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Capítulo 8 Mentes peligrosas.


La desnuda espalda de Anabel es recorrida por un helado escalofrío logrando en segundos que se le erice la piel; aún con residuos de jabón y champú. Trémula, esboza una sonrisa que no llega a la comisura de sus ojos, su mente despliega un abanico de patrañas que fácilmente camuflarían la verdad de las marcas en su cuerpo.

Busca los ojos de su esposo los cuales irradian duda, incertidumbre y sí, miedo, eso es lo más relevante que ella puede percibir. Ese miedo la perfora y socava a ella también sabiendo que está en la cuerda floja, así que abre su embustera boca para soltar falsas verdades mientras que una caliente lava de adrenalina vulcaniza su interior.

Deja que su exuberante cuerpo sea quien hable por ella, bambolea sus caderas con un caminar lento... muy lento, sobre la punta de sus pies, mantiene la mirada en el rostro aún tenso e incómodo de Miguel. Pasa sensualmente la punta de su lengua sobre sus mojados labios a la par que sus manos buscan la entrepierna de su esposo. Desliza sus pintadas uñas con suma suavidad sobre el no despierto pene. Maldice cuando se da cuenta que su espectáculo no logra, todavía, alejar los pensamientos que ella sabe le están carcomiendo las entrañas a Miguel.

Sin romper las miradas, baja hasta arrodillarse para iniciar una felación en un pene que se niega a reaccionar. Posa una mano sobre la nalga de él, pero siente como la tensión corporal se mantiene, sin pestañear sonríe con malicia, tratando de usar otra estrategia, mientras que la otra mano la usa para juguetear con las bolas alternando su lengua entre el glande y ellas. Sin embargo, su boca queda vacía cuando él retrocede dos pasos intentando frenar de algún modo el avance sexual de Anabel.

Él aprieta su mandíbula, reorganiza sus pensamientos tratando de descartar lo que su mente le grita. Miguel obliga a tragar la saliva más espesa e insípida donde el arrepentimiento y la vergüenza ajena llena su alma, su conciencia abraza su miedo, ese que le cala los huesos. Ver con dolor las marcas sobre la piel de su amada lo llevan a un lugar en el universo en él cual no quiere estar.

La traicionera mano de ella intenta sin éxito provocar una erección, diablos y maldiciones se reprocha una y otra vez al ver que no logra estimularlo. Necesita que él aleje cualquier pensamiento de una supuesta infidelidad, necesita con urgencia que él se concentre en ella a como fuera lugar. Abre su boca para introducir en ella el glande del flácido pene mientras que presiona firme una de las nalgas. Pasa la lengua alrededor de él, pero es poca la diferencia que consigue así que decide cambiar la estrategia para salirse con la suya.

Se levanta pausadamente con la manipulación a flor de piel unida con una estratégica mirada triste y un puchero los cuales tienen la intención de hacer reaccionar a Miguel al verla como una víctima. Con paso lento se encamina a la cama, se sienta al borde de esta llevándose las manos hasta cubrir su traicionero rostro, deja caer un par de lágrimas sobre las mejillas sollozando para que él la escuche. Siente como su teátrica escena de pacotilla hace efecto en él porque escucha sus pasos cada vez más cerca.

—No te entiendo, amor— jadea apenas, mientras que juega con sus dedos sobre sus rodillas. —De verdad no te entiendo, Miguel, mira mi cuerpo— le reclama descarada y confiada. —Ves esta marca de diente me la hiciste en nuestra luna de miel— señala la que está en su hombro para luego con todo el descaro proseguir, —ves estas nalgadas fue la primera vez en mi vida que un hombre me pone la mano en mi cuerpo para acariciarme con tanta pasión, sí reconozco que dolió, pero, ¡diablos Miguel!, eres mi esposo— pronuncia separando cada sílaba de la última palabra —ves estas marcas señala en general su cuerpo— míralas, ¡coño!, Miguel... míralas— le reprocha sabiendo que está arrinconándolo hacia la zona donde ella lo necesita; esa zona que lo confunde entre el miedo, la ira y la decepción hacia él mismo. Ella sabe a la perfección que hacerlo sentir culpable es la mejor defensa en su pecaminosa, pero adictiva infidelidad.

