Capítulo 9 - Las consecuencias de caer
«Abdías empujó la puerta muy despacio y entró en la habitación en penumbras, iluminada débilmente por una lamparita en la mesilla de noche junto a la cama. Con pasos lentos avanzó hacia el lecho, sin poder apartar la mirada del cuerpo que se advertía tendido boca abajo sobre las mantas.
Se quedó mirando fijamente la figura masculina semidesnuda, embutida en solo unos gayumbos negros que ajustaban su trasero llamativo. Sintió como su respiración se iba acelerando poco a poco. Se inclinó sobre la cama, apoyando una rodilla en el colchón y su cabeza descendió sobre la espalda del cuerpo dormido. Aspiró hondo. Olía delicioso. A algo muy similar a esencia de rosas o alguna otra flor. Su rostro fue reptando a lo largo de la espalda ancha y salpicada de pecas, su nariz olisqueando cada palmo de piel. Y se detuvo junto sobre las nalgas. Abrió la boca y mordió una, sintiendo el sabor de la algodonada tela negra de los gayumbos. Una mano suya aprisionó la otra, masajeándola con intensidad.
El cuerpo dormido se movió un poco sobre la cama, y Abdías tuvo la sensación de que dejaba escapar una especie de gemido que no hizo otra cosa sino encenderle aún más. Su rostro continuó el curso, deslizándose esta vez sobre los muslos, las pantorrillas, los pies. Alzó la mirada y se encontró con unos ojos oscuros que lo contemplaban con expresión anhelante:
_ Hola._ jadeó Abdías.
_ Hola._ sonrió Ariel volteándose sobre las mantas.
_ Lamento haberte despertado.
_ No lo lamentes. Hacía mucho tiempo que quería que lo hicieras.
Abdías se quitó la playera gris de tirantes y los pantaloncillos azules que traía puestos. Estaba completamente desnudo y excitado, de pie ante la cama desde la cual Ariel lo observaba con deslumbramiento. El joven gateó sobre el lecho, sin poder apartar la mirada de la polla erguida que latía poderosamente, en toda la magnitud de su juventud y vigor. Lamió el glande rosáceo, luego el tallo engrosado, con las venas marcándose bajo la suave piel. Lo atrapó entre sus labios y chupó con desesperación, dejando escapar un gemido de satisfacción, de ansia finalmente satisfecha. Abdías reclinó la cabeza hacia atrás y soltó un gruñido de placer. Sus manos se aferraron a los cabellos negros de Ariel y tiró de ellos, hundiendo más su polla en la boca del muchacho.
Las manos de Ariel, asidas al trasero de Abdías, tiraron de él con fuerza, haciendo que le cayera encima. Se rieron, sin dejar de mirarse y entonces se besaron. Con hambre, con frenesí, con las ansias de satisfacer un deseo guardado desde tiempos inmemoriales, desde que eran solo unos niños abriéndose a la vida, descubriendo sus cuerpos. Ariel lo hizo voltearse de espaldas y se le sentó encima, refregando su trasero contra el miembro cada vez más duro, disfrutando de los ojos color aceituna que lo observaban casi con veneración, mientras aquellas manos enormes no dejaban de acariciar su cuerpo, sus muslos, su torso, sus brazos, sus hombros:
_ Dios... Eres hermoso..._ murmuró Abdías con el rostro encendido.
Ariel sonrió y se inclinó para besarlo, hundiéndole la lengua hasta casi lamerle el esófago. Esta vez, las manos de Abdías comenzaron a tirar de los gayumbos negros. Ariel se unió al intento de librarse de ellos, dejándolos hasta la mediación de los muslos. No podían dejar de besarse, y mirarse, y sonreírse, y disfrutar del otro. Ariel se levantó un poco y se apartó de encima de él. Se posicionó entre sus piernas y tomando el miembro de Abdías con una mano, lo acarició despacio por unos segundos, hasta que su cabeza descendió y lo hizo desaparecer dentro de su boca. Lo recorrió arriba y abajo, arriba y abajo, lamiendo y chupando con intensidad, y Abdías jadeaba y se tensaba sobre la cama, cerrando los ojos y dejándose arrastrar por aquella oleada de placer que lo envolvía como un manto ardiente.
Abrió los ojos cuando sintió que Ariel dejaba de chuparle la polla. Quería preguntarle por qué se había detenido, pero solo se quedó mirándole mientras luchaba por librarse definitivamente de los gayumbos, y volvía a sentarse encima, pero esta vez tomando la polla y conduciéndola hasta su entrada, luego de humedecerla con abundante saliva. Abdías soltó un gruñido a la vez que Ariel dejaba escapar una exclamación ronca cuando la polla de Abdías comenzó a traspasarle, hasta llenarlo por entero.
A continuación, comenzaron a embestirse uno al otro. Ariel se movía encima de él, mientras Abdías impulsaba su pelvis contra aquel trasero voluptuoso, enterrándose más en su interior:
_ Oh... Abdías..._ gimió Ariel inclinándose para besarlo en los labios con desesperación.
_ Ariel... mi sirenito..._ sonrió Abdías mientras sus manos apretaban las nalgas del amante y empujaba con mayor intensidad dentro de él, antes de sentir que estallaba en medio de una avalancha de placer en la que quedó sumergido, destrozado física y emocionalmente...............»
Abdías abrió los ojos y por un momento no supo exactamente dónde estaba. Su mirada se movió torpe y aún medio adormilada por la habitación a oscuras y entonces cayó en la cuenta de que estaba en su recámara den Centro de Formación de misioneros, y todo no había sido más que un sueño.
Un sueño.
Abdías se incorporó, sentándose sobre la cama, masajeándose las sienes y acariciándose los cabellos castaños claros en desorden. Levantó una punta de la manta y miró el desastre viscoso dentro de sus calzoncillos, además de la mancha en la sábana que cubría el colchón.
Suspiró, golpeado por el huracán de emociones que le estaban sacudiendo en aquel momento. Se hincó de rodillas y entrelazando las manos, cerró los ojos y rogó en murmullos desesperados:
_ Oh Señor... Te ruego que apartes de mí estos pensamientos, estos sueños que no quiero tener... Por favor... Tú eres Grande y Poderoso... Tú eres el Santo Tres Veces; el Supremo Creador del universo. No hay nada imposible para Ti... Quita estos pensamientos dañinos de mi cabeza... Por favor... por favor... por favor...
Quería escuchar una respuesta por parte del receptor de sus súplicas, pero el silencio de la madrugada fue su única respuesta. Con gesto de molestia se puso de pie y tiró de las sábanas sucias, haciéndolas un bulto embrollado, se quitó los calzoncillos manchados y se puso unos pantalones de chándal. Salió de la habitación y se dirigió al cuarto de lavado.
Mientras esperaba que la ropa estuviera limpia, intentó no pensar en el sueño que había tenido. Mierda, había sido tan vívido. Casi podía sentir aún el contacto de la piel de Ariel en sus manos, el sabor de sus labios en su boca. Sacudió la cabeza con fuerza. No, no, no y no. Él no era un cuerda floja. Él no era homosexual. Se apoyó con ambos brazos sobre la lavadora que bramaba y resopló, desesperado e inseguro.
