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Capítulo 23. Pasos dentro de la intimidad.

La hora del almuerzo es anunciada cuando un gruñido hace acto de presencia saliendo como confesión de un cuerpo que necesita algo más que intimidad de pareja, varias risas de Miguel hacen poner aún más roja a su Ali, quien intenta por todos los medios zafarse de los esculpidos brazos de él quien por simple travesura la retiene en espera que el vocalista estomacal vuelva a entonar otra estrofa, pero como la lengua es el castigo del cuerpo es el estómago de Miguel quien decide cantar a voz pópuli el coro, sacándoles varias carcajadas a estos dos locos que están componiendo la más hermosa balada de intimidad.

Ambos corren como niños bajando los escalones de dos en dos para ver quién llega primero a la suntuosa cocina, la que ella conoce también como la palma de su mano. Como es de esperar Miguel la deja ganar, pero con la traviesa intención de disfrutar del bamboleo de esas caderas que le acaban de regalar una danza árabe sobre su masculinidad. Como si Cupido, Afrodita o la misma Ixchel; esa diosa maya de la luna, fueran necesarios para apoyarse como colegas del amor... Alicia intuye que los ojos de él están recorriendo su trasera anatomía, así que le baila las caderas en sintonía de la danza del vientre, mientras que sus manos y hombros lo invitan a perderse entre la sensualidad y la sexualidad del encanto del mundo árabe.

—¡Cielos!, mujer, vas a acabar conmigo, pronuncia con voz ronca mientras la rodea con sus brazos, contacto que no impide que ella continúe bailando cada músculo de su cuerpo.

—¿Quieres cocinar mientras yo bailo para ti? —insinúa juguetona mientras lo ve tragar saliva a la par que simplemente, él, niega con la cabeza.

—¡Estás loca!, tendríamos que llamar a los bomberos, pues te juro que quemaría algo más que nuestro almuerzo —reconoce mientras que le besa y mordisquea los danzantes hombros.

Y, en efecto, entre ambos preparan una deliciosa y confortable comida de tres platillos. No es la primera vez que ambos hacen de chefs, allí, entre esas tres paredes, la única diferencia es que en esta ocasión no tienen espectadores como anteriormente ocurría. Una buena película la cual no terminan de ver es el tiempo que necesitan para retornar al cuarto de invitados. Un par de horas más pasan cuando Miguel decide que quiere más intimidad, así que sin pronunciar palabra se levanta para hurgar entre los estantes del baño principal.

Con pasos firmes se aproxima al borde de la cama para llamar la atención de su Ali, mientras que ella con gusto despega sus ojos del libro que la escritora Mazorrita le autografió.

—¿Interesante? —indaga Miguel mientras lee la atrayente portada, —Jade— vocaliza el título, para luego colocarlo nuevamente en las manos de ella.

—Sí, mucho, me encanta esta escritora —reconoce tranquila como si estar juntos es lo más natural del mundo.

—Bien, continúa leyendo o mejor lee en voz alta mientras yo mimo tus pies. —El rostro de Alicia desprende extrañeza.

Pues nunca nadie le había mimado esa parte tan erógena para ella, a pesar de que Matteo, siempre lo supo, él como siempre controlador, decidía que partes eran las correctas a estimular sin importarle los gustos de ella, pero bueno, «¿por qué no disfrutar ahora eso que por tantos años siempre pidió?», se deja llevar por sus reminiscencias. Contrario a continuar leyendo, deja caer su cabeza hacia la mullida almohada a la par que sus labios se entreabren para dejar escapar más de una vez varios suspiros y un par de gemidos.

Satisfecho y orgulloso de la reacción corporal de ella, prosigue con un sensual y delicado masaje, donde más de una vez sus manos recorren los muslos de ella.

—Por favor lee para mí —pide sin parar de acariciar los dedos de los pies de esa hermosa mujer digna de consentir.