Espera con paciencia que sus palabras hagan mella en él. Justo como ella lo predice la mano varonil de Miguel casi la toca, pero ella tal cual como si de una película barata se tratase lo esquiva y decide vestirse con cualquier ropa y salir dando un fuerte portazo. Camina orgullosa de su actuación mientras que sus pies la llevan en dirección a la puerta que se encuentra al lado de su suite nupcial. Sabe que dispone de al menos una hora para entregarse completamente al hombre que de verdad la hace volverse una perrita faldera dispuesta a satisfacerlo, aunque ella pierda parte de su orgullo al arrojarse a sus dominantes arrebatos sexuales siempre dispuesta a ser la sumisa incondicional, aunque eso conlleve el entregar algo más que su cuerpo. Anabel está más que feliz de ofrecerle a Lluis en bandeja de plata o cacerola de barro su cuerpo, alma y vida, mientras que Miguel se toma ese tiempo para encontrar la forma de reconquistarla.

Dos golpeteos y un rasguño son las señales ya conocidas para que la puerta se abra al frente de sus incrédulos ojos, esos que contemplan el cuerpo semidesnudo de esa maldita mujer que lo acompañó en el día de su boda. El interior de Anabel colapsa al llenarse de blasfemias y maldiciones casi en carrerillas, sólo necesita fracciones de segundos para comprender a muy pesar suyo que, él, su amo y señor está follando sin ella, negarle su pene, sus violentas caricias y su grueso falo la arroja por un abismo lleno de espinas y lava ardiente. Reniega ante tal verdad; el hombre por el cual ella está dispuesta a arriesgar su matrimonio, su estable vida y el amor de un hombre que sí la ama de verdad; la hace perder parte de su capacidad de reacción.

Verla allí parada con toda la autoridad de una dama que se apoya en su hombre le hace hervir la sangre, sangre que le quema las venas como si de la lava más ardiente que jamás hubiese erupcionado volcán alguno se tratase.

Busca con agilidad el cuerpo de Lluis, un cuerpo que se jacta de complacer hasta el cansancio. Y sí, allí está él caminando con un albornoz negro como la noche; ater como está su alma marchitándose ante ese desagradable e inesperado espectáculo con olor a sexo que se despliega frente a sus asombrados ojos.

Vuelve a detallar el albornoz carmesí de ella, lo recorre con rapidez y se fija en la extraña insignia donde claramente se lee, dominatrix, ahora contrariadamente asustada vuelve al albornoz de él donde se lee; sumiso. Anabel restriega sus húmedos ojos a la par que toma varias bocanadas de aire permitiéndole llenar sus casi paralizados pulmones intentando respirar, o mejor aún, despertar de esta horrible pesadilla. Pero la voz profunda, fuerte y decidida de Lluis la interrumpe quitándole sin piedad la posibilidad de permanecer de pie.

—¡¿Anabel?!— increpa —una mujer recién casada no debería estar deambulando por los pasillos de un hotel por más elegante y seguro que este sea— pronuncia sin remordimiento mientras que atrae el cuerpo de su acompañante hacia su pecho, pero asegurándose de mostrarle a Anabel su pene completamente erecto dándole a entender que está interrumpiendo una magistral cogida.

—Perdón, me he equivocado de puerta —se bufa de ella misma en voz baja mientras reniega reiteradas veces enfatizando con la cabeza.

Sin perder tiempo la dominante mujer se acerca al oído de Lluis susurrándole una orden la cual ejecuta sin pestañear.

—Mi ama quiere un trío —si estás dispuesta, pasa de lo contrario, estás de más...

Esas crueles, viscerales y retadoras palabras son más que suficiente para hacerla reaccionar dejando que sus pies se muevan, por fin, en busca de un lugar que le trasmita alguna sensación de seguridad.

La puerta de la suite nupcial se abre luego de unos escasos segundos, pues Miguel ya iba en busca de ella, la rodea entre sus brazos, entrega centenares de besos en su cabeza, suplica que lo disculpe por haberla lastimado mientras que hacían el amor. Le promete ser más cuidadoso y amoroso jurando que nunca fue su intención lastimarla.

