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Capítulo 2. ¿Quién con quién?


Una novia nerviosa y ansiosa encuentra calma y sosiego cuando la hermosa mujer que tiene como madre toma su rostro entre sus delicadas manos, el frío del delgado aro de matrimonio que le puso su padre como señal de devoción y fidelidad hace contacto con la mejilla. Una sonrisa envolvente adorna las facciones profesionalmente maquilladas resaltando aún más esos bellos rasgos que comparte con su madre.

Siente la mirada de su padre clavarse ante este gesto de su esposa para con ella, él intenta como es costumbre interrumpir algún acercamiento de Alicia con cualquier persona y Anabel, lamentablemente, no es la excepción ni siquiera el día de su boda.

Fueron años y años donde Matteo acondicionó a Anabel para ocupar el segundo lugar en importancia o prioridad en referencia a las atenciones de Alicia. Pero aun así no pudo lograr, a su pesar, cortar el cordón umbilical que emocionalmente las mantiene unidas. Para extrañeza y satisfacción de la joven mujer que luce hermosa en su vestido de novia, en esta ocasión, su madre no se deja intimidar o manipular.

Es todavía difícil para Anabel definir esa obsesión enfermiza de su padre para con su madre. Tal vez esa es una de los miles de razones por las cuales está realmente feliz de unirse a su prometido Miguel o tal vez es la necesidad de salir de ese lugar del cual su padre se vanagloria llamándolo hogar ante sus allegados. A pesar de que ella sabe bien que a su madre se le asemeja más una jaula de oro con diamantes donde la sentencia la dictaminó el verdugo disfrazado de juez.

Ambos pares de iris negros buscan esa mágica conexión, es una de las tantas similitudes entre ellas; la genética fue injusta hacia los genes del progenitor, las féminas parecen una copia una de la otra, sólo un par de centímetros de altura se antepone la mayor, verlas de espalda es como ver el mismo cuerpo con la salvedad, claro está, de las caderas de Alicia ligeramente más pronunciadas marcando un poco más esa exuberante forma de pera, con piernas largas y delgadas libres de acumulación de grasa, y ese par de montañas con la forma perfecta para embellecerlas aún más.

En la mirada amorosa de su madre nota una luz de esperanza, Anabel, juraría que le está deseando un matrimonio donde la fidelidad sea una constante que les permita ser felices. Aquí están dos generaciones una experimentada y otra a punto de experimentar, nuevamente un sonido gutural sale de su impaciente padre mientras se acerca más hasta llegar a un paso de ellas. Su hija lo reconoce porque sus fosas nasales se impregnan de ese fatídico perfume, recién aplicado, el mismo que tantas, tantas malditas veces, hizo llorar años atrás a su madre cuando aún Anabel era adolescente.

Sí tan sólo Matteo supiera que hace años Alicia, dejó de comprarle ese perfume en particular, sin embargo su soberbia y orgullo no le permiten darse cuenta. Y aún él se empeña en esconder un frasco en la guantera del vehículo para rociarlo sobre su cuerpo luego de sus salidas, encuentros, escapaditas o canitas al aire como él, sin vergüenza alguna, los llama, se cree tan perfecto no sabe que se delata cada vez que se lo aplica. Los tres se entregan feliz a un abrazo familiar, sin embargo en esta ocasión los besos y las atenciones son dirigidas hacia su hija.

Los mil doscientos tubos del órgano de la catedral brindan la conocida melodía del Ave María anunciando la entrada de la novia. Justo antes de dar el primer paso por el decorado pasillo, cansada por la desigualdad en la relación de sus padres, osa por primera vez darle un consejo al hombre que la lleva del brazo.

—Te amo, padre, pero deberías dejar de usar ese perfume —sugiere a la par que avanzan.

—¿Estás loca?, es el preferido de tu madre —se defiende ante el inesperado comentario, asume que es producto de los nervios y lo deja pasar.

Ante la llegada de los primeros pasos hacia su nueva vida, Anabel, se pierde en sus reminiscencias, una pequeña retrospectiva le hace dar cuenta que está a punto de unir su vida a un hombre maravilloso, divertido, extrovertido, con altos valores en cuanto a la familia y al matrimonio se refiere. A Miguel le tomó un año, siete meses y veintidós días, para ser exactos, el ponerle en su dedo una joya familiar la cual se ha pasado desde hace más de tres generaciones. Sumergida aún en sus pensamientos observa el oval brillante rodeado de pequeñas esmeraldas a la vez que lo mueve sutilmente en la base con un dedo, gesto que últimamente usa como una tabla de salvación en sus muy pocos momentos de ansiedad.

