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Capítulo 18. La verdad duele.

Las embestidas son infinitas, interminables, incontables en esta ocasión, es la sumisa quien marca la pauta, pues el reto es; hacerlo llegar sin hacer que él se esfuerce. Allí, subida sobre él está la infiel gozosa, jubilosa, de sentirse mujer desleal, pero mujer al fin, mientras que, Lluis disfruta el espectáculo de ver como las pinzas de pezones son tiradas por delgadas cuerdas que están sujetas a los parales de la cama victoriana, los gemidos pasan de ser sexy a desgarradores cuando las pinzan jalan al máximo. Mientras que un segundo pene de goma la penetra por el dilatado ano, dos penes, uno más grueso que otro, la llenan por sus dos orificios. Una risa sádica sale de la garganta de otro hombre que los contemplan mientras se autocomplace; tienen espectador, algo nuevo para ellos y por demás embriagador.

Adicción, sumisión, dolor y frenesí son las drogas emocionales que mezcladas producen un cóctel peligroso que les hace sobrepasar los límites. La moral sale por la ventana cuando se pierde la dignidad y dejas pisar tu autoestima, pero, ¡demonios!, ¿a quién le importa?... cuando estás saboreando una de las siete pailas del báratro con una follada que sabe a lujuria. ¿Quién de los dos es culpable; el adicto que se inicia pensando que no caerá muy bajo o el adicto que empuja y empuja hasta que la caída es inminente?

Es una pregunta tonta que se hacen los que no han caído en la adicción de la infidelidad, así que no importa, porque no hay inocentes ni culpables, solo infieles egoístas, que permiten que los placeres dominen la carne, la vida y el alma.

Es más fácil dejarse llevar por esa necesidad de adrenalina que dan las relaciones prohibidas e insanas. Una... dos... tres embestidas más, el mismo número de veces que repica el celular, y el dolor es casi insoportable cuando una pequeña gota de sangre brota del lastimado pezón. Cuatro... cinco... seis profundizan las embestidas con cada latigazo recibido por el fuete hecho de tiras de cuero. Siete... ocho... nueve la llegada de su tercer orgasmo la eleva al cielo sacándola del infierno que ellos mismos han creado para su egoísta satisfacción.

Media hora después está Anabel tragando hasta la última gota del alba leche de Lluis, una sonrisa reluciente llena de éxtasis, es la mejor recompensa para ella, mientras él lame cada pezón para calmar el ardor.

En esta ocasión saben que disponen de al menos una semana para borrar las huellas de sus infidelidades, el tiempo justo para que el cuerpo sane, para ser tocada por otras manos, ella será un lienzo blanco, presta para que las artistas pinceladas de otro pintor creen una nueva obra de arte.

Listos y cambiados están camino al restaurante de la ciudad, sin temor a ser vistos porque tres horas de vuelo los separa de la capital, darle comida abundante al cuerpo es indispensable para poder aguantar las horas de morbo sexual que les espera durante los seis días y siete noches a partir de ahora. Ambos planificaron estas mini vacaciones, las cuales son para los infieles una vara para medir si están dispuestos a continuar así clandestinamente o sí, por el contrario, les gritarán a los cuatro vientos que están juntos.

Anabel no tiene duda, pues ni siquiera ha tomado la delicadeza de avisarle a Miguel que está en una "conferencia", según la versión que sabe su madre, en cambio, Lluis, solamente necesita tener la certeza que ella es digna de ser su eterna sumisa, bueno, hasta que su cuerpo deje de ser adictivo, detalle que ella no sabe, sin embargo, debe intuirlo, cuando se es adicto el drogadicto cambia de alucinógeno cuando el anterior deja de hacer efecto. El sonido del celular de ella resuena en el restaurante, pero no contesta hasta que Lluis; su amo y señor se lo permite. Miguel necesita hacer tres llamadas para que por fin ella se digne en contestar, la conversación es breve, más por parte de él que de Anabel, sólo llama para informarle que no vendrá ni este ni el siguiente fin de semana, y claro está, hacer las clásicas preguntas ¿cómo estás?, ¿dónde estás?, y ¿cuándo volverás?, sin que ella su infiel esposa sospeche que en realidad ya está en casa.

