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Capítulo 13 - Colores

Ariel pestañeó un poco antes de abrir los ojos y volver a cerrarlos al ser golpeados en sus retinas por la intensa luz. Todo se veía borroso, como siluetas que se movían con rapidez, y escuchaba voces, no muy claras, porque era como estar sumergido bajo el agua y apenas podía entender algo o nada de lo que se decía. Intentó mover la cabeza y sintió un fortísimo dolor clavándose en su cerebro. Movió los labios para articular, pero se sintió extremadamente agotado por el esfuerzo de querer hablar. Además, tenía algo en la boca, algo gomoso y desagradable. Se forzó a mirar mejor, tratando de entender dónde estaba, quienes estaban agolpándose a su alrededor y qué estaba sucediendo. Aguzó el oído, tratando de reconocer la voz de la persona que estaba hablándole en aquel momento, iluminándole las pupilas con una pequeña linterna. Una linterna... Recordó a Saúl, a sus compinches, a Tamara, los golpes. Ellos apaleándolos a él y a Abdías.

¡Abdías!

¿DÓNDE ESTABA ABDÍAS?

Tenía que encontrarlo, tenía que saber que estaba bien, a salvo. Quiso moverse pero lanzó un gemido de dolor y perdió el conocimiento.

******************

Cuando recobró el sentido, ya lo habían desconectado del respirador, y solo quedaban las intravenosas en sus manos por las que le estaban suministrando aún los medicamentos. Podía ver un poco mejor, por lo que reconoció de inmediato a todos los presentes en la habitación del hospital que estaba ocupando, la cual estaba llena de ramos de flores y globos y peluches y postales. Allí estaban Archie y Anabel, Nandito y su novio Freddy, Luz, Denis, Odette, Luis Xavier, Ronald, Emely, Irán, el doctor Otto y su padre.

Su padre también estaba allí.

Otto revisó sus signos vitales, comprobó que todo estaba correcto, y finalmente dijo con una sonrisa de satisfacción:

_ Bienvenido al mundo de los vivos, querido amigo.

José Luis se aproximó a su hijo y lo abrazó cuidadosamente.

Ariel tenía un brazo en cabestrillo, y una pierna rota, con una bota de yeso. Había estado inconsciente por casi cuatro semanas. Se había perdido los festejos de Navidad y Año Nuevo, estando allí, en aquella cama de hospital, más muerto que vivo:

_ La abuela ha venido a verte casi todos los días, y cuando no viene, llama por teléfono para saber de ti._ le explicó Anabel acariciándole la cabeza vendada.

_ Lo último que recuerdo es que Saúl y su pandilla nos atacó a Abdías y a mí en el parque. Incluso Tamara estaba allí con ellos.

_ Lo sabemos._ dijo Archie._ René Bassett huyó del lugar y confesó todo a la policía. Cuando los encontraron a Abdías y a ti, estaban en muy malas condiciones. Tuvieron que trasladarlos inmediatamente para el hospital donde trabajas. Tus colegas no han parado de visitarte y dejarte obsequios para cuando despiertes.

Apenas podía prestar atención a las palabras de sus hermanos o de sus amigos, felices de que estuviese recobrado. Pero él solo tenía pensamientos para alguien más:

_ ¿Dónde está Abdías?

Todos se miraron entre sí. Ariel lo percibió de inmediato, aquel silencio que solo traía malos presagios:

_ ¿Dónde está Abdías?_ repitió la pregunta e intentó incorporarse sobre la cama.

Otto lo retuvo:

_ Eh, tranquilo. No puedes levantarte.

_ ¡Quiero ver a Abdías! ¿Dónde está? ¿Por qué no me dicen la verdad? ¿Le sucedió algo malo?

Rompió a llorar allí mismo, y su padre y sus hermanos trataron de calmarlo, sin conseguirlo. Empeñado en querer salir de aquella cama e ir en busca de Abdías, se resistió y forcejeó, hasta que Emely, que estaba de servicio, logró inyectarle un sedante que lo sumió en un sueño reparador.

Para cuando abrió los ojos, estaba solamente su padre, sentado junto a la cama:

_ ¿Qué sucedió?_ preguntó con la voz todavía adormilada.

_ Tuvieron que sedarte para que te calmaras._ le explicó su padre.