Hacía dos semanas desde que su vida había vuelto a su cauce normal. Su rutina había regresado a ser la misma. Estudiar, en las tardes trabajar en el centro comercial donde laboraba, y los viernes retornar a New Heaven para estar con su familia y con su novia. Desde su regreso, había intentado estar más en contacto con Isabel, darle fortaleza al noviazgo. No había cesado en sus intentos de convencerla de tener sexo, pero ella seguía negándose a complacerle. Aunque insatisfecho con las negativas, Abdías seguía insistiendo, y cuando la besaba, trataba de llevarla al borde de la excitación, solo que Isabel tenía mucho más auto control que él y siempre lo dejaba con las ganas, encendido y sin esperanzas de desfogarse. Abdías ya temía hasta masturbarse, por temor a terminar pensando en la persona equivocada. No sería la primera vez que su mente le jugaba una mala pasada. Y desde el incidente en su última noche en el apartamento Ariel, su cerebro y su cuerpo parecían estar empeñados en hacerle embarazosas bromas.
El resto del día lo empleó en tratar de no pensar en nada más. Platicó con su hermana por teléfono a media mañana e ignoró los mensajes de Ariel. Todos los días le escribía o le telefoneaba. A veces se dignaba a atenderle o a responderle, pero la mayoría de las ocasiones lo pasaba por alto, y eso lo hacía sentir mucho peor. Después de tanto luchar por recuperar su amistad, ahora que todo parecía volver a ser como antes, se empeñaba en abrir otra brecha entre ellos... ¿Qué carajo le estaba pasando?
Estaba preparándose para irse a trabajar cuando uno de los jóvenes del centro llamó a su puerta y le anunció que había alguien buscándole. Asombrado, Abdías salió a ver quién podía haber ido a visitarle. Se detuvo, pálido y asustado. Lo primero que alcanzó a reconocer fue el Volkswagen parqueado junto a la acera, y luego a Ariel, recostado al vehículo, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión bastante irritada en el semblante. Abdías miró hacia atrás, temeroso de que aquel visitante inesperado llamara la atención de cualquiera de sus compañeros de estudio, o de los profesores. Mierda, y no sería para menos. Ariel se había puesto una sudadera rosada con capucha y unos shorts chinos de color negro. Podría haber escogido una indumentaria menos llamativa para ir a visitarlo.
Tratando de sonreír y de ocultar lo nervioso que estaba, avanzó en dirección al joven:
_ Hola... ¿Por qué no me dijiste que vendrías?
Ariel ni siquiera se movió. Alzó la barbilla con actitud desafiante y respondió:
_ ¿Habrías atendido la llamada?
Abdías se detuvo y se rascó la cabeza, volvió a mirar hacia el edificio a sus espaldas. No pudo evitar que un temblor le recorriera por completo cuando se percató de que había varios rostros asomados a las ventanas, observándolos con curiosidad. Mierda. Ariel siguió el curso de su mirada y dibujó una sonrisita irónica en sus labios:
_ ¿Sabes qué? Llevaba dos semanas preguntándome por qué te escribo y te envío mensajes que no te molestas en contestar. O por qué te llamo por teléfono y cuando no me ignoras, me respondes que estás muy ocupado y que no puedes atenderme. Por un momento realmente me lo creí. Pensé que estabas demasiado ocupado y que quizás yo estaba siendo demasiado pegajoso al querer comportarme como alguien que solo se preocupa por su mejor amigo. Por eso vine hasta aquí, porque quería darte una sorpresa. Pero creo que ha sido un grandísimo error de mi parte, un error tan grande como lo fue el haber creído en ti y pensar que tus intenciones de que volviéramos a ser amigos eran reales.
Abdías pestañeó varias veces, perplejo:
_ ¿Qué? ¿De qué hablas? ¡Por supuesto que mis intenciones eran esas!
_ Si, claro._ masculló Ariel con acritud y se dispuso a abordar su viejo auto. Abdías se dio prisa en sostenerlo por un brazo. Ya no le importaba que los estuvieran viendo y que comentaran luego. Al carajo con esos imbéciles del centro. Solo le importaba que Ariel no se marchara.
_ Espera, Ariel...
_ ¿Esperar qué?_ gruñó Ariel enfrentándolo._ ¿Qué me digas que no te agradó que viniera a verte porque temes lo que vayan a pensar tus colegas al verte platicando con alguien como yo? No es necesario, solo me bastó ver tu cara hace unos segundos para darme cuenta lo mucho que te incomoda mi presencia.
_ No se trata de eso... Me alegra que hayas venido... Solo que...
_ ¿Solo que qué?_ la voz de Ariel sonó tajante.
_ Si hubieras usado al menos una ropa menos..._ y le señaló, sin saber qué más decir que no fuera a resultar ofensivo.
Ariel soltó una risita burlona y cargada de sarcasmo:
_ ¡Wow! En serio eres especial, Abdías. Hace dos semanas me aseguraste que querías cambiar, que querías ver el mundo de un modo diferente. Me suplicabas que te diera la oportunidad de confiar en ti y volver a ser amigos... ¿Y ahora me sales con esta babosada?
Tiró de la tela de su sudadera rosa y agregó:
_ ¡Esto es lo que soy, Abdías! ¡Pensé que ya lo tenías claro en tu cabeza! ¡Pero es posible que solo me haya ilusionado en vano imaginando que ibas a cambiar! ¡Realmente fui un imbécil al creer en ti de nuevo!
La voz se le estranguló levemente, y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero no pensaba darle la satisfacción de verle derrumbarse. Se soltó violentamente del agarre:
_ No debería sorprenderme que te comportaras así cuando ya una vez me hiciste algo similar.
Quiso entrar al vehículo pero Abdías lo hizo voltearse bruscamente y lo envolvió en un sólido abrazo. Ariel sintió que se sofocaba ante aquel apretón tan brusco, pero no iba a ablandarse solo porque Abdías lo abrazara:
_ Suéltame, Abdías._ ordenó con un gruñido sordo.
_ No._ negó el joven sacudiendo la cabeza y envolviéndolo más entre sus fuertes brazos.
_ Vas a quebrarme un hueso si sigues apretándome de esta manera. Además, tus hermanos de religión están mirando y murmurando.
_ No me importa._ dijo Abdías cerrando los ojos y aspirando el perfume de la piel del cuello de Ariel. Olía exquisitamente, a esencia de rosas o cualquier otra flor. Casi tuvo una erección allí mismo.
Cuando por fin se obligó a soltarlo, miró en dirección a todas las ventanas, atestadas de rostros curiosos que no hacían más que susurrar entre ellos mientras no podían apartar los ojos de los dos jóvenes que hablaban en la acera, ante un anticuado automóvil:
_ ¿Podemos ir a otro lugar? Quiero que estemos a solas, para poder conversar tranquilamente.
Ariel se le quedó mirando por un momento. Su rostro era inescrutable:
_ No pienso dejar mi auto acá. Capaz de que todos esos imbéciles le prendan fuego o lo embadurnen de mierda o algo por el estilo.
Abdías se echó a reír. Dudaba mucho que sus colegas hicieran cosas semejantes. Revolvió los cabellos negros de Ariel y dijo:
_ Como quieras. Vayamos en tu cacharro entonces.
_ Si vuelves a insultar mi coche, te daré una paliza delante de todos._ chirrió Ariel de modo amenazante.