Terminada la llamada puesta en altavoz, la expresión de Lluis pone en sobre aviso a Anabel, pero ella lo tranquiliza asegurándole que él no sospecha nada, así que ambos se dedican a disfrutar a plenitud de su escapada con sabor a libertad sexual.

Los trasnochos apenas empiezan, Matteo, como cosa rara, está mucho más activo con el bebé a diferencia de cuando Liz nació, él está muy consciente de la diferencia de trato que ha tenido para con Liz con respecto a sus hermanos, pero el pasado es pasado y no se puede cambiar, así que la pequeña tiene que aguantar y aprender a vivir o subsistir con lo que le ha tocado. Hay personas que nacen para ser plato de segunda mesa, y esa tierna bastardita es la copia fiel de su madre, buena como amante, pero no para esposa. Otra cosa muy distinta es la vida que lleva y se ha ganado Anabel ya bien casada, con título en mano, pavoneando esa personalidad tan proactiva, luciendo su hermosa figura, y lo mejor es que nació completamente sana, todo lo que un esposo necesita para criar a su descendencia. El único defecto que tiene es que él, su padre, nunca le perdonará por todo el amor que le robó de Alicia, es sólo por eso que se niega a la posibilidad de amarla como hija, sentimiento que sí tiene para con Liz.

El pequeño Charles Durán es hermoso, sano y perfecto, con escasos dos días de nacido, ya demuestra ser un dominante como su padre, pues sus gritos demandantes para ser amamantado no son juegos, ¡Dios mío!, hay que correr. Su piel es más nívea de lo esperado, pero en fin, es el orgullo de su padre. Matteo dispone de diez días para compartir el mayor tiempo posible con él, pues ya verá cómo mantener sumisa a Alicia cuando se entere de su secund family, si de algo está seguro es que primero abandona a Fanny que a su esposa, así tenga que forzar a Alicia a criar a sus bastarditos, en fin, antes muertos que divorciados, Dios dijo en las buenas y en las malas así que no hay excusa para un divorcio, es más, esa palabra no existe en su diccionario personal.

El pequeño Charles se duerme en los brazos de su padre, un pensamiento embarga la mente del progenitor... «¿quién iba a pensar?, que con casi diez kilos de más, ya bastante calvo y con huellas imperfectas mis espermatozoides puedan hacer un hijo tan hermoso... hermoso; mi hijo es hermoso, lástima que no es con Alicia, pero en fin a cada quien su saco».

Primera noche que Miguel pasa sólo en lo que fue su hogar, lamentablemente, ahora le parece más una fortaleza que lo ahoga, lo quema, lo devora, cada espacio le trae miles de recuerdos donde el amor se supone; era la ley. —Estúpido, idiota, pendejo— son los apelativos peyorativos que repite con reproche a pesar de que siente que son los que más lo identifican. —Pero, ¿cómo, cuándo, dónde y por qué?, y esa cara se me hace conocida, ¿dónde la he visto?— un llanto es soltado sin pena ajena, un llanto que no lo alivia. —Pero eso, ¡carajo!, ¿qué importa ya?, aquí lo que hay es un vacío, diablos que mierda— bufa de sí mismo mientras le suplica a Dios despertarlo de esta pesadilla.

Miguel no para de moverse dentro de lo que le parece un espacio pequeño, tan pequeño, que no le permite respirar, pero diantres, ¿cómo hacerlo?, sí cada espacio, cada mueble, cada maldito lugar está contaminado de las asquerosidades que esos dos disfrutaron tanto de hacer. Camina en dirección al cuarto, cansado, agotado y lloroso, pero se para en seco cuando las imágenes de ella siendo penetrada por detrás a la vez que le atendía a él una llamada; aún puede recordar esa ingenua conversación, fue el martes pasado, cuando le preguntó ¿por qué se sentía tan alterada?, y la muy zorra le contestó que estaba haciendo ejercicios.