Los labios de Ariel temblaron:

_ Papá... Solo quiero saber dónde está Abdías... ¿Por qué nadie me dice nada? ¿Es que acaso le sucedió algo malo? ¿Es eso?

José Luis le acarició la frente:

_ Abdías está bien. Al igual que tú sobrevivió a ese salvaje ataque del que fueron víctimas.

_ ¿Y dónde está? ¡Quiero verlo! ¡Necesito verlo con mis propios ojos para saber que está bien!

_ A su debido tiempo. Ahora tienes que descansar para recuperarte lo más pronto posible.

Aunque no del todo convencido, Ariel decidió confiar en las palabras de su padre. Apoyó la cabeza en la almohada y de repente cayó en la cuenta de algo. No había visto a su madre en ningún momento:

_ Papá... ¿Y mi mamá dónde está?

José Luis titubeó un momento, sin saber qué responder, cuando apareció Luis Xavier en la habitación. Le hizo una señal y el hombre fue hasta él, cuchichearon un momento y Ariel observó como su padre se llevaba las manos a la cabeza en un gesto de desesperación:

_ ¿Qué ocurre?_ preguntó dando rienda suelta a los malos pensamientos en su imaginación. Algo malo tenía que haberle sucedido a Abdías.

_ Tranquilo, pequeño, todo está bien._ intentó calmarlo José Luis.

_ ¿Papá qué está sucediendo?

_ ¿No se lo han dicho aún?_ se sorprendió Luis Xavier.

_ ¿Decirme qué?_ insistió Ariel cada vez más impaciente.

_ No queremos preocuparlo ni alterar su recuperación.

_ Pero no decirle la verdad no le va a ayudar. Será mucho peor si se entera después.

José Luis regresó junto a su hijo y se inclinó sobre él:

_ Hay... hay algo que no te hemos dicho, Ariel. Ayer, cuando despertaste por primera vez, le avisamos a toda la familia, incluyendo a tu hermano Antonio. Él partió de inmediato para acá. Desafortunadamente, tuvo un accidente en el camino y... tuvieron que hospitalizarlo de urgencia. Tu madre y Regina han estado con él todo el tiempo, aunque no han dejado de preocuparse también por ti. Su condición es muy delicada. Ya lo sometieron a una primera operación, y ahora tu amigo me acaba de informar que van a volver a intervenirlo quirúrgicamente. Pero tienen un problema...

_ ¿Cuál?_ casi gimió Ariel.

José Luis trató de mantenerse fuerte:

_ Necesitan conseguir el tipo de sangre que se requiere para él. La reserva del hospital se terminó y aunque han llamado a otros centros de salud no la consiguen. Antonio tiene un tipo de sangre muy poco común. Ni tu madre, ni yo, ni tus hermanos y ninguno de la familia presenta ese tipo de sangre.

Ariel boqueó unos segundos:

_ ¿Es... es AB-?

José Luis y Luis Xavier lo miraron asombrados:

_ ¿Cómo lo sabes?_ preguntó el enfermero.

_ Porque es mi mismo tipo de sangre.

Intentó incorporarse trabajosamente sobre la cama:

_ Luis Xavier, quiero que extraigas ahora mismo la sangre que necesita mi hermano para su operación.

_ Ariel, me encantaría pero, no creo que sea posible. Tú estás ahora mismo en recuperación y...

_ ¡Me importa una mierda lo que digas tú o cualquiera de este hospital! ¡Quiero que ahora mismo saquen toda la sangre que necesita mi hermano para salvarse! ¡O me encargaré yo mismo de extraerla! ¡Elige!

Luis Xavier asintió:

_ Iré en busca de Otto para decirle y vendremos con lo necesario.

Y salió corriendo de la habitación. José Luis regresó a sentarse en la silla junto a la cama. Le acarició la frente a su hijo. Tomó una de sus manos y se la besó devotamente, y luego, apoyando la cabeza sobre el colchón, se echó a llorar desconsoladamente. Ariel no dijo nada. Solo estiró una mano para acariciar el nevado cabello de su padre.

******************

La segunda operación de Antonio resultó un éxito. Gabriela y Regina fueron a la habitación de Ariel, y no alcanzaron las lágrimas y las súplicas de agradecimiento y perdón, que Ariel rechazó diciendo:

_ Es mi hermano. Aunque me odie. No podía dejarlo morir.

