Una inquieta Martha se desplaza de un extremo al otro por la arquitectónica oficina, voltea expectante cuando escucha la pesada puerta de vidrio abrirse, dos pares de ojos a punto de enloquecer se conectan intentando hallar respuestas, pero son las mismas desde hace más de tres días, tres de los cinco días que Alicia, su gran amiga, colega y compañera de venganza no se ha contactado, ni con ella, ni con Oscar.
—Llámala otra vez— sugiere Oscar a la par que termina de cerrar la puerta —necesitamos confirmar su asistencia a la siguiente reunión con Oilinternational ese Felipe Paug es demasiado insistente sobre todo con lo referente a este nuevo proyecto— suelta el atlético Oscar angustiado por la repentina e inesperada desaparición de su cuñada, a la par que, se rasca la nuca, como si ésta, fuera la lámpara mágica de Aladino a la cual le acaba de pedir su último deseo.
—Lo sé Oscar, pero no logro comunicarme con Alicia —Un suspiro pesado sale de la garganta mientras que se quita esos odiados tacones que la hacen ver más alta de lo que realmente es, a la par que se tumba toscamente sobre su sillón ejecutivo.
—Suficiente, voy para su casa— explota Oscar al oír a la secretaria anunciar otra de las millonésimas llamadas de Felipe —La traeré aquí aunque sea de los cabellos— bromea ante tan graciosa idea.
Cuarenta minutos después está el dedo de Oscar tratando de explotar el timbre de la residencia Durán, frustrado y cansado, luego de intentarlo, opta por llamarla directamente al teléfono privado de la casa, pero el resultado es el mismo; un silencio total por la ausencia de ella. Sin otra cosa que hacer vuelve a comunicarse con la oficina presidencial de Artearquitectura.
Escuchar que el esfuerzo de Oscar es una pérdida de tiempo hace que Martha proteste, reniegue, así como también de preocuparse por Alicia, creando dentro de la hermosa mujer un torrente de incomodidad.
Con toda la intención de cumplir con el compromiso comercial adquirido, diecisiete horas después están Martha y Oscar en la sala de embarque para abordar el vuelo que los llevará a afrontar una reunión, la cual, debería ser dirigida por la mente maestra de Alicia, pero el destino o el karma están decididos a usarlos como marionetas.
La mirada del joven Durán se debate entre permanecer mirando la pantalla silenciosa de su celular y las puertas de embarque. Su corazón procura pintar de rosa su relación con Ernesto, el menor de los hermanos de su compañera de vuelo, ese hombre que se empeña en demostrarle su amor, sus deseos sexuales y su dedicación sólo a puertas cerradas.
De hecho, Martha, sabe de los últimos quince meses de la relación porque en la cara la felicidad de Oscar no se borra. De tanto y tanto presionarle una casi confesión disfrazada de ilusión fue lo que esas dos geniales amigas lograron luego de horas de acorralarlo hasta hacerlas partícipe del idílico romance entre ellos. Para Martha no es algo de sorprenderse, pues desde niño Ernesto irradiaba un brillo en sus ojos y un carmesí en sus mejillas cuando el cuerpo de algún chico arrasaba con su corazón, admirar el cuerpo de una chica no le quitaba el sueño, cosa que si sucedía por la presencia de los chicos. Pero saber que él aún no ha salido del closet oficialmente le duele por varias razones, la primera; es sentir que él deja de ser quien en realidad es, por otra parte, odiaría que lastimara a Oscar; ya que una pareja tan abnegada como él es difícil de encontrar, y por último, pero no menos importante su hermano se rehúsa consciente o inconsciente a entregarse por completo, lamentablemente en sus antiguas relaciones fue herido su orgullo, sin importar que tanto se esforzara, siempre era él quien lloraba.
Las horas de vuelo son aprovechadas para repasar cada detalle o posible solución, así como también planificar cada alternativa con tal de hacer de esa crucial reunión un éxito total. Son recibidos por uno de tantos chóferes de Oilinternational, para ser trasladados al hotel como cortesía de su socio comercial, ya ubicados en la comodidad del restaurante, entre el platillo de entrada y el principal, ambos intentan otra vez dar con Alicia por cualquier forma ya sea por medio de mensajes al correo electrónico, o realizar llamadas a su celular sin dejar de intentarlo al privado de la casa, pero dan el mismo resultado; luego de tres repicadas salen las tediosas e inútiles contestadoras, enviar mensajes es casi lo mismo; recibidos más no leídos. Tres horas después deciden dar inicio a la reunión jurándose que finalizada esta, éstos tomarán medidas extremas hasta dar con su amiga, aunque eso, ¡maldita sea!, sea tener que llamar a Matteo Durán.