Tres pasos más e intenta convencerse del porqué lo aceptó, la respuesta a esa lógica duda es fácil de encontrar; Miguel Bruzual desborda una personalidad llena de mil colores, es lo suficientemente romántico para hacerla sentir amada sin llegar a ahogarla en detalles clichés, es decir, él no regalaría un ramo de rosas rojas ni una caja de bombones hecha en China el día de San Valentín. ¡Oh no!, ese no es su estilo Miguel ese día él cubriría su desnudo cuerpo con un delantal rojo carmesí mientras hornea una torta de chocolate negro. Su carácter divertido la hace reír aún en las circunstancias más desagradables, siempre ha demostrado ser un gran mediador, cualidad que ha aprendido a perfeccionar dada su profesión de abogado, y diablos sobre todo es genial en la cama esa razón es la causante que ella intentara infructuosamente cerrar una relación abierta otorgándole el beneficio de la exclusividad. Anabel está tan segura de su decisión aunque le cueste un mundo, desprenderse de Lluís; su amigo con derechos con el cual llevan ya dos años de una relación intermitente.

Los latidos del corazón de Miguel parado frente al altar emocionado y enamorado de su futura esposa, están golpeando de forma frenética contra su pecho, no sabe si aumentar las respiraciones o simplemente dejar de respirar al verla; hermosa, sonriente y radiante del brazo de su suegro. Frena los inmensos deseos de correr hacia ella para besarla y demostrarle su amor incondicional, ríe al verse delatado por la risita cómplice que le regala la madre de Anabel.

Alicia está feliz intercambiando miradas entre la pareja que está por terminar el recorrido y el joven hombre que se unirá a su pequeña familia. Tres minutos después nota, con una rara incomodidad, cuando la mano gruesa de Matteo arropa la suya, pero en esta ocasión irónicamente la percibe pesada y posesiva en lugar de la cálida protección que la calmaba años atrás.

Matteo se percata del interés de Alicia durante la aburrida ceremonia. La fuerte necesidad de ser el centro de atención no le permite disfrutar del momento tan importante que se despliega ante él.

Total para Matteo Durán es como cualquier otra boda aburrida, tediosa y llena de promesas vacías que se irán libres con el viento... «¿Quién en su sano juicio va a abandonar la vida que lleva años construyendo?», se pregunta confundido ante esa ridícula idea... Y eso de «¿En la salud y en la enfermedad?», ¡han visto semejante idiotez!... «¿Quién carajo va a querer estar amarrado a un ser incapaz de mantenerse sano?», la respuesta es lógica para él; Yo no, para eso están los hospitales... «¿En la riqueza y en la pobreza?», otra estupidez porque él comparte la opinión de que cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana, o más cierto aún, cuando la riqueza entra al bolsillo el amor y las amantes aumentan en proporción a la cantidad de cifras en las cuentas bancarias... «Jurar fidelidad es el acabose», mantiene esa posición al asegurarse que nadie es fiel a nadie la prueba más fehaciente es él mismo, ya que jura por Dios amar a Alicia y eso es cierto, pero ¡mierda!, eso no le quita el derecho de follar con quien coñas se le pegue la gana, una cosa es ser fiel al sentimiento del amor, en eso se considera fiel pues sólo ama a su esposa y otra cosa muy distinta es la sodomía sexual. Una fría corriente recorre su espalda al tan siquiera imaginar que su "mayor posesión" le sea infiel, aún en sus sueños. Porque de traicionarlo en cuerpo y alma, ya estuviera viudo, matarla le sería más fácil emocionalmente para él que divorciarse.

Los aplausos lo extraen de sus pensamientos mientras toma conciencia que los novios, ahora esposos, acaban de pronunciar sus votos matrimoniales. En busca de hacerse notar por la mujer que considera suya, se le acerca al oído, una zona erógena en ella.

—¿Amor te diste cuenta de que recordé ponerme el perfume que tú me has estado regalando por años? —susurra dejando un beso en la base del cuello. Necesitaba sacarse la espina que le hincó su hija. En respuesta casi inmediata siente como la piel de Alicia se eriza, no podía estar más orgulloso de los efectos en ella de su masculinidad.

Pero, ¡mierda!, se vio en la imperiosa necesidad, ¡mierda!, de tener que apretar la rodilla de Alicia para que esta se enfocara en él, logrando que ella, por fin, se voltee a verlo al menos por unos instantes. Lo más amargo es el tener que tragarse su orgullo lastimado para repetir la pregunta.

—¡Ah!, sí, ese perfume la primera vez que te lo regalé fue en nuestro décimo aniversario el aroma de él en ti siempre me agradó, luego entre una cosa y otra empecé a comprarte otros perfumes —responde ella con indiferencia volviendo a concentrar la mirada en la pareja de recién casados.