_ Él no te odia._ sollozó Gabriela besando su mano libre una y otra vez._ Se preocupó muchísimo por ti cuando supo lo del ataque que sufriste. Y en cuanto se enteró que habías despertado, salió para acá, solo que un conductor borracho se atravesó en su camino y ya sabemos el resultado.

_ Pero tú,_ sonrió Regina a través de las lágrimas._ tú le salvaste la vida. Sin importar todo el daño que te ocasionó y las veces que te insultó. No dudaste en salvarle la vida. Y siempre te voy a estar agradecida por ello.

José Luis entró en la habitación y besó a su hijo en la frente:

_ Tengo algo que decirte. Estuve hablando con el doctor Levinson, y pude convencerlo de que te diera permiso.

_ ¿Permiso para qué?_ preguntó Ariel con curiosidad.

_ Para que te llevemos a ver a Abdías.

El rostro de Ariel se iluminó a pesar de la palidez de su piel. Gabriela se mostró más preocupada:

_ ¿Crees que sea prudente?_ preguntó por lo bajo a su esposo.

_ Será peor mientras no lo vea. No deja de preguntar por él. Tiene derecho de saber en qué condiciones está.

_ ¿Cuándo iremos?_ quiso saber Ariel ya ansioso.

_ Tus amigos enfermeros vienen enseguida con una silla de ruedas. Pero escúchame bien, hijo, el doctor Levinson solo aceptó con la condición de que veas lo que veas, tendrás que ser fuerte y comportarte... ¿De acuerdo?

_ ¡Si, si, lo prometo!_ asintió Ariel sin apenas prestar atención a las palabras de su padre, pendiente de la entrada de la recámara y de la llegada de sus amigos con la silla de ruedas con la que podría finalmente ir a ver a su amado Abdías.

******************

Apenas pudo prestar atención a los saludos de médicos, enfermeras y demás personal del St. Luke's Hospital con los que se cruzaba en el pasillo, quienes le saludaban con mucho cariño, contentos de verlo despierto después de haberse debatido por semanas entre la vida y la muerte. Pero Ariel no estaba interesado en las muestras de aprecio. Las agradecía, pero lo que más deseaba era acabar de llegar a la habitación de Abdías para poder verlo, abrazarlo y besarlo.

Emely y Luis Xavier iban con él, turnándose para empujar la silla de ruedas. Antes de llegar, Otto, quien también los acompañaba junto con José Luis, se le paró enfrente y le advirtió:

_ Escucha Ariel. La condición de Abdías es mucho más delicada que la tuya. Él todavía está inconsciente y conectado a las máquinas. Debes ser fuerte y comportarte, de lo contrario, te impediré el acceso y las visitas... ¿De acuerdo?

Ariel asintió. Y entonces entraron a una habitación similar a la suya. Sentada en una silla estaba Verónica, dormida, con las manos sobre su pronunciado vientre. Otto se acercó a ella y la sacudió despacio. La joven abrió los ojos y al ver a Ariel, sonrió:

_ ¡Sirenito! ¡Qué alegría verte despierto!

Fue hasta él, pero se detuvo a medio camino. Ariel no la miraba. No miraba a nadie. Tenía los ojos anegados en llanto y clavados en el cuerpo sobre la cama, conectado a un montón de aparatos, la cabeza vendada, el rostro con vestigios aún de golpes y rasguños. Lleno de tubos e intravenosas.

Hizo que Luis Xavier lo empujara más cerca de la cama. Sus ojos ya diluviaban:

_ Mi amor..._ gimió con la voz estrangulada._ ¿Qué fue lo que te hicieron? ¿Cómo puede haber gente tan mala en este mundo?

_ Ellos pagarán por su crimen._ escupió Verónica._ La policía arrestó a Saúl, a Ernesto y a Cristóbal. También a René y a tu prima Tamara. Daniel Jesús y Enriqueta, es decir, los señores Bassett, vinieron a suplicarme que retirara los cargos en contra de su hijo, al fin y al cabo gracias a él la policía los encontró a ustedes dos y pudo arrestar a esos mal nacidos.

_ ¿Y qué harás?_ preguntó Otto.

_ Todavía lo estoy pensando. No me he decidido. Quiero esperar a que mi hermanito despierte para tomar una decisión. Tú también deberías estar presente cuando eso suceda, sirenito.

Verónica lo abrazó:

_ Me da tanto gusto que hayas despertado.