Cuatro reuniones y muchas horas de arduo trabajo lleno de modificaciones, alteraciones y cambios de improvistos de últimos momentos es lo que se necesita para calmar a un molesto Felipe.
Satisfechos con lo productivo de las reuniones están disfrutando en un bar exclusivo bastante elegante en las afuera de la ciudad. Los perspicaces iris almendrados de Felipe se suavizan con ligera frecuencia por los gestos de un Oscar que no para de divertirse entre cerveza y cerveza; dejando ver su hermosa sonrisa y sus vivaces ojos. Tiempo, mucho tiempo atrás desde sus años universitarios, que el frío y escueto corazón de Felipe no se dejaba calentar, no desde aquella relación que él sólo vivió con un amor imaginario que para mal o para bien nunca se dio. Por extraño que parezca repetir el nombre de Matteo no le da la tranquilidad que antes lo embargaba.
Ahora es un desconocido aleteo de mariposas lo que hacen que el ritmo de su corazón cambie ante cada mirada que logra coincidir con la de Oscar. Avanzada la noche el resto del personal se ha retirado, están sentados en la barra ellos tres, el cuerpo cansado de Martha pide a gritos dejarse abrazar por Morfeo, mientras que ellos dos aún están disfrutando del ambiente, de las frías cervezas y la grata compañía. Un afeminado ademán de manos les indica que ella se retira, gesto que devuelven con un par de sonrisas y un brindis al aire. Dos horas más les toma conocerse un poco más, hablar de sus distintos proyectos de vida no sólo, profesionalmente, sino que personales le da una buena conversación la cual, por ahora, ninguno de los dos hombres desea terminar.
Es el sonido de un mensaje el que rompe la unión que sin notar habían creado, en el corazón de Felipe se siente como una gota de acidez, lo perfora, al ver la reacción de un Oscar definitivamente enamorado, pero igualmente desilusionado, al ver la imagen en la pantalla del celular unida a un mensaje tan escueto que lo hace enojar.
»No llegué tarde ni mucho menos te dejé plantado, pero no pude resistir la tentación de contemplarte a la distancia mientras esperabas por mí... te quiero.»
—Lindo mensaje —comenta Felipe, temiendo que su interior se quema con unas ardientes llamaradas vestidas de celos.
Un bufido suave sale sutil y pesadamente de Oscar. —Lindo hubiese sido haberlo recibido un día atrás —Los ojos del receptor del mensaje comienzan a humedecer, dejando que sus pensamientos se pierdan en infinitos recuerdos donde lamentablemente sus expectativas son vagamente sazonadas con besos, caricias y mimos entregados con premura en la intimidad.
—Vamos, hombre, tal vez ella no encontró el momento perfecto para enviártelas— insinúa Felipe con una falsa tranquilidad —Tal vez ella está avergonzada de tomar las fotos a escondidas o tal vez te sea infiel mientras tú...
Justo luego de escuchar esa última hipótesis es el trago que acaba de ingerir Oscar el que sale disparado tanto por la boca como por la nariz, provocando que ambos rían hasta más no poder respirar.
Felipe solicita dos rondas más, deleitarse con la helada bebida de los sumerios, las cuales les da sosiego, justo eso logra cuando el ambarino líquido rosa sus labios, dejar que esa fría cerveza refresque el ambiente es un hecho que se da casi de inmediato, pero escuchar los gritos que se aglomeran en su interior implorando tener aunque sea la remota posibilidad de besar esos labios que se mantienen húmedos por el mesopotámico elixir, Felipe, daría una gran parte de sí, si tan sólo, escuchara de esa sexy boca que desea lo mismo; ¡Oh cielos!, besos, románticos besos.
