Capítulo 29. La caída de un rey.
La sangre le enerve a Lluis al ver a Anabel desesperada en espera de la respuesta de su esposo, lo que le hace aflorar sus más bajos instintos, entiende que Miguel sea su hombre según las leyes de la sociedad y con la aprobación de Dios, al menos eso cree la gente devota a la iglesia, pero, maldición, mientras ella está con él, le pertenece, es suya y de nadie más. Lo fue antes de iniciar su pequeño romance con Miguel, lo fue cuando se comprometió como si ella apostara a amarrar a un hombre que le entregara en bandeja de plata, lo que tanto le exigía, suplicaba e imploraba, no con palabras sino con gestos y acciones, y sigue siendo suya aun estando casada. Su dependencia por él no va a desaparecer sí Miguel la viene o no a buscar, lamentablemente no es de su uso exclusivo, pero suya al fin. Él es su rey, como su amo y señor merece respeto absoluto al igual que sumisión, ella, bien lo sabe, odia que lo olvide, aunque sea por cortos espacios de tiempo porque le hace sentir que tiene falla como dominante en su relación y eso realmente le cabrea haciendo que su orgullo quiera someterla aún más. Él es su rey, punto final, le debe obediencia, respeto y sumisión.
No la considera infiel cuando se acuesta con su ya sabes quién, ese pedazo de hombre que no tiene ni la menor idea de cómo llenar sus tres huecos tal cual como lo hace su pene. Para él la infidelidad se daría en su sexual relación, sí ella no estaría dispuesta a dejarse someter a sus deseos carnales, porque ¡maldición!, eso implicaría una trasgresión en el acuerdo no firmado con tinta, pero si sellado con sexo, de allí que no le importe la exclusividad sexual porque sabe que hace con Anabel más de lo que intenta cumplir Miguel. Sin embargo, eso no impide que le encabrone verla así; impaciente, en espera de la respuesta de su hombre de consolación.
En tres ocasiones ha intentado dejarla, pero es tan adictiva, tal cual como una nueva droga lanzada al mercado negro. Con ese cuerpo, mente y alma puede hacer lo que quiera sin tener que escuchar estúpidas quejas ni improvisadas protestas, con ella deja volar su morbosa imaginación en cuanto a los sometimientos como su tan usado shibarí, ¡oh cielos!, verla allí atada con cierto grado de inmovilidad a diferencia del bondage le excita hasta querer más y cada vez más, las vejaciones sexuales le llenan de poderío y dominio sobre ella, las humillaciones eróticas le demuestran el control sobre la integridad de su personalidad, los castigos disfrazados como tácticas de seducción con sexo salvaje son señales de su compromiso a dejarse llevar fuera de los límites, sólo para su satisfacción. La disfruta tanto haciéndole sentir como un rey con todo y reinado donde puede dominarla o someterla a sus anchas sin miedo a lastimarla físicamente o herir sus sentimientos. Pues una sumisa no tiene sentimientos ni nada por el estilo; una sumisa sólo tiene necesidad de estar sometida a los dictámenes de ellos, los dominantes, ellas no son más que la presa fácil para el cazador experimentado, deseosa del más salvaje y denigrante sexo duro, de ese, que les hacen salir de su zona de confort.
Entre trago y trago de este humeante café en la sala de espera del aeropuerto sentado frente a su sumisa, permite que los recuerdos amargos invadan su mente. La primera vez que sintió cierto deseo de dejarla fue, ¡maldita sea!, cuando Sandra le pilló siéndole infiel.