_ Y Abdías también despertará muy pronto. Estoy seguro._ dijo Ariel mirando en dirección al cuerpo inerte encima de aquella cama.

******************

Horas más tarde, Verónica se trasladó a la habitación de Ariel y estuvieron conversando durante un buen rato:

_ Rubén vino a verme estando tú todavía inconsciente.

_ ¿Si?

_ Si. Quiso reprocharme el que no le hubiera contado que estaba embarazada y que él era el padre. Idiota. Como si eso hubiese hecho alguna diferencia. Lo puse a prueba, exigiéndole que dejara a su esposa y que me eligiera a mí. El muy cobarde comenzó a ponerme excusas y simplemente entendí la clase de hombre que era. Supongo que siempre lo supe, solo que por un momento creía que...

_ Te entiendo. La ingenuidad es nuestro mayor defecto. Seguir esperando cosas buenas de gente que en el fondo, sabemos que no podremos esperar nada de ellos.

_ Así es._ suspiró._ Pero no es tu caso. Al final mi sueño se hizo realidad, y te convertiste en mi cuñadito querido. Siempre supe que mi hermano y tú acabarían soltando chispas y provocando un incendio.

_ No sabías ni una mierda.

Verónica se rió:

_ Es cierto. Pero Abdías sí. Esa noche, cuando los atacaron, me llamó por teléfono horas antes, para decirme que acababa de descubrir que estaba enamorado ti, y que quería ser feliz contigo y construir una vida a tu lado.

Ariel sintió un nudo en la garganta. Verónica prosiguió:

_ Esa noche me hizo una pregunta muy curiosa. Quería saber si yo creía que Dios lo odiaba por ser gay.

_ ¿Y qué le respondiste?

_ Pues la verdad. Que no. Le respondí que si Dios lo odiara, entonces no sería Dios. Sería otro ser humano, indeseable, nefasto, cruel, hipócrita e imperfecto. Dios no puede odiar, porque esa sola idea va en contra de todo lo que es y representa. Si Dios sintiera odio por alguien, sería simplemente uno más del montón. No sería Dios.

Ariel estaba boquiabierto:

_ Verónica, debo decirte que esa es la mejor explicación teológica que haya escuchado alguna vez.

_ Soy la hija de un pastor. Algo tenía que habérseme pegado.

Hicieron una pausa:

_ Braulio vino a verte también. Antes de que te despertaras. Estaba muy preocupado por ti, y... lucía bastante destrozado.

_ Me imagino. Le hice mucho daño. Pero le hubiera sido mucho peor haber seguido con él cuando realmente estoy enamorado de otro. Braulio no se merece algo así.

_ Estoy segura de que encontrará a alguien muy pronto. Alguien que realmente lo ame como él se merece. No te sientas culpable, sirenito. A veces hay que tomar decisiones difíciles en la vida, decisiones por las que personas buenas pueden acabar lastimadas. Más, cuando se trata de amor.

Ariel suspiró. Esperaba que Verónica tuviera razón y Braulio pudiera pronto recuperarse y encontrar la felicidad que se merecía:

_ ¿Y tus padres ya vinieron a ver a Abdías?

Verónica frunció los labios y miró hacia otro lado:

_ Supongo que tiene más importancia para ellos obedecer ciegamente a su dios, que amar a sus hijos, sin importar cómo sean.

La voz se le quebró de repente:

_ Abdías me contó esa noche por teléfono, que cuando les dijo que era gay y que te amaba, el pastor del Olmo le dijo que prefería verlo muerto que saberlo revolcándose en pecado con otro hombre.

Se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar con desesperación:

_ ¡Y ahora mi hermanito está así, postrado en esa cama, más muerto que vivo! ¡Su propio padre fue capaz de maldecirlo!

_ No digas eso._ suplicó Ariel conteniéndose para no romper a llorar también. Dio unas palmaditas sobre la cama._ Ven aquí, recuéstate a mi lado.

Verónica obedeció. Se acurrucó junto a Ariel, con cuidado de no lastimarlo. Ariel la besó en la mejilla:

_ Abdías está así no porque tu padre lo haya maldecido. Fueron unas personas llenas de odio y maldad quienes quisieron destruirnos y acabar con nuestro amor... ¿Pero sabes qué? No lo conseguirán. Una vez Abdías me preguntó el significado de la bandera arco iris de la comunidad LGBT. Se lo expliqué, y el intentó hallar el paralelismo bíblico. Entonces le dije, que las personas que nos odian eran el diluvio, símbolo de muerte y destrucción, y la bandera arco iris, era la promesa de vida, de amor, de esperanza, de que nadie acabaría jamás con nosotros. Y yo sé que él vivirá. Lo sé.

