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Capítulo 28. Trágica sorpresa o vengativa pesadilla.

Descender del avión se le hace casi; indeseado, pues estar tan cerca, allí sentada a su lado y no poder tocarlo o dejarse tocar por él le está pasando factura, decir que lo desea es una tontería, es más propio decir que lo necesita para sentirse viva. Aunque para su tranquilidad mental, el saber que pronto llenará su vientre con una parte de su amo y señor le da algo de estabilidad a su inusual relación, es mucho más de lo que consiguen las relaciones de dominante y sumisa; en este caso, ella sería una de las pocas sumisas que se han ganado el honor de la maternidad solicitada o exigida, como quieran verla. Se han dado casos de maternidad accidental, sorpresiva o inesperada, pero, ¡oh cielos!, una maternidad exigida es como ganar la lotería donde el premio gordo es la garantía que su amo la quiere involucrada en otros aspectos de su vida.

Con una luminosa sonrisa van por la rampa de desembarque caminando uno al lado del otro como sí de dos amigos que se acaban de encontrar por casualidad en el terminal, se tratase, pero sólo ellos saben lo que realmente son el uno para el otro. Ella; orgullosa de su vida, irradia felicidad acompañada con un toque de soberbia en espera de la entrega del equipaje, mientras ambos envían respectivos mensajes en espera de ser recogidos en el aeropuerto por quienes se supone que dan la vida por ellos.

La flecha blanca le informa a Anabel que su mensaje está enviado más no recibido, extrañada más no alarmada, decide continuar con los trámites portuarios, diez minutos después está aún en espera que el mensaje le llegue a su Miguel. Porque, aunque está ilusionada de quien será el padre de su primogénito, también está segura que no está dispuesta a perder a ese hombre que la llena en los otros aspectos de su vida. Con total libertinaje asegura que en un mundo ideal el poder estar casada con dos hombres a la vez sería perfecto para mujeres como ella, sí, de esas mujeres que quieren todo de todos.

Veinte minutos después, con el equipaje en mano y la impaciencia empezando a incomodar, observa por enésima vez la negra pantalla digital, pero ¡Santos cielos!, su mensaje continúa aún en enviado. Así que al mal tiempo, buena cara, decide intentarlo nuevamente varios minutos después, casi le toma una hora ver, malditamente, como las dos flechas blancas le indican ahora que sólo resta por la lectura.

—Genial, ahora a esperar que él lo lea —protesta molesta, mientras que Lluis sonríe ante la conocida impaciencia de ella.

—Tranquila, mujer, debe haber un problema en la aplicación, pues yo tampoco he tenido respuesta —suelta como sí esperar por ella, su Sandra, le trajera algo de sabor a su vida.

Cansada de aguardar o literalmente perder tiempo, decide llamarlo, acción que sólo logra irritarla todavía más al ser el contestador automático el que da señales de vida, tres malditas llamadas, y nada de Miguel. Resignada, va en busca de un taxi para volver a casa, tal cual como siempre, sus mentes se conectan sin necesidad de hablar para decidir compartirlo con la excusa de continuar dándole los últimos detalles a su maternidad. Con tanta cercanía corporal se les antoja una rápida parada en un hotelucho cualquiera para calmar sus frustraciones por la espera. Una hora con quince minutos es suficiente para que, ahora sí, cada quien se dirija a su destino familiar.

Al llegar al edificio no le extraña de sobremanera el no ver el auto de Miguel en el puesto de estacionamiento, pues presume que tal vez él esté aún en el aeropuerto, «perfecto», sentencia muy digna como si de verdad estuviera regresando de un viaje de trabajo. «Así es mejor; necesito un baño y algo de aseo vaginal antes de que él me brinque encima, como es su costumbre, luego de varios días sin acción en la cama, como él lo llama», piensa con picardía mientras se encamina a tomar el ascensor.

Al abrirse las puertas metálicas, el sonido de divertidas risas de niños en el pasillo del piso la toma desapercibida, pues sabe que sus ancianos vecinos no suelen recibir visitas, sin embargo, acelera el paso restándole importancia. Pero para su repentina confusión el sonido aumenta conforme se acerca a la puerta que resguarda su hogar, ese hogar que conforma con el hombre que ella sabe que la ama más allá que a su propia vida.