... El infierno desatado fue poco en comparación de lo que me tocó vivir en casa, en lo que era mi hogar, mi puerto seguro. Allí perdí por un tiempo no sólo a la mujer que he amado con todo mi corazón y a la cual nunca, nunca dejé ni mucho menos permitiré que me deje, sino que también perdí un poco de respeto por parte de mi único hijo, verme envuelto en ese tremendo lío de faldas o mejor dicho de piernas abiertas en el que se involucraron mis padres y algún que otro familiar metiche hizo que temblara, por un tiempo mis cimientos. Ver a mis padres y suegros apoyándola a ella y a su nieto, en lugar de comprender mis necesidades como hombre fue perturbador para mí porque nunca en la vida me había sentido tan solo, pero lo tomé como la parte pasajera de un castigo que tarde o temprano terminaría, total; ¿qué tanto problema con que yo mordiera otro clítoris distinto al de mi esposa?, o ¿qué penetrara con mi falo el culo de otra mujer?, ¿cuál era el maldito problema que mi pene se dejara apretar por las paredes vaginales de un coño prestado?, ¿qué tanto lío?, como si ellos no son los culpables de no poder cumplir sus propias fantasías, pero claro, al ser juzgado como el único culpable me tocó cumplir la sentencia. La segunda ocasión fue cuando... La vi allí parada en el altar vestida con su impecable vestido blanco con discretos detalles dorados, como nuestra palabra de seguridad, asumí que cada detalle representaba las veces que follamos, eso me causó cierta sensación de conformidad haciendo crecer mi orgullo de rey posesivo de la manada, sí, siempre me he considerado un macho alfa... Pero sumisa es sumisa hasta la muerte, dos horas después la estaba cogiendo en un baño cualquiera del salón de fiesta como si se tratase de una puta apurada para estar con otro cliente. La última vez y realmente la definitiva fue, ¡maldita sea! ... Cuando en su boda de consolación de mierda vi el dolor y la decepción en el rostro de su madre, el bailar con ella, esa versión de Anabel cuando sea mayor, me excitó hasta más allá de lo que la hija ha hecho, reconozco que por primera vez en mi puta vida una mujer pasada de años logró hacer que mi pene creciera y se ensanchara con tanto ímpetu que mi glande se hinchó hasta que me causó dolor y ardor. Sentir esa delicada mano sobre mi hombro mientras la otra calzaba a la perfección en mi mano fue sublime, majestuoso, y cuando pensaba que no podía esperar más de la vida, ¡oh, Dios mío!, esa voz... esa voz tan envolvente, tan sonora, hizo que mis dotes de dominante desaparecieran deseando ser su sumiso, ya me habían advertido de ello, pero nunca pensé en experimentarlo. Bailar con ese cuerpo fue increíble, allí me pregunté cómo un hombre como Matteo Durán no valoraba a tan perfecta mujer, bueno supongo que algunos hombres prefieren comer pizza en lugar de langosta. Pero bueno, con el falo erecto y el glande totalmente mojado minutos después estaba follando a la hija pensando en la madre. Aún me río cuando aquellos recuerdos, asaltan mi mente sobre todo... Cuando compré esas dos batas; una para Sandra con la palabra dominatrix y otra para mí como el sumiso, necesitaba de cualquier modo saciar la fantasía que Alicia, mi suegra oculta, había generado en mí sin saber, y con quien más que con la mujer que amo... Ver parada, en la puerta de la habitación del hotel, a mi amante impresionada por la presencia de mi amor mientras ella y yo usábamos nuestras vestimentas que identificaba el rol ejercido por cada uno, fue sublime, sobre todo cuando Sandra sugirió el trío, cosa que yo sabía que era una broma, pues acabábamos de bromear con eso. Esa noche tuve en mi cama a tres mujeres; mi esposa intentando dominar a mi pene, mi amante llorando por mí en su propia cama durante su luna de miel, y diablos, a Alicia en mi mente... Definitivamente soy un rey, un puto rey.
Lluis le agradece a la vida por tener aún un poco de su jabón personal entre su equipaje, así no termina oliendo a jabón tercermundista de un hotelucho cualquiera. Mira la pantalla del celular ya está a escasas dos cuadras de su casa, su hogar, ese donde vive su amor y su hijo, pero al cual no ha vuelto a tiempo completo, pues una de las miles exigencias de Sandra cuando la bomba de infidelidad le explotó en la cara fue que le diera espacio, así que está viviendo mayormente en su apartamento de soltero. Sí, ella supiera, que eso le facilita aún más las infidelidades; hubiese optado por encerrarlo en casa.