******************

Una semana después Ariel fue dado de alta. Le sorprendió que ni Otto, ni Luis Xavier, ni Emely estuvieran allí. Antes de irse del hospital, pasó por la habitación de Abdías, y tras besarlo en la frente, le prometió que cada día vendría a verle. Su madre y su padre se turnaban para acompañar al joven convaleciente, para que Verónica pudiera irse a descansar. La joven tampoco estaba esa mañana.

José Luis lo acompañaría al edificio para que recogiera sus pertenencias. La idea era que se trasladara a New Heaven, a la casa familiar para recibir todos los cuidados y atenciones necesarios, cosa que no le hacía para nada feliz. Finalmente la abuela Mariana se impuso y exigió que su nieto fuera trasladado a su residencia, donde contaría con las atenciones de Fátima, una enfermera certificada y muy capaz.

Cuando se detuvieron frente al edificio, Ariel, apoyado en muletas, descendió del auto de su padre, observando con ojos sorprendidos los camiones de mudanzas y a sus amigos cargándolos con montones de cajas:

_ ¿Qué es todo esto?_ preguntó.

Ellos corrieron a saludarlo y darle la bienvenida. Ariel repitió la pregunta. Denis explicó entonces:

_ Braulio decidió vender el edificio.

_ ¿Qué? ¿Cuándo?

_ Hace un mes. Nos dio un plazo para que encontráramos un lugar en dónde instalarnos.

_ Pero... él no puede..._ gimió Ariel.

_ Si, puede, corazón._ suspiró Odette._ Es suyo. Puede hacer lo que le plazca. Y lo hará.

Ariel no pudo evitar que las lágrimas saltaran de sus ojos:

_ Esto es mi culpa. Se ensaña con ustedes solo para castigarme por haberlo dejado. Me odia y me castiga. Chicos lamento haberlos metido en esto.

Luis Xavier y Ronald corrieron a abrazarlo:

_ No digas eso, amiga. Y no llores, mira que todavía estás convaleciente.

Irán dejó unas cajas en el suelo y agregó:

_ Por más que me cueste admitirlo, estos dos tontos tienen razón. No es tu culpa si acabaste enamorándote de Abdías. Todos nos dimos cuenta de ello en algún momento. Incluso Braulio.

_ Es cierto._ sonrió Emely._ No es que se esforzaran mucho en disimularlo tampoco. Lo que sentían uno por el otro era tan fuerte que se les notaba hasta por encima de la ropa.

Denis se adelantó para decir:

_ No es tu culpa, Ariel. No es culpa de nadie. Y Braulio vendió el edificio porque retenerlo es un recordatorio constante y doloroso de lo feliz que fue contigo aquí, y que todo terminó entre ustedes. Mantener el inmueble sería una tortura para él. Tienes que entenderlo. Si te odiara no habría ido a verte al hospital, en varias ocasiones, ni pagado las cuentas de tu tratamiento médico, e incluso el de Abdías. Ese hombre te ama con locura, y ha sido muy civilizado y asumido su derrota con dignidad. Si quisiera vengarse de ti, nos habría puesto de patitas en la calle de inmediato, y no fue así. Nos dio un plazo y lo respetó. Incluso, nos vamos mucho antes de que el plazo expire.

_ ¿Y a dónde se van? ¿Dónde piensan vivir?

Archie bajó entonces cargando un montón de cajas, acompañado de Luz:

_ Nos vamos a instalar todos en la casa de mi Peluchita.

_ ¿Luz? ¿Tienes una casa? ¿Y por qué entonces vivías en el edificio, pagando innecesariamente una renta?

Ella alzó los hombros:

_ Era de mis padres. Ellos ya murieron. Esa casota es demasiado grande para una sola persona, y en el edificio encontré una nueva familia y me sentía más a gusto. Mi casa tiene suficientes habitaciones para que nos instalemos. Así que nos vamos todos juntos, para seguir siendo una comunidad arco iris.

Odette se acercó a Ariel:

_ Tus cosas ya están empacadas. Las tengo en mi apartamento. Bueno, el que solía ser mi apartamento. Si quieres te las bajamos.