Alicia retoma su posición concentrándose en pronunciar cada palabra, frase y escena como si se tratase de una audiencia selecta, les toma casi media hora el avanzar varios capítulos, así como el aplicar la primera capa de pintura cuando son interrumpidos por una llamada entrante en uno de sus celulares, aunque en principio no les apetece contestar lo mejor es hacerlo para evitar levantar sospechas.

Miguel se levanta con seguridad mostrando toda su desnudez para tomar el celular de su Ali que está en la peinadora de madera clara que conforma parte del mobiliario.

—Es él, ¿quieres atenderlo? —La interrumpe en una escena interesante del libro. Mientras ella niega suavemente con la cabeza, aumentando el tono de voz para no perder detalle alguno.

Miguel sube los hombros dejando sobre la madera el celular a reventar de tanto sonar, para de un brinco juguetón saltar a la cama, haciendo que ella rebote soltando el libro y estallando en carcajadas, olvidándose de la inoportuna y dolorosa llamada que acaba de incomodarla.

Para la segunda capa de pintura, ella, coloca el libro sobre la pequeña mesa de noche ubicada estratégicamente al lado de la cama concentrándose en memorizar la intimidad que le está haciendo vivir Miguel. Pintarle las uñas era, así de sencillo, lo poco que esperaba de Matteo, pero de seguro era mucha intimidad para un hombre como él. Se entristece al asumir que su matrimonio no tiene futuro, pues se necesita un cambio de ciento ochenta grados en la personalidad de su esposo para que ella piense en tan siquiera llegar a perdonarlo.

Ahora es una melodía conocida por él la que desentona en la burbuja perfecta que ambos celosamente protegen. Los nervios de Alicia explotan al darse cuenta de que es su hija la que reclama ahora las atenciones de Miguel, por acto reflejo se cubre el rostro con ambas manos para ocultar su vergüenza, su miedo y tal vez su arrepentimiento, pero Miguel se levanta para sentarse justo detrás de ella abrazándola y meciéndola por detrás evitando que ella escape de su nido de intimidad.

Cinco, casi seis repicadas, se necesitan para que Alicia logre controlar su respiración y calmar sus nervios. Mientras que Miguel con voz segura, firme y ligeramente excitada por la cercanía de sus cuerpos, responde más por necesidad de mantener a su esposa lejos de él que por gusto. Un sabor amargo le invade sabiendo que Anabel está sólo aparentando preocupación por él.

—Hola, Anne, —La saluda como si nada estuviera pasando, sin embargo, debe reconocer que su tono de voz tal vez denote lo contrario, pero ¿a quién le importa?; cuando el destino y el karma se juntaron para trazar venganza.

Tras varios minutos de una conversación fría, casi obligada para ambas partes, él le confiesa que está excitado pintándole los pies a una sensual mujer madura y como es de esperarse, Anabel no cree lo que él sinceramente le acaba de confesar, pero es tanta la insistencia de ella por saber, ¿qué está haciendo él?, que no le queda más remedio que enviarle la imagen de la portada del libro para por fin dar por terminada la desleal llamada.

El tenso cuerpo de Anabel se contrae ocasionándole una indescriptible opresión en el pecho logrando que su respiración se entrecorte y sus labios se resequen, bebe de un trago el ouzo mientras siente como el licor griego a base de anís y uvas maduras con olor a regaliz le quema la garganta desapareciendo de inmediato el sabor dulzón del traslúcido licor a la par que solicita otro trago con manos temblorosas aferrándose al delgado vaso Collins para tratar de calmarse, mientras se repite con infinita velocidad, «¡Él no, Dios no, por favor!», es el clamor que en silencio reza, ora o vuelve su mantra con tal de que sus instintos se aplaquen ante tal vengativo destino, «¡Él no, Dios, él no!» vuelve a pensar como si eso evitaría la llegada del Karma al cual ella tanto teme.