Tiene que comprobar varias veces que es el piso y la puerta correcta antes de intentar introducir la llave en la ranura, pero simplemente no entra la pequeña pieza metálica en la abertura de la cerradura. Con el corazón acelerado producto de un frío electrizante que le recorre la espalda, vuelve a verificar el número del piso y del apartamento, confundida cree haberse equivocado de edificio; así que sale apresurada del mismo, tratando de encontrar sentido lógico a lo que le parece una sorpresa desagradable del destino. Pero, ¡diablos!, debe volver tras sus pasos al darse cuenta de que no se confunde de dirección, arrastra con pesadez la maleta hasta el ascensor y sin otra opción toca el timbre esperando salir de esta pesadilla.

Tras un par de intentos, la puerta de lo que ella asegura es su hogar, dulce hogar, se abre dejando ver a una mujer vestida con ropa de casa, nuevamente con la garganta seca, vuelve a enfocar su vista hacia el número del apartamento, ya no sabe sí está, aún dormida, en la usada y gastada cama del hotelucho o sí está en una realidad paralela.

—Buenas tardes, ¿dígame en qué le puedo ayudar? —indaga la joven mujer tras la conocida puerta.

—Yo... yo... ¿yo no sé qué sucede?; pero creo que hay un problema aquí —tartamudea por primera vez en su vida, mientras que vuelve a observar el número del piso y del apartamento.

—¿Quién es amor? —Una voz gruesa y completamente desconocida de un hombre, lo que perfora ahora los incrédulos oídos de Anabel.

—No sé, amorcito, es una mujer con maleta en mano —dice aún en espera de saber qué necesita, a la par que los pasos del hombre se aproximan hacia la puerta.

—Yo... yo... necesito hablar con Miguel, mi esposo —Por fin espeta enojada una Anabel mientras entra a empujones a la sala. Su cabeza comienza a girar desorbitada cuando mira, para su horror, que no es su decoración lo que adorna la sala.

—¿Qué le pasa, está loca? —es la respuesta que consigue mientras es sacada con fuerza y desdén del apartamento.

Sin perder tiempo, nuevamente intenta comunicarse con Miguel, pero para terminar de destrozar la poca estabilidad mental, un mensaje de la compañía telefónica le confirma que el subscriptor no puede ser ubicado. Asustada y perdida en esta realidad que no reconoce, corre en busca del conserje, mientras que su maleta va dando petotazos contra el reluciente piso y las paredes que se le atraviesen, pues alguien debe darle alguna explicación que tenga sentido. Contrariamente, la confusión; al igual que la desesperación aumentan al recibir la inesperada y alocada información que su apartamento ha sido alquilado por otra familia desde hace cuatro días, lo que la deja casi sin posibilidad de razonar.

Entre la angustia de estar perdida y el miedo a no saber qué demonios está pasando al no poder comunicarse con su Miguel, opta por ir directamente a casa de sus padres, allí, de seguro, le podrán decir qué, ¡mierda!, sucede.

Gracias a Dios, que luego de tres escasos intentos la puerta se abre dejando ver a su madre, algo desaliñada para como siempre viste, pero eso no es importante ahora, ahora necesita saber qué mierda pasa con su departamento y dónde diablos está su Miguel.

Luego de oír la primera frase; la capacidad de conciencia de Anabel desaparece tan rápido como un relámpago, dejando sólo al trueno hacer acto de presencia, una presencia que la quema, la destruye y la mata en fracciones de segundos, el sonido es tan ensordecedor que no logra escuchar las palabras de su madre a pesar de verla mover los labios, como si estuviera hablando. Solamente cinco malditas palabras es lo que alcanza a escuchar antes de sentir como los brazos de su madre la arropan; tal cual lo hizo hace años atrás cuando de adolescente descubrió sin querer el sucio amorío de su infiel padre.

—Lo siento, Miguel te dejó —susurra tratando de entender la profundidad de tal letal frase, repetirla una y otra vez es lo que hace su mente, pero a pesar de resonar a la perfección no logra procesarla. El suplicio que se crea en su corazón no es ni por mucho comparado con el sombrío vacío en el que cae su alma, esa alma que gozaba de plena libertad para amar a un hombre y desear a otro, dónde diantres quedan ahora esa alma libre llena de desenfreno, depravación e indecencia. Pese a intentar, una vez más, el escuchar lo que sale de los labios de su madre, pero es un silencio absoluto lo que inunda sus oídos.

Las rodillas de Anabel caen de sopetón sobre el piso de la entrada cuando sus piernas se rehúsan, sin importar qué; a sostener el peso de ella, sus manos sudan y todo su cuerpo tiembla como respuesta a tratar de activar sus sentidos. Pero ¿para qué quiere sentidos, si su mundo perfecto, su matrimonio ideal y su pareja segura ya no están?