La hora del primer baile como esposos está por dar inicio a una celebración por todo lo alto, pues ambas familias gozan de solvencia económica. El contratar a un vocalista que les acunara con una voz prodigiosa durante el baile es uno de los tantos regalos sorpresa por parte del patriarca Bruzual. Allí está Miguel envolviendo con su varonil cuerpo a Anabel, jurando amarla por el resto de su vida, entregándole todo su ser, contándoles con complicidad las mil y una formas que la consentirá, garantizándole una vida llena de emocionantes sensaciones. Los delgados brazos de ella lo aprietan efusivos contra su cuerpo haciendo que ambos calores corporales se fundan en uno solo cual lava que les quema las venas.

—Te amo, Miguel eres sólo para mí, de ahora en más no verás a ninguna mujer porque juro que te arrancaré esos ojos que tanto adoro —amenaza sacándole varias carcajadas sabiendo que él sería incapaz de fallarle.

—Nunca, amor, mi cuerpo entero es tuyo harás con él lo que te plazca— suelta alzando las cejas varias veces escondiendo más de una travesura sexual que descubrirán juntos. —Mi alma es para ti te la entrego completa— le susurra convencido de haber elegido a la mujer perfecta.

Cumplidas todas y cada una de las formales tradiciones que se esperan en una boda, los relojes marcan casi las dos de la madrugada, docenas de cuerpos jóvenes celebran por la felicidad de los ahora esposos. Anabel y Miguel bailan en ocasiones juntos mientras se comen a besos entregándose abrazos sinceros, aunque en otras ocasiones, bailan con personas que al azar deciden demostrarles cariño.

El sonido de una balada llega a los oídos de Alicia, esa canción en particular la hace remontar varios momentos de felicidad con Matteo, intenta con entusiasmo ubicarlo por el salón de fiesta, pero su sonrisa desaparece al darse cuenta de que él está concentrado bailando sin tan siquiera detenerse a pensar en lo importante que es esa melodía para su esposa.

A dos mesas de ella el ojo de águila de un invitado percibe el gesto de dolor que empieza a reflejarse en el rostro de Alicia, mientras que ella ve con amarga nostalgia a su esposo moverse al ritmo de la melodía. Segundos después es sacada de los pensamientos cuando una cálida mano la invita a bailar.

—¿Me permite? —Alicia siente como esa mano aprieta con gentileza sus dedos mientras el dueño de esa voz le da una sonrisa en busca de aprobación, la cual, no tarda en llegar.

—Gracias, me encantaría —acepta a la par que se pone de pie.

Con graciosa ligereza se mueven al compás lento de la canción, ella, sin darse cuenta se deja llevar por el envolvente aroma del hombre que la hace bailar con fluidez, con el pasar de las primeras letras de la canción ambos se concentran en tararear, sólo audibles para ellos, por fracciones de segundos sus miradas se conectan permitiéndose así cantar la tonada en una voz un tono más alto. Miles de mariposas revolotean dentro del casi adormecido interior de la dama, percatándose que esté es el segundo hombre que la escucha cantar.

—Tienes una voz hermosa —La alaga dejándola sin habla.

—Gracias, supongo— ríe —he practicado mucho en la ducha— bromea feliz.

—Somos una buena pareja mientras tú cantas, yo bailo— la mirada de ella regresa a los iris de él, haciendo que un silencio dudoso se cree —¿te puedo tutear, verdad?, al fin y al cabo no hay mucha diferencia de edad— rompe él el silencio.

—Claro, ¿por qué no?, ya me has oído cantar, si te parece bien te colocaré de cuarto en mi lista de fan —bromea mientras él la hace girar sobre su eje.

—¿Cuarto?, yo esperaba una mejor posición —Le sigue el chiste.

—Claro, cuarto; mi hija, mi ducha, mi esposo y ahora tú —Le enumera al tiempo que nuevamente están de frente.

Una sensual carcajada sale estrepitosamente de su varonil garganta, logrando llamar la atención de varias parejas. —Tu esposo debe ser muy mal marido para que lo ubiques después de la ducha— bufa —eso me da esperanza de ascender en la lista— musita a la vez que la inclina un poco sobre su espalda obligándola a elevar una pierna para equilibrar el movimiento. Dos pares de ojos incómodos los observan.

—Papá, creo que es mejor que saques a bailar a mamá —advierte Anabel.


En otra ocasión ella misma habría animado a su madre a bailar, pero ¡diablos no!, no con él. ¡No!, con el hombre que hace varias canciones atrás la había alejado de su recién esposo para convencerla de continuar con su clandestina relación. ¡No!, no con el hombre que la retó a descubrir nuevos niveles de adrenalina al mantener una relación pecaminosa estando casada. —Te volverás adicta— fueron las últimas palabras que profetizó Lluis mientras le quitaba con los dientes el blumer que resguardaba su inexistente monte de Venus para esconderlo con recelo y jugueteo en su bolsillo antes de salir a hurtadillas de aquel baño en el extremo más alejado del salón donde celebraba su matrimonio con Miguel. 

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