Mientras que ella trata infructíferamente salir de la amarga fantasía que los instintos femeninos le recrean en su sucia imaginación, Lluis está cada vez más frustrado por la indiferencia de Sandra. Su talón de Aquiles, su obsesión masculina, esa tentación viviente que aún no ha caído redonda a sus pies como el resto de las mujeres, Sandra; esa improfanable y deseada mujer. Reprochándose por ser el estúpido y gilipollas que vio caer su sagrado matrimonio cuando su aún esposa lo descubrió en una aventura pasajera con su cuñada, el muy engreído se sentía el rey del mundo cuando su cretina personalidad creía que tenía a Dios tomado de la barba mientras que a su cuñada la poseía en cuatro.

Pero en fin, no puede hacer otra cosa que usar el coño de Anabel mientras le da el tiempo que necesite a Sandra para perdonarlo, total ella es su esposa, no, es más que eso es la mujer por la que da la vida, el salario y su rol de dominante para demostrarle que es su sumiso en cualquier sentido, diablos, pensar en ella, su aroma, su piel, hace que el rechazo se vuelva cada vez más difícil de aceptar, pero bueno, «al mal tiempo buena cara aunque en este caso se podría decir; al coño prestado una buena follada», ríe ante el cambio gramatical del refrán, sin embargo, sin duda este último se amolda más a lo que está viviendo con Anabel.


Otro despertar inicia cuando el llanto del pequeño Charles clama por la leche materna, la rutina se repite cada amanecer, Matteo, se tapa la cara con dos almohadas a la par que se gira boca abajo con tal de no tener que despertar completamente, y así poder dormir un poco más, mientras que despierta con movimientos de sus pies a la trasnochada madre para que se ocupe sola del infante.

Con un cuerpo agotado y ojos hinchados corre a asearse en la ducha mientras que implora inútilmente ayuda a Matteo, ya que en la noche anterior él le exigió más de una felación, masturbación, y claro sexo anal lo cual era para encontrar un poco de liberación por la nula comunicación con su esposa, claro es un tema que no piensa ni por todo el dinero del mundo compartir con Fanny.

Casi a medio enjuagar sale presurosa Fanny amamantar, cuando ahora es la voz tierna de Liz quien clama atención, pero para bien o para mal la pequeña tiene ya varios días apegada a su padre, así que opta por brincar en el colchón para despertarlo.

—Papi, papito quiero cereal con leche —brinca torpemente una y otra vez entre el colchón y el cuerpo de su progenitor.

—Amor, pequeña, papi está cansado... dile a mami —es la respuesta que sale de una boca con aliento aún a sexo.

—No, mami le está dando teta a Charles y yo ya soy grande, no quiero de esa leche, yo quiero de la que está en la nevera —protesta con un fuerte puchero mientras cruza sus bracitos al frente del infantil pecho.

Una fuerte carcajada sale de su garganta sabiendo que debe levantarse a la par que la pequeña se baja victoriosa de la cama.

El desayuno al igual que el almuerzo pasan sin novedad, luego de media hora de ver cualquier película de princesas con Liz sube para tomar una siesta, esa vaina de ser padre, casi-esposo y jefe de secund family le está pasando factura. Justo cuando sus ojos están a punto de cerrarse, recibe un mensaje que interrumpe la tarea de Morfeo, rogando que sea su esposa se levanta como resorte para abrir la aplicación.

Una ráfaga de decepción, celos y desilusión lo embarga cuando comprueba para aumentar su incomodidad que no es Alicia quien se ha tomado el tiempo para contactarse, sino Daniela, duda entre bloquearla o abrir el maldito mensaje. Pero la curiosidad puede más que el mal recuerdo de saber que fue ella quien puso sobre aviso a Alicia de su aventura años atrás.

—Necesitamos vernos en una hora en el mismo lugar de siempre, no me hagas esperar porque si antes no me importó Alicia Durán ahora me importa una mierda —son las demandantes palabras que se escuchan antes que el mensaje se corte.


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