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Capítulo 15 Caída inesperada.

Anabel contempla orgullosa los dos pequeños cardenales y el chupetón que un Miguel apasionado y fuera de control dejó en su nívea piel como señal de una follada majestuosa, tal cual a ella le gusta. Un día como el de hoy empieza a revolotear en su acechante mente la idea de proponerle a su apacible esposo iniciarse en el BDMS. Pero diablos, no quiere ni puede salir de entre las piernas de quien aún la gobierna, domina y controla posesivamente, Lluis, sigue siendo el arquetipo de hombre por el cual ella cae rendida a sus pies, a su pene y a sus exigencias sexuales, tal cual como una mosca cae hipnotizada ante el brillo atrayente de una telaraña.

Sabe bien que a su amo y señor le exaspera de sobremanera que ella se deje marcar por cualquier otro hombre, le importa un demonio, si ese hombre es su esposo o no. Con frecuencia, cuando esto ocurre, los retos se vuelven cada vez más perturbadores. Últimamente, Anabel está divagando entre lo que quiere y lo que puede tener.

El rostro de Lluis cambia de un momento a otro en cuanto enumera; dos moretones más un chupetón sobre el cuerpo de su sumisa; uno en su nalga derecha, el otro en el muslo izquierdo, por la forma, jura que este último es producto de un agarre fuerte, posesivo y dominante para mantener control de las embestidas logrando por ende mayor penetración. Imaginarla gimiendo, así como gritando el nombre de otro, lo enfurece, lo enerva. Ambos se han vuelto codependientes, él uno del otro, como si fueran, uno de ellos; la droga y el otro el drogadicto. Todo en su mundo de folladas, cogidas y sexo salvaje es adicción, consumo, locura y descontrol.

Maldita seas, Anabel, tú eres mía, tu puto cuerpo está diseñado para complacerme a mí, sabes que me arrecha ver que él también hace contigo lo que se le venga en gana. Arremete contra el hueco trasero de ella sin piedad, a la par que Anabel cree desfallecer, ella aferra sus sudadas manos al borde delgado de la inestable mesa que está dentro de ese cuartucho de un hotel de mala muerte. En algunas ocasiones buscan lugares poco apropiados, desagradables o públicos para darle algo de chispa de cachondeo a sus encuentros sexuales.

Luego de un buen rato de embestidas llenas de dolor, lujuria y perdición, ambos cuerpos obscenos, caen exhaustos sobre las sábanas amarillentas de tanto uso y mal lavado.

—¡Sabes!; debes pagar la penitencia por dejarte marcar por tu esposito, lo sabes, ¿verdad? —advierte con una macabra sonrisa de medio lado, mientras que rodea con su dedo el ombligo de ella, allí donde sobresale un costoso piercing personalizado que le mandó a poner luego de no haber superado un reto.

—Lluis, sabes que estoy casada, no voy a lastimar a Miguel, me encantas y espero con ansias nuestros candentes encuentros, pero no soy tan estúpida como para perderlo a él —protesta ella a la par que se dispone a bañarse para eliminar cualquier evidencia de su infidelidad.

—Te dije que te harías adicta y te lo voy a comprobar, ya lo verás —bufa mientras mueve sus caderas de un lado a otro a la par que su aún tenso falo golpea ambos muslos. Un brillo se refleja en sus ojos orgullosos de su masculinidad.

Una carcajada fuerte sale de Anabel, mientras que el jabón barato trata de limpiar su desleal cuerpo, —¿Y cómo me lo vas a demostrar? ... Ya te he dicho que lo quiero, así que tú; mi amo y señor estás por ahora en desventaja— afirma con voz cansina.

Con el pasar del tiempo ya ambos saben cuáles son las palabras que más hieren al contrario y no dudan en usarlas cuando sienten que el otro quiere más en la relación.

—Eres tan adicta a mí que te encantaría que tu hijo tenga mis rasgos, mi personalidad en lugar a la de tu esposo... yo; tu amo y señor te conozco también, mi pequeña sumisa, que puedo jurar que hasta ya has soñado con él o ella... ¿Quién sabe? —asevera sin tapujos ni pelos en la lengua, mientras ella se paraliza, tal vez avalando lo que acaba de escuchar.

El cumpleaños de Liz se aproxima, los planes son; ninguno, cero, nada, aburrimiento total, pues Matteo le ha bloqueado las tarjetas de crédito como parte del castigo por ese fin de semana lleno de arena y mar.

Allí está ella de rodillas, con las manos atadas a la espalda y la frente pegada al frío suelo, ese suelo con olor a humedad y suciedad, allí encerrados en el oscuro sótano, solamente la luz de una lámpara de emergencia y algunas velas aportan la poca claridad. Decir que su claustrofobia está tomando el control de su cuerpo y mente es poco, ya sus piernas están entumecidas, su piel está bañada con semen y claro, orina, tan típico de él.

