El amanecer le trae a Anabel y a Lluis una sensación chocante e impropia para ellos, pues despertar junto a un cuerpo con el cual no tuvieron acción sexual en cualquiera de sus presentaciones les es extraño, incómodo y fuera de toda lógica. Durante más de tres años sus cuerpos y mentes se han permitido darse el lujo de depender el uno del otro para saciar sus placeres sexuales donde la Sodoma y el morbo van de la mano, así que abrir los ojos, estirar sus cuerpos y desearse los buenos días está de más, sobre todo para él, quién ve en ella un trofeo de consolación; "su peor es nada", una excusa más donde liberarse, aunque sí reconoce que por ahora no está dispuesto a soltar a su sumisa para que otro la posea, de hecho, el saber que su esposo tiene pleno derecho a ese privilegio le molesta, es por eso que la presiona para que su hijo sea el fruto, la evidencia, el testigo o muestra viviente de su turbio amorío.
Para Anabel es agridulce la situación, pues la noche anterior no necesitó del candente cuerpo de su amo y señor, sino que se entregó a Morfeo pensando inevitablemente en Miguel.
En este nuevo amanecer son sus cavilaciones quienes le presentan un punto de inflexión que sabía que llegaría en algún momento, pero jamás imaginó que sería ahora cuando está decidida a perpetuar su sumisión al aceptar la propuesta paternal de quien le ha mostrado un mundo lleno de placer y seducción que la satisface más allá de sus límites.
Un "buenos días" sale de los labios de Anabel, el cual no es correspondido por él, intimar no es lo que necesita ahora, sino sexo duro, mañanero y placentero; en otras palabras: liberación, solamente liberación. Con dura expresión que le permite influenciar en la personalidad de quien compartió la cama anoche y que dicho sea de paso no le sirvió ni para conciliar el sueño, da la orden que ella conoce a la perfección.
Castigo, cumplimiento de reglas y completa obediencia son las herramientas que él usa para descargar su necesidad de estar con Sándra, en su mente no hay conflictos para reconocer que esa pequeña mujer de caderas voluptuosas y senos disparejos lo tiene, ¡maldición!, comiendo en la palma de su mano, lamentablemente para él su ración de comida se asemeja al alpiste necesario para alimentar a una golondrina que no hace verano.
Anabel se deja envolver al instante en el enigmático ambiente que forma parte esencial del BDMS, esa atmósfera que está caracterizada por el sensual rojo y el sombrío negro, donde el sudor, las feromonas y los fluidos corporales son los elementos decorativos para que la fiesta sexual se propicie y llevar a los invitados a un mundo del cual difícilmente quieran salir. No importa el rol elegido; lo verdaderamente valioso es: disfrutar, gemir, alcanzar orgasmos, hacer del clímax una meta conjunta hasta que el cuerpo caiga o se desvanezca del duro y real cansancio. Ella sin dudar de un brinco se posiciona en cuclillas con las manos entrelazadas en su espalda baja y su cabeza inclinada en dirección al piso, pues, esta sumisa ha aprendido por las malas que no es digna de mirar a su amo y señor a los ojos al menos que él exija lo contrario. Su sentido de oído se activa haciendo que las pulsaciones intenten romper las venas por donde pasa una cantidad abismal de torrente sanguíneo, una ligera capa de sudor brillante producto de la excitación y el miedo comienza a formarse alrededor de su columna vertebral, acumulándose justo en esos dos sensuales hoyuelos que están al inicio de sus tentadoras nalgas a la par que sus muslos se contraen en espera de la actividad que complacerá a su amo y señor, porque él en su rol no le debe nada, a quien por voluntad decide entregarse a ciegas a los placeres de él.
Con paso lento la dominante personalidad de Lluis rebusca en su maleta hasta encontrar varios accesorios, juguetes o artículos de tortura sexual, como quieran llamarlos, pues según el uso pasan de uno al otro sin problema más que las marcas que le regalan al cuerpo de su sumisa y los pervertidos, morbosos y sadismos recuerdos que se incrustan en la mente de ambos.
—Shss... Shss... Shss, no quiero oír tu voz —inicia sometiéndola con total simplicidad. Mientras ella traga saliva, esa misma que se le acumula en su boca producto de la excitación, por lo que está por disfrutar.