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Había olvidado que debía ir a trabajar al supermercado. Realmente no estaba consciente de lo mucho que había extrañado a Ariel durante aquellas tortuosas dos semanas hasta el momento en que el muchacho amenazó con subir al auto y marcharse, cuando estaban frente al instituto de formación de misioneros. La sola idea de que Ariel volviera a decepcionarse de él le había sacudido, y le importó bien poco lo que fueran a pensar los demás jóvenes del centro. Por eso estaban allí, en el mirador, solo que era de día, y había otras personas alrededor de ellos, disfrutando del paisaje que se extendía ante sus ojos:
_ No quise darte de lado, Ariel._ le había explicado Abdías._ Esa semana que estuve viviendo en tu casa, cuidando de Verónica, me retrasó en muchas materias, y en estas dos semanas he intentado ponerme al día.
_ Entiendo esa parte. Pero si tenías tiempo para conversar por teléfono con Verónica, no acabo de comprender por qué no podías tomarte unos minutos para hablarme.
Abdías se mordió la cara interna de una mejilla. Ni loco de mencionarle que durante esas dos semanas había estado afectado luego de haberlo visto accidentalmente teniendo sexo con Braulio, y que tras aquel suceso, su vida se había vuelto un inferno, teniendo toda clase de sueños y pensando todo el tiempo en lo delicioso que sería tenerlo desnudo entre sus brazos y hacerle chillar como lo había hecho Braulio aquella noche. Sacudió la cabeza y le tomó una mano:
_ De verdad lamento mucho haberme distanciado de nuevo cuando te prometí que volveríamos a ser amigos como antes. Y siento muchísimo haber dado la impresión de que me incomodaba que hubieses ido a verme al centro.
_ Ay por favor, ya no mientas ni finjas. Hubieras visto tu cara cuando me viste parado allí en la calle. Juraría que te hiciste en los pantalones del susto.
Abdías intentó justificarse, pero terminó riéndose. Ariel lo conocía mejor que nadie, eso le quedaba claro:
_ OK. Confieso que me tomaste por sorpresa con esa aparición tuya. Y con esa ropa que te pusiste... Creo que eres la única persona en el universo a la que le gusta vestirse de rosa.
_ Es un color muy bonito, y me gusta. Es juvenil, refrescante. Mucho mejor que esas ropas mustias que usan tú y todos tus colegas de estudios. No por gusto la gente rechaza la religión, considerándola aburrida y descolorida. Solo hay que verlos a ustedes.
_ Suenas igual a esa amiga tuya rara del edificio.
_ ¿Luz?
_ Si, esa que siempre está hablando de hierbas, té, y auras. No se me olvida que lo primero que me dijo la primera vez que me vio es que mi aura era muy triste y descolorida.
_ ¿Ves? Te lo dije._ se burló Ariel.
_ Bien, si tuvieras la posibilidad de vestirme a tu gusto ¿Qué tipo de ropa y colores usarías para mí?
Ante aquella pregunta, Ariel se giró hacia él, con una sonrisita retorcida en los labios. Abdías tuvo que controlarse cuando le asaltó un raro impulso de morder aquellos labios sonrosados y regordetes:
_ Te pondría unos shorts chinos, y una camiseta sin mangas, para que mostraras tus brazos. Y todo sería de color azul muy claro. Aunque el verde también te pegaría, por el color de tus ojos. Realmente te vestiría siempre con tonos pastel. Nadie dejaría de mirarte, estoy seguro.
_ Te prometo que un día dejaré que me vistas a tu gusto y conveniencia.
_ ¿Promesa?_ preguntó Ariel alzando una ceja.
_ Promesa._ sonrió Abdías, haciendo oídos sordos a la vocecita interior que desde lo profundo de su cerebro no paraba de chillarle a voz en grito: ¿Qué carajo crees que estás haciendo?
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Abdías estaba furioso.
No era el típico ataque de ira provocado por una molestia con sus padres, o su hermana, o con cualquier otra persona. Era furia en su más extrema expresión. Era rabia, ira, enojo, todo a un nivel inimaginado. Pocas veces en su vida había alcanzado aquel nivel de furia, y para aplacar los impulsos agresivos y destructivos que le invadían, se enfocaba en agotar su cuerpo a base de ejercicio físico. Por ello, esa mañana, luego de reunirse con el rector del centro de formación de misioneros, salió de la oficina y en vez de dirigirse al salón de clases se encaminó al gimnasio e intentó descargar toda la mala vibra que le impulsaba a querer destrozar todo y a todo aquel que se le pusiera enfrente.
Sudoroso y agitado, con las manos tomadas tras la nuca y resoplando casi de un modo salvaje, impulsaba el torso en una interminable serie de abdominales. Apenas podía sentir las piernas luego de pedalear desenfrenadamente en la bicicleta estática, y todo su cuerpo destilaba sudor en grandes cantidades. Pero no quería detenerse. De hacerlo, estaba seguro que acabaría haciéndole escupir los dientes al primero de sus compañeros que se le plantara delante.
Y pensar que la tarde-noche anterior había sido casi perfecta. Luego de reunirse con Ariel en la cafetería, se decidió a ir con él al apartamento, con la justificación de ver a Verónica. En verdad, sus intenciones eran otras. Disculparse con Braulio y con los amigos de Ariel por su comportamiento tan poco cristiano. A pesar de sentirse todavía algo incómodo con las maneras de aquel grupo, mostró su lado más sociable, y conversó con Odette, con Denis, e incluso con Ronald y Luis Xavier. Irán todavía se mantenía al margen y parecía no estar dispuesta a confiar en sus disculpas, sin embargo, Emely se comportó muy amable y receptiva. Archie y Verónica estaban boquiabiertos al verle. Pero más que todo, Ariel estaba realmente feliz con aquella nueva faceta.
Pero hubiera sido demasiado ingenuo de su parte creer que tal decisión no traería consecuencias. Cuando en la mañana el rector lo citó a su oficina para platicar de cierto asunto importante, jamás imaginó que iba a referirse a la visita que había tenido en la víspera. Según le habían descrito, un joven con una apariencia bastante sospechosa. Abdías se contuvo. Sus compañeros habían ido con el chisme:
_ No sé que clase de asuntos debas tratar con gente de semejante calaña, Abdías. Eres uno de nuestros mejores alumnos, y tu padre es un excelente líder en el ministerio pastoral, al cual todos nos sentimos orgullosos de conocer. Me gustaría pensar que intentas ganar un alma más para Nuestro Señor Jesucristo. El Señor es Todopoderoso, y conozco más de un caso de personas con inclinaciones de esa naturaleza, que han entregado su vida a Dios y este ha obrado el milagro de convertirlos, transformarlos, y hoy son hombre y mujeres felizmente casados como Nuestro Señor dispone, y tienen hermosas familias...
_ Si pudiera ser más específico y explicarme a qué se debe esta charla, señor. Porque me temo que no lo estoy entendiendo muy bien._ pidió Abdías con mucho respeto, aunque con la voz apretada por el naciente enojo. Por supuesto que sabía de qué iba aquello.
El rector tamborileó suavemente con los dedos sobre la madera de su buró:
_ Solo quiero advertirte que tengas mucho cuidado, Abdías. Recuerda que estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Y que los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz. Satanás anda suelto, como león rugiente buscando a quien devorar. Sería bueno que si tratas con esas personas...
_ ¿Qué clase de personas?_ interrumpió Abdías ya sin ninguna cortesía.
_ Pues... ya sabes... cuerdas flojas.
_ ¿Y cómo pueden saber si la persona que vino a visitarme es homosexual?