—No es una chica, es un chico— hace un puchero a la par que baja sus hombros dándole la impresión a Felipe que lleva un peso en ellos difícil de disimular, —supongo que debería decir mi chico, pero hay días, cobardes días, que me siento a la deriva— aclara con naturalidad Oscar, mientras la sorpresa ante tal confesión provoca que en esta ocasión sea el trago de Felipe el que bañe el mesón del bar.
Allí, abrazados en la tina, dejando descansar su espalda sobre el firme pecho de Miguel, le permite escuchar el rítmico respirar de un hombre que hace sentir bien a la mujer que tiene entre sus brazos, Alicia se transporta a una dimensión tal lejana al mundo que ella conoce generándole una paz mental al apaciguar su corazón y aliviar su alma. Los dedos juguetones de él la recorren con rose delicado, sutil y tranquilo; como cuando se acaricia la más delicada piel.
Un par de pezones femeninos se tensan, al ser estimulados por unos ágiles dedos, por demás juguetones, sacándole un tímido gemido que hace crecer todavía más la masculinidad que está presta a dejarse arropar por unos labios íntimos que de seguro le darán el calor necesario para no necesitar nada más. Sus piernas se entrelazan como si siempre hubiesen bailado al mismo son, sus besos, gemidos y caricias llenan el baño de una melodía hermosamente romántica que los envuelve en una fantasía por la cual se dejan llevar.
Un leve movimiento hace que ella se gire sobre sí misma para quedar frente a frente, así tienen mayor control de los besos, permitiendo ver sus expresiones y conocer sus gustos. Entretejer la afinidad es una prioridad en esta entrega sin tregua. La mirada de él se dirige a la curvilínea clavícula, la cual recorre con la punta de su nariz, dejándose perder en el aroma de una exquisita mujer madura lo que lo enloquece, excitándolo enormemente, ella lo embriaga sólo por ser ella misma. La otra clavícula es rociada con una hilera de besos púdicos, sentir reacción en la piel de ella al erizarse le parece magia, simplemente magia blanca, verla inclinar endemoniadamente lento la cabeza hacia un lado para darle mayor acceso le saca una sonrisa llena de deleite al darse cuenta de que es una divinidad tenerla allí sola para él. La hilera de besos aumenta en cantidad y pasión al llegar a ambos senos, esas montañas, que albergan un abanico de maravillosas sensaciones ya conocidas y algunas que otras nuevas a estrenar, ser el precursor de ellas lo saca de este mundo para entrar a uno del cual tal vez no quiera salir.
Dejarse, llevar por tan maravillosas caricias, la motivan para envolver con mimos el pene de ese hombre que la está llevando a pintar otro universo. El calor tímido de la delicada mano alrededor de su varonilidad lo desenfrena, sin poder esperar más le alza en brazos para llevarla a la cama, pero no a esa cama matrimonial, ¡Oh, no señor!, ellos no caerán tan bajo como para ensuciar los recuerdos que se llevarán a la tumba.
Su nido de amor, de entrega e intimidad elegido es el del cuarto de huéspedes, pues ellos son huéspedes de las circunstancias que sus respectivos esposos forjaron. Colocarla con delicadeza es fácil, una dama como ella no merece otra cosa que ser tratada como una reina, que dice reina, una emperatriz, eso se ha vuelto ella para él.
Una mano trémula de ella intenta apagar la luz de la mesita, pero un agarre firme; sin disculpas de esos que saben lo que quieren, la frena.
—Dios no, por favor, quiero ver y disfrutar de tu cuerpo, no me niegues ese deleite —suplica a la par que sus labios se apoderan de sus rosados pezones.
—Siempre he querido hacer el amor con luz tenue, así me parece más romántico —explica con dificultad, ya que sus gemidos se cuelan entre cada palabra.
Una sonrisa que luego pasa a risa llena de picardía sale de él, soltando la delicada mano permitiendo que la oscuridad los arrebuje. Ambos con ansias activan todos sus sentidos para crear un mapa de amor que sólo ellos dos podrán, leer donde los códigos están escritos por besos, toqueteos, lindas palabras y respiraciones rítmicas, guiándolos a una entrega donde no hay sumiso ni dominante. Una entrega donde cada quien le regala al otro una andanza cubierta de magia hasta alcanzar el clímax.
Entre sábanas arrugadas y almohadas desordenadas están dos cuerpos dormidos relajados, satisfechos de dejar aflorar emociones que no sabían que tenían en su interior.
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