—¿Sabes por qué las velas?, zorrita —se aproxima como contando cada paso hasta llegar a un paso del cuerpo desnudo de ella.

Un silencio lleno de dolor, ira y furia se acumula en el interior de Fanny, mientras que él empuja con uno de sus pies colocándola boca arriba, ella no sabe si agradecer por el repentino cambio de posición o, por el contrario, rezar para poder soportar un poco más.

Verás mi pequeña e insignificante Fanny, me desobedeciste, todo porque tú querías calor y broncear tu piel, piel que me pertenece, así que eso te daré.

Fanny nunca en su vida le ha suplicado tanto, inclusive de rodillas, para que no ejecutara el castigo, pero no hay súplica, lágrimas, ni llanto que lo frenen ante la necesidad de ser el sayón que reclama justicia.

Ella puede jurar que sus gritos son escuchados en cualquier rincón del mundo, el sentir como cada gota de la caliente vela cae sobre sus pezones, tres dolorosas y torturadoras gotas en cada pezón por cada día del viaje, es por lejos el dolor más aterrador que jamás ha experimentado. Allí, ese día, ella supo que gran parte del amor incondicional que sentía hacia él murió o mejor dicho fue quemado en una hoguera como si de una bruja de Salem se tratase. Mientras él disfruta con su sentencia, ella se promete que nunca más le verá como su tabla de salvación.

Cinco días después, el gran Durán está adormilado junto a su esposa. En su mente repasa la vivencia del sótano, ¿arrepentido?; no, propiamente dicho, pues antes de regresar a los brazos seguros de Alicia, él se tomó el tiempo para aplicar crema en las zonas afectadas de Fanny.

Sabe que ella no tiene muchas opciones o alternativas, debe someterse a él, si quiere mantener a Liz a su lado, más de una vez le ha advertido que se la quitaría en un abrir y cerrar de ojos. Espera que la muy dependiente Fanny le pida perdón, así como volver a tener acceso a las tarjetas de crédito, sin embargo, a pesar de creer conocerla esa petición aún no ha llegado, pero a la vez está consciente que con el último castigo se extralimitó, así que para aliviar el ambiente está más que dispuesto a comprar su perdón con una sorpresa que evitará la caída inesperada de su pecaminosa relación.

Por otra parte, para la tranquilidad de Fanny, sus estudios están en la recta final, solamente le falta un único semestre para culminar. Por otra parte, es momento para que por fin Matteo pueda evitar que ella logre su tan deseado apartamento, debe por todos los medios evitar la graduación. Así que le tiene planeado una sorpresita; hoy la llevará a ver varios apartamentos para que elija cual prefiere, aunque, le hará saber que lo comprará únicamente sí ella cumple con la condición.

Dos horas después están recorriendo el tercer pent-house, observa con tristeza como ella no muestra mucho interés, en su lugar, un cuerpo casi inerte inspecciona con desdén las áreas y las habitaciones. A pesar de que él habla motivado sobre las ventajas de este apartamento en particular, no consigue más que monosílabos como respuesta. Él se reprocha internamente al darse cuenta de que el brillo en esos iris desapareció desde la follada de las velas.

Matteo le hace seña al consultor inmobiliario para que los deje solos, gesto que interpreta a la perfección, entregándole las llaves e informándole que las puede devolver al día siguiente.

El cuerpo dominante de él busca acecharla, pero mierda, ella retrocede dos pasos con un rostro que solamente refleja miedo. Mierda...  mierda...  y más mierda, por primera vez en su vida, una de sus dos mujeres lo rechaza por miedo a su cercanía, es una sensación que en definitiva lo aleja en segundos de su zona de confort. Nuevamente, intenta aproximarse y la reacción de la madre de su bastardita es la misma, pero en esta ocasión ella queda, lamentablemente, atrapada entre una fría pared y el candente cuerpo de él, quien intenta besarla para demostrarle que no la volverá a lastimar, sin embargo, ella, gira con brusquedad su cara para un lado.

Él intenta acariciar la fina barbilla de ella, pero un grito gutural sale de su garganta a la par que le suplica que no la toque, por segunda vez en su vida en el mismo día es rechazado percibiendo el miedo como bandera. Verla allí arrodillada, asustada como una pequeña ardilla, hace que su corazón se estruje, así que se agacha a la altura de ella con voz trémula, le suplica que lo vea, pero ella mantiene sus ojos fuertemente apretados mientras que su respiración está entrecortada. Con un sincero temor, Matteo la abraza y es cuando siente como el frágil cuerpo tiembla sin control.