Ver que su orden le causa más placer que miedo lo llena de una sensación que le hace saber que debe recordarle con impiedad su posición de sumisa. Así que se dirige al baño con la intención de tomar el frasco de champú con olor a frutas silvestres que ella suele usar, preparar una pomposa espuma le toma valiosos minutos, cuando está conforme con la abundancia de la misma se gira sobre sus talones para empapar varias toallas blancas, tan blancas como la inocencia que ambos perdieron cuando optaron por traicionar a sus respectivas parejas. Reanuda su andar con paso firme dejando que las huellas de sus descalzos pies se marquen en el frío piso de porcelanato negro que cubre la habitación, mientras que, de las acolchadas telas de felpa destilan agua, detiene su andar al posarse desnudo, controlador y posesivo para mojar con sumo cuidado los dos montículos coronados con las areolas rosadas que ya están erectas en busca de contacto, ya confiado que el traslúcido, incoloro e insonoro líquido los cubren uniformemente de inmediato inicia a untarlos con la olorosa espuma, mientras que hace rozar el glande de su pene contra el rostro de su sumisa excitándola más de lo que ya está por la espera de ser complacida más allá de sus límites hasta el punto de olvidarse de la desagradable y tortuosa noche que la mantuvo al borde del insomnio, pero la peor parte es que está más que dispuesta a olvidar de quien es esposa e inclusive de su nombre. Antes que ella pueda tan siquiera pensar en otra cosa, mientras que, entreabre los ojos para disfrutar, no sólo del manoseo, sino también de la vista, observa con temor, como en una de las manos de Lluis está el zippo que le entregó como regalo de despedida dos días antes de casarse.
Los movimientos compulsivos e involuntarios de cada uno de sus músculos le dan a él la señal y la plena certeza de que por fin ella vuelve a personalizar a la perfección su rol de sumisa. Lluis ágil y experimentado en el BDMS aprovecha la confusión mental de su sumisa para sin perder tiempo con un expedito movimiento de muñeca sobre uno de sus muslos genera la tan deseada chispa; sensual y peligrosa flama azulada refleja en sus iris lo asustada que está Anabel.
Decir que les toma fracciones de segundos, para él, ver como la espuma se prende en fuego alumbrando y calentando el temeroso rostro de ella es casi un eufemismo, mientras que a ella le parece toda una eternidad el tiempo que las llamas permanecen encendidas en sus delicados senos. Antes que una nueva respiración de ella se logre, es el cuerpo de él quien apaga el incipiente fuego, logrando que no queden consecuencias físicas ni mentales, pues una sumisa con estrés postraumático no le sirve de mucho aparte de intercambiarla o simplemente cederla al siguiente dominante de la lista.
Mientras que Lluis le devora con la boca todo rastro de champú sobre sus firmes senos, las reminiscencias de las clases de química en la universidad se apoderan de su mente cuando recuerda como aprendió en el laboratorio sobre la espuma de fuego, aunque ahora deberá llamarla la sexual espuma de fuego.
Las sensaciones emocionales de Anabel se debaten entre permanecer asustada o dejarse llevar por la excitación de la nueva travesura sexual, mientras que reconoce el no haber sentido más que un ligero aumento de temperatura en su pecho, pero sin embargo, ahora se concentra obsesivamente en otro tipo de fuego que la abraza y el cual se inicia en su intimidad femenina hasta lograr que la humedad haga acto de presencia. Cierra fuertemente sus párpados para sentir como un hilo caliente, ácido y quemante de sus fluidos vaginales comienzan a empapar sus labios íntimos... Delicioso, excitante, sensualmente seductor son los apelativos que le asegura que está en el camino correcto para disfrutar de su sexualidad. En momentos como este se pregunta, ¡¿porqué, mierda?!, ¿debe conformarse sexualmente con su esposo?; Miguel está para satisfacerla en otras necesidades: como las emocionales, personales, profesionales y claro está las familiares, pero en cuanto al sexo es con Lluis con quien quiere y debe estar.
Luego de casi dos horas de esposas, mordazas, y nalgueos los dos cuerpos colapsan sobre la alfombra que reposa justo al lado de la cama king en el centro de la habitación. Aparte de los gemidos y las respiraciones pesadas, ella aún no tiene permitido hablar, así que, ¡diablos!, tiene una avalancha de obscenidades, palabras de amor, gritos de sensualidad intentando salir en cuanto él se lo permita.
—Ven a bañarme, tu amo y señor quiere que lo consientas en la tina —suelta como si ella tuviese una resistencia física y emocional lista, y presta sólo para satisfacerlo.
Media hora le toma a ella dejarlo impecable, relajado y renovado, listo para salir de la habitación, como si nada hubiese pasado.