La palabra hizo que el rector se irguiera sobre su asiento. Carraspeó de manera exagerada y sus ojos pestañearon varias veces tras el cristal de los lentes:
_ Supongo que eso siempre se nota de alguna manera. No pienso darte detalles de algo que seguramente sabes tan bien como yo. Solo puedo decirte que alguien reconoció a ese joven que vino a verte y da fe de que es un... homosexual declarado. Mi consejo es que dejes de frecuentar su compañía de inmediato, para que no des motivo a que piensen mal de ti y surjan suposiciones erróneas con respecto a tu persona. Espero no tener que volver a tocar este asunto tan desagradable nunca más. Ahora ve a tus clases y olvidemos este incidente.
Abdías hubiera querido decirle un montón de improperios que le picaban en la lengua. De buena gana le habría preguntado de qué forma evangelizar a los pecadores si había la posibilidad de que la gente pensara mal de los misioneros. Le habría encantado gritarle a ese idiota estirado que ni él ni quienes le habían ido con el chisme, tenía la menor idea de la calidad humana de Ariel para atreverse a juzgarlo de esa forma. Pero prefirió callar e ir a reventarse haciendo ejercicios en el gimnasio. Todo con tal de no hacer una masacre en el centro.
Todo empeoró cuando horas más tardes recibió una llamada telefónica de su padre, totalmente descompuesto y preocupado porque el rector le había llamado para informarle de lo sucedido, y de que sería bueno que sostuviera una charla muy seria con su hijo. Aturdido, Abdías escuchó la perorata de su padre hasta que llegó un punto en que ya no soportó tantas imbecilidades por teléfono y colgó.
Durante la cena, notó que todos los jóvenes del centro lo observaban y apartaban la mirada cuando él hacía contacto visual con ellos. Era tan desagradable, sobre todo cuando los veía murmurar, cabezas contra cabezas. No pudo acabar de comer. Se levantó de la mesa con gestos violentos y salió del comedor. Subió a su camioneta y manejó sin rumbo definido, hasta que se dio cuenta de que se había detenido ante el edificio de Ariel, y que estaba ante la puerta, tocando con los nudillos:
_ Hola Abdías..._ saludó Archie jocosamente, pero de inmediato se puso serio, al notar lo descompuesto que parecía._ Vaya, luces fatal... ¿Te ocurre algo?
_ No, no... ¿Está Ariel?
_ ¿Quién es, Archie?
Ariel se detuvo en seco en el salón al ver a Abdías parado en el pasillo:
_ Abdías... ¿Qué haces acá? ¿Por qué no me dijiste que ibas a venir?
Por respuesta, Abdías avanzó a pasos agigantados hacia él y lo abrazó con fuerza. Archie pestañeó asombrado, y Ariel no supo por un momento, cómo reaccionar. Braulio irrumpió en el salón y se detuvo, observando cuidadosamente la escena:
_ ¿Va todo bien por aquí?
Ariel se volteó hacia su novio y su hermano:
_ ¿Nos dejan solos un momento, por favor? Y no le digan a Verónica que Abdías está aquí. No quiero que lo vea en estas condiciones y vaya a preocuparse.
A regañadientes, Braulio siguió a Archie hacia el comedor, desde donde partían las voces y risas del resto de la pandilla. Lanzó una última mirada a la pareja antes de cerrar las puertas corredizas. Ariel tiró de Abdías para que se sentara a su lado en el sofá:
_ ¿Qué sucedió?
Abdías resopló antes de ponerlo al tanto de todo lo ocurrido. Ariel lo escuchó en silencio, aunque se notaba cuanto iba afectándole cada detalle de la narración. Cuando Abdías terminó de hablar, Ariel, cubriéndose parcialmente la boca con las manos, suspiró y dijo:
_ Creo que lo mejor es que hagas lo que te sugieren y dejes de frecuentar mi compañía.
_ ¿Qué?_ el rostro de Abdías era una mueca de incredulidad.
_ Es lo mejor. Puedes salir muy perjudicado si esto alcanza una magnitud mayor, y lo último que quiero es ocasionarte problemas.
_ Acabo de recuperar tu amistad. No puedes pedirme que renuncie a ella así de fácil. No voy a perderte otra vez.
_ No me perderás._ intentó sonreírle Ariel tomándole una mano y apretándola afectuosamente._ Pero es obvio que ahora mismo no te conviene que vuelvan a asociarte conmigo.
_ Aunque así fuera, de todas maneras tendríamos que vernos. Mi hermana vive contigo, y no pienso dejar de visitarla. Y en lo que a ti se refiere, me importa una mierda lo que piense mi padre, el rector del centro y los imbéciles que estudian allí. Eres mi amigo, y no voy a hacerte a un lado. No otra vez.
Y acabó su discurso dándole otro fuerte abrazo al que Ariel se entregó sin dudar, sacudido por la emoción de aquella promesa, removido por estar entre aquellos brazos que muchos años atrás le habían dado la sensación de ser un refugio en el que sentirse protegido y feliz.
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Verónica se reía escandalosamente con los vulgares chistes que estaban compartiendo Luis Xavier y Ronald. Todos parecían divertirse en grande, excepto Braulio, que no hacía más que mirar en dirección a la puerta del comedor que daba al salón del apartamento.
Le incomodaba la idea de que Ariel y Abdías estuvieran solos del otro lado, hablando a saber de qué. A pesar de que el joven se había disculpado, y el día anterior se había mostrado mucho más amable y abierto con todos, igual seguía desconfiando de él, y no le gustaba en lo absoluto la cercanía que empezaba a vislumbrar entre ellos dos.
Se acercó a Archie, que estaba de pie mientras se reía al ver a Ronald sentado a horcajadas sobre las piernas de Denis, fingiendo hacerle un baile sexy:
_ Archie... ¿Puedo preguntarte algo?
_ Lo que sea, cuñado.
Braulio se rascó la sien derecha:
_ ¿Tú y Ariel conocen al hermano de Verónica desde hace mucho?
_ Ufff... Desde que éramos niños. A su padre lo nombraron pastor de la iglesia de New Heaven, y desde ese entonces han estado en el pueblo.
_ ¿Y qué tan amigos eran?
_ Bueno, la verdad es que yo solo lo conocía de vista. Nunca fuimos muy cercanos. Pero Ariel y él sí que lo eran. Los mejores amigos que puedas imaginarte. La gente decía que eran la encarnación del David y el Jonatán de La Biblia. Hasta ese punto llegaba la amistad.
_ ¿Y qué pasó entre ellos? ¿Por qué se resintió una amistad tan aparentemente poderosa?
Archie hizo un gesto impreciso:
_ Pues la verdad es que nadie lo sabe. Y hasta hoy, Ariel nunca quiso hablar de ello. Y tampoco Abdías. De buenas a primeras dejaron de andar juntos y tratarse. Nadie entendió los motivos, pero cuando mi hermano salió del closet, las especulaciones se dispararon y todos asumieron que fue la causa de que la amistad se rompiera.
_ Ya veo..._ susurró Braulio.