El taxi se aproxima a su hogar, allí en fila están varios vehículos que reconoce desde lejos. ¡Dios!... y él que pensaba llegar a tener un poco de romance con su esposa, realmente con ella hace el amor a diferencia que, con su sumisa folla; solo folla duro. En cambio, hoy debe lidiar con sus conservadores padres, sobre protectores suegros y el peor de todos; con Louis, su gemelo, don perfecto; el viudito que le encanta jugar a ser el padre sustituto de su único sobrino, sin embargo, resignado apresura el paso hasta abrir la puerta principal.
—Familia, ¡ya llegué!... Sandra, amor —suelta feliz de volver a casa. Mientras que sólo escucha una cacofonía de tirar de puertas, rodar de closet, gritos llenos de los más vulgares improperios y sollozos por toda la casa. Suelta el ramo de rosas que compró y los chocolates que tanto adora su hijo para correr al segundo piso, allí consigue a sus padres consolando a su hijo que está ofuscado, histérico, y encolerizado, «juro, por Dios, que mataré a quién lo haya lastimado», promete para sus adentro. Gira sobre sus talones para correr a la habitación matrimonial, se detiene debajo del marco de la puerta cuando un sinfín de improperios y maldiciones embisten contra una cochina infidelidad. Ve a su suegra furiosa mal haciendo varias maletas, mientras, su Sandra, su mujer, su esposa, el amor de su vida está gritando como loca aferrada al pecho de su perfecto hermano, sin dudar empuja con violencia el cuerpo de Louis para separarlos. Pues nadie, absolutamente nadie puede abrazar a su mujer. Verlo tropezar contra la mesa de noche que está entre su cama y la peinadora le da suficiente valor para abalanzarse contra él, mientras Sandra intenta separarlos. No sabe de dónde Louis saca tanta fuerza; que son su nariz, pómulo y estómago los que reciben los contundentes impactos de los puños de su gemelo, ¡diablos!, ¿cómo es qué se le olvidó que Louis practica boxeo como terapia para canalizar la muerte de su cuñada?
Le importa una mierda el sabor a sangre en su boca y lo difícil que se le hace respirar, necesita alejarlo de ella, Sandra es su esposa, su amor, y nadie la toca, nadie.
—¿Qué mierda, está pasando?, ¿quién coño te crees para tocar a mi esposa?... imbécil, idiota, me importa una mierda que seas un viudito de porquería, si tanto necesitas de una mujer, ve, sal a la calle y búscate la tuya —espeta Lluis lleno de furia ante la remota idea de que él se la quite.
—¡¿Qué?! ... ¿qué coñas está pasando?... tú... tú... ¿tienes la osadía de preguntar?... Desgraciado, me avergüenzo de ser tu hermano —grita sin control mientras se abalanza contra Lluis como un tren descarrilado.
—¡Sí!, ¿qué, ¡mierda!, se supone que haces?, no la toques, aléjate de ella— la señala con su dedo acusador sin importarle que este no tenga moral, —¿quién mierda te da derecho a consolarla?, ¿por qué mi hijo está tan histérico que ni siquiera nota mi presencia?, yo soy su padre no tú— grita, aún más fuerte, a la par que intenta sin éxito ser golpeado otra vez, —Juro por Dios que mataré a quién hizo llorar a mi familia— coloca sus dedos en cruz como señal de un compromiso ante Dios.
—Tú... tú... no los mereces, tú no eres digno de la familia que tienes —explota en pleno llanto un Louis renegando del cruel destino que le tocó en la vida.
—Pues, Dios, opina opuesto a ti; tú, que te la crees de don perfecto; cuando no tienes ni esposa ni hijo, así que sí Dios quiso que fuera yo quien tuviera familia, es por algo, ¿¡verdad!? —bufa aun sabiendo que esas crueles palabras terminarán de destrozar el alma de quien lo acompañó en el vientre materno, pero no está dispuesto a que su hermano gane esta pelea, va a ganar cada una de las batallas sin importarle quien salga perdiendo al final.
—Tú, no eres un hombre, ¿verdad?, nunca te conformas con todo lo que Dios te da, tú siempre quieres más y más, pero hermanito esta vez serás tú quien caiga de sopetón, no sé, ¿quién de los dos ganará el récord por llorar, si tú por la pérdida de tu familia o yo por enviudar? —pronuncia en un hilo de voz tan decepcionado de su copia genética. que un silencio frío los arropa.