El tiempo se detiene tan abruptamente que no logra llenar sus paralizados pulmones con el aire suficiente como para mantenerse consciente, así que se deja desplomar sobre la mullida alfombra.

Cuánto tiempo pasa ni cómo llegó al sofá no tiene importancia como el de despertar de esa terrible pesadilla. Aferrarse a las maternales caricias de consuelo sobre su cabellera, a la vez que depende a ciegas de los tranquilizadores dedos de su madre rozando su cuero cabelludo, mientras que se resguarda en el susurro de la tonada de esa canción de cuna que le cantaba cuando estaba asustada o no podía dormir; son las señales inequívocas de que no quiere abrir los ojos, que se niega a alejar su cabeza del regazo de su madre.

Sabe que caer en el abismo donde reina la oscuridad y la soledad son las consecuencias de su traición. Así que aprieta sus ojos hasta que los siente casi adormecidos, mientras que intenta con todas sus fuerzas rezarle a Dios todopoderoso para que todo sea un sueño, un maldito sueño convertido en pesadilla; no obstante, su llanto se vuelve incontrolable mientras que su cuerpo tiembla con fuertes sacudidas como intentando mantenerla con vida.

—Mamá... mamá... dime que esto es una pesadilla, dime por favor que mi matrimonio está bien... te lo suplico... dime que Miguel aún me ve como el centro de su universo... yo no quiero perderlo... es solo que con Lluis me siento una mujer plena, completa y satisfecha sexualmente, pero con Miguel estoy bien siendo su esposa —implora una aterrada Anabel, quien aún se niega a abrir los ojos como si eso le permite evadir la cruda y temida verdad.

—¡Oh, mi cariño!, mi pequeña niña— murmura Alicia mientras que la acerca a su pecho para continuar hablando —Lo siento mucho, amor, lo siento, pero él estuv...—, Alicia no termina de pronunciar la espantosa frase al ser su voz socavada cuando un grito desgarrador rompe con ímpetu en la garganta de Anabel a la par que un llanto lastimero brota del cuerpo casi convulsionando de la joven infiel. Culpable o no, el atemorizarse, es una respuesta lógica ante tal pérdida.

—¡Cállate!, cállate mamá, no quiero saber nada, sólo déjame dormir para despertar de esta pesadilla que me arrastra al infierno —espeta mientras que se tapa los oídos con un par de manos temblorosas y apretuja los párpados con toda la intención de soldarlos, evitando así; afrontar su negro presente y fatídico futuro.

Un «shss» prolongado y protector es emitido por la madre, a pesar de estar ella también muy herida sentimentalmente, sin embargo, su instinto maternal le permite el contemplar con profunda tristeza a su amada hija. Verla tan vulnerable en esa cruda situación, le duele, a pesar de ser Anabel la culpable no deja de ser emocionalmente doloroso.

Pero ambas recuerdan por vivencias en sangre propia, lo que conlleva el descubrimiento de una asquerosa infidelidad, solo hay dos caminos; uno donde el traidor sale ganando cuando es perdonado sin mayores consecuencias que alguna que otra pelea y la forzada reconciliación donde el infiel se esmera para limpiar su sucia consciencia. El otro camino; es cuando el traicionado decide continuar con su vida dejando atrás su fracasado matrimonio y el impuro amor que los unió, lamentablemente por ahora, es este último sendero el elegido por Miguel cuando las desleales o egoístas decisiones de ella lo llevó a esa amarga encrucijada de la vida.

Allí, acurrucados y acongojados están dos corazones, dos almas, dos vidas y dos matrimonios destrozados por opuestas razones confirmando que hay dos verdades en esta tierra; La primera es que el destino no oculta nada ni a nadie, y la otra es que el karma no perdona.

Las piernas de Alicia hormiguean por el adormecimiento, el no haberlas movido por más de una hora hace que mantener en su regazo a su hija, llena del más puro dolor, le esté pasando factura, pero no es momento de quejarse ni sentir pena por sí misma, es el momento de apoyarla, ayudarla y protegerla, sobre todo porque es su madre, quien la ama con todo su ser restándole importancia a las horas vividas con Miguel.

Los jipíos aún salen sin control del cuerpo casi inerte de Anabel, mientras trata de permanecer el mayor tiempo posible en el mundo de los sueños, donde las hadas con sus polvos mágicos y hechizos, impronunciables por los simples humanos, retroceden el tiempo, y allí está ella evitando que su confiable, amoroso y tradicional esposo se entere de su caprichosa infidelidad.

