ¿Crees que un borracho delirante haría esto?

La figura negra encapuchada dio un enorme salto con una voltereta hacia atrás, cayendo perfectamente en el lugar.

- ¡Tachaaaan! - dijo estirando los brazos.

La chica pudo ver sus brazos finos y blancos asomando por la ropa. Eso no era de un humano. Se puso alerta cuando vio aparecer dos figuras enormes y encapuchadas detrás de esta.

- ¿¡Cuánto queda?! - preguntó una con voz estruendosa - ¡Si no quiere, oblígala!

- No te atrevas a volver a hablarle así con ese tono - contestó la otra con voz sosegada pero exigente - No eres quién para decirle cómo hacer las cosas.

La chica entrecerró los ojos. El de la voz estruendosa llevaba la ropa algo mal colocada y se veía una enorme boca con dientes y llena de pelo, y en la otra un leve brillo blanco bajo la oscuridad de la capucha.

- Calmaos, calmaos - la voz de la más baja contrarrestaba mucho con la de las grandes figuras - Nos estamos conociendo, no pasa nada. No la asustéis, ella está acostumbrada a huir.

- A huir... - repitió ella despacio - Yo no huyo.

- Huyes de las cosas a las que no puedes encontrarle un significado ni un sentido.

La chica se sorprendió abriendo los ojos, no por lo que dijo, sino porque estaba detrás de ella. No había sido un salto, había sido desaparecer y aparecer en un parpadeo. Esto... no lo hace nadie que ella conozca.

Se giró despacio a mirarla, sin olvidar a las dos grandes figuras del fondo.

- Te estaba buscando, Zoba. Desde hace mucho tiempo - dijo amistosamente.

- No sé que hablas - contestó ella algo molesta - Yo no me llamo así.

- ¿Ah, no? - dijo con una risita - ¿Entonces cómo?

La chica frunció el ceño molesta. Uno de los grandes hombres encapuchados dijo algo así como "después de tanto va y se equivoca el el viejo" llevándose una mirada muy molesta de su compañero.

- No te lo voy a decir, no te importa - se defendió ella.

- No me lo vas a decir porque no sabes ni cómo te llamas - la figura volvió a aparecer delante de ella - Pero Zoba es el nombre que te corresponde en el sitio en el que debes estar. Si vienes conmigo, lo entenderás.

La chica lo miraba con el ceño fruncido y se movió un poco, balanceado su ropa ancha. Ir con desconocidos de negro en un callejón es de primero de secuestros, y esta chica no era tonta.

- Entiendo... es normal que no quieras - dijo llevando sus manos fuera de las mangas - Pero nosotros no somos humanos con malas intenciones.

Dicho esto, se retiró la capucha. Lo más sorprendente fue ver salir primero dos orejas enormes y peludas, y después ver la simpática cara de un anciano conejo. 

Las otras dos siluetas se alteraron.

- ¡Gran Maestro! - dijo la más seria - ¡No se muestre en el mundo humano!

- Esta señorita necesita confianza para que venga con nosotros de buena gana - dijo mirándola - ¿No te sientes como si vivieses en un mundo que no es el tuyo?

La chica seguía observando a ese enorme conejo parlante. Lejos de pensar en que era un dios de la naturaleza o algo por el estilo, le preguntó...

- ¿Eres alguna clase de dibujo animado?

El conejo río tranquilamente.

- No de momento, pero reflexionaré sobre ello para elegir mi reencarnación.

Empezó a caminar hacia el interior del callejón, y la chica, con curiosidad, le seguía.

  - Haces bien en no creer en dioses - seguía el conejo - pues los humanos no pueden llegar a convertirse en ellos, por lo tanto, no hay. Las bestias como nosotros, sin embargo, sí que podemos llegar a serlo.

Los pasillos eran estrechos y largos, como un laberinto. Era imposible que eso estuviese en el callejón.

- Y te preguntarás... ¿Cómo es que existimos? Las bestias estuvieron aquí mucho antes que los humanos, pero nuestros mundos paralelos pueden ser cruzados si sabes el camino adecuado.

Los pasillos eran largos y complejos, pero el trío parecía conocerse el camino al dedillo. Poco a poco, había más luz y se escuchaban voces hablar.

- No debes temer - dijo el conejo - Pues en la tierra de las bestias hay personas como tú a las que debes ayudar. Tu hogar, te espera.

- Kyuta es la única persona que le espera - dijo el grande de voz estruendosa.

- Silencio - el conejo levantó las orejas - Ya hemos llegado.

Tras llegar al final de un pasillo, la luz se hizo más intensa. Al atravesarlo, la chica se sorprendió al ver a muchísimos hombres bestia ejercer labores comerciales. Había caballos, toros, cabras, ovejas, monos... algunos fácilmente reconocibles, otros menos.

La chica paró de caminar y los miró con asombro. Realmente... eran personas y animales. Retrocedió dos pasos para volver a entrar por el pasillo, pero su espalda chocó contra la pared. La entrada había desaparecido.

- Llegamos, Zoba...

Ella miró al frente a ver al conejo mirarla, y conforme el resto de bestias lo veían, bajaban la cabeza con respeto. Detrás de él y a los lados, sus acompañantes se quitaron la capucha.

El de la voz estruendosa era un enorme oso de pelaje marrón pardo, de grandes dientes y cara de pocos amigos. 

El otro, al quitarse la capucha, dejó ver un morro redondo y largo con dos colmillos y una melena elegante, siendo un hombre jabalí de pelaje de la tonalidad de su ojo ámbar.

Parecía que ni a posta sus ojos combinaban con los de esos sujetos.

- Bienvenida a tu nuevo hogar - el conejo se cambió de capucha para ponerse un kimono elegante - Yo, el Maestro Supremo de esta tierra y todos sus habitantes estábamos ansiosos de tu llegada, Zoba.

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