—Sal de mi casa, ahora— vocifera un Lluis fuera de sus casillas —Ve, busca una mujer para que te complazca y deja a la mía en paz— señala a una impactada Sandra quien irradia tanto odio hacia el padre de su hijo a la vez que la cólera arremete contra ella misma al haberle dado una segunda oportunidad a quien no se la merece. El afeminado cuerpo está paralizado, no responde, su mente está ocupada repasando con infinita velocidad cada una de las banderas rojas que dejó pasar para no aceptar la infidelidad del hombre que creyó amar hasta la muerte, pero que le ha demostrado que a ese hombre le sabe a mierda sus sentimientos y a basura su familia. Sólo se permite llorar y tratar de respirar, pero su decisión está tomada y difícilmente hay vuelta atrás.
—¿Qué me busque una mujer que me complazca?— repitió cada palabra con lentitud y desprecio como si el asco se apoderara de sus papilas gustativas, mientras su dedo acusador punza firme el pecho de su hermano a la par que Lluis lo retira con violencia de un manotazo— Sí, tal vez tengas razón, ¿qué tal si me prestas a la grandísima puta de tu amante casada, esa ramera que te invitó a su boda, esa desvergonzada que te follaste en su inmunda luna de miel o debo decir luna de infidelidad?; esa zorra callejera con la que engañas a tu amada esposa, o mejor, no me la prestes, pagaré por ella, pues no creo que valga tanto como para dañar mi presupuesto ¿sabes?, puedo inclusive pagar para alquilarla por horas, porque dudo que esa mal nacida se deje coger por un casi hombre como tú, gratis, ¡oh, claro!, ella debe obtener algún beneficio, porque ¿sabes?, tú, no vales tanto como para que se deje follar gratis—sentencia Louis a la par que los colores desaparecen del rostro de Lluis.
El sentir que su perfecto e intocable mundo se desmorona como un castillo de arena sobre el cual revienta la ola, es aterrador, saber que su familia se le va como agua entre los dedos es espeluznante tanto como la más macabra película de terror, quedarse sin ese faro que es su hijo es simplemente espantoso, perder su puerto seguro allí donde consigue su descanso reparador entre los brazos y sonrisa de su esposa es tremendamente atemorizante... ¿respirar, qué es eso?, dejar de respirar no es su mayor problema, no cuando unas de las últimas palabras que escucha antes de caer en un abismo, sin fin, son pronunciadas por la inocente voz de su sagrado hijo.
—Ya, tú, no eres mi padre —vocifera hasta donde su pequeña garganta le permite, dejando helado, paralizado a un rey que acaba de perder su reinado, mientras las lágrimas calientes ruedan sin control sobre las mejillas del rey caído.
»Mi mami y yo nos vamos lejos de ti, tú no quieres nuestro amor porque, tú no sabes amar, tú, la lastimas hasta hacerla llorar y gritar preguntándole a Dios qué hizo mal para que tú; señor Lluis, no la quieras —escuchar esas palabras de la boca de su hijo le hizo dar cuenta que su reinado no era más que una fantasía creada en su desleal mente.
Aún paralizado, sin saber cómo reaccionar para retener a su familia, escucha como las féminas pisadas bien conocidas de su amada Sandra se aproximan a él. Ve con un dolor insuperable como ella se va retirando ese aro dorado que simboliza su compromiso ante Dios.
—Ten, este anillo me quema, este anillo dejó de ser una promesa ante Dios que resguardaba mis votos matrimoniales, para ser un grillete que me obliga a permanecer a tu lado, pero debo darte las gracias, pues, es tu asquerosa infidelidad quien me entrega las llaves para abrir este pesado metal para otorgarme la libertad y la paz que merezco —dicha esas palabras, que le queman el alma a un Lluis que ahora si está arrepentido por sus decisiones sexuales, Sandra sólo le deja caer a sus pies su anillo.
No es hasta que lo que fue un sagrado metal resuena al caer a los pies de él, que el infiel, desleal y traicionero se acurruca en posición fetal como sí eso le permitiera nacer de nuevo para hacer las cosas bien.
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