El sonido del celular rompe la quietud perfecta del sueño para hacerla entrar con paso firme a su temido presente.

—Cariño... hija, despierta, puede ser Miguel —sugiere esperanzada una Alicia que es madre, ahora, y no mujer.

Sin embargo, la canción le informa que no hay forma de que sea Miguel, por el contrario, es él, su amo y señor quien requiere su presencia.

—Déjalo sonar es del trabajo, no debe ser nada importante, —pronunciar esas palabras por primera vez; despierta en su interior la sensación de que algo, tal vez la moral, estuvo dormida en ella por más de tres años, ese maldito tiempo que prefirió ser la sumisa a la novia, prometida y ahora esposa de un hombre como Miguel, ¡diablos y dioses!, ¿por qué ahora cuando su castillo está roto en mil pedazos, por qué ahora se da cuenta de los valiosos y fuertes que fueron sus votos matrimoniales, por qué precisamente ahora desea retroceder el tiempo?

Un nuevo llanto explota sin control cuando abre los pesados ojos y deja salir toda la ira que la quema, rabia que la sofoca y decepción que la avergüenza, es imposible, pero incontenible a la vez porque todas ellas se chocan en su pecho impidiéndole poder respirar. Es la voz de Alicia quien la mantiene en su presente preparándola para su futuro inminente, duro, cruel y crudo al cual debe afrontar.

—Miguel... Miguel... llegó destrozado, acabado y terriblemente dolido, no sólo contigo, sino con la vida, no me extrañaría que tuviese deseos nefastos o trágicos, que se le hayan cruzado por su mente, pero gracias a Dios encontró apoyo y buenos consejos con su jefe, según me explicó— empieza a decir esperando que su hija tenga el valor de saber cuáles son las consecuencias de sus traicioneras decisiones. —Se enteró de todo, totalmente de todo, ¿cómo pudiste invitar a tu puto amante a tu boda, qué crianza te di, yo... yo no puedo creer que hayas superado con creces a tu padre, a ese Matteo Durán, que nos destrozó la vida años atrás?— indaga afligida a la par de horrorizada.

—Mamá, solo quería demostrarle a él que yo había elegido a Miguel, fue por eso, por nada más... —intenta justificar lo inconcebible, mientras que lágrimas a sabor a pérdida mojan sin control su rostro.

—No seas ridícula, eso no te justifica, lo que hicieron ambos es una cochinada, una traición, una vulgaridad que carcome el orgullo de un hombre y mancilla el honor de una mujer, es tan asquerosamente premeditado que de seguro es una herida que les va a costar mucho cicatrizar —sentencia una mujer llena de experiencias amargas en el perdón de las infidelidades.

—Miguel sabe todo, inclusive que se vieron en la luna de miel— Le hace saber a Anabel para continuar, —pero claro, una mujer que invita a su amante el día de su unión eclesiástica lo necesita también en su luna de miel, ¿verdad?... hija.

»Él lo sabe todo, absolutamente todo— La respiración de Anabel es tan errática que uno de sus mayores temores vuelve del pasado para atormentarla aún más si eso se puede, cuando comienza a hiperventilar. Hoy la muerte por asfixia no le parece tan mala, ahora ya no es tan aterrador como años atrás, tal vez la muerte sea un premio escondido del destino para no tener que vivir el karma por la ausencia de su Miguel.

Es el cuerpo de Alicia quien corre por unas bolsas de papel para crear una cámara reducida de aire, con la cual, luego de varios alarmantes minutos, que le parecen interminables, pudo entonces hacer que una negativa Anabel quiera volver a respirar con normalidad, Anabel, una mujer que hoy, ahora ante lo que le espera vivir prefiere la ater parca a sobrevivir, pero la vida le tiene su merecido castigo; ese castigo que le promete un mundo rebosante de llanto, dolor y humillación al enfrentar a la sociedad que la vio jurar amor, respeto y fidelidad frente al altar.

Pero al mal tiempo, darle prisa, así que Anabel se ve obligada a escuchar el despotricamiento, bien merecido, de los labios de su madre.

—Él sabe todo... de eso no me cabe la menor duda... ¿En qué demonios estabas pensando?, ¿a qué estabas apostando cuando tú, una mujer casada y adorada por tu esposo se ofrece libertinamente en ser tan infiel, traicionera, desleal y embustera que estás de acuerdo con tener el hijo bastardo de tu amante en lugar de ser la madre del fruto entre tú y Miguel? —un largo silencio impío, incómodo por demás, las arropa.