Su Fanny, esa chiquilla que le entregó desde la pubertad, su cuerpo, su alma y su futuro. La siente, a pesar de su fuerte abrazo, caer en picada a un precipicio al cual él mismo la empujó, tocar a su mujer temblorosa, acobardada y asustada, lo hace arrepentirse. Ese cuerpo dista mucho del que él moldeó según sus parámetros, exigencias y gustos. «¿Cómo pude llegar tan lejos?, ¿cómo pude cegarme convirtiéndome en un verdugo capaz de violentar a la madre de mi pequeña Liz?, ¡diablos!, ¿en quién demonios me he convertido?», se reprocha sinceramente ante tan visceral espectáculo.

Desearle caer en picada es una cosa y comprobarlo es otra muy distinta, las consecuencias del último castigo son aterradoras hasta para él. La abraza pidiéndole calmarse, le besa la coronilla mientras le reparte miles de sutiles caricias en todo el tenso y estresado cuerpo. Cuarenta minutos le toma a ella dejar de sollozar y de temblar, cuarenta minutos que fueron eternos para él; el gran Matteo Durán.

Su mejor opción es complacerla, consentirla, apoyarla con algún detalle de esos que tanto suplica. Así que opta por el que tiene a la mano; simple, barato y sencillo.

Entran a un restaurante, pero nada especial o concurrido por él, luego de brindar por una cena romántica y recordar el cumpleaños de Liz deciden que es momento de ordenar, es Matteo, quien elige langosta para ella y langostinos para él. Seguro de la elección, pues sabe que ella hace años atrás le dijo que le encantaría probarla, el rostro de Fanny se ilumina al darse cuenta de que él lo recordó. En plena degustación del tan elegante platillo, una voz familiar la saca de su deliciosa cena.

—Buenas noches, mi querida Fanny —La voz de la madre de Carlos, la llena de paz.

—Señora Carmen, es un placer volver a verla —Ambas se abrazan con cariño.

—¿Dónde está nuestra princesa Liz? —pregunta intrigado Pedro.

—La niña está en casa —responde Matteo adelantándose a las inoportunas respuestas que ella suele dar.

»Gustan acompañarnos —ofrece Matteo mientras se levanta con caballerosidad para forzar la invitación, gesto que le extraña a Fanny, ya que él no suele compartir con extraños. Pero claro, nada es injustificado, pues tener otros comensales hace que no se creen rumores a la par que así gana los puntos que ha perdido con ella, maquillando así, algunas grietas en su desigual relación.

—Veo que definitivamente te gusta la langosta —bromea Pedro al verla devorarla con fascinación. Recordándole que pasó ese fin de semana comiendo exclusivamente langostas en cualquiera de sus presentaciones. Información que rompe dentro de los oídos de Matteo que supuso que al elegir el costoso plato ganaría parte del perdón de ella.

Quince minutos después hace aparición un Carlos aún con maquillaje facial, haciéndolo ver totalmente afeminado. Los reproches de su madre no se hacen esperar, así que le advierte de que se retire el maquillaje y se comporte como el hombre que ella parió.

Sin embargo, Carlos, sabiendo muy bien quien es el hombre que los acompaña en la mesa, decide hacer un ademán exagerado con la mano a la par que le lanza un beso sonoramente descarado a Matteo mientras que se aleja al tocador del restaurante.

La cena es agradable, aunque de vez en cuando Carlos mantiene la mirada clavada sobre Matteo, pero por motivos distintos de los que se imagina él. Una conversación lleva a la otra, así que terminan hablando del cumpleaños de Liz, Fanny con nostalgia les comunica que este año no tiene nada planeado, pues Liz es muy tímida cuando se rodea de otros niños, así que pensaba llevarla a comer helado y elegir algún peluche de su agrado. El corazón de Matteo se aflige cuando compara la niñez de su cariñosa Liz con la de Anabel quien recibió miles de beneficios en comparación de la tierna bastardita quien está a la sombra de la sociedad por elección de él, su padre.

Pedro se ofrece con genuina alegría a celebrarlo en casa, allí se sentiría cómoda en compañía de José y algún que otro primo. La mirada de Fanny busca con desesperación la aprobación de Matteo, quien sabiendo que necesita recuperar a una Fanny presta a complacerlo, aprueba casi de inmediato la sugerencia de Pedro con la salvedad de no estar completamente libre ese fin de semana, pero que hará todo lo posible para ir a la fiesta.

Matteo está más que seguro de aceptar la idea, total «¿qué puede salir mal?, nada absolutamente nada, Fanny tendría la celebración familiar que tantas veces ha pedido, aunque los abuelos no sean los consanguíneos, pero ¿a quién le importa?, y en unión de un Carlos que se cree Karla», piensa que todo es un ganar-ganar.

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