—Toma una ducha de tres minutos, te quiero vestida en cinco —ordena él mientras se da los últimos retoques a su impecable vestimenta.
Anabel, con tal de complacer a su amo, le toma escasamente cuatro minutos y medio mal bañarse y enfundarse un vestido veraniego con un par de altas sandalias cuyo tacón de aguja perforaría el orgullo de cualquier hombre que ose tan siquiera pretenderla, sin embargo, combinan a la perfección, ni loca dejaría de ser la coqueta mujer que tanto la enorgullece.
En el restaurante es nuevamente él quien toma el control de la situación eligiéndole la tan odiada sopa de cebolla acompañada con un inerte pan con ajo y un simple plato de ensalada sin aderezo para ella, mientras él degusta un entrecot con guarniciones de vegetales salteados. La incomodidad del personal que labora en el restaurante es evidente cuando ella sólo se limita a comer sin elevar la mirada en ningún momento y llevarse el cubierto a la boca únicamente cuando él se lo permite con un ademán de manos.
El último despertar juntos es iniciado con la entrega de otra tanda sexual donde ambos amantes se esmeran cada quien, en complacer, al contrario. Por fin, Lluis le permite hablar, pero, solamente con la condición de oírla, decirle lo que tanto él desea, demostrando que sus dotes de dominante están en su máxima expresión.
—Sí, mi amo y señor, yo he nacido para ser tuya, harás con mi cuerpo lo que te plazca, así que sí, tendré a tu hijo creciendo en mi vientre y naciendo de mí.
Matteo algo melancólico por dejar al pequeño Charles y a la tierna Liz le informa a Fanny que debe ausentarse en un par de días por motivos de trabajo, que este viaje durará al menos un par de semanas o tal vez más, pero que se mantendría en contacto por cualquier novedad. Información que no asombra ni mucho menos le es de extrañar a la futura esposa, según ella, de su secund family.
Aunque él se espera la típica reacción de cuando ella era la insegura adolescente de los primeros años de su relación donde casi le imploraba que no se marchara, una ligera sensación de frío llega a su nuca justo allí donde aún tiene una cabellera ligera y delgada, pero cabellera al fin, contrario a lo ya conocido, ella sólo asiente como si fuera algo rutinario previamente vivido, a la par que le resta importancia a su pronta ausencia. Un amargo sabor de boca le impregnan las papilas gustativas a Matteo Durán, quien tiene la certera sensación que su vacío fácilmente lo llenará la presencia del tan extrovertido Karla, personaje que en ocasiones ha encontrado haciendo de padre y esposo en su casa, sino fuera por el hecho verdadero que a ese Karla le encanta maquillarse, pintarse las uñas y representar su papel de mariquita de pacotilla en las obras teatrales sentiría celos de él, pero ¿para qué preocuparse, sí, el mayor daño que puede hacer es volver más coqueta a Fanny y más consentida a Liz?
Jurándose que evitaría toda indeseada influencia de ese cuasi-hombre, ese mariquita de mierda, con su macho y varonil hijo. Para Charles el único punto de referencia de lo que es un verdadero hombre será él mismo, su padre, le importa un carajo volver a encontrarlos en su cama mientras ríen como dos adolescentes a la par que el Karla le pinta los pies a su Fanny, aún recuerda con desprecio aquella escena que le hace todavía remover su estómago al pensar qué tipo de hombre se volvería al hacer algo así de ridículo, Dios mío, ¿a qué idiota se le ocurre hacer algo tan anómalo y poco fructífero para una relación?; como es el pintarle los pies a su mujer. Sin embargo, una triste sonrisa se intenta reflejar en sus labios cuando recuerda como en reiteradas ocasiones Alicia al principio de su relación le pidió hasta el cansancio el satisfacer esa fantasía, pero en fin... ¿qué más da?... si su mujer necesita que le pinten las uñas de los pies él está más que dispuesto a pagar por ello para eso él genera suficiente dinero para complacerla.
Seguro de que tiene todo bajo su control y que ambas mujeres están más que satisfechas en su relación; se deja consentir por las manitas de Charles que buscan calor corporal. Los bien entrenados ojos de Matteo recorren con detenimiento el cuerpo desnudo del bebé mientras que su madre lo viste. Matteo Durán se toma todo el tiempo necesario para encontrar esa marca de nacimiento que ha caracterizado a todos y cada uno de los hombres Durán, busca y busca con afán, pero tal vez por la corta edad del recién nacido aún no ha aparecido, «ya tendrá tiempo para manifestarse», son los últimos inequívocos pensamientos antes de quedarse dormido.