Una vez, al principio de que Ariel y él comenzaran a salir, Ariel le contó que se había enamorado solo una vez en la vida, del chico que era su mejor amigo. Con la llegada de Abdías a sus vidas, y ver la manera en que Ariel perdía los estribos cuando lo tenía enfrente y luego la forma en que lo había defendido la noche en que tuvieron el altercado, le habían hecho comenzar a atar cabos. Ya había conversado distraídamente con Verónica acerca del tema, escarbando información de manera muy sigilosa, y ahora Archie terminaba de rematar todas sus dudas. Abdías era el chico del que Ariel se había enamorado años atrás. Y ahora estaba allí, de vuelta en su vida. Y Ariel se veía tan feliz cuando estaba cerca de él. Y no dejaba de sentirse preocupado por ello. Preocupado y temeroso.
Braulio intentó reprimir el golpe de celos que lo sacudió de pies a cabeza. Las ganas enormes de irrumpir en el salón y echar a patadas a aquel galanazo y decirle que Ariel era suyo, solo suyo, y que no tenía ningún derecho de venir a poner su vida del revés, despertando viejas pasiones:
_ ¿Te encuentras bien, cuñado?_ preguntó Archie observándolo cuidadosamente y reparando en lo alterado que lucía de repente su semblante.
Con una sonrisa forzada en los labios, Braulio le palmeó un hombro y le dijo:
_ Si, si. No te preocupes, Archie. Iré a buscar otra botella de vino.
Y se dio prisa en alejarse para que su cuñado no fuera a notar lo descompuesto que su carácter empezaba a volverse.
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Al día siguiente era viernes, y como de costumbre, todas las actividades del centro se cancelaban con vistas a que los jóvenes retornaran a sus hogares y los profesores se enfocaran en estar con sus familias, haciendo los preparativos para el Día de Reposo.
Abdías notó que todavía seguían mirándolo inquisitivamente, pero recordó las palabras de Ariel la noche antes, cuando, al despedirse, lo abrazó y le dijo:
_ No será fácil que seamos amigos sin que tengamos que enfrentar la incomprensión de la gente. Y ahora que estás en el punto de mira de muchos, tendrás que armarte de paciencia para poder tolerarlos. Lo único que puedo aconsejarte en ese aspecto, es que hagas oídos sordos y ojos ciegos. Si te miran, déjalos mirar; si murmuran, déjalos murmurar. No dejes que te afecte la constipación fanatizada de un montón de santurrones ridículos.
Respiró profundamente y puso en práctica el consejo de Ariel. No prestó atención a ninguna de las miradas o los comentarios solapados a su alrededor. Ese día no se despidió de nadie, ni deseó un feliz sábado a nadie. No quería hablarle a nadie y que nadie le hablara. Subió a su camioneta y se marchó, rumbo a New Heaven, escuchando música durante todo el viaje. Nada de alabanzas ni himnos. Ariel le había preparado un variado musical de sus temas favoritos.
Mientras manejaba y escuchaba aquellas canciones, Abdías sonreía recordando cuando Ariel y él eran niños. Ariel siempre había sido un amante de la música mundana. La disfrutaba más que cualquier otra cosa. Sabía identificar a los intérpretes según sus registros vocales, y podía recitar los nombres de cada uno y sus temas más emblemáticos. Como hijos de familias bien plantadas en su fe y sus doctrinas, por supuesto que tenían prohibido escuchar esas canciones que solo incitaban al pecado, al igual que las películas y los programas de televisión. La mayoría de los niños adventistas solo tenían permitido ver dibujos animados que contribuyeran a su formación bíblica.
Abdías se rió al recordar la primera vez que Ariel y él se colaron en un cine para ver una película animada de los estudios Disney. Se trataba de Hércules. La estaban proyectando en el cine de New Heaven, y ambos decidieron entrar a verla, fascinados por los dibujos de los posters. Se divirtieron muchísimo con la película, y Ariel se enamoró de cada una de las canciones.
Lamentablemente, al salir del cine, sus padres los estaban esperando. Esther Ruíz, la madre de Saúl, los había visto colarse en el edificio, y en cuanto tuvo la oportunidad les fue con el chisme a sus madres. Recibieron un fuerte castigo, y como siempre, el sermón de porqué el cine era un lugar que ningún adventista podía frecuentar, además de los teatros, los clubes, los cabarets...
Ariel siempre había sido su compañero de travesuras, su fiel y leal amigo. La primera persona que quería ver en las mañanas, y la última de la que le encantaba despedirse en las noches, aunque solo fuera charlando por teléfono.
Con las canciones que estaba escuchando y todos aquellos hermosos recuerdos, el trayecto a New Heaven se le hizo más corto que otras veces. Advirtió al llegar que su padre seguía enojado con él, sobre todo por haberle colgado el teléfono, y su madre quiso sentarse a platicar acerca del asunto, pero Abdías pudo zafarse de ella alegando que debía ir a ver a su novia.
Isabel siempre lo recibía pletórica de alegría, llenándolo de mimos, besos y abrazos. Pero esa tarde fue muy diferente. La joven se notaba distante y hasta se podría decir, fría. Apenas respondió al beso que le dio, y se escabulló de su abrazo casi de inmediato. Sus suegros, en cambio, lo recibieron con los brazos abiertos y le invitaron a cenar esa noche, dándole la bienvenida al Día Santo. Abdías aceptó de inmediato. Mientras menos tiempo estuviera en casa de sus padres, propenso a sostener con ellos una charla desagradable que solo le provocaría enojo, mejor. Aunque, compartir un rato con sus suegros y su desagradable cuñada tampoco era una opción muy favorable.
Como siempre que iba a cenar a la casa de su novia, Fabiola hizo todo un derroche de hospitalidad para con él, y lo mismo su esposo, Juan Alberto, ese tipejo ambicioso y lleno de falsedad. Nunca había acabado de aceptar que fuera tío de Ariel... ¿Cómo podía un chico tan encantador como Ariel ser pariente de alguien como Juan Alberto?
Pensó que durante la cena, Isabel se mostraría mucho más cariñosa que en su visita de la tarde, pero la joven seguía igual de distante. En cambio, Tamara estaba disfrutando de aquella tensión entre la pareja, y no hacía más que mirar de uno a otra con expresión divertida. Todo marchaba de forma adecuada, entre conversaciones banales y los interminables chismorreos de Fabiola, hasta que Tamara dijo, tras beber un sorbo de refresco:
_ Oye, cuñadito... ¿Es cierto que mi primito Ariel y tú volvieron a ser mejores amigos de nuevos?
Abdías estuvo a punto de atragantarse; Isabel levantó la cabeza, envolviendo a su hermana en una mirada de horror, mientras que Fabiola y Juan Alberto se volteaban directamente hacia su yerno:
_ ¿Estás en contacto con Ariel?_ se sorprendió Juan Alberto._ No tenía ni idea. Pensé que esa amistad entre ustedes había acabado hacía mucho.
_ ¿Tamara qué crees que haces?_ preguntó Isabel por lo bajo a su hermana.
Pero la jovencita sonrió con mayor malicia y agregó:
_ ¿Qué pasa hermanita? ¿Vas a negar que Saúl vino esta tarde y te mostró unas fotos en la que aparece tu novio muy amigable con nuestro primito el cuerda floja?
Isabel boqueó unos segundos antes de ponerse en pie y encarar agresivamente a su hermana:
_ ¿Acaso nos estabas espiando?
_ ¿Espiando? ¿Yo?_ Tamara realmente estaba disfrutando aquella escena._ ¿Qué dices? Pasé por casualidad por el salón y los escuché hablando. Espiar es una palabra muy fuerte, y daría qué pensar, sobre todo acerca de por qué Saúl Ruíz vendría a visitarte y tener una reunión íntima contigo.
_ ¡Suficiente, Tamara!_ ordenó Juan Alberto de modo autoritario.
_ Abdías, cariño,_ comenzó a decir Fabiola con aquel tono de fingida dulzura._ Si eso que dice Tamara es verdad ¿No crees que relacionarte con Ariel te perjudicaría más que ofrecerte algún beneficio? Él sigue siendo un cuerda floja que avergonzó a nuestra familia y...
_ ¿Y no cree que debería ser menos cruel al referirse a alguien que es de su propia familia?
La interrupción brusca de Abdías hizo que todos guardaran silencio por un instante, sorprendidos ante todo por la crudeza en el tono de voz del joven. Una sonrisa intermitente tembló en los labios de Fabiola:
_ Por supuesto, pero es que al final no podemos negar la triste realidad. Y la realidad es que Ariel...
Todos se estremecieron ante el puñetazo que Abdías descargó sobre la mesa. Se puso de pie y encaró a sus suegros:
_ ¡Ariel es uno de los seres humanos más nobles que conozco! ¡Puede ser gay, si, pero en mi criterio, aún sin frecuentar una iglesia, Ariel es mejor cristiano que muchos que se jactan de serlo y dejan demasiado que desear en el testimonio que dan! Ahora, si me disculpan, será mejor que me retire.
Y sin decir más salió del comedor. Estaba a punto de subir al auto cuando Isabel le dio alcance:
_ ¿No crees que deberías darme una explicación al menos?
_ ¿Qué supones que debo explicarte? Si hay alguien que debería recibir un esclarecimiento ese debo ser yo... Has estado distante conmigo desde que llegué y acabo enterándome delante de tus padres, que te ves en tu propia casa con Saúl Ruíz... ¿Por qué razón Saúl Ruíz te visitaría para hablarte de mí o de lo que sea?
_ ¡No intentes desviar el tema!_ chilló Isabel cerrando los ojos y sacudiendo las manos._ Saúl te vio en la ciudad acompañado de Ariel... ¡Me mostró fotos de ustedes dos juntos, abrazados!
_ ¿Y qué hay de malo en eso?_ bramó el joven con enojo._ ¿Por qué tendría que ser un problema que Ariel y yo seamos amigos? ¡Es tu primo! ¡Tenía entendido que lo estimabas! Pero parece que me equivoqué. Al final va a resultar que eres igual que los hipócritas de tus padres y la serpiente venenosa de tu hermana.
_ ¿Cómo te atreves a insultar a mi familia?
Abdías señaló hacia la casa:
_ ¡Fueron ellos los primeros en insultar a un miembro de tu familia! ¿Crees que eso es justo? ¿Hablar mal de alguien que no está presente?
Isabel cruzó los brazos sobre el pecho y su precioso rostro se desfiguró en una mueca de repugnancia:
_ Si sigues defendiendo a Ariel con tanta pasión, empezaré a darle crédito a lo que me dijo Saúl.
_ Me importa una mierda lo que haya dicho esa escoria repulsiva.
_ Pues yo en tu lugar me preocuparía mucho si comenzara a circular el rumor de que tú y mi primito Ariel son más que amigos.
Isabel retrocedió unos pasos con expresión horrorizada cuando Abdías le fue encima con intenciones nada amables dibujadas en su semblante. Por un momento crispó los puños y contrajo el rostro. Observó a la joven ante sí, temblorosa y aterrada. Finalmente escupió a un lado y dijo:
_ Entonces no vale la pena que sigamos con este noviazgo.
_ ¿Qué...?_ casi jadeó ella abriendo más los ojos.
_ Que si vas a darle más crédito a las mentiras de Saúl, en vez de confiar en mí, pues es mejor que acabemos aquí y ahora.
Le dio la espalda. Isabel se colgó de su brazo, tratando de retenerlo, suplicándole con desesperación:
_ ¡Abdías por favor no te vayas! ¡Vamos a hablar con más calma!
Él se zafó de ella:
_ ¿Hablar? ¿Quieres hablar ahora? Creo que es demasiado tarde para eso. Este noviazgo terminó, Isabel. Y que te quede claro, y espero que se lo comuniques a tu familia y a cualquiera que tenga algo que opinar al respecto: Ariel es mi mejor amigo. Siempre lo fue. Por estupideces, en el pasado le di la espalda y lo abandoné. Pero eso nunca más volverá a ocurrir. Puedes estar segura de ello.
Dicho esto, subió a su camioneta y se alejó con un chirrido de neumáticos contra el pavimento. Isabel siguió el vehículo con la mirada empañada por las lágrimas. Hipó desesperadamente, con el dolor de la pérdida atravesándole el pecho y atenazando su garganta, sintiendo cuanto le costaba que el aire llegara a sus pulmones. Y de repente, todo aquel dolor se transformó en ira, cuando escuchó unas palmaditas a su espalda, y la voz socarrona de Tamara diciendo con aquel tono sibilante y cargado de ponzoña:
_ Ay hermanita, no puedo creerlo... Tu novio acaba de dejarte... Eso es... tan... triste.
El golpe resonó seco, y Tamara sintió en su mejilla el picor que la mano dura de su hermana había provocado al abofetearla. Luego, gimió cuando Isabel la asió tomándola por el cabello y le gruñó al oído:
_ ¡Eres peor que una víbora, Tamara! ¡No sé cómo es que siquiera podemos tener la misma sangre corriendo por nuestras venas! ¡Eres una persona mala y repugnante! ¡Nunca más vuelvas a dirigirme la palabra! ¡Nunca más!
La soltó y se encaminó a la casa con pasos rápidos. A pesar del ardor en la mejilla golpeada, Tamara sonrió complacida:
_ ¿Con que una víbora, eh?_ murmuró acariciándose la mejilla._ Pues más te vale que tengas cuidado con mis mordidas, hermanita.
******************
Ariel leyó una vez más el mensaje que Abdías acababa de mandarle por teléfono:
Hola. Fui a cenar con tu familia esta noche. Fue un desastre total. Isabel y yo terminamos. Luego te contaré. En serio me gustaría que estuvieras ahora mismo conmigo. Me vendría bien un buen amigo que me escuchara y me abrazara. Duerme bien. Nos vemos el lunes. Un abrazo.
_ ¿Buenas noticias?
La pregunta de Braulio lo sacó de su teléfono. Estaban en la habitación, Braulio sentado sobre la cama con el portátil sobre las piernas, terminaba de revisar unos documentos de trabajo. Ariel estaba acostado boca abajo, con las piernas cruzadas en alto, escuchando música en su teléfono, y amplió la sonrisa de sus labios al mirar a su novio:
_ Abdías me escribió. Tuvo una cena en la casa de su novia, mi prima Isabel. Parece que todo salió mal.
_ ¿Y eso te divierte?
Ariel fue a acurrucarse a su lado:
_ No, pero tampoco es algo que me sorprenda. Mi familia puede ser bastante nefasta.
Braulio atrajo más el cuerpo de Ariel contra el suyo:
_ Veo que se han vuelto muy íntimos, él y tú.
_ Tonterías, siempre fuimos amigos, desde niños.
_ Si, pero pensé que esa amistad se había roto.
Los dedos de Ariel acariciaron el pecho de Braulio por debajo de la camiseta:
_ Yo también lo creí, pero todo indica que volvemos a ser los mismos de antes. Abdías siempre fue mi gran y mejor amigo.