_ A propósito Ariel,_ dijo Denis y le tendió un sobre amarillo._ esto te llegó antes de que acabara el año pasado. Lo dejó un sujeto con pinta de abogado.

Ariel abrió el sobre y encontró unos papeles con un sobre más pequeño con una carta en su interior. Su sorpresa alcanzó mayores proporciones al ver quién era el remitente. La señora Helena:

_ ¿Y qué es lo que dice la difunta momia?_ preguntó Irán igual de sorprendida.

Ariel se dio prisa en leer la misiva:

Querido Ariel:

Siempre fui una mujer convencida de sus creencias, llamando a las cosas por su nombre. Nací en una época en la que ciertas libertades no eran bien vistas. Lamentablemente, me enseñaron que había comportamientos que no debían ser aprobados, o siquiera tolerados. Fui inflexible en ese punto. Hasta que tuve que sufrir en carne propia lo que se siente tener que elegir entre amar o juzgar. Verás, tuve un solo hijo, y era como tú y tus amigos. Nunca lo acepté. Nunca aprobé su estilo de vida. Y eso nos separó.

Perdí a mi hijo cuando el SIDA comenzó a azotar al mundo. Cuando me buscó, me sentí tan triste, tan avergonzada, tan furiosa contra la vida que me castigaba de esa manera, arrebatándome a mi único hijo, que solo tuve reproches que ofrecerle, en vez de mi amor y mi comprensión y mis cuidados de madre.

Mi hijo se alejó definitivamente. Murió solo en un hospital. Nunca me perdoné por haberlo dejado. Siempre me he culpado por no haberlo comprendido mejor. Y supongo que ese dolor me transformó en una mujer amarga y llena de resentimientos. Todas mis groserías para con tus amigos, no eran otra cosa sino el dolor que sentía porque me recordaban a mi hijo. Sobre todo tú.

No te importó cuán desagradable pudiera ser, siempre tuviste una frase amable para mí, una sonrisa, un gesto cariñoso. Y aunque nunca te lo demostré, de alguna forma, cuando estabas cerca, era como tener a mi hijo de nuevo conmigo, a través de ti.

Si estás leyendo esta carta, es señal entonces de que fui a reunirme con mi hijo. Espero que donde sea que esté, si nos encontramos, podamos finalmente perdonarnos mutuamente y ser por fin madre e hijo.

Dispuse todo. Luego de mi muerte un abogado se encargará de contactarte. Te he nombrado mi heredero universal. No es mucho lo que te dejo, pero espero que te sirva para algo.

Gracias por haber sido tan considerado con esta pobre anciana.

Atentamente

Helena Hughes

******************

Denis se encargó en acompañar a Ariel a ver al abogado de la señora Helena. El sujeto no había podido contactarlo antes puesto que estuvo gravemente enfermo y hasta entonces, habiéndose ya recuperado, había comenzado a atender todos los pendientes.

La herencia, que en palabras de la occisa había definido como no mucho, resultó ser una cuenta bancaria que ascendía a poco más de once millones de dólares, más una residencia en la playa.

Con aquella suma, Ariel convenió con Denis para que intermediara con Braulio, y sin mencionar su nombre, declinara la venta del edificio a otro comprador anónimo.

Por la gran amistad que habían tenido siempre, Braulio accedió a venderle el edificio a su amigo. Cuando sellaron el trato, dándose un abrazo, Braulio le susurró al oído:

_ No sé de dónde habrá sacado Ariel el dinero. Supongo que de su abuela. No me importa. Solo dile que espero que sea muy feliz con Abdías.

Braulio finalmente se convirtió en el heredero de su padre tras la muerte del anciano, y tal y como había prometido, traspasó todas las acciones a nombre de su hermana Jessica, convirtiéndola en la C.E.O. de la empresa familiar. Él continuó dedicado a su pequeña compañía auditora. Par de años después contrajo matrimonio con un joven que conoció durante unas vacaciones con su hermana, en una playa de Hawaii.

******************

Un mes después...

♪...But when you're gone, all the colors fade,

When you're gone no New Years Day parade,

You're gone colors seem to fade...♫

Ariel se escurrió las lágrimas de los ojos, y se quitó los audífonos de los oídos, consciente de que la voz de Amos Lee solo lo haría llorar con más fuerza. Abdías seguía hospitalizado, sin recobrar la conciencia. La junta médica se había reunido y estaban a punto de declararlo con muerte cerebral, lo que significaba que de un momento a otro podrían ir donde la familia, en este caso Verónica, y solicitarle que lo desconectaran para ahorrarle más sufrimiento a un cuerpo que ya no habría de responder.