—Idiota, no eres más que un idiota cabrón —se reprocha a gritos mientras que se niega a tocar lo que para él fue su nido de amor, pero que ahora no es más que una mugrienta pocilga para sexo infiel.

Salir del tan asqueroso cuarto es la única salida para tratar de calmarse, aunque sea un poco, con pasos tambaleantes y lágrimas calientes por la furia y la decepción quemando sus mejillas entra a la cocina. Error, grave y nefasto error, las imágenes de su esposa jugando con su amante mientras ella en cuatro patas se mueve y lame las piernas velludas de él como si de una perra faldera, se tratase, arremeten contra el ya dolido Miguel, aunque intenta llegar al fregadero para vaciar su revuelto estómago, le es imposible; es el inocente suelo de parquet quien es bañado de un ácido líquido que sale por su boca, luego de unos minutos se lava la cara permitiendo que el agua enjuague el torrente de lágrimas que no paran de brotar.

Luego de quién sabe cuánto tiempo, se repone para buscar un poco de aire, pero maldita sea, observa el costoso sofá que ella se empeñó en comprar, ahora entiende el porqué, ¿cómo no hacerlo?, cuando recuerda que en un vídeo se les ve felices, allí, a los dos amantes planificando el momento exacto para un desleal y traicionero embarazo.

Un grito desgarrador, intimidante en busca de una calma que no llega, brota de la ronca garganta de Miguel.

—Salir, tengo que salir de aquí sino me volveré loco —espeta mientras que golpea su frente a una pared cualquiera de aquel lugar que consideró su hogar, dulce hogar.

Una hora después es el sonido del motor del carro lo que lo mantiene despierto, su cuerpo toma el control de la situación, casi cuatro horas le toma llegar al frente de la casa de su jefe; un hombre mayor recién enviudado que lo ha tratado como el hijo que nunca tuvo.

Observar a aquel joven derrotado se yuxtapone a las imágenes de un profesional en el derecho que siempre muestra su gran y sincera sonrisa. Un paternal abrazo es lo que saca a Miguel de su trance, diez minutos después, en total silencio, permanece mientras consume a grandes sorbos una bebida que literalmente le quema la garganta.

Horas después, Miguel, es despertado por los aromas de un café recién colado y el inconfundible tocino dorado, con pasos pausados se deja mover casi como un robot hasta el mesón de la elegante cocina, la voz añejada del anfitrión le sugiere un baño caliente para luego hablar.

Quince horas después se están despidiendo con otro abrazo con la misma calidez con que fue recibido.

—Recuerda, tienes dos opciones, la primera siempre es la salida más rápida, pero a la vez la más tortuosa; aceptar la infidelidad de tu esposa, aunque nunca podrás olvidar esa traición, o, la segunda; abandonar esa tóxica relación y esperar que un buen corazón te entregue un amor que te hará sentir que lo que estás viviendo no es la sombra de lo que crees ahora. Luego de un largo suspiro y ajustarse los lentes, el mayor continúa, —tú mi querido, Miguel Bruzual, vales más de lo que ella cree, tú eres quien fijará el precio de tu felicidad— un apretón en el hombro del menor lo mantiene unido a la realidad —tú como abogado sabes bien qué hacer y cómo moverte bajo las leyes, te daré un último consejo, guárdalo como la mejor herencia moral de quien te considera como un hijo— un silencio necesario les arropa el alma a la par que posa la arrugada mano con sinceridad sobre el pecho de Miguel.

Escuchar ese último consejo y repetirlo como un mantra que debe memorizar es lo mismo. Un Miguel más calmado, maduro y hambriento de una venganza inevitable es quien va al volante, justo antes de llegar al apartamento se desvía para dar inicio al plan que hará pagar a su esposa por cada traición. Se detiene al frente de la inmobiliaria de su gran amigo, el mismo, que les alquiló, lo que se supone es su nido de amor, se siente seguro de su decisión pues; pagar la cuota de penalización por incumplimiento de contrato no hace mella en su presupuesto, claro está que la mitad lo descontará del monto de la cuenta bancaria compartida que tiene con su casi exesposa, aunque ella está muy ocupada follando para saberlo.