Braulio tardó unos segundos antes de preguntar, mientras una de sus manos jugueteaba con los cabellos negros de su novio:
_ ¿Fue Abdías ese amigo que me contaste hace tiempo, del que te enamoraste cuando eras un niño?
Sintió como su cuerpo se contraía, poniéndose rígido. Solo fue cuestión de segundos antes que respondiera con su voz más casual:
_ ¿Abdías? ¡No! ¡Jamás me fijaría en Abdías! ¡Es como un hermano para mí!
Braulio lo besó en los labios intensamente:
_ Pues me alegra saberlo. No quisiera sentir celos de él.
_ Tonto._ se rió Ariel y quitándole el portátil de las piernas, ocupó su sitio y comenzó a besarlo, introduciendo la mano dentro del pijama, masajeándole la polla que comenzó a endurecerse y a crecer a causa de su suave tacto.
Braulio gruñó mientras le aprisionaba las nalgas y lo mordía en un hombro. Ariel era suyo. Suyo. Y no pensaba compartirlo con nadie. Nunca.
Se amaron intensamente, mientras que en el teléfono de Ariel se escuchaba la voz de K.D. Lang interpretando The consequences of falling:
♪...My hands tremble, my heartaches,
Is it you calling?
Is it you calling?
I'm alone in this I don't think I can face
The consequences of falling
The consequences of falling...♫
******************
A duras penas Abdías pudo permanecer sentado tranquilo junto a su madre durante el culto de aquel sábado. Su padre predicó un apasionado sermón basado en la obediencia de los hijos hacia los padres, y por esa misma razón se forzó a pensar en otras cosas y no prestar atención a las exaltadas palabras de su progenitor, que arrancaba constantemente exclamaciones de amén de toda la congregación.
Ignoró las suplicantes miradas de Isabel, y pasó por alto el desvergonzado saludo de Tamara esa mañana. Pero lo que sí le sacó de quicio fue ver a Saúl riéndose de él mientras le mostraba algo en su teléfono a Cristóbal, a René y a Ernesto. De seguro que eran las fotos que supuestamente le había sacado a él y a Ariel en la ciudad.
Tuvo que contenerse para no ir y hacerle tragar su teléfono y que luego escupiera los dientes. Detestaba tanto a ese imbécil... ¿Cómo había podido andar durante tanto tiempo en su compañía, haciendo a Ariel a un lado para mezclarse con ese crápula al que nadie soportaba por ser una persona detestable?
Ni siquiera escuchó a Rubén, el hermano de Saúl, cuando se le acercó para preguntarle por Verónica, a quien hacía mucho no veía en el pueblo. Acabado el culto, se dio prisa en seguir a Saúl y a sus acólitos que, como siempre, fueron a alguno de los salones para hablar de sus cochinadas y presumir sus malos comportamientos y deplorables hazañas.
Cuando entró en el salón de los juveniles, ni siquiera prestó atención a las exclamaciones de burla que los otros idiotas secundaron tras Saúl. Fue directamente hacia él y tomándolo por las solapas de la chaqueta, lo sacudió con ímpetu. Los otros se apartaron presurosos. Si algo tenían claro, era que cuando Abdías del Olmo enfurecía de esa forma, lo mejor era estar bien lejos de él y de su furia:
_ ¡Eres un pedazo de mierda sin valor!_ bramó Abdías taladrando a Saúl con la mirada._ ¡No vales absolutamente nada!
_ ¡Suéltame ahora mismo!_ ordenó Saúl recuperándose a la sorpresa inicial y dando paso al enojo.
_ ¡Lo haré, pero una vez que acabe contigo!_ dijo Abdías y lo empujó con fuerza, haciendo que se estampara contra una mesa y cayera al suelo.
Saúl le lanzó una mirada de odio incontenido:
_ ¿Qué? ¿Te molesta algo en particular, Abdías?
Sacó su teléfono y le enseñó la pantalla en la que había una imagen que mostraba a Ariel y a Abdías sonrientes y abrazados:
_ No tenía idea de que tú y el sirenito se habían reconciliado. Incluso ahora parecen más cariñositos uno con el otro de lo que eran hace años.
_ ¡Eres una escoria!_ vociferó Abdías y se le fue encima, pero Saúl esta vez estaba preparado y lo pateó en el estómago, haciéndolo doblar y bufar de dolor.
_ ¡Tú eres las escoria!_ escupió, poniéndose de pie._ Deberías avergonzarte de poner en ridículo a tu padre, viéndote a escondidas con ese maricón repugnante del que ni siquiera su familia quiere saber nada.
_ ¡CIERRA LA MALDITA BOCA!_ rugió Abdías y se lanzó de a lleno sobre Saúl, derribándolo en el suelo y comenzando a golpearlo en el rostro. Ya no le importaba nada. Cuales fueran las consecuencias de sus actos luego de hacerle escupir los dientes a Saúl, con gusto las asumiría.
_ ¡Hagamos algo! ¡Hay que separarlos!_ exigió René a los otros dos.
Pero Cristóbal y Ernesto parecían más empeñados en que se desarrollara la pelea y no en interrumpirla, y alentaban a Saúl para que se defendiera y moliera a golpes a Abdías.
Los dos jóvenes rodaron por el suelo como perros rabiosos enzarzados en puñetazos que resonaban en todo el salón, chocando contra los muebles, armando un gran estruendo.
Anabel, que estaba en el salón de cuna dejándolo ordenado, atraída por las voces exaltadas y aquellos sonidos violentos, se asomó a la puerta y quedó horrorizada ante la escena. Rompió a gritar aterrada, y de inmediato acudieron corriendo Rubén y el señor José Luis. Entre los dos y con la ayuda de René, lograron desapartar a los dos jóvenes, con los rostros magullados y las ropas hechas un asco de mugre y jirones. Aún apartados y sostenidos, continuaban lanzándose golpes, patadas y ofensas:
_ ¡Ya basta, Saúl!_ exigió Rubén, reteniendo con firmeza a su hermano con la ayuda de René.
_ ¡No me culpes a mí!_ gruñó el muchacho._ ¡Yo estaba aquí muy tranquilo con mis amigos cuando llegó este imbécil y sin más me agredió!
Abdías, sujeto por el señor Arizmendi y por Anabel, que intentaba tranquilizarlo con palabras suplicantes, forcejeó por liberarse:
_ ¡Eso no es cierto! ¡Di la maldita verdad!
Saúl sonrió entonces con maldad:
_ ¿La verdad? ¿Prefieres entonces que diga que ayer te vi romanceando con Ariel el sirenito en la ciudad? ¿Eso es lo que quieres que confiese aquí, delante de todos?
_ ¡MALDITO INFELIZ!_ rugió Abdías tratando de soltarse de quienes lo retenían.
José Luis Arizmendi había quedado choqueado al escuchar las palabras de Saúl. El joven continuó destilando su veneno:
_ Fui al instituto porque quiero matricular para convertirme en misionero, y los vi a ustedes dos muy acaramelados. Por eso tuve que informarle al rector y mostrarle las pruebas. Y también a tu novia. No es justo que engañes a Isabel de esa manera tan cobarde. Ella no merece tener un novio que sea un cuerda floja. Necesita un novio que sea un hombre de verdad.
_ ¡TE VOY A ENSEÑAR LO QUE ES SER UN HOMBRE DE VERDAD!