Desesperado, Ariel salió a la calle, y entró en la primera iglesia que halló abierta. Se arrodilló cuidadosamente sobre el reclinatorio de un banco y cerró los ojos. Hacía años desde la última vez que había orado a Dios, pero pensó que el procedimiento no debía haber sufrido muchos cambios.

Lleno de dolor y miedo de perder a la persona que más amaba, prometió a Dios que si permitía que Abdías viviera, él se apartaría de él. Sin Abdías en el mundo, la vida dejaría de tener colores para él, todo sería gris y sin sentido. Prefería un Abdías vivo, aunque no pudiera tenerlo, a uno muerto, sin el que no estaba dispuesto a seguir viviendo. Sacrificaría su amor, si con ello Abdías se recuperaba.

Esa mañana fue a visitar a su abuela a la mansión. Como siempre, la abuela Mariana lo recibió con grandes muestras de afecto. Lo escuchó en silencio cuando Ariel le confesó la promesa que había hecho. Esperó unos minutos, mientras Fátima traía una charola con tazas de té y galletas recién horneadas, y tomando a la enfermera de la mano, la invitó a quedarse con ellos. Ariel no pasó por alto que su abuela seguía sosteniendo entre las suyas una mano de Fátima. Mariana comenzó a hablar a continuación:

_ Tu abuelo y yo fuimos muy felices, Ariel. Cuando nuestras familias decidieron casarnos, nosotros nos alegramos, porque nos conocíamos muy bien, ya que éramos primos y en verdad sentíamos mucho aprecio uno por el otro. Pero además de eso, tu abuelo conocía mis secretos.

_ ¿Tus... secretos?_ repitió Ariel.

_ Siempre fui una chica de maneras rudas. Siempre me acusaban de ser poco femenina. Ustedes, los jóvenes de ahora, son privilegiados. Han luchado por sus derechos, por ganarse un lugar en este mundo. Y aunque todavía queda mucho por hacer al respecto, por lo menos las cosas son mucho mejor que mi época. Algunos no tuvimos lo que ustedes hoy pueden darse el lujo de vivir.

_ Abuela... ¿Tú...?

_ A tu abuelo no le importó que yo fuera diferente. Me aceptó para que nadie pudiera señalarme con el dedo y juzgarme. Y yo, me dediqué a él en cuerpo y alma. Jamás lo traicioné, con nadie. Sacrifiqué quien era por cariño y por... y por miedo también. Miedo de mostrar la persona que era en verdad. Es por eso que fui una pésima madre. Porque temía que mis hijos descubrieran mi debilidad alguna vez y me juzgaran. Por eso preferí ser distante, por eso nunca pude amarlos como me habría gustado. Me castigué también en eso, y me arrepiento enormemente. Tal vez Juan Alberto y Juana no habrían sido tan vacíos de corazón como demostraron ser.

Suspiró. Miró a Fátima y sonrió:

_ Y entonces, cuando tu abuelo enfermó, Fátima vino como enfermera a cuidarlo. Y con ella descubrí por primera vez lo que era el placer, la felicidad y la satisfacción plena. Con ella me sentí mujer por primera vez en toda mi vida. Hemos estado juntas desde que tu abuelo murió, en secreto. Pero gracias a ti, creo que finalmente daré el gran paso y saldré a la luz. Quiero vivir los pocos años que me queden, sin sentirme culpable de ser quien soy. Y a la mierda lo que piensen los demás.

Ariel estaba fascinado por la narración reveladora de su abuela. Pero había algo que no entendía:

_ Abuela ¿Por qué dices que gracias a mí?

_ Porque es la verdad. Todos aún siguen preguntándose por qué te considero mi nieto favorito. Esta es la respuesta y son unas cuantas razones. Primero, te pareces increíblemente a tu abuelo cuando era joven. Ni siquiera tu padre o tu tío se asemejan tanto a su padre. Tú has demostrado ser de buen corazón, compasivo, sincero, justo. Exactamente como era tu difunto abuelo. Y luego, tienes mi mismo carácter impulsivo. El día que renunciaste a tu bautismo, me di cuenta que había encontrado a mi sucesor para liderar esta familia cuando yo no esté.