Miguel une suavemente sus labios a los de su esposa, la abraza entregándole todo el calor que el amor puede irradiar, se separan cuando ella comienza a llorar sin control haciendo que el remordimiento vuelva a aflorar en el corazón de él. La carga cual princesa hasta recostarla en la mullida cama cubierta con sábanas de satén tan albas como las estrellas. Ella no responde a las caricias, al contrario de lo esperado ella se mantiene indiferente a él. No es hasta cuando Miguel intenta romper el silencio incómodo que ella lloriquea permitiendo que todas esas amargas emociones que la queman por dentro salen por su boca viperina.

—Sólo quiero ser amada por el amor de mi vida— pronuncia casi en susurro, —quiero que el hombre que amo solo busque mi cuerpo para satisfacer sus necesidades— reprocha casi en pucheros, quiero ser su centro de atención— dice ilusionada, pero devastada, —quiero que mi piel quede marcada por sus violentas caricias y que en mis recuerdos queden talladas sus tiernas palabras, —quiero sentirme segura de ser la única para mi hombre— exige con voz cansina mientras comienza a quedarse dormida pensando en sus encuentros sexuales e infieles con Lluis.


Ya entrada la madrugada, la pesada mano de Matteo entreabre con cuidado la puerta del cuarto de visita, camina en puntilla sin hacer ruido hasta llegar al lado de su Alicia para despertarla, pues necesita a como dé lugar saciar sus más primitivos instintos. Nada mejor que calmarse luego de una buena tanda de sudor corporal salpicado de fluidos íntimos. Necesita solamente pasar su helada mano sobre la tersa piel de ella para sacarla de los brazos de Morfeo, justo cuando están a punto de salir de la habitación la voz ligeramente ebria de su madre les sugiere divertirse por lo que queda de la noche, sacándoles varios sonrojos a Alicia. Gesto de timidez que hace crecer vertiginosamente el pene de él.

Luego de satisfacerse sexualmente es momento de satisfacer el estómago, el cual lamentablemente ha sufrido como un infierno en casa de su secund family. Matteo mira la hora en el victoriano reloj del cuarto, y como es costumbre en él, despierta a la agotada Alicia para que prepare el desayuno mientras él descansa al menos media hora más.

Al bajar las escaleras los deliciosos olores de su desayuno preferido inundan sus fosas nasales, se apresura para sentarse justo en la cabecera de la mesa tal como distan las reglas protocolares reforzando quien es el sustento del hogar.

Ver esa torre de deliciosas panquecas bañadas con mantequilla de almendras y miel acompañada de tocino crujiente junto al gran tazón de café hace que el hambre se dispare hasta el cielo. En cuanto se sienta, Alicia, no tarda en dejar caer su cuerpo aún cubierto con un delicado babydoll bordado con hilos color bronce sobre el regazo del hombre que hace más de dos décadas atrás juró ante Dios serle fiel.

Con un rápido movimiento previamente ensayado, Alicia, sustituye el plato repleto del deseado desayuno por otro prácticamente vacío, mientras que a la par le limpia la boca a Matteo como señal de haber terminado de comer. Se levanta con una sonrisa en los labios para iniciar a recoger la mesa, cuando observa de reojos los desorbitados ojos de Matteo buscando su desayuno. Pues él no recuerda haber dado el primer bocado, sin embargo, no deja de preguntarse si está viviendo un déjà vu, aunque su estómago vacío, le confirma que está aún hambriento.

Todavía consternado y extrañado sintiendo hambre le solicita otra ración de comida a Alicia quien se niega alegando que últimamente ha perdido parte de sus atractivos abdominales de los cuales solía presumir. Para ese momento su madre se abre paso en el comedor apoyando a su nuera.

Matteo posa su mano sobre su vacío estómago dudando, malditamente, por primera vez en su vida sobre una situación que no recuerda haber vivido. A regañadientes se conforma con ingerir el café, pero decide no discutir y opta por salir rumbo al trabajo.

Alicia no pierde ni un solo segundo en seguir con la mirada a su contrariado esposo. Jurándose continuar jugando con su mente tal cual él lo hizo mientras la engañaba con cualquier zorra.

«Ahora empieza la siguiente etapa del juego mi querido y odiado Matteo; llorarás lágrimas de sangre tal cual yo lo hice».



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