Abdías logró soltarse y arremetió contra Saúl estampándole un puñetazo que le rompió la nariz, haciéndole sangrar profusamente. A duras penas el señor José Luis logró sacarlo del salón. Abdías no paraba de proferir insultos y amenazas:
_ ¡Como vuelvas a insultar a Ariel juro que te destrozaré la vida, Saúl!
La noticia acerca de la pelea entre el hijo del pastor y Saúl Ruíz se regó como pólvora de inmediato. Dos jóvenes de prestigiosas familias dedicadas a la iglesia, enredados a trancazos como perros callejeros. Era todo un escándalo. Un chisme jugoso del que las damas pasarían horas hablando, fingiendo estar horrorizadas, cuando en realidad solo querían hacer trizas la reputación de Esther Ruíz, la dama más deslenguada de toda la congregación, que gustaba de rajar sobre todo el mundo. Ahora era su turno de ser destripada en la palestra pública.
Esther Ruíz estaba escandalizada y furiosa por las terribles condiciones en que había quedado el precioso rostro de su niñito consentido. Su esposo intentaba calmarla, pero la mujer no hacía más que jurar y perjurar que no se quedaría de brazos cruzados y escribiría a la delegación central, informando que el pastor del Olmo era un incapaz que ni siquiera podía imponer respeto en su propia familia, teniendo una hija que era la puta del pueblo, y un hijo que ahora se codeaba con maricones, a saber si era uno más de ellos. En cuanto a Saúl, no hacía más que maldecir a Abdías, y jurar una y otra vez que tomaría venganza en cuanto tuviera la oportunidad.
El pastor Edgardo visitó a los Ruíz en la tarde para ofrecer sus disculpas y prometer que las acciones de su hijo no quedarían impunes.
De regreso en su casa, enfurecido y avergonzado, confrontó a Abdías, que estaba siendo atendido por su madre, curando los moretones de su rostro:
_ ¿Sabes en la posición en que acabas de ponernos? ¿No basta con que tu hermana nos haya avergonzado suficiente? ¿Ahora tienes que venir tú también a tirar nuestra reputación por el lodo?
Abdías se puso de pie, enfrentando a su padre:
_ ¡Lamento mucho que defender a alguien a quien ultrajan sea para ti tirar tu reputación al suelo!
_ Por favor, ya paren los dos._ suplicó María Luisa interponiéndose entre su esposo y su hijo.
_ ¿Defender a quién?_ escupió Edgardo._ ¿A Ariel Arizmendi? ¡Por favor! ¿Y a qué le dices tú ultrajar? ¿A decir la verdad acerca de él? ¡No es más que un homosexual declarado! ¡Todo el mundo lo sabe! ¡Su familia lo desaprueba!
_ ¡No toda su familia! ¡Y es mucho más que un homosexual! ¡Es un ser humano, con toda la dignidad y el respeto que merece!
_ ¿Dignidad? ¿Respeto? ¡Despierta, Abdías! ¡Le gente como Ariel Arizmendi no tiene dignidad ninguna! ¡Y mucho menos respeto! ¡Ellos mismo no se respetan con esos comportamientos tan reprobables! ¿Cómo aspiran a que los demás los respeten cuando no son más que objeto de burla?
Abdías temblaba de ira. No quería odiar a su padre, pero sus palabras lo estaban sacudiendo muy en lo profundo:
_ Jamás pensé decir esto, papá. Pero no tienes ni idea de lo avergonzado que estoy de ti.
_ ¡Abdías...!_ exclamó María Luisa con horror. Lo tomó por los hombros y lo sacudió con fuerza._ ¡No puedes decirle algo así a tu padre! ¡Retráctate! ¡Retráctate en este mismo momento!
_ ¿Por qué? ¿Por qué he de retractarme? ¿Por decirle lo que pienso?
Se aproximó a su padre y se le paró enfrente, desafiándolo:
_ Eres un pastor. Tu deber es cuidar del rebaño que Dios puso a tu cargo. No importa qué ovejas te tocaron o cómo sean. Tu deber es velar por cada una de ellas y cuidarlas.
_ Es lo que hago. Es lo que he hecho toda mi vida. Así que no tienes ningún derecho ni ninguna autoridad para venir a cuestionarme...
_ ¡Sí lo tengo!_ gritó Abdías con resentimiento._ ¡Tengo todo el derecho a reclamarte y decirte que es mentira! ¡Nunca hiciste nada para defender a Nandito Espinoza! ¡Permitiste que toda la congregación lo humillara y lo pisoteara!
_ Nandito Espinoza era un caso perdido. Todo el mundo sabía cuál sería su final. La vida que acabaría llevando.
_ ¡Era una oveja de tu rebaño! ¡Y tú solo le diste la espalda! ¡Dejaste que los lobos disfrazados de ovejas que tienes en tu redil, lo despedazaran, hasta el punto en que un día intentó suicidarse!
María Luisa abrió los ojos desmesuradamente:
_ ¡Por Dios! ¡Abdías! ¿De dónde has sacado eso?
_ Eso no importa, mamá. Lo que realmente importa aquí, es que mi padre entienda de una vez que su labor como pastor no se reduce a los fieles que son buenos y que cumplen con las normas. Su deber es para con todos, incluso para aquellos que no son bautizados o miembros de la iglesia... ¡Por esa razón es que la gente ya no quiere creer en Dios! ¡Porque los que nos decimos cristianos somos peores que los mundanos a los que deberíamos instruir y evangelizar! ¿Pero con qué moral hacerlo?
_ ¿Pretendes darme lecciones, muchachito?_ preguntó Edgardo con voz amenazante.
_ Alguien tiene que hacerlo de una vez por todas. Eres un maldito pastor, entonces haz tu maldito trabajo como deberías hacerlo.
María Luisa dejó escapar un chillido de espanto cuando la mano de su marido cruzó el rostro de su hijo con un bofetón y se aferró a él para impedir que volviera a golpearlo, mientras el hombre vociferaba:
_ ¡No te atrevas a maldecir bajo mi techo! ¡Esta casa está bajo el amparo del señor, y no permitiré blasfemias ni maldiciones en ella! ¿Te quedó claro?
Con expresión muy sosegada, Abdías miró a su padre directamente a los ojos:
_ Si, ya tengo todo muy claro. Con permiso.
Se marchó a su habitación. María Luisa intentó calmar a su esposo, que daba largas zancadas en el salón, como una fiera enjaulada. Al cabo de unos minutos, vieron aparecer a Abdías nuevamente, cargado con varias maletas y bolsos:
_ Abdías..._ dijo la mujer con expresión asustada._ ¿A dónde vas con todos esos bultos?
_ Supongo que como me he vuelto una decepción al igual que mi hermana, lo mejor es que los libre de mi presencia. Así no tendrán motivos para sentirse avergonzados.
_ ¡No, no, no!_ lloriqueó María Luisa tratando de detenerlo, pero Abdías se dirigió fuera de la casa, sin siquiera despedirse.
María Luisa se arrojó sobre su esposo golpeándolo en el pecho con los puños cerrados:
_ ¡Haz algo! ¡No te quedes ahí parado! ¡Detenlo! ¡No dejes que se vaya! ¡Haz algo, Edgardo!
Pero el pastor del Olmo solo se limitó a envolverla entre sus brazos y acariciar su espalda sacudida por profundos sollozos convulsos. Cerró los ojos cuando escuchó el sonido de la camioneta de su hijo poniéndose en marcha y alejándose.
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