Mientras que ambas luchan cada quien por salir ilesa de esa montaña rusa en la que cada una compró boletos; por parte de Alicia, porque cada vez que perdonaba al manipulador de Matteo Durán, por el bien de su familia, y la otra por cada vez que se entregaba totalmente perdida, obsesionada por la sexualidad que obtenía con lo que colgaba de las piernas de Lluis. Sí, al haber vamos una de ellas sabía a qué atenerse porque lleva años preparándose económica, emocional y sentimentalmente, el estar ligeramente preparada para el trepidante recorrido le permite sobrevivir a las millones de emociones que golpean su cuerpo en cada curva, bajada o subida en el trayecto. Pero, ni Teícu; aquella diosa azteca del apetito sexual, ni el rey chino Zhou un dios conocido por la sodomía, ni mucho menos Príapo dios de las relaciones sexuales y la lujuria de la antigua mitología griega; pueden proteger a Anabel de la fuerza ineludible, destructible e inaplazable del destino junto al karma que se unieron con alevosa traición para coincidir en aumentar la intensidad y la peligrosidad del recorrido que Anabel misma se trazó con su grotesca, asquerosa y planificada infidelidad.

Anabel muy escasamente subsiste a la montaña rusa en la cual está montada sin protección alguna. El cerrar los ojos para no ver su realidad, el llorar hasta la deshidratación, el gritar como loca desquiciada y arrepentirse no le sirve de nada, absolutamente de nada, querer la muerte le es más fácil que continuar con vida, pero claro, el destino le tiene preparado varias horas, días, años de dolor, sufrimiento y envidia ajena, sin que ella lo sepa.

Mientras Alicia evita explotar en ira y vergüenza ajena, Anabel aún se niega a creer lo que sus oídos escuchan.

—Es asqueroso, denigrante, totalmente repulsivo, que tú como esposa y mujer estés dispuesta a llegar tan lejos como para traicionar a tu propio hijo sobre quién es su padre... ¿qué tipo de madre quieres ser, qué esperas de la vida?— reclama vociferando una madre que casi no reconoce las acciones de su hija, —si no lo amabas lo suficiente para dejar a tu amante, ¡mierda Anabel!, ¿por qué demonios te casaste con él?, ¿qué clase de morboso y aberrado sexual es ese desgraciado que te folla quién sabe dónde ni cómo?, ¿y qué le parece genial verte casar?— indaga molesta, sin realmente, querer saber las cochinas respuestas, para simplemente continuar atacando con justificada razón a Anabel —¿Por qué no luchar por ti?: para evitar esa boda, o ¡les pareció divertido, excitante y caprichoso para ustedes dos tenerlo como testigo viviente de un matrimonio que tenía todas las de perder desde el momento que ustedes decidieron permanecer juntos?— afirma temerosa del cruel destino que tarde o temprano ha de alcanzarla—... —¡Dios mío!, ustedes son dos zorros de siete colas, tal cual de la misma calaña, ustedes sí que se juraron amor, fidelidad en las buenas y en las malas... ¿Qué pasó por tu asqueroso, retorcido e impuro corazón mientras pronunciabas tus votos matrimoniales?— reprocha con desagrado una madre mientras que le señala el lugar exacto del corazón de su hija...—¡Oh, Dios mío!, en tu amante ¿verdad? No sé ni para qué lo pregunto cuando la respuesta te acaba de explotar en la cara!— escuchar las certeras y agudas palabras de su madre hacen que las pulsaciones, el ritmo cardiaco, la sudoración, el temblor de su barbilla y el torrente de lágrimas de Anabel aumenten casi sin control. Todo aunado a las inmensas ganas de vomitar, le presagia que el presente no tiene un hoy y que el futuro es sólo cenizas que no se oponen a que el viento haga su trabajo.

La única respuesta sincera que logra emitir, aceptar y procesar Anabel es vomitar, vomitar como si eso limpiara su cochino y sucio interior, como si vaciar el estómago hace que su consciencia se vacíe de todas esas entregas sexuales, pecaminosas y lujuriosas, vaciar su alma de los pecados de infidelidad, esa es su meta. En espera de que un nuevo amanecer le entregue un lienzo en blanco para poder pintar con los suaves colores de la fidelidad su matrimonio y el amor de Miguel. Pero claro, no le sirve de nada cuando al terminar de vomitar se da cuenta de su amarga, triste y solitaria realidad cuando, esta, la golpea otra vez con más fuerza, donde; el destino impone el castigo y el karma ejecuta la sentencia.

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