_ ¿QUÉ?_ exclamo Ariel espantado.

_ Cálmate muchacho. No pienso morirme por ahora. Todavía tengo mucho que disfrutar en este mundo... Pero a lo que importa... ¿Sabes por qué te he contado todo esto? Porque no quiero que cometas el mismo error que yo. No te escondas, no renuncies a ser feliz por miedo. Amas a Abdías, pues confía en que se va a recuperar, y una vez que lo haga, sean felices. Ámense y cuídense y vivan.

_ Pero ya le prometí a Dios que...

_ ¿Qué? ¿Que vas a renunciar a amar y a ser feliz? ¿Qué te hace pensar que eso es lo que Dios quiere que hagas?

Tomó a su nieto por la barbilla:

_ Dios quiere que sus hijos sean felices. Que amen y que se perdonen unos a otros... ¿Sabes cuántas veces se menciona la palabra amor en La Biblia? 310 veces en el Antiguo Testamento y 281 en el Nuevo. Igualmente, en toda la Escritura, la palabra perdonar se menciona 56 veces, 40 la palabra perdón, y 42, el término perdonado.

_ ¿Y eso qué tiene que ver, abuela?

_ Pues que son palabras muy relevantes y fuertes, comparadas con las míseras ocho citas que siempre esgrimen para condenar a la gente como nosotros. No pierdas tu tiempo renunciando a lo más hermoso que tienes en este momento: El amor del hombre al que también amas. Porque dudo mucho que cuando Abdías despierte, acepte esa decisión que has tomado sin siquiera consultarlo

Ariel abrazó a su abuela, derramando nuevas lágrimas:

_ Gracias abuela, gracias por confiar en mí, y por haber estado siempre ahí, sin siquiera percatarme.

Luego se digirió a Fátima:

_ Y espero que me la cuides bien.

_ Nos cuidaremos una a la otra._ sonrió Fátima rozando sus gruesos labios con los de la abuela Mariana.

Ariel sintió un golpeteo de emoción en su pecho. Quería eso. Envejecer junto a Abdías. Amándose con la ilusión y la pasión del primer día.

******************

Estuvo mucho tiempo sentado a su lado, platicándole al oído toda la historia que su abuela le había contado en la mañana. Una vez más le dio las gracias por haberlo protegido, incluso cuando ambos estaban siendo atacados. Según los reportes policiales, las agresiones físicas en Abdías habían sido mayores porque el joven había intentado cubrir con su cuerpo el de Ariel para evitar que siquiera siendo golpeado. Ariel no lo recordaba, pero estaba seguro de ello. Ese era su amado Abdías, siempre defendiéndolo de todo y de todos, desde que eran niños.

Estuvo hablándole de todas las aventuras que vivirían una vez que despertara. Se irían de viaje, recorriendo el mundo, disfrutando de la felicidad que les esperaba. Le alentó a despertar pronto, a regresar junto a él. Necesitaba ser besado, abrazado, acariciado, follado...

Cuando la enfermera vino a decirle que era el momento de bañar el cuerpo de Abdías, Ariel se despidió. Le habría gustado higienizarlo él mismo, pero todavía estaba recuperándose del brazo y de la pierna, andando con muletas.

Como siempre, depositó un beso en su frente y en el dorso de la mano. Pero cuando fue a soltarse para marcharse, se giró con rapidez. Algo estaba reteniendo firmemente su mano, impidiendo que se alejara. Ariel sintió los repiqueteos apresurados de su corazón, y la emoción brotándole en forma de lágrimas por los ojos, cuando su mirada se encontró con los abiertos ojos aceitunados de Abdías, contemplándolo suplicantes, rogándole en el silencio que no se marchara, que no lo dejara solo. Ariel llamó a gritos a la enfermera, y en lo que llegaban los médicos, se acercó a la cama y llenó la frente y el rostro de Abdías de besos y lágrimas mientras decía:

_ ¡No me voy a ningún lado! ¿Me entiendes? ¡No pienso dejarte nunca! ¡Nunca! ¡Y viviremos juntos para siempre! ¿Me escuchaste, amor? ¡Para siempre!

De repente, la vida se le mostraba llena de esperanza; de ilusiones de un futuro prometedor para ambos; de luz y colores hermosos.


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