La siguiente parada es el banco, cerrar las cuentas, deshabilitar las tarjetas compartidas es más fácil y rápido de lo esperado, se asegura de abrir una cuenta a nombre de ella con la mitad exacta de los bienes mancomunados. Algo cansado opta por continuar con su plan de venganza el día siguiente.

El tercer día es agotador observar satisfecho lo que queda de un apartamento medio vacío pues, el personal de mudanza es realmente ágil, bajo su supervisión se asegura que cada mueble, adorno y/o accesorio comprado por y para ella sea colocado en grandes cajas o bolsas negras, lamentablemente, le toma mucha fuerza de voluntad ver partir cada detalle y recuerdo del supuesto amor que ella hipócritamente le profesaba.

En el quinto día, está sentado en el barandal de la entrada de su hogar o mejor dicho su ex apartamento. Las voces de una alegre familia de cuatro miembros son los afortunados de ser los nuevos inquilinos, extender su mano en la cual tiene apretada las llaves le cuesta horrores, pues ya no hay vuelta atrás.

Las reminiscencias de cuando cargó a su recién esposa, como dicta la tradición en el lumbral de la puerta, las largas noches de entregas de ellos dos, las tardes planificando su futuro se van simplemente dentro de esas podridas llaves. Un largo, pesado y sonoro suspiro es emitido por el cuerpo de Miguel a la par que les da la bienvenida.

Instantes después, Miguel se encuentra parado en el pasillo a la espera de la llegada del ascensor cuando como magia el último consejo de su jefe es escuchado en su subconsciente. En susurro lo repite como si de una bandera de libertad se tratase.

Solamente, según él, le queda una cosa por hacer antes de ir a casa de sus suegros. No lo duda, estaciona en el centro comercial más grande de la ciudad, allí entra en una tienda de caballero para comprar su nuevo guarda ropas, pues vida nueva necesita nueva apariencia, eso tiene por seguro, elegir sus nuevos perfumes le toma mucho tiempo, en cuanto a los artículos de higiene personal los elige al azar, luego de un rápido almuerzo opta por adquirir un nuevo celular con nueva línea, pues no necesita volver a comunicarse con esa cosa sin valor a la que amó como esposa.

Sin embargo, convenientemente mantiene el antiguo celular activo para no levantar sospecha y poder ejecutar la venganza. No sabe si atribuirlo al destino o al karma que ella está por vivir, pero como sí los planetas se hubiesen alineado un mensaje de esa perra faldera entra deseándole un feliz almuerzo. El rostro de Miguel se endurece mientras que sus ojimieles se achinan, pero recordar las sabias palabras del señor Marcos lo hace entrar en una zona donde los sentimientos no tienen cabida, así que responderle de forma rutinariamente romántica, como siempre, no le es tan difícil a la par que le envía una selfie donde se muestra sonriente a pesar de que por dentro está muerto en vida. Listo, preparado y orgulloso de sí mismo, maneja alrededor de cuarenta minutos hasta llegar a casa de sus suegros.

Mientras que en esa casa el llanto ahogado de una mujer impregna las paredes, las lágrimas mojan cada parte de la alfombra, y los recuerdos se esfuman como si no valieran nada. La almohada preferida de Alicia ya no puede camuflajear los gritos, esos que expresan dolor, decepción, ira, frustración. Son tantos los sentimientos que chocan los unos contra los otros que esa afligida mujer no los puede procesar ni darle prioridad a ninguno. No hay golpe de pecho que le permita profundizar su respiración; la cual está tan entrecortada que siente que está a punto de hiperventilar, no hay forma de volver ese dolor emocional en físico como para cortarse una que otra extremidad y así dejar de sufrir. Hoy no hay venganza silenciosa con sabor a liberación.

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