Ernesto se rasca la nuca repetidas veces, como si de un trastorno obsesivo-compulsivo se tratase, permanece allí escondido, al frente del amplio ventanal del café francés ubicado en la mezzanine del centro comercial más importante de la ciudad. El pasearse la mano y enrollar su cabellera en los dedos le trae una falsa sensación de paz y sosiego.
El tomarse el tiempo de releer los mensajes enviados por quien se supone que cree que le es infiel, le hacen perder el poco, muy poco control que le queda, pero entonces, miles de inquietudes irrumpen en su interior... «¿Por qué la veracidad en los mensajes de Oscar?, cuando es de suponer que un infiel miente en dónde y con quién está», se refuta internamente, mientras aumentan sus miedos, entonces más preguntas se acumulan en su interior, «¿Por qué no es tan obvia la infidelidad de Oscar?... ¿Por qué esperar que la supuesta infidelidad sea cierta?», se reprocha hipócritamente al justificarse que sea una traición de Oscar lo que le entregue en bandeja de plata la tabla de salvación que le permita romper con esta relación que se le escapa de las manos, al darse cuenta ahora, que es su corazón quien implora por más, mientras su recelosa mente se rehúsa a reconocer que está perdidamente enamorado de un hombre... «¿A qué, demonios le teme?, ¿tiene tanto miedo cómo para no dejarse ver como pareja en su círculo social?», ¡diablos!, son tantas, casi infinitas las interrogantes que le provocan la tan temida migraña, impidiéndole mantenerse cuerdo y aferrado a la realidad. Pero hay una pregunta que se clava en lo más profundo de su inseguro corazón «¿Por qué, ¡Dios mío!, ¿por qué no puede confiar ciegamente en el amor de Oscar?; Cuando debería ser él el que esté bajo la lupa, porque siendo sincero es él el que con su frialdad, indiferencia y palabras hirientes hizo llorar sin contemplaciones a quien sólo ha estado para él a pesar de todo», un remordimiento perfora su ya trémulo interior al sentir como su alma se empequeñece ante tan injusto recuerdo.
Oscar ajeno a las tribulaciones de quien no tiene la menor idea que desconfía de él hasta tal punto de someterlo a una estúpida prueba que lo único que comprobará es que tal vez, sólo tal vez, están por terminar.
Ernesto comienza a arrepentirse por dudar de la lealtad de quien únicamente ha tenido muestras de amor incondicional. Decide que por y para su tranquilidad mental debería confiar ciegamente en el amor de Oscar, decisión que se fortalece al instante que él continúa respondiendo con sinceridad. Verlo allí, sentado frente a un extraño, hace que los celos sean ahora quienes marquen el compás al cual se mueve su alterado corazón. Porque, aunque no quiera pronunciarlo a voz pópuli, allí está su pareja, ese hombre que de a poco se ha metido debajo de su piel, que se pasea libremente entre sus pensamientos cuando menos se lo espera y que le ha hecho el amor de una manera que jamás pensó que existiese.
Un listado de vergonzosos improperios para sí mismo resuenan en su mente porque no es lo suficiente valiente para pronunciarlos. Son esas palabras obscenas las que debieron salir anoche de los temblorosos labios de Oscar, pero que, sin embargo, sólo se limitó a llorar cual niño buscando el apoyo de sus padres o quizás de su mejor amigo, y claro, el apoyo no llegó. Ni para eso sirve ni tan siquiera para ser un buen amigo, otro reproche más que agregar a la nefasta lista.
Sentirse romper por dentro al darse cuenta que sólo tiene calificativos peyorativos para él mismo, lo debilita, sin embargo, dentro de su burbuja comienza a enumerar. Egoísta por no entregarse a plenitud a un amor servido en bandeja de plata; Cobarde por no enfrentar al mundo en pleno siglo veintiuno; Estúpido por someter a una ridícula prueba el amor de alguien como Oscar como si la vida ya no tiene suficientes pruebas por sí sola; Necio por anteponer los prejuicios y los tabúes al sentimiento más grande y hermoso que existe; Idiota por hacerle perder el tiempo a Oscar al ilusionarlo en espera de una entrega que él sabe que no llegará.
«Maldita infidelidad», piensa enojado y desilusionado a muy pesar suyo al darse cuenta de que no hay más traidor que aquel que no entrega, por miedo o cobardía, su alma y corazón al ser amado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro